Una Visión Pastoral del Concilio Vaticano II

Análisis sobre las enseñanzas del Concilio Vaticano II, cuyo nombre e impronta ha resurgido, en gran medida, debido a al accionar del Papa Francisco.

Desde el momento que el Concilio Vaticano II se inauguró, ha sido consistentemente descrito como un concilio pastoral, a veces con tanta insistencia y sin pensar que la expresión se ha convertido en un cliché. La palabra cliché implica que mientras la descripción pudiera expresar una verdad, al mismo tiempo trivializa el concilio y produce bostezos.

¿Dónde está el cliché? ¿Por qué no es correcto designar al Vaticano II como un Concilio Pastoral? En primer lugar yo diría que no hay nada malo con ello. De hecho, quiero reivindicarlo. Pero antes de reivindicarlo, debe ser de-construido. Una vez de-construido, puede ser reconstruido y luego surgir con más fuerza y un significado más profundo.

Aún más, desviaríamos nuestra atención de lo que es absolutamente único de él, como es su carácter pastoral, si no lo comprendemos bien. El Vaticano II fue pastoral en una forma radicalmente nueva cuando se le compara con los Concilios previos. Por ello, antes que podamos usar correctamente la expresión debemos purificarla de su comprensión convencional, reconstruir su sentido y profundidad, y sólo después devolverlo a su legítimo lugar en el mundo con la frente en alto.

Sí, es verdad, el Vaticano II no define una sola doctrina, pero eso no significa que no se haya dado una enseñanza o no haya sido un Concilio doctrinal. El Concilio no definió ninguna doctrina porque adoptó un modo de discurso diferente del usado en los Concilios que produjeron definiciones.

No definir no significa necesariamente que las enseñanzas más importantes del Concilio sean menos vinculantes o menos centrales a la religión. Sus enseñanzas fueron solemnemente aprobadas en lo que fue la reunión más grande y más diversa de prelados hasta el momento en la historia de la Iglesia Católica y luego ratificadas por el Sumo Pontífice, Pablo VI. Debemos recordar, además, que las Constituciones sobre ¨la Iglesia en el mundo¨ y ¨la Divina Revelación¨ son específicamente designadas como ¨Constituciones Dogmáticas¨. Si vemos el número y la importancia de las enseñanzas del Vaticano II, el Concilio no fue uno ligero, sino todo lo contrario.

Aquí tenemos algunas de sus enseñanzas. Las enumero sin ningún orden en particular, pero sin duda en el tope está la enseñanza del Concilio de que lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo no es un juego de proposiciones sino su propia persona.

Esto otorga gran relevancia a otra de las enseñanzas del Concilio, repetida una y otra vez desde que apareció en ¨La Constitución Dogmática sobre la Iglesia¨: de que el propósito de la Iglesia es promover la santidad de sus miembros. Ningún Concilio anterior se molestó en decirnos eso. La santidad se convirtió en el tema central de las enseñanzas del Concilio, apareciendo una y otra vez en documentos posteriores. Ésta no es una enseñanza trivial.

La Constitución de la Iglesia también nos enseñó que la Iglesia está constituida por las personas, por lo que el término ¨Pueblo de Dios¨ es una expresión válida, crucialmente importante, e incluso tradicional de la realidad de la Iglesia. Ya que el Pueblo de Dios está en todas partes de la faz de la tierra, el Concilio nos enseñó que la Iglesia está en las casas, en cada cultura y necesita encarnarse en cada una de ellas. Debido a que el Concilio también nos enseñó que la sagrada liturgia es un acto de toda la comunidad en el culto y, es por lo tanto, esencialmente una acción participativa, la liturgia tiene que integrar símbolos y costumbres de cada cultura.

El Vaticano II nos enseñó que

  • mientras la Iglesia tiene la gran responsabilidad de proclamar el Evangelio al mundo, también tiene la responsabilidad de vivirlo para el beneficio del mundo como tal, o ejercerlo sobre sí para el beneficio del llamado orden temporal. En fin, para preocuparse de la justicia social, de la atrocidad de la guerra moderna, de las bendiciones de paz y del avance de cada aspecto de la cultura humana.
  • que a los Católicos nos corresponde trabajar con los demás, incluso con los no creyentes, para promover dichos objetivos.
  • que no hay que ir por una calle de un solo sentido, sino que así como la Iglesia beneficia al mundo, el mundo beneficia a la Iglesia. La Iglesia debe por lo tanto escuchar al mundo y aprender de él. Esta es una enseñanza notable y completamente sin precedentes.
  • que la Iglesia tiene la misión más y más difícil de buscar la reconciliación incluso con otras religiones, una misión desesperadamente necesaria en el mundo actual.
  • que a pesar de que la proclamación es la forma privilegiada del discurso cristiano, el diálogo es también una forma legítima y, en algunos, casos la más apropiada.

En el orden temporal, el Concilio nos enseñó la dignidad y la grandeza de la libertad política.

el derecho de las personas de seguir sus conciencias en la elección de la religión y, en general, nos habló sobre la dignidad de la conciencia, porque ella es ¨el núcleo más secreto y el santuario del ser humano, donde se está solo con Dios, cuya voz hace eco en sus profundidades¨ (“La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo”, No. 16).

Que la Gracia y el Espíritu Santo son operativos fuera de los confines visibles de la Iglesia Católica y que la salvación es, por lo tanto, posible fuera de estos confines visibles.

enseñó que ¨los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de las personas de nuestro tiempo, especialmente la de los pobres y afligidos, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo también¨ (No. 1).

Estas y otras enseñanzas del Concilio no son triviales. Si las entendemos en este sentido, se convierten en verdades pastorales y enseñanzas pastorales.

“Enseñanzas pastorales”

Cuando el Cardenal Alfredo Ottaviani presentó el borrador del documento “Sobre las Fuentes de la Revelación” durante el primer año del Concilio, el habló sólo cinco minutos. Pero no lo hizo para presentar un texto a la consideración general, sino para defenderlo, incluso antes de que la discusión comenzara. El dijo: “ustedes han escuchado muchas personas hablar sobre la falta de un tono pastoral en este documento. Bueno, yo digo que la primera y más importante tarea pastoral es la de suministrar la doctrina correcta…. Enseñar correctamente es lo que es fundamental para ser pastoral”.

