Miserando Atque V: San Agustín
Continuamos compartiendo materiales de la serie miserando atque, para seguir reflexionando y ahondando más en el misterio de la Misericordia de Dios.
Por Santiago Insunza, OSA
“La grandeza de Dios es su misericordia” – (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan 14, 5).
Víctor Frankl afirma que “la esencia del hombre es ser doliente”. Negar o disimular la propia fragilidad es una salida común, pero poco sabia. Las situaciones de vulnerabilidad se multiplican y los hombres y mujeres atrapados por el sufrimiento físico o moral nos muestran constantemente el verdadero rostro de la vida humana. Este diagnóstico no es la conclusión de una mirada hacia los demás, sino una sincera confesión personal. “Pesada desdicha oprime al género humano y él necesita la misericordia divina”. (Manual de fe, esperanza y caridad II, 7), escribe san Agustín.
El obispo de Hipona vive en su propia biografía la misericordia de Dios, se siente acogido por ella, y esta experiencia le lleva a que temas como el perdón o la compasión sean recurrentes en su predicación. El gesto más claro de la misericordia de Dios es que Cristo haya venido a nosotros (Sermón 144, 3). “¿Qué mayor misericordia que darnos a su Único, no para que viviera con nosotros, sino para que muriera por nosotros?” (Comentarios al Salmo 30, II, 1, 7). Expresa esta misma idea de forma plástica en el Sermón 229 E, 2: “¡Gran misericordia y honor que el médico haga de su sangre nuestra medicina!”.
A Dios se le paga su misericordia compadeciéndose de los desdichados (Comentarios al Salmo 88, 1, 25). “¿Qué es la misericordia, sino cierta compasión de nuestro corazón por la miseria ajena, que nos fuerza a socorrerlo si está en nuestra mano?” (La ciudad de Dios IX, 5). “Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón” (Sermón 358 A)
San Agustín utiliza muchas veces la expresión “obras de misericordia”. Ponerlas en práctica equivale a comportarse como quien reconoce el señorío de Dios (Comentarios al Salmo 146, 15). El aprendizaje de la propia debilidad, por ejemplo la del náufrago o la del esclavo, es escuela y espuela de misericordia hacia el prójimo: “Ahora, en este tiempo de fatigas, mientras nos hallamos en la noche, mientras no vemos lo que esperamos y caminamos por el desierto hasta que lleguemos a la Jerusalén celestial, cual tierra de promisión que mana leche y miel; ahora, pues, mientras persisten incesantes las tentaciones, obremos el bien. Esté siempre a mano la medicina para aplicarla a las heridas prácticamente cotidianas, medicina que consiste en las buenas obras de misericordia. En efecto, si quieres conseguir la misericordia de Dios, sé tú misericordioso”. (Sermón 259, 3)
Lo que sea presunción, arrogancia o autosuficiencia es pura representación. La gente es frágil y acercarse con mano blanda a los demás es ejercer el arte de la misericordia. Tiene apariencia de una palabra dulzona y paternalista, pero exige talla humana, madurez de espíritu, sensibilidad crecida. Un problema compartido queda dividido por dos. Por el contrario, masticar a solas una contrariedad produce empacho y dolor añadido.
Los dramas de la sociedad humana –la de ayer, la de hoy y la de siempre– hacen necesario y urgente que ahora sea el tiempo de la misericordia (Comentarios al Salmo 2, II, 1, 10).
Fuente: Entre Paréntesis
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