Jacob Lawrence. Cuando el arte habla de la vida
Así que, cuando pude, investigué sobre Lawrence. Se trata de un norteamericano nacido en 1917 y fallecido en el 2000. Es uno de los pintores afroamericanos más importantes del siglo XX.
La colección en cuestión llevaba por título The Migration Series. Se ve que está repartida en dos museos, así que solo pude ver la primera.
Me sorprendió mucho saber que la había pintado ya a los 23 años. Pero aún más me sorprendió la colección por su fuerza. Se trata de la migración de afroamericanos en la segunda década del siglo XX de los estados del sur hacia áreas urbanas del país donde pudieran tener más oportunidades.
Las obras parecen tener voz y nos hablan de conflictos sociales e injusticia racial. Pero también de esperanza y belleza. En medio de la realidad de sufrimiento que reflejan, encontramos unos cuadros llenos de color. Si en un primer momento nos impactan lo que expresan, en un segundo nos atrapa el cómo lo hace.
No es extraño que alguno de sus cuadros hayan sido utilizados por entidades que trabajan en el mundo migratorio. Porque hoy podemos volver a ellas para reflejar la situación que vivimos. Un sufrimiento enorme que obliga a un desplazamiento desde un posible no hogar para buscar un lugar que lo sea de verdad. Y, al igual que en los cuadros de Lawrence, dicha situación está llena de color. De un color marcado por las camisetas y los vestidos que nos llevan a pensar en la esperanza escondida y agarrotada de las personas migrantes que espera ser recogida para salir a la luz y poder llenar toda la vida, la suya y la nuestra, de color.
Esta obra me hace recordar otra, de un estilo totalmente diferente, pero también llena de vida. Se trata de la obra de Oswaldo Guayasamín, probablemente el mejor pintor ecuatoriano. Con su arte nos invita a pensar en la defensa de los derechos de los más pobres, especialmente indígenas, negros y niños. Cuando la conocí me abrazó de tal manera que no pude dejar de mirarla. Un arte lleno de expresión, que transmite mucho, tanto en su color como en su forma, en sus ojos, en las manos, las lágrimas, la sangre…
Estos dos artistas, al igual que muchos otros, nos sorprenden. Nos sacan de nosotros mismos y nos invitan a transcender a través de sus pinturas. Hay quienes escriben, quienes hablan, quienes actúan… y otros pintan. Y a través de sus pinceles nos hacen pensar en la vida, nos hablan de realidades que no podemos olvidar y que al mirarlas se instalan en nuestra historia solicitando una respuesta, una opinión, una opción.
Personalmente, me resulta más fácil enganchar con la literatura. Una literatura que también es arte. Una literatura que tantas veces nos hace también salir de nosotros mismos para habitar otros mundos de realidad. Leer así la Biblia es descubrir la fuerza de muchos de sus personajes. Es situarse de otra manera ante la realidad, pues el arte nos invita a transitar de lo que es un reflejo, una expresión a la realidad para habitarla.
Así como he hablado de dos pintores, hay también dos personajes literarios que me fascinan porque me abren a otro mundo. Se trata de dos mujeres.
Por un lado, está Fantine, personaje creado por Víctor Hugo en Los miserables. Esa mujer que sufre todo y más, que padece y malvive, que es ultrajada y matada en vida por conseguir algo para su pequeña. Esa mujer que, vacía, sin fuerza, es capaz aún de presentar su amor para dar un sentido y una misión al protagonista de la novela.
Por otro lado una pareja, Rose of Sharon y su madre. Ambas las encontramos en la magnífica novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Esas mujeres vilipendiadas, que han visto sufrir a su familia, que han padecido su disolución. Pero con un amor y una fuerza inusitada, inesperada, capaces de dar vida, especialmente donde parece que ya no la hay.
El arte, cuando es capaz de transportarnos a la realidad, cuando nos habla de la vida, tiene un sentido y una fuerza tal que no puede dejarnos indiferente.
Os invito a pensar en esas obras de arte, sea pintura, escultura, música o literatura, que os hacen ir más allá, que os invitan a salir al encuentro de un algo más capaz de habitar la realidad y llenar la existencia. Pasear por ellas, pasear con ellas, pasear en ellas para pasear por la realidad, haciéndola nuestra, acompañándola, viviéndola plenamente y con toda la hondura que tiene.
Porque así, cuando el arte habla de la vida y nos interroga, la vida se convierte en arte. Y, como dicen que decía Voltaire, el arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de arte. ¿Cómo será la nuestra? ¿De qué colores, imágenes, estará llena? ¿Qué realidad mostrará? ¿Quiénes están presentes?
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