Paulo Suess: “El Conjunto de la Iglesia no tiene un Rostro Amazónico”
En entrevista para Vida Nueva, el teólogo y misionólogo brasileño analiza los desafíos pastorales del Sínodo para la Panamazonía. “La Iglesia amazónica tiene la tarea de sacudir la conciencia eclesial, que debe repensar su herencia colonial hasta hoy”.
PREGUNTA.- ¿Qué podría ofrecer el Sínodo para incentivar la misión evangelizadora de la Iglesia en medio de los pueblos de la Panamazonía?
Tal vez sería bueno recordar las Conclusiones de Puebla, en 1979, cuando se afirmó una antigua doctrina de la Iglesia: “Cuando (los cristianos) anuncian un Evangelio sin conexiones económicas, sociales, culturales y políticas”, se trata de una “mutilación” y de una “confabulación –no obstante que inconsciente– con el orden establecido” (DP 558). El anuncio de un Evangelio no ‘mutilado’ o, dicho positivamente, de un Evangelio que realmente es buena noticia de solidaridad divina y humana, exige una nueva proximidad a los pueblos, no solamente una adaptación ritual o doctrinal. La proximidad de la encarnación es una proximidad a la vida integral del otro, desde el nacimiento hasta la muerte. Fraternidad significa proximidad en las luchas por la vida.
¿Cómo se da, actualmente, la participación de los pueblos indígenas en los procesos de evangelización en la Panamazonía?
Hay diferentes grados de aproximación entre los pueblos indígenas y la Iglesia católica. Por las distancias y por opción, no todos estos pueblos pertenecen a una Iglesia. Viven su religión ancestral que los mantiene unidos y preparados para vivir en su territorio. Con el llamado ‘proceso civilizatorio’, una religión regional no encaja en un mundo globalizado que amenaza todos los espacios regionales. En esta situación, los pueblos indígenas pueden ‘mundializar’ su propia religión o asumen una religión que les permita permanecer indígenas y ciudadanos del mundo. Es un proceso difícil de autoafirmación y participación en las nuevas circunstancias históricas. Los pueblos indígenas pertenecientes a la Iglesia por el bautismo están lejos de una plena participación en los procesos de evangelización, debido a una “reserva ministerial”. Esa reserva o restricción ministerial es mantenida a través de patrones culturales, en la formación, impuestos universalmente a las iglesias particulares. Para el acceso a los ministerios de liderazgo eclesial más decisivos, como el de los presbíteros u obispos, la Iglesia exige, además del celibato, formación académica, culturalmente inadecuada y económicamente inaccesible a los pueblos indígenas.
En esta crisis de la selva amazónica, pulmón de capital importancia para nuestro planeta, ¿como pueden los pueblos indígenas ser los guardianes de esta selva para la sana respiración del mundo entero, siendo excluidos del liderazgo religioso decisivo de su Iglesia? ¿Cómo pueden vivir políticamente autodeterminados y eclesialmente tutelados? En sus comunidades de bautizados sin Eucaristía, se encuentran líderes de la Palabra, responsables de algunos ritos y, sobre todo, de los cultos dominicales que sustituyen la Misa, catequistas que preparan la visita esporádica de un sacerdote, y, a veces, diáconos que pueden administrar el bautismo y, en algunos casos, con el permiso del respectivo obispo, asistir a los matrimonios.
Con todo, el conjunto de la Iglesia no tiene un rostro amazónico, ni sus sacerdotes, ni sus misioneros, ni sus doctrinas, ni, cuando ocasionalmente acontecen, sus celebraciones eucarísticas. El pequeño núcleo autóctono de la Iglesia amazónica, de líderes eclesialmente secundarios, y el pueblo de los bautizados tienen la tarea de sacudir la conciencia eclesial que debe repensar su herencia colonial hasta hoy. Para los pueblos indígenas, el problema de una Iglesia alienígena (blanca), no es el color blanco de sus representantes, sino la incapacidad de ellos de hablar su lengua, conocer su pasado, comer su comida y comprender su pensamiento.