Yo no podría estar más de acuerdo con esto, lo que nos trae al presente. Está claro que la base del Papa Francisco para las iniciativas de su Pontificado ha sido, desde el primer instante, las enseñanzas del Vaticano II. Él nos ha estado enseñando de palabra y obra. Sus propuestas han sido descritas, tanto por sus amigos como por sus enemigos, como pastorales, o especialmente por estos últimos, como ¨sólo pastorales¨. Aquí regresa el cliché, pero en su forma no reconstruida, peyorativa. Preguntémonos, entonces, lo siguiente. Cuando a mediados de abril de este año, Francisco trajo de vuelta con él al Vaticano a 12 refugiados musulmanes desde la Isla de Lesbos, ¿estaba solo realizando un acto compasivo, con la esperanza de que otros, especialmente los gobiernos, se inspiraran e hicieran lo mismo? ¿o no estaba él también proclamando a través de una buena acción más poderosa que las palabras de cualquier encíclica, una doctrina central del mensaje cristiano, una doctrina sobre cuya observancia San Mateo nos dice en el Capítulo 25 que depende nuestra misma salvación?: ¨yo era forastero, y tu me recibiste¨.

Fuente: Teología Hoy

¿Somos Más Transparentes en Internet?

¿Cuánta sinceridad hay en lo que mostramos de nosotros en las redes?

Por José Fernando Juan

La juventud de internet y su fuerte impacto nos obliga a plantearnos cuestiones continuamente. Ver esto es salir de la caverna, en cierto modo. Quizá todavía con las categorías y aproximaciones “de antes” de la revolución digital, pero no disponemos de muchas más. De ahí que las comparaciones, odiosas por otro lado, nos sirvan como claro referente. Una de estas preguntas que no dejan de aparecer es si somos más transparentes en internet o si, por el contrario, es sólo una fachada que nos parapeta y defiende, al tiempo que nos oculta. La pregunta está hecha.

En primer lugar, como en todo lo humano, habrá situaciones de lo más diversas. No se trata aquí de analizar casos concretos. Y no tengo por qué dudar de las buenas intenciones de la mayor parte de los usuarios de redes sociales. Con todo, algunas reflexiones al respecto, que sin intentar zanjar la cuestión dejen abiertas las puertas a la reflexión personal y social sobre este fenómeno.

Cuando hablamos de transparencia nos referimos a la sinceridad, la autenticidad y la verdad de una persona que se muestra. Tarea, de por sí, difícil y compleja con internet o sin él. Pues supone una persona que, conociéndose a sí misma, de algún modo se revela. Pero también hace alusión a una cierta espontaneidad, sin filtros ni convencionalismos sociales, que da rienda suelta a sus pensamientos, opiniones e interpretaciones de lo humano y lo divino. De nuevo, un matiz: confundir lo bueno o la libertad personal con un ejercicio asentado en pasiones desenfrenadas, sentimientos y emociones primarias, quizá nos despiste de lo genuinamente humano. Hablar sin considerar la propia responsabilidad, sin atender al otro con el que se dialoga tampoco parece que sea lo más razonable y, en el fondo, nos aleja de algún modo de nosotros mismos en tanto que personas.

Otro aspecto, indiscutiblemente crucial en este asunto, es si internet es capaz de contener a una persona en su conjunto, o si se produce una pérdida de algo fundamentalmente humano al acceder a la red. Porque algo tan básico como la corporalidad y el rostro, de momento no tienen cabida. Se espiritualiza, dicen algunos, como queriendo mostrar que se puede vivir humanamente sin cuerpo, que en definitiva es aquello que nos sitúa en el mundo y nos posibilita el encuentro, el reconocimiento. A mi entender, un avatar, una imagen e incluso un vídeo en directo, no son lo mismo. Hay un cierto mostrarse en internet que en definitiva no puede ser auténtico.

El lugar en el que una persona se revela como es, muestra su ser, es la acción. Mientras que internet sigue siendo a día de hoy un entorno de discurso, de comunicación. Si bien, ciertamente internet es una cierta acción constante de la persona, en esta se puede percibir un interés controlado y dirigido más a la apariencia que a la realidad. De ahí gran parte de las críticas globales que se hacen a este entorno, y del que nadie parece quedar ni libre ni al margen. Poner un pie aquí es exponerse, y no puede ser de otro modo. Más aún cuando, por ejemplo en un vídeo, se intenta hacer una propuesta de diálogo más que de monólogo. Inter-acción sigue siendo, a mi modo de ver, la esencia de la red que se renueva diariamente. Y los algoritmos están diseñados para esto, para que pierda interés y visualización aquello o aquel con quien no hay interacción alguna. El vínculo digital propiamente se ejecuta en la reacción, no tanto se acentúa en la acción primera.

¿Vivimos silenciados e internet nos ofrece espacios para hablar con claridad? Parece que sí, y que muchos lo usan. Pero conscientes, en cierto modo, de que todo repercute en su propia vida e identidad, y que ésta no es separable en digital y analógico, también surgen formas anónimas, que son estrictamente lo más contrario a la transparencia de la que estamos hablando. El anonimato es el deseo explícito de no mostrarse y ocultarse en cuanto a persona. Sin lugar a dudas, las redes sociales generan un tráfico ingente de opiniones, ideas e ideologías, en las que la palabra es más visible que la persona. Y puesta la palabra en medio, desprendida de quien la dice y de su contexto, muchas veces se hace ésta oscura por sí misma, creando mayor confusión que claridad.

