El Árbol Solitario

Ya está a la venta «El corazón del árbol solitario». El autor del mismo, el jesuita español José María Rodríguez Olaizola anima a los lectores a comprarlo y regalarlo, dado que todos los derechos de autor, y todos los beneficios que genere para la editorial, irán a parar a los proyectos de Kike en Camboya. “Así que no me da ningún pudor animaros a comprarlo”-explica.

Es una historia… o mejor, son muchas historias. De gente fascinante. La historia de Kike Figaredo y su trabajo con la gente herida por las minas antipersona. La historia de otros muchos hombres y mujeres, comprometidos en el mismo empeño. Ahí están las dudas de Totet, la pasión de Richie, la tenacidad de Sister Denise… Es también una historia de amistad. Y de compromiso. Ahí está la soledad de unos momentos, la alegría de otros. Ahí está la invencible capacidad de superación del ser humano, capaz de bailar incluso con las alas quebradas… Esta no es solo la historia de otra gente en un país lejano. Es en realidad la historia de cada uno de nosotros en esta batalla que es la vida.

¡Gracias por leerlo!

«Un día le ocurre algo sorprendente. Mientras está apretando la pierna de Vanna, nota las manos muy calientes. Conversa con el muchacho, y le está hablando de la posibilidad de ir a Bangkok, de buscar un médico, hasta de poder amputar esa pierna. Hablan. Se da cuenta de que, en ese momento, su única preocupación real, su único interés, su verdadera intención, es ayudar a Vanna. Que si encontrase una forma concreta de cuidarle mejor, lo haría. Que si supiese cómo o a quién acudir para darle mejor alivio, respuesta u horizonte, lo haría.

Cuando, un rato después, está reflexionando en la terraza de la casa, todo encaja para él. Eso que ha sentido es amor. Ese calor en las manos, al acariciar las heridas, al intentar aliviar el dolor ajeno, al mancharse en la realidad más dolorida, es amor. Amor concreto, real, gratuito. Amor que busca el bien del otro. Amor a los más rotos. Y ese amor, esa preocupación, es Dios. Lo piensa, una y otra vez, y sobre todo lo siente. Si no hay amor en esas vidas rotas, si no hay esperanza, él intentará ponerlo. Poner amor en esos corazones que ahora aún siguen habitados por memorias de soledad, de violencia o de guerra. «Eso que he sentido es amor. Y ese amor es Dios», suena como un mantra en su interior. Y así, en el contacto con esa herida ajena, Totet recobra su propósito, el sentido de su vida, y recupera la fuerza y la convicción de su vocación primera con una hondura que no había sentido nunca antes.» (Fragmento p.91)

 

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