¡Oh buen Jesús, óyeme!
Claro, Tú siempre lo haces, aunque no te lo implore.
Estás siempre atento a mi súplica y a mi agradecimiento.
Conoces mis necesidades, mis carencias y mis fallas. También conoces mis dones, mis aciertos y mis luces.
Oyes mi voz entre todas las que se alzan hacia ti, porque me conoces y me amas en lo individual. Me oyes con amor y compasión ya que conoces mis afanes.
Siempre me oyes, aunque me sienta solo y crea que mis palabras se las lleva el viento. Oyes mi voz por encima del incesante ruido frenético de mi vida apurada. Me oyes aunque mis peticiones, cuestionamientos, dudas y reclamos sean más frecuentes que mis agradecimientos. Me oyes incluso cuando la opresión de la injusticia dificulta la salida de mi voz. Oyes mi llanto ante la tragedia y la desigualdad que sembramos en el mundo.
Quiero aprender a escuchar como Tú.
Quiero aprender a escuchar a mi prójimo. A no gritar por encima de sus palabras, ni ahogar su voz con mis prejuicios y mis pendientes. Quiero aprender a oír sus palabras con solidaridad, compromiso y encuentro.
Quiero aprender a escuchar como Tú.
Quiero aprender a escucharme y estar atento a mis palabras. Que sean siempre de aliento y consuelo. Que lo que oiga salir de mi boca no cause dolor. Que no sean palabras de desánimo o calumnia que separen.
Jesús, soy yo quien necesita oírse, quien necesita escucharse, ya que Tú siempre lo haces.
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