El control de nuestra imagen e identidad, ligado a las relaciones. Por un lado, observamos los peligros y malos usos de internet, siendo muy conscientes del daño que pueden causar sobre las personas. Tanto en su reputación, como en los estigmas. Aunque es probable que no hayamos atendido a todos los problemas sociales e ideológicos que están generando, no ya sin más entre los más jóvenes. Por otro lado, se impone el control férreo de aquello que enseñamos y dejamos ver de nosotros mismos, y de nuestras preocupaciones y ocupaciones. No por prudencia, sino porque parece revalorizar en muchos casos lo que somos. Una buena imagen digital, sustentada en opiniones de otros, da un valor añadido, por ejemplo, a nuestro curriculum y trabajo. Mucho más importante que un buen traje de presentación. Simplemente por el hecho de que aquello que se comparte sea mejor acogido por un gran grupo, y dando por supuesto que el número criba y selecciona aquello de mejor calidad. Por tanto, sabiendo esto, también la identidad generada no es en verdad real sino más bien destinada a impresionar en otros. Es como una intención extrínseca, que hace desaparecer igualmente la relación entre dos personas “reales” y los sitúa mirando espejismos.

Por último, darle la vuelta a la pregunta. ¿Transparente es, sin más, mostrarse uno mismo o deberíamos relacionarlo, muy decisivamente, con la actitud que la otra persona, la que ve y escucha, tiene hacia quien decide mostrarse? Lo pregunto porque, en el mejor de los casos, damos por supuesto que alguien que se muestra como es acogido como es. Y mucho me temo que la relación vuelve infinitamente más complejo el asunto, si en algún momento a alguien pareció sencillo. Actúan prejuicios, lo que cada uno es capaz realmente de entender y hacer suyo reflexivamente, y el ánimo de ir hacia el otro dejándose ver, no simplemente espiando imágenes o contenidos, es decir en el diálogo que hace auténtico el encuentro.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Interpretaciones del Capítulo VIII de Amoris Laetitia (I)

Una serie de puntos para interpretar el capítulo VIII de la encíclica “Amoris Laetitia”. Esta última ha generado posiciones diversas en diferentes sectores de la Iglesia que se han expresado tanto a favor como en contra.

Víctor Manuel Fernández, arzobispo y rector de la UCA- Después de varios meses de intensa actividad de los sectores que se oponen a las novedades del capítulo octavo de Amoris laetitia -minoritarios pero hiperactivos- o de fuertes intentos para disimularlas, la guerra parece haber llegado a un punto muerto. Ahora conviene detenerse a reconocer qué es concretamente lo que nos deja Francisco como novedad irreversible.

NO HAY OTRAS INTERPRETACIONES

Si lo que interesa es conocer cómo el Papa mismo interpreta lo que él escribió, la respuesta está muy explícita en su comentario a las orientaciones de los Obispos de la Región Buenos Aires. Luego de hablar de la posibilidad de que los divorciados en nueva unión vivan en continencia, ellos dicen que «en otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho factible».

A continuación agregan que «no obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris laetitia abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351)».2

Francisco les envió inmediatamente una carta formal diciendo que «el escrito es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII». Pero es importante advertir que agrega: «No hay otras interpretaciones» (carta del 05/09/2016).3 Por lo tanto, es innecesario esperar otra respuesta del Papa.

Podría cuestionarse que el Papa clarifique su interpretación en una carta a un grupo de Obispos. Pero de hecho así ha ocurrido otras veces. Para dar un ejemplo, recordemos un incidente en torno a la interpretación del Concilio Vaticano I. Los Obispos alemanes respondieron al Canciller Bismark, quien sostenía que se había definido un centralismo romano que debilitaba la autoridad episcopal. Con su respuesta, ellos rechazaron esa interpretación del Concilio.

Si el Papa recibió un carisma único en la Iglesia al servicio de la interpretación correcta de la Palabra divina -el carisma dado a Pedro para atar y desatar y para confirmar en la fe a sus hermanos- esto no puede excluir su capacidad para interpretar los documentos que él mismo escribió.

Fuente: Periodista Digital

¿A Cuántas Personas con las que No Estás de Acuerdo Sigues en Twitter?

Idealmente, las redes serían puentes que unirían a personas en un diálogo entre diferentes que enriquecería a todos. En la práctica ¿es esto así?

Por Xabier Riezu

… o también: «¿a cuántas páginas en la que se expresan ideas que no compartes estás suscrito en Facebook?». Este tipo de preguntas apuntan a una de las paradojas más preocupantes de la transformación de la comunicación que ha propiciado internet: lo que estaba llamado a ser un foro global para el encuentro entre diferentes, se ha convertido para muchos en herramienta para una rigurosa personalización de las fuentes de opinión e información, propiciando precisamente lo contrario: falta de diálogo y refuerzo de las ideas preconcebidas.

El vecindario de las redes sociales

En mi anterior post me refería a la expresión «efecto burbuja» que emplea Eli Pariser para referirse a este fenómeno. Pariser pone el acento en los algoritmos que permiten personalizar el comportamiento de buscadores como Google o servicios como Amazon o Netflix, que estarían funcionando a modo de campana envolvente que solo nos ofrece aquello que según nuestro perfil debería interesarnos, impidiendo así que descubramos ideas nuevas. En mi opinión, hay en torno a los algoritmos una literatura paranoica, que ve en ellos una forma de controlar nuestras mentes ―pasando por nuestros bolsillos― hasta llegar a controlar el mundo. Pero no necesitamos caer en esas visiones apocalípticas para comprender que se está produciendo un efecto burbuja, pero que este efecto no se debe a los algoritmos de internet, sino al uso que hacemos de las redes sociales.

Hilary Putnam en su conocido libro Bowling Alone (Solo en la bolera) identificaba dos tipos de capital social: el capital social vinculante y el capital social puente. El capital social vinculante lo conforman nuestras relaciones con personas de nuestro mismo grupo de pertenencia y contexto, mientras que el capital social puente es fruto de las relaciones entre diferentes. Pues bien: internet estaba llamado a ser una inmensa fuente de capital social puente ―el entusiasta Tom Friedman auguraba que internet iba a «convertirnos a todos en el vecino de al lado»―. El resultado, sin embargo, no está siendo ese: si echas un vistazo al timeline de tu Twitter probablemente descubrirás que se parece bastante a tu «vecindario» real.

