El Colegio San Ignacio apuesta por la Innovación Educativa
Este año, el Colegio San Ignacio (ex Monseñor Isasa) de Montevideo, Uruguay ha comenzado a aplicar una modalidad de enseñanza alternativa a la tradicional, que hace énfasis en el desarrollo de la creatividad, el trabajo en equipo y la proactividad del alumno en el proceso de aprendizaje.
Por Tomer Urwicz
Aún no ha sonado el timbre para ir al recreo y buena parte de los estudiantes del colegio San Ignacio están por los corredores charlando en grupitos, mirando el celular y tirados en el piso. Parece una escena propia de un centro de enseñanza que ha perdido el rumbo y ha cedido el control al libre albedrío de su alumnado. Pero la realidad es bastante distinta. Porque los adolescentes que miran el celular están haciendo cálculos de Física y Matemática, los que están desparramados en el suelo cortan cartón con altos niveles de precisión y los grupos trabajan construyendo pistas para que unas bolitas tomen velocidad y sirvan para estudiar los conceptos de fuerza, distancia y rozamiento.
En el Uruguay que discute cómo cambiar el ADN de la educación, el colegio San Ignacio Monseñor Isasa es uno de los centros que más ha revolucionado la propuesta: no hay deberes, no hay asignaturas y no hay un profesor dictando una clase magistral mientras los estudiantes se aburren en sus bancos.
«Cuando entras en una escuela que está cambiando lo notas al instante: se pasa de un alumno pasivo a uno que toma las riendas de su aprendizaje, se remanga y se pone a trabajar en base a las pistas que le dieron», cuenta Xavier Aragay, un consultor catalán especializado en transformación educativa.
Aragay está convencido de que «en el mundo hay una verdadera primavera pedagógica», y él es una especie de abeja que transporta el polen de las flores que prosperan en Europa para que florezca la innovación en los colegios católicos de Uruguay.
¿Por qué católicos? «La Iglesia ha estado comprometida siempre con la educación; el primer colegio en el territorio uruguayo (cuando aún no era Uruguay) fue obra de los jesuitas; y ha tenido presencia en lugares donde a la educación pública le ha costado llegar», explica Julio Fernández Techera, rector de la Universidad Católica y otro de los impulsores del cambio.
Pero hay otra razón, una que escapa a la religión: la ANEP está siendo más flexible con la pedagogía que impulsan los colegios privados. Puede que haya un riguroso seguimiento de las cuestiones administrativas, pero «no hay un rechazo a las experiencias innovadoras», reconoce Fernández Techera.
Y si bien en esta innovación entra una bolsa enorme de ejemplos —como el bachillerato a distancia del Elbio Fernández, la inteligencia emocional de la Integral o el método Singapur de la escuela 149—, el colegio San Ignacio es el que, sin perder el aval de Secundaria, ha dado el sacudón más notorio.
Adiós aburrimiento.
La grilla de horarios de los alumnos tiene los colores del semáforo. Dos mañanas se trabaja en proyectos del área social (amarillo), otras dos en ciencias (verde) y una sola en artística (rojo). Pero por más que los estudiantes saben qué área toca cada día y qué proyecto ejecutan durante cuatro o seis semanas, recién al llegar a clase se enteran de qué irá esa jornada lectiva.
Unos días antes de jurar la bandera, por ejemplo, los alumnos de primer año fueron presidentes de la República por un rato. O al menos crearon un discurso como si fueran Tabaré Vázquez de cara a una cadena de radio y televisión para el 19 de junio. El proyecto del área social buscaba aprender los pronombres y el uso de la segunda persona para Idioma Español; la revolución artiguista para Historia, la xenofobia y el multiculturalismo de Geografía… pero sin que exista la clase convencional de Historia o de Idioma Español.
Los profesores dedican dos horas, posterior al almuerzo, para la coordinación. Trabajan juntos mientras los estudiantes tienen clases de recuperación, Educación Física o Inglés, las únicas asignaturas que aún permanecen intactas en la grilla.
En esas reuniones de docentes, estos arman los grupos de a cuatro en los que se dividirán los estudiantes (la teoría dice que ese es el número ideal para el trabajo en equipo). Intentan que vayan rotando acorde cambian los proyectos, buscan que dos disléxicos no queden juntos o que el «sabelotodo» pueda ayudar al que viene rezagado.
«Los estudiantes se adaptan enseguida, el problema somos los adultos», reconoce el director general, Guillermo Lemos. «Primero tuvimos que convencernos los docentes, capacitarnos y luego entusiasmar a los padres».
Es que la mayoría de dudas que plantean los padres no son de los contenidos, sino sobre cuánto puede «brillar» su hijo cuando el trabajo es colectivo. «Mi hijo siempre fue un 12, ¿por qué tiene que trabajar por el resto en su grupo», le han llegado a decir a la directora académica Verónica Gallesio.
No obstante, el liceo aumentó su matrícula, en especial por hijos de profesionales que buscan un cambio. ¿Es el correcto?
Lemos reconoce que recién en unos años se sabrá si es la mejor opción. Pero las pruebas que Aragay impulsó en Cataluña revelan que este tipo de métodos baja el abandono e «incrementa en 20 puntos sobre 100 la creatividad y motivación».
El alumno está siempre en el centro
Hace 35 años Howard Gardner publicó su teoría de las inteligencias múltiples. Desde entonces algunos entienden que es tan inteligente quien logra la empatía como quien resuelve complejas ecuaciones. Ahí está la clave de los colegios que están innovando: los alumnos potencian habilidades, se complementan, divierten y no caen por el camino. El consultor Xavier Aragay recordó que «un reciente informe español demuestra que quienes acaban la secundaria tienen un 40% menos chance de quedarse sin empleo. Entonces, ¿cómo podemos permitir que más de la mitad de los estudiantes ni siquiera terminen el bachillerato?».
Constante evaluación y formación
El colegio San Ignacio tiene cerca de un 60% de profesores titulados, cifra similar al promedio de Secundaria pública. Los docentes, por tanto, salen con la misma formación y preparados para una estructura clásica. «Pero desean el cambio», cuenta Verónica Gallesio, directora académica de la institución. De ahí que sean permanentes las capacitaciones y la enseñanza del trabajo en equipo. Y a cada paso, profesores y alumnos tienen que autoevaluarse. Si el día comienza con el lanzamiento de una propuesta, termina con una «pausa ignaciana»: ¿qué aprendí hoy? En paralelo, llenan (al igual que los docentes) una checklist sobre cómo fue el trabajo en equipo.
Fuente: El País Uruguay
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