Discernimiento Espiritual Comunitario Parte VI: riesgos y resistencias
El discernimiento comunitario es un tema que resonó con fuerza durante la última Congregación General (la 36°). Desde entonces, los jesuitas de todo el mundo han intentado profundizar en el sentido y la experiencia del discernimiento comunitario. Compartimos aquí la primera parte de un artículo publicado por la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) sobre el tema.
Por Hermann Rodriguez SJ
Vamos a fijarnos en algunos de los riesgos más frecuentes en la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios, a través del discernimiento en común, que el profesor Andrés Tornos señala en su artículo sobre el discernimiento espiritual comunitario:
“la manipulación del método al servicio de intereses previos; su deformación ideológica; una posible inconstancia o incoherencia del proceder, derivada de su menor racionalidad; cierta disgregación de las comunidades o grupos; inclinación a cierto terco iluminismo; oscurecimiento del sentido de la obediencia”.
La manipulación del método del discernimiento espiritual comunitario es un riesgo real y ha causado muchos daños en la historia reciente de muchas comunidades. Esta manipulación se da cuando no se está buscando honestamente la voluntad de Dios, sino se está tratando de llevar a la comunidad a un determinado camino para imponerle, o hacerle creer que encuentra, una determinada forma concreta de afrontar un problema. Este tipo de manipulación pueden propiciarlo los superiores o algunos miembros de la comunidad:
«En la práctica, si algunos querían evitar el abuso de superiores, o superioras, que se creían con poderes casi ilimitados, y capaces de usar de ellos a su antojo, sin respeto al ámbito trazado por las propias Constituciones, han visto que el llamado «discernimiento comunitario» se convertía en instrumento de esas mismas personas, desprovistas de su marchamo de autoridad legítima, de cabecillas hábiles, o de grupos de presión para llevar adelante sus propósitos o ideologías»[41].
El caso de un grupo de presión que propone un discernimiento espiritual comunitario con la intención de sacar adelante su parecer, o el caso de un superior que no se atreve a presentar su autoridad ante un asunto que considera ya decidido y propone a toda la comunidad una búsqueda que está de antemano definida, serían ejemplos claros de esta posible manipulación del método. Es claro que siempre existirá este riesgo, pero siempre se cuenta con la buena voluntad y la honestidad de los que se empeñan en una dinámica como la que estamos estudiando. Por otro lado, también sabemos que los posibles riesgos no invalidan un camino que puede ser muy enriquecedor para la vida de las comunidades.
Con respecto a la disgregación que se puede producir en las comunidades o grupos con la aplicación de este método, habría que añadir que, efectivamente, el proceso de compartir los sentimientos, los pensamientos, los pareceres y las búsquedas interiores de cada uno, sin la garantía de que todos lo están haciendo honesta y diáfanamente, ha hecho que muchas comunidades hayan terminado más divididas y heridas de lo que habían comenzado:
«Y si la buena voluntad creía ver en este procedimiento comunitario un medio de unión de las voluntades y corazones, ha podido comprobar abundantemente que, cuando el respeto y madurez de la caridad mutua, la docilidad al Espíritu y la legitimidad querida por Dios no reinan, el resultado es la división mayor de opiniones y corazones, aun en los grupos y comunidades antes más unidos en la esencialidad de los valores cristianos».
Cuando la comunidad se enfrenta con una interminable gama de posiciones divergentes, y aun contrarias, corre el riesgo de perder de vista el vínculo básico de su unión, que anuda todo el proceso comunitario, y que hemos señalado como requisito fundamental. Este vínculo básico de unión, que cumple las funciones del Principio y Fundamento de los EE, tiene que sobrepasar cualquier diferencia que aparezca en el camino. Es desde esta experiencia de comunión primordial, desde donde se puede continuar una búsqueda en medio de las más enconadas diferencias. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar bellamente ilustrado en el caso de la Deliberación de los Primeros Padres, de 1539.
Por último, queremos detenernos en el posible oscurecimiento del sentido de la obediencia. Ciertamente, las relaciones entre autoridad y obediencia han sufrido cambios importantes en los últimos treinta años, como hemos estudiado tanto en el ámbito global de la Vida Consagrada, como en el de la Compañía de Jesús. Sin embargo, también hemos señalado con toda claridad, que el papel de la autoridad en lo que respecta al discernimiento en común, ha quedado muy bien definido, tanto en los documentos oficiales de la Iglesia sobre la Vida Consagrada, como en las Congregaciones Generales y en las orientaciones de los últimos Superiores Generales de la Compañía.
Hay que señalar, por otra parte, que existe una diferencia muy grande entre las comunidades con un régimen de obediencia capitular y las que mantienen una forma de autoridad personal. Pero, de todas maneras, tanto en las unas como en las otras, existe una instancia última que debe asumir la responsabilidad de tomar la decisión final; y en ello hay acuerdo total. Unas veces es la comunidad o el consejo el que asume la decisión y otras veces es el superior respectivo el que lo hace, pero siempre se trata de la autoridad competente en su sentido pleno, y no un grupo de presión o una comunidad a la que no se le ha confiado esta tarea.
En el contexto propio de la Compañía de Jesús, es importante reconocer que en los primeros años del desarrollo de esta práctica comunitaria del discernimiento, se dieron abusos y equivocaciones, por parte de las comunidades y de los mismos superiores que no tenían muy clara su responsabilidad o, sencillamente, quisieron atraerse la simpatía de sus hermanos con prácticas que se alejaban de lo que las autoridades legítimas estaban señalando; muestra de ello es lo que escribe el P. Ruiz Jurado en su libro sobre el discernimiento, que hemos venido citando en este apartado:
«Los que deseaban que su voz se oyese, han visto que muchas veces no se oyen en sus reuniones sino las de los que gritan más fuerte o saben expresarse mejor; que no siempre coinciden con los más fieles al Espíritu, sino con frecuencia con los más audaces, decididos o ambiciosos. Salirse del ámbito de la fe en la guía de Dios, por medio de las autoridades legítimas en las circunstancias queridas por El, no conducen sino a quedar en manos de hombres sin legitimación humana ni divina, y por tanto sin recurso ni defensa superior».
Estos riesgos que hemos señalado, junto con una serie larga de condiciones personales, comunitarias y otros requisitos que presentamos, han suscitado, evidentemente, infinidad de resistencias tanto comunitarias como personales. Por tratarse de una práctica relativamente nueva en el contexto de la Compañía de Jesús y de la Iglesia en general que, por otra parte, emergió en medio de los tiempos turbulentos que siguieron al Concilio Vaticano II, no ha sido fácil su entronque con la tradición y con el modo de proceder de las comunidades. Tal vez en los ambientes juveniles y en medio de comunidades más abiertas a las dinámicas del mundo actual, se hayan dado menos resistencias que en las comunidades conformadas por personas mayores, formadas en una atmósfera de disciplina rigurosa e individualismo en la búsqueda de los caminos de Dios.
Fuente: Jesuitas Latinoamérica
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