Postverdad y populismo

Este fenómeno no sería grave si las redes sociales fueran solo una manera de estar en contacto con familiares, amigos o personas que nos interesan. Pero son mucho más. Según una reciente encuesta de Reuters en 26 países, un 51% de la población emplea las redes sociales como fuente de noticias, y entre los jóvenes es un 30% el que las utiliza como su principal fuente de información. Cada vez nos informamos más a través de las redes sociales y, además, por un mecanismo psicológico natural, confiamos más en aquello que nuestros amigos comparten con nosotros, por lo que somos menos críticos con gran parte de esa información. Las consecuencias se están dejando notar en forma de expansión de noticias falsas y una polarización del debate público.

La democracia funciona si existe encuentro y diálogo constructivo entre diferentes. Pero para ello necesitamos acceder a ideas diferentes y hacerlo además desde las perspectivas de quienes sostienen esas ideas. Abrir el abanico de las personas a las que seguimos en las redes sociales puede convertirse, cada vez más, en una necesaria virtud cívica.

Fuente: Entre Paréntesis

¿Lo Publico, Luego Existe?

Para reflexionar sobre el impulso-necesidad de difundir material visual que exponga, a veces demasiado, a las personas involucradas.

Por José Fernando Juan

Saltan las alarmas. Corre la noticia. Y lo primero que hacemos muchos es buscar directamente en las redes sociales. Una palabra clave y luego a consumir información, casi sin filtros. Mensajes, fotografías e incluso vídeos, en los que no sabemos lo que nos podemos encontrar. Supongo que nadie pretende fotografiar la barbarie con la misma intención que desenfunda el móvil para guardar una puesta de sol, o una flor, o a su propio hijo. Pero es instintivo en la cultura (digital) de la imagen. Tanto capturar el momento, como difundirlo, y por supuesto consumirlo.

¿Dónde está el problema?

Las razones que se dan para no hacer las fotos ni vídeos son diversas. Van desde la falta de sensibilidad y respeto para las víctimas hasta impedir que los asesinos dispongan de información sobre la situación de la policía. Añadir que, siendo tan rápida y tan viral la comunicación en situaciones así, ciertamente pueden llegar a manos de familiares que todavía no saben nada de los suyos antes de comunicaciones oficiales. Por otro lado, hay que recordar el derecho que toda persona tiene a velar por su propia imagen e identidad, en cualquier circunstancia.

Por otro lado, quienes defienden su publicación y difusión, especialmente dentro del periodismo, consideran que es parte de su obligación profesional de informar con detalle y veracidad. De modo que, en una cultura como la nuestra, cada vez más digitalizada, el alcance de la imagen y el vídeo es mucho mayor para su propósito que la mera palabra. No usar filtros ni difuminar partes de la imagen, siempre que no atente a los derechos de las personas, como pueda ser el caso de menores.

En la cultura digital

Este es, a mi entender, un caso más de otros tantos verdaderamente graves en los que se manifiesta un cambio de época, para el que no hemos sido educados y que no deja de transformar la realidad como antes la vivíamos. Por lo tanto son razonables tanto los debates como la diversidad de opiniones.

No será fácil poner límites. Se pueden implementar herramientas digitales que reconozcan elementos y discriminen permisos en las redes sociales para que sean compartidas. Pero con los vídeos en directo el análisis es más complejo. Hoy por hoy, toda persona con un móvil en la mano se convierte en una especie de periodista a pie de calle, allí donde el profesional muchas veces desearía estar para hacer bien su trabajo.

La necesidad de estar informados. Me pregunto por qué ciertas imágenes se convierten en virales, cuando la necesidad de estar informados no contempla estrictamente esta opción. En estos casos se produce un efecto para el que, insisto, no estamos todavía educados. Puedo ver una imagen sin compartirla. O compartir información usando otros elementos.

Respeto a la imagen e identidad de los demás. No suele haber problemas, pero es verdad que consideramos que es nuestro derecho hacer las imágenes que queremos y que entra dentro de la libertad de expresión poder hablar en la red. El problema de este debate sobre la endiosada libertad individual es desprenderla de su pareja la responsabilidad, especialmente con los demás antes que con la información.

Ayudan a tomar conciencia. La barbarie existe. Hasta que no se ve cerca, muy cerca no se cree ni su horror, ni su devastación. Nuestra generación desconoce en propia carne la crueldad de la guerra y el odio extremo, mientras que otras personas en otros lugares del mundo conviven con ello lamentablemente a diario. La guerra, a la generación digital, le es ajena. Pero olvidar que siempre es posible semejante grado de deshumanización y exterminio de la dignidad humana, es también parte del mal. Por desgracia, insisto, hasta que no se palpa, no se cree. En este sentido considero que son estrictamente necesarias, tanto como lamentarse, llorar y sobrecogerse con ellas.

Mirar, no dar la espalda. Educar la sensibilidad, dicho de otro modo, para acoger a quien sufre sintiéndose cercano. ¿Estas imágenes educan? ¿Conducen al odio o nos vuelven más empáticos? ¿Es justificable racional y humanamente mirar para otro lado, no querer ver, no dejar que otros vean lo que sucede? ¿No es una forma también de callar, de no dejarse herir por lo que ciertamente hiere profundamente, de no saber, de no entender la magnitud de lo que está pasando?

Las imágenes también engañan. Argumento pobre sería el contrario. Ante una imagen es necesario igualmente usar el sentido crítico, atrofiado por la avalancha de consumo digital en el que vivimos, y discriminar. Es parte de la responsabilidad del profesional mostrar del mejor modo lo que hay y se puede ver, y no siempre ejercen este deber con finura. Como también es parte de la obligación de quien se informa de hacerlo pensando y reflexionando, y en casos como este además meditando e incluso rezando si tiene fe. Alcanzar una verdad es dejarse impactar por ella. Y no pocas veces duele.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Derribando Muros para Vivir Juntos

Compartimos el testimonio de José Fco. Yuraszeck Krebs S.J., sobre la distintas formas que se viven tras los muros de la exclusión en Alemania, país que ha sido lugar divisiones y exclusiones a lo largo de su historia.

Tras terminar – hace algo más de cuatro semanas – dos años de estudios en Roma, he comenzado un tiempo de visitas a distintas ciudades, intentando asomarme al modo en que en cada lugar los compañeros jesuitas a través de sus instituciones e iniciativa personal, en alianza y colaboración con otros, asumen el desafío de vivir juntos la ciudad y transformarla.

