Llegó el Resucitado – Palabra de CPAL de Abril
Compartimos la Palabra de CPAL del mes de abril, que el Presidente de la Conferencia envía a toda Latinoamérica.
Por Roberto Jaramillo SJ
Comenzamos el mes de abril en domingo de resurrección, como una señal que nos invita a refundar nuestra vida sólo en el Resucitado conduciéndola, con mente y corazón renovados, hacia tiempos y formas de proceder nuevas.
En la semana santa no fue difícil actualizar de diversas maneras la pasión del Señor. Signos de Su crucifixión se hacen visibles en nuestra realidad cotidiana: son tiempos de autoritarismos e irrespeto de las voluntades populares sin importar programas políticos; tiempos de hegemonía del capital y de políticas ultra-liberales que parecen gobernar el mundo entero, tanto en lo público como en lo privado. Son tiempos de divisiones sociales (y aún familiares) atizadas intencionalmente por grupos aferrados al poder a través del miedo, la mentira y el prejuicio contra el ‘otro’, el ‘diferente’. Tiempos de acciones absurdas como hacer explotar una bomba en un supermercado atestado de gente, o asesinar a una mujer por ser negra, y por pertenecer y defender a grupos sociales marginalizados.
Son tiempos de miseria, enfermedad, hambre y desesperanza que llevan a miles de personas a dejar su propio país y arriesgarse en los caminos buscando una nueva vida en culturas diferentes. Tiempos marcados por la corrupción y la deshonestidad entre los grandes -pero también entre los pequeños- en el día a día, como si se tratara de un verdadero cáncer que destruye los fundamentos de la convivencia entre los hombres: la posibilidad de confiar en la palabra. Y tantas otras cruces, grandes y pequeñas que hay en nuestra vida y la de nuestras sociedades e instituciones.
Vivimos, sí, en tiempos sombríos. Para nosotros, los cristianos, la mayor tentación es la resignación: renunciar al momento decisivo de la resurrección – ‘tirar la toalla’. Pero las celebraciones de la Semana Santa encienden nuestro corazón y nos invitan a no a reproducir el discurso triste de los que van a Emaús alejándose de la comunidad (Lc. 24), sino a volver con renovada alegría y entusiasmo al camino del evangelio.
“A los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte una luz les brilló” (Is. 9,2). La luz del Niño que nació en el pesebre es la misma del crucificado-resucitado que venimos de celebrar: “él nos ha rescatado de las tinieblas del pecado y nos ha trasladado al Reino de su Hijo, el Amado” (Col. 1,13)
Es este el momento de demostrar que, como cuerpo apostólico hemos sido salvados en y por el Resucitado. Que allí donde vivimos división y autoritarismo somos capaces de sembrar con nuestra vida perdón, escucha, reconciliación y participación. Que allí donde se excluye a los otros porque piensan diferente o tienen otro color de piel, somos capaces de reconocer el multiforme don de Dios y acogerlo y celebrarlo. Que allí donde el mundo grita e infunde -casi ciegamente- división, sospecha, individualismo, nacionalismo o proteccionismo, nosotros hacemos realidad el entendimiento, el diálogo, la búsqueda en común, la acogida del otro en su particularidad y con sus derechos.
En un mundo como el que nos toca habitar, sólo viviendo a contracorriente podremos dar testimonio de esta verdad y vivir en la alegría de ser salvados.
Incomodar, ser criticados y perseguidos, dar la vida como diario sacrificio (quien sabe: martirialmente, como nunca lo imaginaron Rutilio Grande o Mons. Romero) pueden ser señales de que ‘algo nuevo’ irrumpe y despunta en nuestras vidas.
¡Felices Pascuas para todos y todas!
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