EJI: Volver a pasar por el corazón
Recordar es volver a pasar por el corazón… y volver a dar gracias por lo vivido.
Por Jorge Berli
“Si estás haciendo algo bueno pero sólo… algo estás haciendo mal” nos dijo a los jóvenes, una vez en Córdoba, Ángel Rossi sj. Fue entonces buena señal que hayamos sido 700 los jóvenes de todo de Argentina y Uruguay que nos reunimos el pasado 12 y 13 de septiembre en San Miguel (Bs. As.) en el Encuentro Juvenil Ignaciano (EJI) organizado por la Red Juvenil Ignaciana (RJI). La invitación era para los integrantes de los distintos grupos juveniles ignacianos dentro de estos dos países como G.I.A., el Grupo Misionero, y M.A.S. (en Santa Fe), Castores (Uruguay), Pinceles (Córdoba), M.E.J. y muchos otros voluntariados y apostolados dentro de la espiritualidad ignaciana y el servicio al otro.
Nos unieron momentos de oración organizados por cada delegación de la R.J.I., una jornada de misión, espacios de formación espiritual y la alegría que se palpitaba en cada actividad por estar viviendo todos juntos, con Jesús y su mamá, bajo el cariño de Dios por cada uno de nosotros.
El primer día partimos en grandes grupos, en colectivo o caminando, a diferentes zonas de San Miguel para salir a misionar por toda la ciudad. Luego cada grupo iría en peregrinación al mismo punto de encuentro en común donde celebraríamos la misa por la tarde en una plaza con un gran escenario presidida por el párroco de la diócesis y todos los jesuitas del encuentro. Ya anocheciendo volveríamos en procesión al lugar de San Miguel de donde partimos, Trujui, bendiciendo las casas en el camino, mientras cantábamos y rezábamos con toda la fuerza de la juventud.
En la misión, se repartieron las manzanas de cada barrio cada tres misioneros. Caminando, con mi grupito vimos de lejos un tumulto de 6 personas que se estaban drogando y bebiendo… pronto nos encontramos justo delante de ellos. Apuramos el paso y salimos del lugar lo más rápido que pudimos. Luego de que metros más adelante una casa muy elegante del barrio no nos recibiera, nos resonó la pregunta: ¿no deberíamos habernos quedado con aquellas personas?. “Vayamos y estemos preparados para salir corriendo” concluimos.
De lo que tendríamos que haber salido corriendo son de nuestros prejuicios y haber confiado en Dios sin dudarlo porque nos encontramos con los vecinos que con mayor alegría de todos nos recibieron. Dentro de ellos estaba el hombre que se había drogado y avergonzado de su condición, nos pidió perdón. Nos contó de su vida y yo me reprochaba: ¿quién soy yo para venir a juzgar desde mi historia la vida de esta persona?
Nos dijo que rezaba y que creía en Dios y que se alegraba mucho que haya gente buena como nosotros, que saliéramos a misionar por el barrio. Nuestra sorpresa fue mayor cuando, nos dijo que el Papa de joven lo retaba cuando se portaba mal porque era obispo del barrio y compartía momentos con todos allí.
Dándome cuenta, por fin, mi propósito en el lugar, le expliqué que nosotros estábamos compartiendo a Jesús y que Jesús no había venido a juzgarnos sino a salvarnos. Que no se avergüence de sus equivocaciones porque los que estábamos ahí no éramos menos pecadores que él. Que Jesús nos llama a todos ahora (y todo el tiempo) en el momento en el que estemos y tal como somos. Que fuera dejando atrás lo que lo alejaba de Dios y se animara a seguirlo. Cómo él, los primeros discípulos eran hombres trabajadores que no eran ni los más sabios, ni los más ricos e incluso ni los más limpios, porque eran pescadores, y sin embargo, estábamos ahí gracias a que ellos le dijeron sí. Nosotros como ellos, también estábamos diciendo que sí, con todos nuestros pecados. Puede que como pescadores, al oír el llamado y al decir que sí, lanzándonos desde nuestra barca al agua fresca para seguir a Jesús que nos invita desde la orilla, vayamos lavando de nuestro corazón nuestras impurezas pero eso no nos hace menos pescadores sino más discípulos. Los Jesuitas tienen el corazón tan grande y congregan a esta cantidad de jóvenes porque entendieron ese mensaje de Jesús: que Dios primero nos ama y luego nos invita a que cambiemos y no, al revés. Incluso más: Dios nos ama. Luego vendrá todo lo demás. ¿De qué otra forma podría sino estar un sacerdote celebrando con sus pares la eucaristía con marcas de pintura porque los jóvenes se la habían pintado en la peregrinación? ¿Quiénes son estos locos que bailaron, cantaron y de repente nos enseñaban a rezar en profunda intimidad con Jesús y a enfrentar las preguntas más grandes de la existencia humana? Tienen la alegría del evangelio, de haber entendido el mensaje y de saber transmitirlo a través de sus vidas.
Dice Hurtado sj: “Si me pides la vida, quiero darla contento, si no quieres que muera, quiero vivir sonriendo. Quiero reír, quiero soñar, quiero darles a todos la alegría de amar.”
En el segundo día, continuamos con la formación espiritual y los momentos de oración y de compartir. Volvimos a peregrinar cantando y rezando desde el Barrio de Trujui hasta el Colegio Máximo, donde los 700 jóvenes celebramos la misa de cierre presidida por el Padre Provincial, Alejandro Tilve sj y nuestros jesuitas en un día de sol que nos acogía, sobre la verde extensión debajo de los frondosos pinos, al frente del Máximo. Con este paisaje, es hermoso recordar que somos muchos los jóvenes dispuestos a responder con sinceridad al llamado de Dios. Este V EJI vuelve a mostrar que frente a tanta oscuridad y dolor en la juventud hay tanta más luz entre los jóvenes. Esta luz que no es nuestra, no vence porque seamos más, ya que nunca somos más los discípulos de Jesús, sino porque la luz de Cristo es más fuerte que el pecado del hombre, el pecado siempre limitado del hombre nunca va a superar el amor siempre infinito de Dios.
Contra la oscuridad no se puede luchar, la oscuridad se vence encendiendo una luz. Cuando Ignacio envió a Francisco Javier a Oriente le dijo “Id, inflamad todas las cosas” y ese es un fuego que los jesuitas no perdieron, como dirían de hurtado 400 años después, él tenía “un fuego que enciende otros fuegos”. En este EJI, muchos corazones se nos han vuelto a encender a la luz de un encuentro verdadero con Jesús y con tantos otros jóvenes que comparten el deseo de vivir su vida con Jesús, ahora somos nosotros los que debemos llevar a otros este fuego: en nuestra familia, en nuestro colegio, en nuestra universidad, con nuestros amigos, en nuestro trabajo, en todo… e inflamar todas las cosas.
La idea de Arrupe de los Sacerdotes de la Compañía de Jesús: “No tengo miedo al mundo nuevo que surge. Temo más bien que los jesuitas tengan poco o nada que ofrecer a este mundo, poco que decir o hacer, que pueda justificar nuestra existencia como jesuitas” se puede pensar también sobre los jóvenes: no debemos temer de jóvenes que lleven al mundo a alejarse de Dios, más bien temamos de no tener jóvenes que acerquen el mundo a Dios. Y los jóvenes estuvimos, estamos y vamos a estar siempre que tengamos líderes como nuestros jesuitas, que nos animen a través de su palabra, pero sobre todo, de su testimonio, a vivir un camino de santidad en la felicidad de sentirnos hijos de un Dios que nos ama y nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida.
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