“EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”

Se nos bautizó, tal como Jesús había indicado a sus discípulos instantes antes de la Ascensión y nos recuerda el evangelio de este domingo, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Eso no es simplemente una fórmula, sino que es, sobre todo, una propuesta de vida. Nuestro bautismo es un compromiso, que renovamos solemnemente al menos en la Vigilia Pascual de cada año, de vivir “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. La fe en la Trinidad y el bautismo recibido en esa fe afecta a toda nuestra vida, de una manera mucho más concreta de lo que muchas veces podamos pensar. Os propongo reflexionar sobre ello.

“Vivir en el nombre del Padre”: ¿qué es, ¿qué significa, ¿cómo se concreta eso? Afirmar a Dios como Padre es afirmar que Alguien nos ha dado la vida con inmenso amor y que alguien cuida de nosotros todos los días de nuestra vida, desde que somos concebidos e incluso después de nuestra muerte temporal. Y hay dos respuestas a ese Dios Padre, las respuestas humanas a cualquier padre bueno: el agradecimiento y la confianza. Agradecimiento por la vida recibida y por su cuidado y cercanía. Confianza plena, más allá de las circunstancias concretas del día a día: el niño pequeño necesita ser acariciado cada día; a medida que nos hacemos adultos nos basta saber que Él está.

“Vivir en el nombre del Hijo”: de ese Hijo que se encarnó y vivió en este mundo, cuyo evangelio conocemos y leemos, que pasó haciendo el bien, con especial cariño a los más pequeños y desvalidos. Un Hijo que convocó a su alrededor discípulos y que nos ha elegido también a nosotros, gratuitamente, y no debido a nuestros posibles méritos. Hay dos respuestas al Hijo que nos ha manifestado el amor del Padre: el seguimiento y la misión. Nos invita a seguirle, a caminar tras Él y al modo de Él por la vida y para ello necesitamos estar cerca, orar para no perderle de vista, participar de su mesa. Pero también nos envía a anunciar lo que Él anunció y a continuar el bien que Él comenzó.

“Vivir en el nombre del Espíritu Santo”: porque el Hijo ascendió, pero no nos dejó solos ni desvalidos; nos envió el don, la luz y la fuerza de su Espíritu. Espíritu que nos capacita para amar como Él amó, para sentir como Él sintió, para transformar como Él transformó. “Vivir en el nombre del Espíritu Santo” supone muchas cosas, pero hoy quiero subrayar sólo dos. Vivir en libertad: ser libres y liberar de todo aquello que esclaviza a la persona humana. Vivir en fraternidad y comunión: construyendo comunión más allá de la humana diversidad de lenguas, culturas, sensibilidades y búsquedas.

Darío Mollá, SJ

@centroarrupevalencia

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