¿Lo Publico, Luego Existe?

Para reflexionar sobre el impulso-necesidad de difundir material visual que exponga, a veces demasiado, a las personas involucradas.

Por José Fernando Juan

Saltan las alarmas. Corre la noticia. Y lo primero que hacemos muchos es buscar directamente en las redes sociales. Una palabra clave y luego a consumir información, casi sin filtros. Mensajes, fotografías e incluso vídeos, en los que no sabemos lo que nos podemos encontrar. Supongo que nadie pretende fotografiar la barbarie con la misma intención que desenfunda el móvil para guardar una puesta de sol, o una flor, o a su propio hijo. Pero es instintivo en la cultura (digital) de la imagen. Tanto capturar el momento, como difundirlo, y por supuesto consumirlo.

¿Dónde está el problema?

Las razones que se dan para no hacer las fotos ni vídeos son diversas. Van desde la falta de sensibilidad y respeto para las víctimas hasta impedir que los asesinos dispongan de información sobre la situación de la policía. Añadir que, siendo tan rápida y tan viral la comunicación en situaciones así, ciertamente pueden llegar a manos de familiares que todavía no saben nada de los suyos antes de comunicaciones oficiales. Por otro lado, hay que recordar el derecho que toda persona tiene a velar por su propia imagen e identidad, en cualquier circunstancia.

Por otro lado, quienes defienden su publicación y difusión, especialmente dentro del periodismo, consideran que es parte de su obligación profesional de informar con detalle y veracidad. De modo que, en una cultura como la nuestra, cada vez más digitalizada, el alcance de la imagen y el vídeo es mucho mayor para su propósito que la mera palabra. No usar filtros ni difuminar partes de la imagen, siempre que no atente a los derechos de las personas, como pueda ser el caso de menores.

En la cultura digital

Este es, a mi entender, un caso más de otros tantos verdaderamente graves en los que se manifiesta un cambio de época, para el que no hemos sido educados y que no deja de transformar la realidad como antes la vivíamos. Por lo tanto son razonables tanto los debates como la diversidad de opiniones.

No será fácil poner límites. Se pueden implementar herramientas digitales que reconozcan elementos y discriminen permisos en las redes sociales para que sean compartidas. Pero con los vídeos en directo el análisis es más complejo. Hoy por hoy, toda persona con un móvil en la mano se convierte en una especie de periodista a pie de calle, allí donde el profesional muchas veces desearía estar para hacer bien su trabajo.

La necesidad de estar informados. Me pregunto por qué ciertas imágenes se convierten en virales, cuando la necesidad de estar informados no contempla estrictamente esta opción. En estos casos se produce un efecto para el que, insisto, no estamos todavía educados. Puedo ver una imagen sin compartirla. O compartir información usando otros elementos.

Respeto a la imagen e identidad de los demás. No suele haber problemas, pero es verdad que consideramos que es nuestro derecho hacer las imágenes que queremos y que entra dentro de la libertad de expresión poder hablar en la red. El problema de este debate sobre la endiosada libertad individual es desprenderla de su pareja la responsabilidad, especialmente con los demás antes que con la información.

Ayudan a tomar conciencia. La barbarie existe. Hasta que no se ve cerca, muy cerca no se cree ni su horror, ni su devastación. Nuestra generación desconoce en propia carne la crueldad de la guerra y el odio extremo, mientras que otras personas en otros lugares del mundo conviven con ello lamentablemente a diario. La guerra, a la generación digital, le es ajena. Pero olvidar que siempre es posible semejante grado de deshumanización y exterminio de la dignidad humana, es también parte del mal. Por desgracia, insisto, hasta que no se palpa, no se cree. En este sentido considero que son estrictamente necesarias, tanto como lamentarse, llorar y sobrecogerse con ellas.

Mirar, no dar la espalda. Educar la sensibilidad, dicho de otro modo, para acoger a quien sufre sintiéndose cercano. ¿Estas imágenes educan? ¿Conducen al odio o nos vuelven más empáticos? ¿Es justificable racional y humanamente mirar para otro lado, no querer ver, no dejar que otros vean lo que sucede? ¿No es una forma también de callar, de no dejarse herir por lo que ciertamente hiere profundamente, de no saber, de no entender la magnitud de lo que está pasando?

Las imágenes también engañan. Argumento pobre sería el contrario. Ante una imagen es necesario igualmente usar el sentido crítico, atrofiado por la avalancha de consumo digital en el que vivimos, y discriminar. Es parte de la responsabilidad del profesional mostrar del mejor modo lo que hay y se puede ver, y no siempre ejercen este deber con finura. Como también es parte de la obligación de quien se informa de hacerlo pensando y reflexionando, y en casos como este además meditando e incluso rezando si tiene fe. Alcanzar una verdad es dejarse impactar por ella. Y no pocas veces duele.

Fuente: Entre Paréntesis

 

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