Ecología ante litteram en las fuentes del Archivo Romano de la Compañía de Jesús
Una mirada singular al trabajo de investigación de los misioneros jesuitas que estudiaban la naturaleza en los lugares a los que eran enviados.
Es comprensible que la palabra «ecología» no se encuentre en las cartas de san Ignacio ni en los escritos de los jesuitas de siglos pasados. Sin embargo, se conservan documentos en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús que atestiguan el interés de varios jesuitas por esta cuestión, y justifican así el título de este artículo, cuyo propósito es una breve presentación de algunos de estos escritos.
Cuando los primeros compañeros empezaron a viajar cada vez más para cumplir las misiones que la Iglesia les había confiado, una de las mayores preocupaciones del fundador fue mantener la unidad entre estos amigos en el Señor. A esto se añadió pronto la necesidad de asegurar la administración eficaz de la orden religiosa, cuyo número de miembros crecía a un ritmo impresionante.
Una medida concreta que Ignacio recomendó desde el principio fue mantener una comunicación escrita sistemática, regulada por las prescripciones que en 1580 se convirtieron en la Formula scribendi, que no era más que una instrucción breve pero suficientemente detallada sobre cómo manejar la correspondencia oficial de los jesuitas.
En la historiografía no faltan ejemplos de cómo se pusieron en práctica estas indicaciones. Entre los documentos conservados en el Archivum Romanum Societatis Iesu hay algunos que atestiguan el interés de sus autores por ciencias como la botánica y la zoología. He aquí solo dos ejemplos.
Mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender […].
El jesuita polaco Michał Piotr Boym (1612-1659), que entró en la Compañía en 1631, viajando a China en 1643, tuvo que pasar un largo tiempo en varios lugares de la costa oriental de África (esta era una experiencia frecuente para los viajeros que, navegando de Lisboa a Goa, tenían que esperar entre la desembocadura del río Zambeze y los territorios del actual Mozambique antes de continuar hacia el este). Encontrándose así, a su pesar, en el continente negro, el curioso jesuita vio otro mundo, muy diferente de su país de origen y de Europa en general. Una parte considerable de sus sorpresas tenía que ver con la flora y la fauna de las regiones en las que permaneció, y esta impresión fue lo suficientemente fuerte como para impulsarle a describir lo que allí vio. Así, en un informe enviado a Roma, Boym no solo dio cuenta de ello por escrito, sino que también añadió dibujos, que felizmente han llegado hasta nuestros días. En una serie de cinco acuarelas, pintó algunas plantas que le intrigaban, como el anacardo y la piña. También realizó dos hermosos dibujos del hipopótamo.
El padre Boym no permaneció mucho tiempo en África. Muy pronto reanudó su viaje y llegó, a través de la India, a China, donde no prestó menos atención a lo que encontraba a su alrededor. Muchas de sus observaciones se convirtieron en la obra conocida por los eruditos bajo el título Flora Sinensis, que más tarde hizo famoso a su autor. Otro motivo de su fama fue la misión diplomática con la que fue enviado por la corte Ming a Europa. Las cartas de la emperatriz china, escritas en seda y llevadas por él a Roma – una al Papa y otra al General de los jesuitas – se conservan entre los tesoros más preciados del Archivo Apostólico Vaticano y del Archivo Romano de la Compañía de Jesús, respectivamente.
Volviendo a nuestro tema, Boym no fue ciertamente el único autor de informes de este tipo. En el siglo siguiente, el español José Sánchez Labrador (1717-1798), jesuita desde 1732 y misionero en Sudamérica en los años 1734-1767, escribió su gran obra sobre Paraguay tras su exilio en Italia, de la que solo se publicó una parte. Entre sus manuscritos conservados en Roma se encuentran numerosos dibujos de las plantas y animales que había visto durante su estancia en las misiones. Junto al tabaco o el cacao, generalmente conocidos, vemos muchas otras especies de aves, peces, reptiles e insectos. Mientras que algunos son comunes y fáciles de encontrar, incluso hoy en día (al menos en Europa), como la gaviota, otros serían para muchos una curiosidad.
Boym y Sánchez Labrador son solo dos de los muchos miembros de la Compañía de Jesús que describieron y dibujaron la flora y la fauna de sus territorios de misión. La fama de que gozaron las obras de estos jesuitas en el Viejo Continente se explica por su importancia científica, incluso en medicina, donde la difusión del conocimiento de ciertas plantas como la quinina, el mate o el curare, tuvo efectos duraderos.
Pero cabe preguntarse: «¿Por qué la presencia de tales documentos en los archivos jesuitas?». Sin duda, los misioneros de los siglos pasados tenían bastante que hacer, por lo que hay que descartar inmediatamente la hipótesis de la ociosidad como posible génesis de tales escritos. En realidad, la razón hay que buscarla en las instrucciones de san Ignacio mencionadas al principio de este artículo: en diversas ocasiones él, así como sus colaboradores y sucesores, pidieron a los jesuitas que habían partido a lugares fuera de Europa que enviaran información sobre las regiones en las que se encontraban, con el fin de darlas a conocer tanto a sus hermanos como a otros lectores curiosos. Esto sirvió también como una buena publicidad para las misiones y una herramienta eficaz para la promoción vocacional.
Por Robert Danieluk, SJ | ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu) – Curia General
[De la publicación “Jesuitas 2024 – La Compañía de Jesús en el mundo”] t.ly/4Gf37
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