«Es el vaso más vacío, el que recibirá más agua fresca»
Compartimos una nueva crónica de nuestro compañero Joan Morera SJ, desde Mabibo, Tanzania.
«Nuestro «verano» continúa aún por este rincón de Tanzania, donde durante el último mes ha habido bastantes novedades. En primer lugar, quisiera agradecer de nuevo a todos los que estáis colaborando con esta misión a través de pequeñas aportaciones, pronto empezaremos a enviaros más detalles al respecto.
También estamos contentos porque alguno de vosotros ha iniciado los apadrinamientos de los niños más pobres de la escuela, espero que pueda ser un intercambio muy enriquecedor, ¡mil gracias!
Otro motivo de alegría para mí es un cambio contundente: dejo las pantallas para dedicarme a tiempo completo a las personas. Es decir, finalmente la escuela ha encontrado un candidato adecuado para gestionar la sala de informática, y mañana mismo comenzará para mí una etapa muy diferente de estos dos años en Loyola High School.
Una nueva etapa
La nueva etapa de hecho empezó hace una semana, cuando el decano de estudiantes una mañana de lunes me pilló todavía bastante soñoliento y alargándome la mano me dio con la otra un dossier que me despertó de golpe: «¡Buenos días Joan! Eres el nuevo tutor de Form1D. Ahora deberías ir a su clase para controlar su asistencia. ¡Hasta luego!». Todo un reto que me sitúa como educador directo en todo lo que estos estudiantes vivirán en la escuela durante sus dos primeros años: escuchar sus problemas, acompañarlos, alentarlos, corregirlos cuando sea necesario, hablar con los padres (¡hará falta swahili, claro!)… etc. Por ahora trabajo tengo a estudiar sus caras con fotos improvisadas: ¡todos nos parecen iguales, para nosotros europeos!
También he empezado a enseñar la asignatura de Valores, que es un curso propio de la escuela para educar en humanidad. Por ahora he iniciado con entusiasmo enseñándoles la vida de San Ignacio, ¡toda llena de valores! Son católicos, protestantes, musulmanes… Este viernes uno de ellos preguntaba: ¿qué es un santo?
¿Un santo puede casarse? ¡Es realmente precioso poder animarlos en tantas descubiertas!
Aparte de eso, intentaré abrir una segunda oficina de acompañamiento (para estudiantes o profesores/personal), como una especie de «oído» o «pulmón» donde la gente pueda tener algún lugar donde ir ante problemas o para acompañamiento espiritual. También estamos procurando iniciar un taller de interioridad ignaciana (psicología y espiritualidad) para trabajar a fondo con los profesores, ya que el futuro de muchas generaciones dependerá de ellos.
Los miércoles, además, habrá sesión de religión para todos: el colegio entero detiene las clases académicas y se divide por grupos y religiones. Desde el director de la escuela hasta el último profesor se reunirá con grupos de estudiantes para guiarlos y compartir juntos la fe que nos mueve hacia Dios. Es una idea innovadora que estoy seguro que nos hará crecer a todos.
Y finalmente también estoy involucrado en el ICT Club, una especie de taller de nuevas tecnologías donde los límites sólo los pone la imaginación: este viernes ante 40 chicos y chicas que han venido les he presentado tres propuestas llenas de retos: la construcción de hologramas 3D sólo con una cubierta de CD y un móvil (ver foto), la construcción de un proyector de vídeo con una caja de zapatos, una lupa y un móvil, y finalmente un proyecto bastante ambicioso pero apasionante: la construcción de un planetario en el techo de la gigantesca iglesia de la escuela (una cúpula enorme sin columnas). Todo llegará, ya os iré detallando los avances, pero ¡¡a todos (a ellos ya mí) nos brillan los ojos!!
En fin, la escuela va adelante, y prueba de esta esperanza es la foto que os adjunto, Rosemary es una chica extraordinaria que ha conseguido 19 premios en el Día de los Premios Anuales que celebramos ayer mismo. El árbol que tantos alumnos plantan con su esfuerzo dará fruto a su tiempo.
Momentos que dan sentido
En esta circular, de manera excepcional, quisiera alargar hasta una segunda página la explicación porque hay momentos que dan realmente sentido a esta misión, y creo que vale la pena poder compartirlos.