Medio siglo en guerra

La primera escala ha sido Berlín. Impresionan los vestigios de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría. Por todos lados hay museos y memoriales, convertidos en paseo obligado de turistas. Tal vez lo más decidor y conocido de todo ese tiempo es el muro de Berlín. Hoy quedan solo algunos cientos de bloques de los miles que tuvo, y los han transformado en un mural en que artistas de distintas latitudes expresan los muros que hay que derribar hoy y el modo de hacerlo posible (pinche sobre las fotos para ver los detalles).

En Berlín una de las principales labores que realiza el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) es la de defender a quienes han solicitado asilo y por distintas razones son deportados, mientras esperan en centros de detención. Intentan coordinarse a nivel Europeo con los demás países y juntos forman parte del Foro Consultivo de FRONTEX, la autoridad europea de control de fronteras y costas, para denunciar abusos y atropellos a los Derechos Humanos.

La segunda parada ha sido en Essen, antiguo centro minero e industrial hoy reconvertido al sector de servicios aunque con alta tasa de desempleo. Ahí siguen llegando como antaño migrantes y refugiados en busca de un futuro mejor. La mayoría viene de Siria y Líbano, y les exigen aprender alemán para poder obtener un trabajo. Mientras tanto les dan un permiso que deben ir renovando cada uno o tres meses, con lo que difìcilmente consiguen un trabajo transitorio. A los más afortunados y que tienen un oficio, el Estado les asigna una pensión mientras aprenden la lengua.

Nuevas Fronteras

Hace solo 12 semanas dos compañeros jesuitas, Lutz Mueller y Ludger Hilldebrand, abrieron la ‘Abuna Frans Haus’, en la que viven con 5 refugiados. Pueden recibir a 3 más. El nombre de la casa es en recuerdo del padre Frans van der Lugt, jesuita holandés que vivió desde 1966 en Siria: defendía con su testimonio cotidiano que antes que cristianos o musulmanes, somos todos seres humanos. El padre Frans fue asesinado el 7 de abril de 2014 en Homs, tras algunos meses de resistirse a abandonar la ciudad asolada por la guerra civil. Abuna es la palabra árabe para decir Padre o Sacerdote.

La preparación de Lutz y Ludger ha tomado tiempo. Había que arreglar la casa de tres pisos: hace más de 10 años que nadie usaba el superior (mansarda). Ahí han acomodado la pequeña comunidad jesuita – donde tuve la suerte de hospedarme. En el segundo y primero están las habitaciones de los refugiados. En el primero hay una acogedora y extensa cocina-comedor. Es el espacio común, que permite que cada cual cocine, además de ser el lugar de encuentro en las comidas. Uno de los requisitos para poder vivir en la casa es estar dispuesto a colaborar, con un sistema de turnos, en el aseo y cuidado cotidiano.

Pero no se ha tratado solo de habilitar la casa o de organizar el día a día. Han ido invitando desde hace más de un año a los vecinos: para compartirles la idea de abrir de nuevo la casa aledaña a la iglesia del barrio, y vivir ahí junto a un grupo de refugiados. No han hecho grandes encuentros, sino tan solo con 2 o 3 vecinos a la vez, para contarles los propósitos y pedir ayuda con la acogida. Para sorpresa de Lutz y Ludger, entre todos los vecinos han reunido las cosas necesarias para habilitar las habitaciones y la casa entera: camas, lámparas, estantes, colgadores de ropa, sillones, mesas, sillas ¡hasta un piano les llegó de regalo!

Uno de los arreglos que hicieron a la casa que más llamó mi atención ha sido el de botar un muro lateral: de esa forma – sin el muro – se puede entrar y salir por ahí a la casa y no solo por la puerta principal que da a la calle. Pero además – sin ese muro – todos los que pasan por la calle pueden mirar para adentro, saludar, hasta entrar y sentarse a la mesa, y ver que es posible vivir juntos, no solo teóricamente sino de verdad, cada día.

Algunos vecinos se interrogaban si es que permanecería o no la imagen de Jesús, Buen Pastor, en la fachada de la casa: pensaban que por el hecho de albergar refugiados musulmanes, debiera sacarse esa imagen. La respuesta de Lutz y Ludger ha sido la de iluminarla: tras los pasos de Jesús Buen Pastor intentan caminar juntos, abrir las puertas de la casa y acoger a quien quiera acercarse.

Las ciudades pueden ser lugares muy hostiles para quienes vienen de afuera, o para quienes de distintas formas viven tras los muros de la exclusión. He aprendido en estos días, de forma muy concreta, que aún hoy hay muros que derribar. Y cuando alguno de ellos cae se nos señala – como un faro que ilumina en medio de la noche – que es posible vivir juntos. Ya les contaré de otros encuentros y aprendizajes.

Fuente: CPAL Social

 

Desde el Corazón de la Iglesia, con los Ojos Puestos en la Humanidad

Para reflexionar sobre la misión de la Iglesia para con la humanidad.

Luis Javier Palacio SJ

Este título pretende condensar la identidad y el carisma de jesuitas y beneficiarios. Definir todo de una vez y para siempre parece ser la herencia de la ciencia y la razón de su éxito. Sin embargo, ninguna institución humana, sometida a la historia, resiste tal enfoque. La auténtica tradición es la que evoluciona, respondiendo a tiempos, lugares y personas. La identidad viene más del cuidado y de la responsabilidad histórica que de la permanencia de lo petrificado. La identidad responde al actuar responsable y el carisma responde a la fidelidad al Espíritu.

Desde que el pseudo-Dionisio estableció la jerarquía de los seres y luego se afianzó la de los ángeles, no sin el influjo de la ordenación del derecho romano, en buena parte se replicó en la tierra lo que se suponía en el cielo. Verdad es que todos los seres tienen identidad, interioridad y revelación, pero sobre todo comunión.

