Por las vocaciones a la vida religiosa
A comienzos del mes de septiembre, el Consejo Ampliado del General se ha reunido durante una semana para trabajar en torno a un tema central: “La vocación jesuita hoy: su sentido, su manera de vivirla y su promoción”. El viernes 11 de septiembre, la jornada finalizó con la celebración de la Eucaristía. Compartimos la homilía del P. Arturo Sosa para esta ocasión.
Por: Arturo Sosa, SJ – Padre General de los Jesuitas.
La premisa es muy sencilla. Nos la recordó claramente la CG 34 (decr. 10,1): sin vocaciones a la Compañía de Jesús la misión de reconciliación y justicia, las preferencias apostólicas universales, la colaboración con otros dentro y fuera de la Iglesia… se hacen simplemente imposibles.
Si le encontramos sentido a nuestra vida religiosa y a nuestra vocación a la Compañía de Jesús, si amamos esta vida que hemos elegido para seguir a Jesús, estaremos muy motivados a promover este precioso carisma que el Señor regaló a su Iglesia, a través de San Ignacio y los primeros compañeros, del que actualmente somos nosotros responsables. Vale la pena recordar como terminan las Constituciones de la Compañía de Jesús en las que Ignacio plasmó las características básicas del carisma recibido. La Décima parte principal se titula: De cómo se conservará y aumentará todo este cuerpo en su buen ser.
Conservar y aumentar no se refiere, en primer lugar, al crecimiento del número de jesuitas o de sus obras apostólicas, sin olvidar que siendo abundante la cosecha de la viña del Señor hacen faltan muchísimos obreros y que Él no cesa de salir en su busca. Las Constituciones se refieren “al espíritu de ella, y para la consecución de lo que pretende”, es decir, al carisma y a la misión que dan sentido al cuerpo, su vida y sus acciones. Sólo un cuerpo que aumenta en su buen ser es capaz de atraer a quienes escuchan la llamada del Señor a trabajar en su viña con el estilo de vida y trabajo de la Compañía de Jesús.
Los primeros compañeros escucharon y eligieron la llamada a hacerse compañeros de Jesús como los apóstoles. Cuenta el evangelista Marcos (3,11-15) que Jesús “Subió a la montaña y fue llamando a los que él quiso y se fueron con él. Nombró a doce a quienes llamó apóstoles para que convivieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios.”
Convivir con Jesús es la condición para ser enviado. Por eso son “los medios que juntan al instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano” [C. 813] los más eficaces para vivir y promover nuestra vocación. La familiaridad con Jesús en la oración personal y la Eucaristía es la condición para hacernos compañeros en misión, para que, como señala San Pablo a los Corintios, predicar el evangelio sea una necesidad interior y no una fuente de privilegios o vanidad.
La lectura del evangelio de Lucas que escuchamos hoy nos invita a quitar primero la viga que tenemos en el ojo para poder ayudar a otros a ver a mejor. ¿Qué tenemos que hacer, desde ahora, para profundizar nuestra familiaridad con Dios, a través de la oración y la Eucaristía?, ¿qué obstáculos debemos remover para hacernos mejores compañeros de Jesús al modo de los apóstoles y poder ser enviados a trabajar en la viña? Si no quitamos esa viga de nuestros ojos seremos ciegos que guían otros ciegos. Reconozcamos nuestras limitaciones y pecado para poder ser perdonados y seguir la llamada a ser discípulos que se asemejan al Maestro.
Desde una consistencia de vida como compañeros de Jesús podemos cooperar con la gracia divina y pedir con insistencia vocaciones a la Compañía. Recuperar la cotidianidad de la oración por las vocaciones es un paso necesario para renovar y revitalizar la “cultura de la promoción vocacional” que hoy necesitamos como cuerpo universal.
Una cultura de la promoción vocacional que comienza por lograr que cada jesuita, cada comunidad y cada obra apostólica de la Compañía se sienta responsable de presentar con transparencia el carisma y la invitación a formar parte de este cuerpo. Acercarnos a la gente, especialmente a los jóvenes, abrir nuestras casas, mejorar nuestra hospitalidad, hacernos asequibles… son elementos básicos de una cultura de la promoción vocacional.
La disposición y capacidad de acompañar procesos personales es una condición sin la cual no es posible la promoción vocacional. La nuestra no es una campaña publicitaria para vender el “producto” Compañía de Jesús. Lo que hacemos es acompañar procesos de discernimiento vocacional, conscientes de que es el Señor el que llama y la persona la que, libremente, debe elegir hacerse compañero. Somos conscientes de la necesidad de hacer un especial y creativo esfuerzo para aumentar el número de los que elijan ser Hermanos Jesuitas.
Revitalizar la cultura de la promoción vocacional en todo el cuerpo de la Compañía supone renovar nuestros esfuerzos para vivir plenamente la vida como jesuitas al mismo tiempo que se ponen los medios necesarios para atraer y acompañar vocaciones. El principal medio son personas dedicadas por completo a la promoción vocacional. Sacerdotes, Hermanos, Escolares que cuenten con los medios necesarios, trabajen en equipo, dedicados a tiempo completo a hacer visible el carisma de la Compañía en la gran diversidad de contextos sociales y culturales en los que estamos presentes. No nos hagamos ilusiones. Si no dedicamos excelentes jesuitas, exclusivamente y por un tiempo suficientemente prolongado, a la promoción vocacional, a través de todos los medios de los que hoy podamos disponer, no estaremos a la altura necesaria de cooperar con la acción del Espíritu Santo.
Los retos de la promoción vocacional varían según los diferentes continentes y provincias lo que obliga a ser creativos en sus formas. Sin embargo, hay elementos comunes a todo jesuita, tenga la edad que tenga, a todas las comunidades y obras apostólicas. Tendremos vocaciones si nuestro estilo de vida religiosa se acerca al que se desprende de la espiritualidad ignaciana; si nuestra vida de pobreza, castidad y obediencia son modos de mostrar la centralidad de Dios en nuestra vida; si la cercanía a los pobres y el vigor apostólico provienen de la familiaridad creciente con el Señor Jesús de quien nos hacemos compañeros.
María, madre de la Compañía de Jesús es un excelente modelo de acompañante. Supo acompañar a su hijo Jesús con todas sus consecuencias, sin abandonarlo en ningún momento. Dejémonos también nosotros acompañar por ella y aprender de ella como acompañar a otros.
Fuente: jesuits.global
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