Uno de ellos es la vida de Mohamed (nombre falso para proteger su privacidad). Es uno de los niños que cada fin de semana me enseña swahili. Tiene un gran deseo de aprender inglés, pero todavía no lo habla. Dado que está a punto de terminar Standard7 (equivalente a 6o de Primaria), el próximo año debería comenzar Form1 (1o de ESO), y podría venir a nuestra escuela. Pero su familia vive literalmente en la miseria: la madre sola debe cuidar de 4 hermanos (él y tres hermanas) sin padre ni a penas ingreso. Ella procura vender panecillos de vez en cuando, si no se ocupa de las tareas domésticas. Muchos llevan vestidos rotos, y van descalzos. Viven en una choza muy pobre del lado de la iglesia.
Desde el comité GIA de becas de la escuela hemos querido invitarle a entrar a través de una beca, porque tiene mucha capacidad, es brillante y me entiende todas las explicaciones ya antes de que termine la frase. La escuela de los jesuitas, de hecho, fue primariamente construida para ellos, alumnos capaces y sin recursos. Siendo miembro del comité GIA de becas, ayer entré a visitarlos en su casa para hablar con la madre (en swahili) e intentar explicarle la propuesta de parte de la escuela.
Antes de entrar, pregunté a Mohamed: «¿Cómo se llama tu madre?» Y me respondió: «No lo sé». Esto en esta cultura es bastante frecuente, porque si el primer hijo/a de la madre se llama, por ejemplo, María, ella se pasaría a llamar «Mama María». Sin embargo, no deja de conmoverme que las madres africanas, piedras angulares en la vida de este continente, tan sacrificadas por sus hijos hasta darlo absolutamente todo, acaben por entregar hasta su propio nombre.
La chabola se encuentra en medio del polvo y la suciedad de Mabibo. En el interior, la miseria era omnipresente, tan grande como su dignidad. El techo estaba parcialmente hundido, y mirándolo yo me preguntaba qué pasaría en la siguiente estación de lluvias. Una mesa, un viejo sofá y la televisión -quizás el único que los conectaba al mundo exterior de Mabibo- era todo lo que podría parecerse a las casas a las que estamos acostumbrados. La salida exterior, de 4 metros cuadrados, era un estrecho lugar donde cocinar en el suelo, donde los más pequeños jugaban o se paseaban desnudos, o comían, donde todos pasaban y traspasaban atareados… Más adentro, unos 7 u 8 cubos de agua apilados, que tenían que ir a rellenar cada vez, proveían a las 3 familias emparentadas que vivían concentradas en aquella chabola. Cada familia «vivía» en una sola sala de unos 3×3 metros como mucho.
Me acercaron una silla de plástico y conversamos un rato con la madre. Ella ya conocía nuestra propuesta, Mohamed se la había explicado, pero era necesario un contacto más humano. Estaba muy agradecida, y quería invitarme a comer, pero di las gracias.
Hoy, que me he llegado de nuevo para compartir un poco más de inglés con Mohamed, me ha insistido para comer con ellos hasta que he entrado. Era la primera comida del día: té y un plato de arroz con verdura adornado con un algunos frijoles. Un solo plato compartido por toda la familia. Pero en aquellos puñados de arroz comprendí mucho mejor lo que Jesús hace en los Evangelios: comer con ellos es un signo de comunión que sella algo profundo. Para Jesús, recupera los excluidos, marcándolos con el Reino de Dios. Para nosotros también: un nuevo futuro se abre para el pequeño Mohamed. No soy el autor, sólo una sola pieza del rompecabezas para conectar dos mundos, la chabola y la escuela, y en estos instantes siento felicidad. Instrumento de un Dios que extrañamente está sentado a la mesa con nosotros en esta pequeña choza de Mabibo.
Es el vaso de agua más vacío, el que acabará recibiendo más agua fresca
Acabo este recuento de momentos especiales con una última mirada sobrecogedora: hoy, en la misa del domingo, un padre muy joven balanceaba en brazos a una niña muy pequeña que tenía síndrome de Down. La ternura que los unía no la sabría describir en frases, pero la escena venía coronada por una frase impactante que el hombre llevaba estampada en la camiseta: «Somos lo que repetidamente hacemos. La excelencia, por tanto, no es una acción, sino un hábito. (Aristóteles)». Ser niña, pobre, con síndrome de Down en un contexto como Mabibo podría ser una pesadilla, si no fuera por la caricia cotidiana, repetida, de un padre con principios tan tenaces.
Cuando uno no tiene nada, el amor es más auténtico. Es el vaso de agua más vacío, el que acabará recibiendo más agua fresca. Hoy domingo las palabras del profeta Isaías brillaban como el Sol en el beso de este padre: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15).»
Info SJ
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