Ningún ser existe para sí mismo ni subsiste por sí mismo. La identidad no lo aísla, sino que lo compromete; físicamente en el campo material y moralmente en el campo espiritual. Pablo dice lo mismo de los carismas: si no son para la comunidad; si no son ejercidos por el amor, son ruido disonante de bronces. La identidad del jesuita nace unida a un mundo, el de fin de la Edad Media y comienzo de la modernidad, que era amenaza para unos y esperanza de nuevos tiempos para otros. El carisma de la Compañía de Jesús nace como capacidad de entender los tiempos y responder en consecuencia.

Para Karl Rahner, S.J. no hay dos historias paralelas, la humana y la divina, pues la historia de salvación es la misma historia humana. No hay otra en la que Dios pueda salvarnos y la encarnación es historia breve. Breve pero definitiva pues marca la manera de hacer historia; no de sufrirla ni observarla como corifeos del teatro clásico griego.

Desde el corazón de la Iglesia

Identidad y carisma no se definen, pues, sino en relación. Es casi imposible aisladamente. En épocas de Ignacio de Loyola el carisma estaba tan unido a la jerarquía, que era impensable aisladamente. “Servir solamente al Señor y a su esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra», resumiría la identidad de la Compañía de Jesús en varios campos, en tiempo de su fundación. Pero la comprensión de cada uno de los términos sufre las variaciones y cambios propios del tiempo, la exégesis y los carismas propios de cada jesuita.

El axioma milenario “fuera de la Iglesia no hay salvación”, sufre con Bonifacio VIII, una variación que vendría a decir: “Sin el papa no hay salvación”, como ariete contra la Reforma. Hoy nos toca reformular los dos axiomas, entendiendo la Iglesia, a la luz del Concilio Vaticano II, como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. La nueva formulación sería: Fuera de la comunidad humana no hay salvación, como consecuencia de la encarnación. Por otro lado, para la Iglesia como sacramento, diríamos hoy que fuera de la salvación no hay Iglesia, y por supuesto no hay Compañía de Jesús.

Muchas de las funciones eclesiales del pasado hoy las cumplen otras instancias. La Iglesia puede definirse hoy como pueblo de Dios jerárquicamente organizado. ¿para qué? El teólogo José Ignacio González Faus propone cambiar jerarquía por dularquía, es decir, pueblo de Dios organizado para servir. Servir con amor sería una buena formulación de la identidad deseada, no solamente para los jesuitas sino para todo cristiano e incluso extensiva a todo ser humano.

La Iglesia, que sirvió de modelo para muchas organizaciones, no es ella misma organización, ni empresa, ni Estado, ni siquiera ONG sino organismo por el cual debe circular la vida. El ser de la Iglesia es la salvación y no hay salvación que no pase por la vida, por la carne como parte integral de la persona.

…con los ojos puestos en la humanidad

Nuestra identidad tiene hoy una expresión doble: es identidad ignaciana y es identidad jesuítica. Las dos tan ligadas que más que las diferencias, cuentan los compromisos comunes. Algunos llegan a afirmar que la espiritualidad de Ignacio es laical, pues como una de las primeras órdenes religiosas diaconales, no se definía por un ministerio exclusivamente religioso. Reconciliar desavenidos, enseñar a los rudos, socorrer a los presos y a los enfermos en los hospitales, enseñar a los propios y a los extraños, aparecen reiteradamente en las fórmulas fundacionales.

Un breve recorrido por los últimos años, desde el generalato de Pedro Arrupe hasta hoy, tal como se formula en las Congregaciones Generales, sería el lema común para jesuitas y laicos que vinculados colaboran con la Misión de Dios.

“Bajo el estandarte de la cruz” (CG 31, 1966) enfatiza el espíritu de los Ejercicios de seguir a Jesús en la pasión. Una pasión que también es del mundo por lo cual necesitamos ser “Interpelados por nuestro tiempo” (CG 32, 1975), como lo pide el Vaticano II a toda la Iglesia.

Pero, siguiendo el evangelio de Juan, en donde estamos en el mundo sin ser del mundo, toca ponerse del lado de Jesús y sus preferidos, lo cual exige vivir como “Compañeros de Jesús, enviados al mundo de hoy” (CG 33, 1983). Un mundo de hoy con alegrías y esperanzas pero igualmente con tristezas y sufrimiento, por lo cual el éxito se mide con el parámetro singular de estar “Unidos con Cristo en la misión” (CG 34, 1995).

Como expresaba el inolvidable Juan XXIII, no es pensable una Iglesia que vaya bien en un mundo que vaya mal. Es necesario revivir el fuego profético original del Evangelio y ser como “Un fuego que enciende otros fuegos” (CG 35, 2008). El mundo de la Laudato si nos habla hoy de la reconciliación necesaria consigo, con Dios, con la humanidad y con el cosmos. Siendo así, ser “Compañeros en misión de reconciliación y justicia” (CG 36, 2016) enfatiza el deber moral frente al dolor de un mundo quebrado en lo humano y destrozado en lo ecológico.

En paralelo con lo anterior se ha considerado como campo de trabajo de la Compañía, el ateísmo, la lucha por la fe y la justicia, la inculturación, el diálogo inter-religioso, el ecumenismo, la frontera geográfica o ideológica, la misión como accionar de un Dios trinitario… En todas ellas el jesuita es concebido como pecador que es perdonado, llamado a perdonar y a trabajar con hombres y mujeres de buena voluntad en el sueño común de la humanidad como reinado de Dios.

Las crisis por las que ha pasado la humanidad también han sido espirituales. El campo de la espiritualidad busca siempre actualizar el mensaje con nuevo lenguaje y nuevos contenidos. Dios creador sigue creando y sigue actuando con lo que tiene, con lo que generosamente le ofrecemos.

La identidad, pues, a menudo, afortunadamente, se confunde con el carisma que es lo que suscita el Espíritu o vida permanente del Resucitado.

Quizás la intuición básica de Ignacio puede ser la relación personal (hoy suena redundante) entre Dios y la criatura, en dónde se da la posibilidad de cambiar la vida; es decir, de obrar “jesusmente”. Quien haya experimentado el cambio, se siente, como Pablo, en el deber de proclamarlo a otros y al mundo entero.

