Misión de Pascua en S. José de Boquerón
Durante la Semana Santa, un grupo de 133 misioneros del Colegio del Salvador integrado por alumnos de 4° y 5° año, exalumnos, docentes y jesuitas, participó de la Misión en la parroquia jesuita de San José del Boquerón. Distribuidos en 7 comunidades, compartieron encuentros profundos con la gente del monte, donde se hizo presente el Dios de la vida. Por la mañana se visitaron casas de familias y por las tardes se realizaron talleres de Catequesis para niños, jóvenes y adultos.
Algunos misioneros comparten la experiencia vivida durante esos días:
Patricio Penna | Camada 149
Fue una linda semana en lo profundo del monte santiagueño, allí en Boquerón. De los pueblos en que nos ubicábamos esparcidos en grupos, yo estaba en Boquerón Centro, probablemente el destino más urbanizado de los que andábamos. Un pueblo humilde, atravesado por una ruta entre los barrios, y poblado de una hermosa gente que nos recibió todos los días a lo largo de las distintas visitas, dispuestos a escucharnos y contar sus historias, abriendo sus puertas a los misioneros con una tortilla de pan caliente y un mate (dulce), para hacernos sentir bienvenidos. En esas mañanas caminando entre las calles de tierra y tocando la puerta de los vecinos se escondía el cariño y la natural hospitalidad con que nos recibían, que durante los días se iba acumulando, entre felices sonrisas, invitaciones a comer.
Las tardes se basaban en tomar este cariño acumulado para darlo y potenciarlo con los niños que siempre a partir de las 17.00 iban hasta la puerta del club donde parábamos cómodamente (El Ceibal), para revolcarse entre juegos, canciones, fuertes abrazos, una catequesis interactiva, y cerrando siempre con una celebración de la palabra.
Las mañanas y el final de las noches eran para una pausa en el día, esencial momento espiritual para ubicarse en las sensaciones de uno y motivarse para continuar con esa viva energía que nos movía cada día en este raro circuito del cariño que se daba en estos barrios.
Como exalumno del colegio, encaré todo esto en una primera experiencia de la que nada sabía más que cómo, todos los que la vivían volvían de alguna manera transformados y estoy feliz de poder decir que puedo sentirme identificado con esa experiencia, esperando nunca olvidar nada de lo aprendido durante esta semana en donde la misma frase que uno escucha siempre sobre cómo “es más feliz quien menos necesita que el que más tiene” realmente vive en cada mirada. Ni una ducha en cada casa, ni señal en todos lados, pero las sonrisas que perduran son las que nos han dejado emocionados.
Agustín Pagliere | Camada 150
Pasada ya casi una semana desde la vuelta de la Misión, luego de haber procesado la experiencia en mi mente y, principalmente, en mi corazón, teniendo en cuenta todo lo que eso significa, toca hacer un testimonio escrito. Se me hace muy difícil poner en palabras todo lo vivido en la semana y, seguramente, deje atrás alguna que otra cosa. Más difícil es elegir las palabras correctas para expresar esto. Voy recordando, a medida que escribo, las mejores anécdotas de esta experiencia. Las risas, las compartidas, los silencios, los llantos, los juegos; en fin, todo aquello que me hizo feliz. A mí me tocó nuevamente ir al pueblo de Chañar Bajada, hecho del cual estoy muy agradecido. Al llegar allí, sentí una tranquilidad en mi interior que nunca había experimentado. Fue como estar seguro de haber vuelto a un lugar muy querido, el cual extrañaba demasiado. La gente, al igual que el año pasado, nos recibió con mucha alegría. Se notó que nos estaban esperando hace mucho tiempo, así como también nosotros esperábamos la vuelta al pueblo. Llegué a la Misión con un objetivo muy claro y relacionado con mi fe en Dios. Siento que cumplí con esa meta propuesta y espero poder mantenerla todo el año. Una vez más, la gente de Chañar Bajada me volvió a sorprender y me dejó sin palabras para describirlos. Aprendí de ellos muchas más cosas que el año pasado, supongo que mi madurez a lo largo del año influyó en eso. Volví a ver en ellos la esperanza, la fe en que siempre se puede salir adelante, que no hay problema alguno que pueda ser más fuerte que nosotros si tenemos amor y personas que nos quieran alrededor nuestro; en ellos volví a ver a Dios. Porque eso es lo que encontré allá. Personas que, a pesar de todas las dificultades que puedan haber, se tienen el uno al otro y se ayudan mutuamente, con cariño, respeto y amor. Como bien dijo un compañero de 4to año, ellos son muy ricos en su pobreza mientras que nosotros somos muy pobres en nuestra riqueza. Creo yo que esa es la principal diferencia entre ellos y nosotros. En cuanto al grupo, se dejó muy en claro que fuimos muy unidos y sólidos como tal. Reforzamos muchos vínculos y, por suerte, forjamos algunos nuevos. Pasamos la semana entre risas, compartidas y llantos (algunos de alegría y otros de tristeza por la despedida), pero siempre sosteniéndonos el uno al otro, tratando de imitar así al máximo a la gente de Chañar. Lo único que me queda por hacer ahora es agradecer a Dios, a mis padres, al Colegio y al grupo, pero especialmente a la gente de Chañar Bajada. Ellos hacen que cada año aprenda algo nuevo y crezca como persona de forma integral. Porque aprender se aprende de todos, de los más viejos hasta de los más chicos. Y eso es algo que por suerte he tenido muy presente en este último tiempo. Dejé el pueblo con mucha tristeza pero a la vez muy contento de saber que lo que fui a hacer allí dio muchos frutos. Espero poder volver el año que viene, con la esperanza de encontrarme con los mismos rostros, los cuales nunca en mi vida voy a olvidar.
Fuente: Colegio del Salvador
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