Hno. Alois de Taizé: Francisco, el coraje de la fe

“Todos, todos, todos”. Estas palabras, entonadas en Lisboa ante una multitud de jóvenes de todo el mundo, salieron espontáneamente del corazón de un papa, Francisco, ya frágil físicamente, pero animado aún por una fuerza interior excepcional. ¡Que todos encuentren acogida en la Iglesia! La Iglesia está al servicio de toda la humanidad, especialmente de los más pobres y vulnerables.


El cambio de época que ha diagnosticado Jorge Mario Bergoglio exige nuevas respuestas a la pregunta: ¿cómo anunciar hoy el Evangelio? Él comprometió decididamente a la Iglesia católica a responder a este desafío. Fiel a su santo patrón de Asís, comenzó destacando la “alegría del Evangelio”, ‘Evangelii gaudium’.

Profunda serenidad

Inevitablemente, vivió momentos de profunda tristeza, pero uno de los aspectos más asombrosos de su persona fue su capacidad para permanecer sereno. Durante una de las primeras audiencias que me concedió, le pregunté cómo conseguía mantenerse siempre así. Me respondió que no lo sabía, pero que así había sido desde que fue elegido. Y añadió que rezaba mucho al Espíritu Santo.

Estoy seguro de que fue su familiaridad con el Espíritu Santo lo que le inspiró a convocar el Sínodo sobre la Sinodalidad. Necesitó el coraje de la fe y una gran libertad interior para convocarlo. Habiendo sido invitado a participar en las dos asambleas generales, puedo dar testimonio del inmenso cambio que ha introducido este Sínodo.

En línea con el Vaticano II, ha hecho pasar a la Iglesia católica de una concepción piramidal a la imagen de una comunidad de todos los bautizados. En fidelidad a la tradición viva, este Sínodo ha abierto las puertas a reformas que harán a la Iglesia más fiel al Evangelio. Puede ser el acontecimiento más importante para la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano II.

Dimensión ecuménica

El Sínodo sobre la Sinodalidad tuvo una fuerte dimensión ecuménica. Una imagen permanece grabada en nuestros corazones: la víspera del Sínodo, en la Plaza de San Pedro, el Papa estaba rodeado de otros 19 líderes eclesiásticos de diferentes confesiones, invocando la bendición de Dios sobre el Pueblo de Dios reunido en oración. Y, para los trabajos del Sínodo propiamente dicho, Francisco se atrevió a invitar a delegados de otras Iglesias, no como simples observadores, sino para que participaran en los debates en torno a las mesas redondas y en las sesiones plenarias.

La valentía de la fe es el sello distintivo del pontificado de Francisco. ¿Hemos prestado suficiente atención a su profunda fe? ¿Comprendemos auténticamente las raíces de su pasión por la renovación de la Iglesia y su compromiso por el bien de la humanidad y de nuestro planeta? Donde más abiertamente habla de las fuentes de su fe y su esperanza es en su última encíclica, Dilexit nos (Nos ha amado), que aún no ha encontrado el eco que merece.

Francisco era discreto, casi reservado, en su oración personal. Pero podemos intuir que llegó tan lejos como era humanamente posible hasta las profundidades de la fe en el amor de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin duda, luchó siempre por volver a confiar en el amor personal de Dios por él, “pecador perdonado”, como se definió al responder a la pregunta de cómo se veía a sí mismo.

Respeto por cada persona

Permanecer cerca de Dios le empujaba literalmente hacia los demás, con total respeto por cada persona. El otro, sea quien sea, es amado con el mismo amor de Dios. Sus acciones y sus palabras brotan de esta fuente. Comenzó la carta que dedicó a santa Teresa de Lisieux con esta cita: “Es la confianza y nada más que la confianza lo que debe conducirnos al Amor”.

En su ministerio de pastor universal, el amor de Francisco se ensanchó a las dimensiones de la humanidad, encarnándose al mismo tiempo en gestos muy concretos, a veces muy humildes, especialmente hacia las personas afectadas por el sufrimiento.

Tenía una capacidad de escucha y de atención extraordinarias. Su capacidad de estar plenamente presente ante las personas y las situaciones era sin duda una expresión visible de su vida interior, constantemente alimentada en la fuente del Espíritu Santo.

Nuestra primera audiencia

Antes de la primera audiencia privada que me concedió, en 2013, estaba un poco preocupado, preguntándome qué podría saber de nuestra Comunidad de Taizé… De hecho, hay que tener en cuenta que era el primer papa desde Pío XI que no había conocido en persona al hermano Roger, nuestro fundador. Qué maravillosa sorpresa fue descubrir que era muy consciente de lo que estábamos viviendo. Y, en otra audiencia, me sorprendió de nuevo haciéndome directamente una pregunta sobre un tema del que habíamos hablado el año anterior, como si retomara una conversación que apenas había sido interrumpida.

La tarea principal de todo papa es fortalecer la fe de sus hermanos y hermanas, y sostener el coraje de la esperanza en la humanidad. Con Cristo, Dios ha puesto los cimientos de una nueva creación. Como una semilla sembrada en tierra buena, esta buena nueva del Evangelio germinó y creció en la vida de nuestro amado Francisco, y luego floreció para el bien de la Iglesia y mucho más allá.

Sus palabras y sus obras, pero también su modo de llevar la enfermedad en la vejez, han sido un testimonio vivo y luminoso del Evangelio. Su ejemplo nos inspira a dejar que el amor de Dios ofrecido a todos fructifique en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean. ¡Gracias, Francisco!

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