Un cierto optimismo frente a la salvación, en contraste con pensamientos como el jansenismo, el probabiliorismo moral y otros, ha caracterizado igualmente a la Compañía de Jesús y le han causado no pocos problemas y dificultades. Ignacio no quiso que su grupo se llamara “Iñiguistas”, pues siendo originalmente un colectivo, no seguían a Ignacio sino a Jesús: tras sus huellas, por campos y aldeas hasta la cruz y luego la resurrección.

Como Moisés que, en dificultades con el pueblo, se pone de parte de este frente a Yahvéh para moverlo a misericordia, el jesuita aspira a ponerse de lado similar. Igual Jesús se puso del lado de la mujer pública, de los juzgados endemoniados, castigados y del grupo dispar de sus discípulos. Moisés, de no lograrlo, prefiere no existir. Suprimida la Compañía de Jesús, puso igual condición para ser restaurada.

El manejo de las imágenes, símbolos, etiquetas a menudo han dado la impresión de que todo lo anterior es literatura o propaganda. Compañía como ejército, los jenízaros del Papa, los contra-reformadores, martillo de los herejes, defensores de l´ancien régime, de la monarquía… son algunos imaginarios desafortunados. Pero igualmente vale decir que los jesuitas han sido defensores de la libertad de conciencia, del derecho de los pueblos, del derecho de gentes, de los derechos de esclavos e indígenas, de las nuevas ciencias, de la democracia, de la educación universal y gratuita, de los migrantes y refugiados, de la moral humanizada, de la sismología, la física, las matemáticas, la astronomía, las humanidades, los derechos humanos y muchos temas más.

Fuente Jesuitas Colombia

 

F. de Roux SJ. Ética, Paz y Reconciliación en Colombia

Francisco de Roux, S.J., en este artículo de opinión, está convencido de que el camino corto para recuperar la base ética de la dignidad perdida es llamar a las víctimas.

Por Francisco de Roux, S.J.

El centro del desafío somos nosotros mismos. Porque la ruptura nuestra, como sujetos morales, está en la base de la corrupción que destruyó la credibilidad en la justicia y de distintas maneras está por todas partes en el Estado, las empresas, los medios de comunicación, la educación, las organizaciones populares, el Ejército y, por supuesto, los partidos políticos, los grupos armados ilegales, la comunidad católica y las demás iglesias.

En mi sentir, sigue válida la tesis de que Colombia se precipitó en un vacío ético cuando, por el proceso natural de secularización y globalización, la moral católica dejó de ser la norma general para determinar el bien y el mal en los comportamientos privados y públicos, y nos encontramos con que no habíamos hecho la tarea de construir una moral civil, válida para todos los ciudadanos, vigente en la sociedad, respetuosa de creencias y filosofías.

Con el vacío moral vino la destrucción brutal de la vida humana porque los cimientos de la convivencia estaban rotos. Primero, los años de la Violencia, con 300.000 asesinatos de campesinos. Luego, los homicidios cotidianos, que llegaron a más de 30.000 por año, y el narcotráfico y la guerra política degradada, con 8 millones de víctimas.

Este golpe salvaje marcó definitivamente lo que somos con dolores y miedos profundos. Y de la misma barbarie surgieron las interpretaciones excluyentes sobre la tragedia, manejadas por intereses políticos y económicos, que nos han polarizado hasta el destrozo del sentido de ‘nosotros’, que nos hace tan difícil reconstruirnos.

Por eso, destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz. Y que, polarizados en interpretaciones sobre la brutalidad de la violencia, nos confundamos en odios y señalamientos y sigamos postergando la construcción de la moral ciudadana y pública, mientras la confianza colectiva se desploma.

Mi sentir es que el final de la guerra es la oportunidad para cimentar en la dignidad humana la moral pública que convierta los valores formulados en la Constitución del 91 en hábitos sociales, empresariales, institucionales y políticos. Esta es la dignidad presente en la conciencia personal, que reclama consistencia con la grandeza humana. Que solo se tienen cuando nadie está excluido de ella. Que, fuera de Dios, no debemos a nadie. Que da origen al Estado como la institución que creamos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual las condiciones de la misma dignidad.

El aprendizaje de las virtudes que surgen de la dignidad humana parte de la familia y la escuela, y la Iglesia tiene allí un papel único. Pero, como no tenemos tiempo de esperar a la educación de los niños, el camino corto para recuperar la base ética de la dignidad perdida es llamar a las víctimas de todos los lados, sin hacer caso a las interpretaciones que nos polarizan.

Y que las víctimas hablen ante sus victimarios. No solo las víctimas de la guerra, sino también los niños con hambre, ante los que les robaron los auxilios alimentarios; las familias con muertos, ante los que se robaron la salud; los campesinos despojados, ante los que les robaron la tierra; los encarcelados injustamente, ante los falsos testigos pagados, etc. Para que los magistrados y políticos y empresarios corruptos entiendan que ellos asesinaron en ellos mismos su propia dignidad y la vulneraron en todos nosotros.

Entonces será posible que empecemos desde allí la apuesta civil y espiritual de rescatarnos como seres humanos.

Por Jesuitas Colombia

 

Arturo Sosa, SJ sobre la Situación en Venezuela

Desde Roma, el actual Superior General de los jesuitas, Arturo Sosa, nacido en Venezuela, ha expresado su postura respecto de la situación que se vive en su país natal. Desde allí, se ha manifestado en consonancia con la posición adoptada por los obispos, jesuitas y demás religiosos y religiosas venezolanos.

El general de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, SJ., respaldo la postura de la Iglesia venezolana en contra de la Constituyente, y subrayó que los obispos «asumen posiciones comunes muy valientes».

El jesuita, nacido en Caracas, respaldó la posición del Episcopado, la Compañía de Jesús y otros religiosos en el país, que han clamado por los ciudadanos «que sufren y carecen de las condiciones básicas» para vivir, y llamó al diálogo.

«Me gustaría unirme a las voces, las intenciones y las posiciones que han tomado los obispos venezolanos, que están muy unidos entre sí como Conferencia Episcopal como los jesuitas de Venezuela y otros hombres y mujeres religiosas del país», afirmó Arturo Sosa.

