La «desacramentalización» de la fe
Un artículo de Álvaro Lobo Arranz SJ sobre las consecuencias de la pandemia en la vida espiritual eclesial, a partir de los impedimentos o las nuevas modalidades para la celebración sacramental.
No sin cierta polémica, en casi todos los países del mundo el confinamiento ha impedido a millones de fieles celebrar la Eucaristía, algo que no había ocurrido jamás. Algunos sacerdotes celebraron la misa en privado y la transmitieron de forma virtual, ayudando con la palabra y la imagen a la comunión espiritual y manteniendo así ciertos vínculos comunitarios. No obstante, a pesar del intento de minimizar el efecto, el pueblo de Dios ha tenido que sobrevivir espiritualmente sin la práctica habitual de los sacramentos, al menos de forma continuada. Aquí no solo está en juego la relación con Dios, también lo está con la Iglesia, con la comunidad y con uno mismo.
Cuando todas las restricciones hayan concluido, es posible que bastantes cristianos vuelvan a los templos fortalecidos con una fe que se alimenta de los sacramentos, y este particular ayuno les habrá servido para darse cuenta de su importancia. Lamentablemente, esta «desacramentalización» temporal supondrá ciertos problemas para algunas comunidades cristianas y unos cuantos fieles se desengancharán por el camino, sencillamente porque el hábito forja la virtud. Pienso en parroquias cuyos feligreses tienen una salud delicada y que salir a la calle y estar con gente se puede convertir en una actividad de riesgo. También en el caso de los padres que tratan de educar a sus hijos en la fe con cierta dificultad, y tienen que volver a convencerles de la importancia de cuidar la Eucaristía tras varios meses de ausencia. Qué decir de las comunidades de jóvenes que se están formando y que pierden las rutinas que favorecen la práctica sacramental o algunas personas -tal vez con dudas de fe, miedo o sobrecarga de trabajo- que han perdido el sano hábito de celebrar los sacramentos cada semana y ahora se cuestionan su pertenencia a la Iglesia.
Además, conviene señalar que la dificultad no se reduce solo a la celebración de la Eucaristía. La actividad pastoral requiere una gran inversión de tiempo y de imaginación, porque se pretende crear procesos en las personas. Con esta pandemia este trabajo se puede haber visto interrumpido, y en algunos casos tocará recomenzar de cero. Asimismo, habrá que repensar las liturgias, encuentros y celebraciones sin el calor de la muchedumbre -procesiones, grupos, retiros, oraciones multitudinarias, conferencias, Jornadas Mundiales de la Juventud…- que hasta dentro de un tiempo no podrán celebrarse como siempre se ha hecho y alimentaban la fe de mucha gente.
Sabiendo que nuestra fe católica pivota sobre una vida sacramental, estamos ante la urgencia de rediseñar nuevas propuestas pastorales que satisfagan la vida espiritual del Pueblo de Dios y que entretejan de nuevo lazos comunitarios, y esto supone un sobreesfuerzo y una exigencia creativa para agentes pastorales que en ocasiones no dan abasto. Esto ya ocurre en algunas partes del mundo debido a la escasez de sacerdotes, el matiz es que hoy por hoy muchas comunidades tienen que actualizarse a marchas forzadas tras varios meses de ausencia de celebraciones presenciales. Afortunadamente todavía queda tiempo, motivos y creatividad suficiente para celebrar la vida.
Fragmento de: Álvaro Lobo Arranz SJ “Secuelas espirituales del Covid 19. Una experiencia de crisis y esperanza (2021-06-04. https://www.laciviltacattolica.es/)
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