Ante la escasez de vocaciones sacerdotales y misioneras: desde el punto de vista pastoral, ¿qué se necesita para garantizar la misión evangelizadora y profética de la Iglesia en la Panamazonía ante la escasez de vocaciones sacerdotales y misioneras?
Para transformar la parroquia administrada por “una pastoral de mera conservación hacia una pastoral decididamente misionera” (DA 370), configurada por una “comunidad de comunidades”, la 52ª Asamblea General de los Obispos de Brasil, en el Documento 100 de 2014, escogió, siguiendo el Documento de Aparecida (2007), la palabra clave de la “conversión pastoral” (DA 366; 368). Si nosotros nos preguntamos qué es necesario para garantizar la misión evangelizadora de la Iglesia en la Amazonía, entonces es la conversión que exige abandonar la ‘pastoral de mera conservación’ y ser “osados y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las respectivas comunidades” (EG 33).
Después de la conversión es preciso una nueva articulación entre evangelización e inculturación. Evangelización e inculturación no son dos disciplinas o actividades pastorales distintas, una teológica y otra antropológica. Desde la encarnación del Verbo, también la Buena Nueva está encarnada en las culturas humanas, y sin la encarnación del Verbo no habría Buena Nueva, ni evangelización, ni iglesia autóctona. Habría evangelización e iglesias coloniales. Según la Lumen Gentium (n. 8), en el paradigma de la inculturación, se trata de la convergencia entre “el elemento divino y el humano”, por lo tanto, de “una no mediocre analogía”. Anunciar un Evangelio no inculturado significaría anunciar la salvación sin encarnación. Con el Vaticano II y con Aparecida, la Iglesia panamazónica finalmente tendrá la oportunidad de ser asumida por la Iglesia universal como “casa de los pobres” (DA 8; 524) en busca de “nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas” (DA 369).
El tercer paso, que se espera del Sínodo, será la transformación de las estructuras que deben tener en cuenta las grandes distancias de la Amazonía y de las comunidades insertas en ella, la gran diversidad de una región donde se habla, entre 30 millones de personas, más de 240 lenguas diferentes y el 70% de las comunidades no tienen eucaristía dominical. Aparecida habla de la carencia eucarística, pero aún no tenía el coraje de hacer propuestas concretas (DA 100e). También en su Carta del I Encuentro de la Iglesia Católica en la Amazonía Legal, del 2 de noviembre de 2013, los obispos de la región lamentan: “Nos causa un profundo dolor ver millares de nuestras comunidades excluidas de la Eucaristía dominical. La mayoría de ellas solo tiene la gracia de celebrar el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor una, dos o tres veces al año”. ¿Por qué hay esta carencia eucarística en la Amazonía? Porque no hay suficientes presbíteros para estar presentes en las comunidades. Los criterios para escoger a los presbíteros no están adaptados para la Amazonía. En vez de dejar a las comunidades sin Eucaristía, necesitamos cambiar los criterios para los ministros autorizados para celebrar la Eucaristía. Ahora es el momento de encaminar un ministerio presbiterial para la Amazonía, o desde la Amazonía para el mundo.
En la Iglesia primitiva eran los ancianos quienes celebraban la Eucaristía. Retomar esta antigua tradición, hoy reflejada con la sigla de viri probati, seguramente va a ser una propuesta del Sínodo. La Iglesia, que es el sacramento de vida, asume colectivamente esa carencia y la sana colectivamente: un grupo de viri probati celebra en conjunto la Eucaristía. La Iglesia los convoca y le encarga hacer comunitariamente, lo que ninguno de ellos puede hacer solo. El vínculo con la comunidad y para la comunidad, al interior de una diócesis y parroquia, va a hacer de la Iglesia local una “comunidad de comunidades” (DSD 58, DA 309)
Fuente: CPAL Social
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