“Dame de beber”: a propósito de la oferta actual de espiritualidad
La búsqueda religiosa hoy es, ante todo, búsqueda de espiritualidad. De esta constatación se siguen dos demandas fundamentales a la Iglesia y a todas sus instituciones. Primero, que sea una auténtica maestra de espiritualidad. Segundo, que ofrezca espiritualidad cristiana.
Por Gabino Uríbarri Bilbao, SJ
Nuestro modo de vivir occidental y posmoderno está marcado por la prisa, la presión, la competencia y el individualismo. Esto sobrecarga a las personas de tal modo que genera estrés y angustia de modo estructural y sistémico. Ante esta circunstancia proliferan diversas vías para enfrentar y superar con éxito los retos fundamentales de la vida cotidiana: el trabajo, la familia, la satisfacción personal. Algunos ensayan la solución farmacológica, con un alarmante consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Otros la solución terapéutica, con un aumento de prácticas de tenor psicológico, con componente sanador: terapias variadas, coaching, mindfulness. También se cultiva la solución centrada en el cuerpo: ejercicio físico (fitness), yoga, pilates, dieta, cremas, belleza. No pocos buscan la solución espiritual: el contacto con una fuente de paz, de serenidad, de energía, de fuerza, de sentido, de gratuidad, de generosidad, de criterios verdaderos, de coraje para afrontar sanamente los conflictos. Por supuesto, las diversas alternativas se dan en intensidades diversas y con solapamientos variopintos.
En este contexto, la oferta de espiritualidad en el mercado es variada y muy atractiva. Mejora la vida de las personas (wellness), que encuentran mayor profundidad, paz, sosiego y bienestar. Este es el campo de juego en que hoy la Iglesia ha de ofrecer su espiritualidad, mostrando que es capaz de proporcionar una fuente de bienestar a quienes viven con sobrecarga, estrés y angustia, porque hace crecer la dicha en la vida cotidiana: en el modo de vivir el trabajo, de ser familia, de entenderse uno mismo y el logro personal, de afrontar el conflicto, el éxito y el fracaso.
Discernimiento
La presión del mercado corre el peligro de que en centros cristianos se ofrezcan formas de espiritualidad que tienen demanda, pero no son propiamente cristianas. Aquí se impone, por honestidad, un discernimiento. Hay elementos valiosos de entre la oferta que circula que se pueden incorporar. Estamos necesitados de interioridad, paz, sosiego, silencio, encuentro profundo con nosotros mismos. Eso es bueno. Pero solo eso no es espiritualidad cristiana.
Fe y oración; oración y fe no se pueden deslindar como dos mundos paralelos. La oración es un ejercicio de la fe. Por eso, la espiritualidad también es un ejercicio de la fe. Así pues, entre los criterios elementales de una espiritualidad cristiana están los siguientes. Jesucristo ocupa un puesto preeminente, porque es el Salvador, que muestra el camino de la vida humana más plena como vida filial. Por medios diversos se busca conocerle mejor, amarle más, seguirle con mayor radicalidad. La Sagrada Escritura, como Palabra de Dios, ocupa un lugar especial como inspiración y pauta ejemplar que nos muestra el plan de Dios para nosotros y para el mundo, así como el modo de agradarle. Los sacramentos son momentos significativos, en que gratuitamente se recibe el don de Dios y se explicita su contenido. En ellos se objetiva y alimenta la fe, se impulsa la espiritualidad, se vive la eclesialidad, se reconoce el don inmerecido de Dios. Se da una vertebración de inmanencia y transcendencia de Dios. Aun encontrando a Dios en la soledad y en la intimidad más profunda del corazón –somos criaturas suyas, moldeadas a imagen de su Hijo, a quienes ha donado el Espíritu Santo–, Dios es un Tú, fuente de bendición y adoración. Sin encuentro personal con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no hay espiritualidad cristiana. La oración es fuente de encuentro con Dios y conmigo mismo. En ese encuentro se produce un descentramiento del propio yo, que lo enriquece y potencia.
Nota de los obispos
La reciente nota doctrinal de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3). Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana (28. 08. 2019), pretende estimular a todas las instituciones de Iglesia a que ofrezcan el tesoro de la espiritualidad cristiana (cf. § 40), proporcionando orientaciones teológicas para evitar sincretismos incompatibles con la fe u ofertas que no sean propiamente cristianas (esp. parte IV), patrocinadas y promovidas como tales en centros cristianos.
Durante muchos años, el mascarón de proa con el que la Iglesia se ha empeñado en la evangelización ha sido la caridad. Sin dejarla de lado, pues en la fe cristiana no se puede separar el amor a Dios y al prójimo, particularmente al menesteroso e indigente, las trompetas tocan a cambio de paradigma. Si la Iglesia no consigue hacer valer en el mercado posmoderno una oferta espiritual atractiva, porque genera bienestar, paz, fuerza, gratuidad, alegría, altruismo y profundidad, dejará de ser referente religioso, aunque lo pueda ser social.
“Dame de beber” le pide Jesús a la samaritana (Jn 4,7). En el transcurso del diálogo junto al pozo de Jacob se cambian las tornas: la samaritana le pide a Jesús el agua de la vida eterna (Jn 4,13-15). La Iglesia, como receptora de esta agua y del secreto de su fuente inagotable, tiene la doble misión de salir al encuentro de la gente que busca pozos y que tiene sed, para entrar en diálogo amable con ellas y abrirles el camino hacia la fuente, de cuyo seno corren ríos de agua viva (Jn 7,38; Ap 22,1-2).
Fuente: vidanuevadigital.com
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