«La gente en este momento están sufriendo porque carecen de las condiciones básicas para la vida, ya que no tiene comida o seguridad en la vida de cada uno; no hay medicinas o una escuela de calidad que funcione, no encuentran lo que es parte de una vida común», objetó el padre Sosa.

«Es necesario compartir el dolor de las personas como una manera de hacer de la política un instrumento real para resolver el problema de la población, los servicios esenciales, y no convertirse en una lucha por el poder o por los privilegios que el poder puede dar a este u otro grupo«, remarcó.

«Por lo tanto, es necesario mantener un auténtico diálogo. Un diálogo que reconozca por primera vez el sufrimiento de las personas y también las diferentes posiciones en esa situación de crisis, es necesario que podamos obtener a través de un negociación honesta y sincera, un programa de unidad nacional que le permite dar prioridad a la resolución de los problemas a causa de la cual millones de venezolanos están sufriendo hoy en día la violencia», amplió Sosa.

Y llamó a los políticos de ese país a «ser personas, personas capaces de hablar y llegar a acuerdos para el beneficio de todos».

Fuente: Religión Digital

Laudato Si. Tecnología + Avaricia = Desastre (3 de 4)

La relación entre tecnología y el concepto de progreso imperante. Un análisis a la luz de la Encíclica Laudato Si.

Por Thomas Reese

Francisco comienza su examinación de la tecnología reconociendo en el Capítulo 3 de su Encíclica que nosotros somos los beneficiarios de dos siglos de avances tecnológicos. “La tecnología ha remediado innumerables males que solían dañar y limitar a los seres humanos,” escribe. Sin embargo, señala que el poder que viene de la tecnología puede ser utilizado por aquellos con conocimiento y recursos económicos para dominar a la humanidad y al mundo entero.

“Necesitamos pensar en las bombas nucleares que fueron lanzadas a mitad del siglo veinte,” explica, “o la matriz de tecnología que han empleado el Nazismo, el Comunismo y otros regímenes totalitarios para matar millones de personas, por no hablar del creciente arsenal de armas mortífero disponible para la guerra moderna”.

Citando a Romano Guardini, señala que hay una tendencia de creer que cada incremento en poder significa “un incremento del ‘progreso’ en sí mismo” pero en realidad “el hombre contemporáneo no ha sido entrenado para utilizar el poder bien.” el Papa Francisco explica que “nuestro inmenso desarrollo tecnológico no ha estado acompañado por un desarrollo en responsabilidad, valores humanos y conciencia”.

Francisco es especialmente crítico de un paradigma tecnocrático indiferenciado y unidimensional donde el mundo (incluyendo a los seres humanos y los objetos materiales) es visto como algo sin forma, completamente abierto a la manipulación. El objetivo es extraer todo lo posible de las cosas mientras la realidad es ignorada.

Esto lleva a economistas, financieros, y expertos en tecnología a aceptar la idea de un crecimiento ilimitado “basado en la mentira de que hay un suministro infinito de los bienes de la tierra, y esto lleva al planeta a que sea exprimido hasta secarlo más allá de cualquier límite”.

En resumen, Francisco no piensa que los productos tecnológicos sean neutrales. Más bien, “ellos crean un marco que termina condicionando los estilos de vida y moldea las posibilidades sociales junto a los lineamientos dictados por el interés de ciertos grupos poderosos”.

El Papa guarda sus palabras más fuertes para los intereses económicos que “aceptan cada avance en tecnología con el fin de lucro, sin preocuparse por su impacto potencialmente negativo en los seres humanos.”

En Laudato Si, esta es la causa de nuestra crisis económica y medioambiental actual. Lo que se necesita es una visión más amplia donde “la tecnología está dirigida principalmente a la resolución de los problemas concretos de las personas, verdaderamente ayudándolos a vivir con más dignidad y menos sufrimiento.” La tecnología debe servir a la humanidad, no al mercado.

“Nadie está sugiriendo un retorno a la Era de Piedra”, afirma, “pero necesitamos ir más despacio y ver la realidad de una manera diferente, apropiarnos del progreso positivo y sostenible que ha sido realizado, sino también recuperar los valores y los grandes objetivos barridos por nuestros delirios de grandeza sin límites”.

“Una vez que el ser humano se declare independiente de la realidad y se comporte con absoluto dominio, los fundamentos mismos de nuestra vida comienza a desmoronarse,” Francisco cree. En lugar de ser un cooperador con Dios en la obra de la creación, citando a Juan Pablo II, dice, “el hombre se coloca a sí mismo en el lugar de Dios y con ello termina provocando una rebelión de la parte de la naturaleza”.

Para Francisco, “la actual crisis ecológica es una señal pequeña de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad.” La humanidad “no puede presumir de sanar nuestra relación con la naturaleza y el medio ambiente sin curar todas las relaciones humanas fundamentales” incluyendo nuestras relaciones con otros y con Dios.

En los últimos Capítulos del Laudato Si’ él expondrá su respuesta a la crisis medio ambiental, pero incluso en el Capítulo 3, nos muestra su apoyo a una economía que favorece a la diversidad productiva y a los pequeños productores.

Sin embargo, el Papa reconoce que los pequeños agricultores y productores están amenazados por las economías de escala y por la dificultad que ellos enfrentan en la vinculación con los mercados regionales y globales porque la infraestructura de ventas y de transporte está orientada a los grandes negocios.

Pide el apoyo a los gobiernos para tales productores pequeños. “Para garantizar la libertad económica de la que todos puedan beneficiarse de manera efectiva”. Encuentra a los llamados por “la libertad económica” ser falsos cuando “las condiciones reales real le impiden a muchas personas acceso real a la misma”.

Las palabras de Francisco acerca de la dominación tecnológica, del enfoque unilateral sobre los beneficios, y sobre el relativismo práctico son proféticas y desafiantes. Ellas van en contra de muchas presuposiciones culturales estadounidenses. El Papa Francisco no cree que la tecnología y el mercado suministrarán mágicamente la solución a los asuntos sociales y ambientales, en lugar de ser parte del problema.

Por otro lado, cree que la tecnología puede y debe ser utilizada para mejorar la suerte de la humanidad y que los empresarios están llamados a una vocación noble, que está en servicio del bien común.

Fuente: Teología Hoy