“ESTOS SON MI MADRE Y MIS HERMANOS”

La liturgia de este domingo nos presenta un evangelio largo y complejo. Hay en él dos grandes temas. El primero de ellos es el tema de la relación, la tensa relación, de Jesús con su familia: ocupa el comienzo y el final (versículos 20-21 y 31-35). El segundo la discusión entre Jesús y los escribas a propósito de los exorcismos de Jesús (versículos 22-30). No es posible en este comentario abordar los dos temas, por lo que me voy a centrar en el primero de ellos: la relación entre Jesús y su familia.

A su vez, el tema de la relación entre Jesús y su familia tiene en el evangelio de hoy dos momentos: un primer momento en el que los familiares van a buscar a Jesús “pues pensaban que estaba fuera de sí”. Y un segundo momento en el que Jesús ante el aviso de que su madre y sus hermanos le llaman desde “fuera”, responde que su madre y sus hermanos son “los que estaban sentados en corro, a su alrededor”, porque escuchan y cumplen la voluntad de Dios. En ninguno de los dos momentos la familia biológica de Jesús queda bien parada…

Los exégetas hablan de que este texto tiene que ver con las dificultades que los primeros cristianos experimentaban ante el rechazo familiar por sus creencias: también Jesús las experimentó. Este texto les servía de apoyo y ánimo. Tampoco es ésta una cuestión que haya pasado a la historia, ni mucho menos… Esta misma mañana leía una carta de seminaristas al Papa Francisco exponiéndole las dificultades y contradicciones que habían experimentado en su familia por su opción vocacional.

Quiero, con todo, proponer otro enfoque de esta frase de Jesús: “quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Jesús amplía el círculo de su familia, de su intimidad, de su fraternidad mucho más allá de los límites biológicos. Todos los que cumplen la voluntad de Dios son familia de Jesús y deberíamos considerarlos familia nuestra. Más allá de otras, y muchas, diferencias…

Con esta frase Jesús está negando tres discursos nuestros que, en vez de ser incluyentes, como el de Jesús, son excluyentes. Estos discursos hablan de “los míos”, “los nuestros” y “los otros”. Los tres son excluyentes. “Los míos” son aquellos que “me pertenecen” en efectivo o en afectivo y que como me pertenecen a mí nadie puede tocarlos, ni siquiera osar acercarse. “Los nuestros” son aquellos que piensan como yo, actúan como yo, me dan respaldo y seguridad. “Los otros” son los que me quedan lejos, no son de fiar y de los que nada bueno se puede esperar. Pues va a ser que no: que, como dijo una vez Jesús, “el que no está contra nosotros, está por nosotros” (Marcos 9, 40)

Darío Mollá, SJ

@centroarrupevalencia

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