Haciendo balance de mi vida
Joaquín Ciervide SJ
Con mis más de 70 años de edad, uno se pone a hacer evaluación de lo vivido: ¿acerté metiéndome jesuita? ¿atiné pidiendo ir al Congo?
Con sinceridad puedo decir que, globalmente, no me arrepiento de las grandes opciones de mi vida. Si tuviera que empezar de nuevo, volvería a elegir la vida religiosa, la Compañía de Jesús y el misionerismo.
Sin embargo, bien pensado, creo que, en lugar de hacerme sacerdote, entraría en la Compañía como hermano. Eso fundamentalmente no por humildad. Cierto que la humildad tiene un alto valor evangélico pero, a mi modo de ver, la vocación de hermano lleva un aspecto más importante que el de ser un camino humilde. A ver si me explico.
Fui tomando conciencia de lo que quiero explicar, en el Chad, entre los años 2006 y 2013, cuando trabajé primero con los refugiados sudaneses y luego en la recientemente creada red de escuelas de Fe y Alegría. En los dos contextos se trataba de una población totalmente musulmana donde mi trabajo consistía en ayudarles a elevar la calidad de sus escuelas. Allí no cabía anunciar el evangelio. Hacer proselitismo estaba fuera de lugar. Allá las escuelas funcionan en régimen de ‘laicidad’ : en la escuela se educa a los niños sin entrar en la dimensión de la educación religiosa que se da o en la casa o en la mezquita.
Fueron para mí cinco años en los que fui tomando conciencia progresivamente que esa manera de trabajar y vivir, lejos de ser una invalidez, como si me hubiese quedado mudo, era una forma de vida que me resultaba muy evangélica y profundamente satisfactoria. Me sentía feliz con aquella manera de proceder.
Con los refugiados estaba metido en lo que se llama el trabajo humanitario. Son personas que han huido de la guerra, han perdido sus casas, sus pueblos, su país. Hay que ayudarles a rehacer una vida nueva. Y en Fe y Alegria se trataba de algo parecido: pueblos en una situación de gran necesidad.
Alumnos, maestros, compañeros de equipo, prácticamente todos eran musulmanes y, sin embargo, nos sentíamos muy unidos. Nos unía el deseo común de salir de la miseria y desarrollar la humanidad, la cultura, la educación, la instrucción. La Buena Noticia se anunciaba a los pobres por medio de acciones aunque no se nombrara a Jesús.
Progresivamente fui tomando conciencia del valor de esa manera de funcionar. Obras son amores y no buenas razones. En los sermones cabe la hipocresía. En la acción se es más auténtico. Eso por una parte. Por otra, y era lo que para mí era lo más importante, es que, en la acción, yo podía percibir con claridad en mis amigos musulmanes los mismos ideales que yo intentaba perseguir: la compasión, la generosidad, la humildad, la honradez, la sinceridad, la piedad, la alegría. Hassane Awada, Mahmat Nour, Souleyman, eran compañeros con quienes yo me sentía muy unido.
La potencialidad de la acción cristiana en un medio no cristiano fue un bello descubrimiento. Me quedaba por descubrir que esa misma potencialidad es fecunda en un medio descristianizado como éste en el que vivimos ahora, aquí en España. Por aquel tiempo, XX, un voluntario español en nuestra organización, me hizo saber que había perdido la fe, que había dejado de ir a Misa y que se sentía tan feliz como cuando iba a Misa. Lo sentí, pero, pensándomelo mejor, se me encendió la bombilla para ver que yo podía vivir en comunión con XX de la misma manera que con Hassane Awada, ya que XX seguía sirviendo a los demás tan bien o mejor que cuando iba a Misa.
El hermano predica el evangelio por lo que hace, no por lo que dice. Por eso es por lo que, si me tocara volver a vivir, me gustaría ser hermano, de la misma manera que me gustaría tocar la guitarra y bailar, tres bellas cosas que no he hecho en mi larga vida.
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