¿Qué trae el regalo de la Pascua?
Por Emmanuel Sicre, SJ
¿Presenta algún desafío interesante este tiempo de Pascua que estamos viviendo? Para los cristianos más distraídos quizá solo sea un receso o el tener que ir a unas misas largas en el caso de que asistan. Pero puede suceder que más de uno se pregunte ¿qué cambia el hecho de que cada año celebremos la Pascua después de la Cuaresma? ¿Hay alguna novedad en mi año por la Pascua? ¿O da igual? Si resulta que la Pascua es el acontecimiento central del cristianismo, ¿no debería aportar algo a los creyentes en Jesús de hoy?
La Pascua primera:
Como es sabido entre los cristianos, el término Pascua viene del hebreo pésaj y significa paso. En la tradición judía es todo un acontecimiento porque nuestros hermanos mayores en la fe, conmemoran el paso de la esclavitud que estaban viviendo en Egipto a la liberación que Dios los invitaba a vivir en la Tierra Prometida de la mano de Moisés. Este minúsculo pueblo del Medio Oriente fundado por Abraham, pobre, explotado y deprimido encuentra en su miseria que Dios quiere rescatarlo. Los israelitas sienten que su relación a nivel comunitario con Dios se intensifica en la debilidad y claman tan alto a Yahvé que él escucha su llanto y les envía a un líder para liberarlos.
Moisés, aún con temor y cierta confusión, decide aceptar la propuesta de Dios y se enfrenta al Faraón para que le dé a los suyos para sacarlos de esa tierra extranjera. Cuenta la tradición que caminaron en medio del desierto padeciendo cualquier tipo de carencia, desolación y tentación. Pero iban juntos. Esto es lo propio de la mentalidad del pueblo al que perteneció Jesús: caminar juntos como pueblo de Dios aún en las dificultades con la confianza de que fue el mismo Yahvé quien los sacó de la esclavitud y les prometió una Tierra de prosperidad.
Fue entonces que, para poder mantener el mismo espíritu que los liberó, los del pueblo judío encuentran en la Ley lo que les ofrecía la posibilidad de protegerse entre ellos de los pueblos vecinos. Fue tal la profundidad con la que habían vivido la relación con Dios en ese acontecimiento de liberación que sintieron que Dios los había elegido de una manera especial. De ahí que el máximo peligro que vivió Israel siempre fue el de la idolatría a otros dioses, es decir, poner en el centro de su vida a quien no tenía la fuerza para sacarlos de las esclavitudes.
Así es que, cada año, se transmitían de generación en generación lo bueno que había sido Yahvé con ellos al liberarlos.
Jesús celebraba la Pascua
Hasta llegar a la generación de Jesús que oyó durante toda su vida el relato de la liberación del pueblo, de su pueblo, en la celebración de la Pascua.
Jesús, consciente de lo que Dios le pedía, se fue dado cuenta de que la religión judía había caído en un esquematismo normativo asfixiante porque cumplían la Ley sin hallarle sentido, que sus líderes espirituales estaban preocupados más por el poder que por la religiosidad del pueblo, que los más débiles de la sociedad que buscaban a Dios estaban siendo apartados de su lado por sus propios ministros, autoproclamados los defensores de una Ley esterilizante.
La misión de Jesús
Entonces Jesús se pone en acción cumpliendo la voluntad del Padre de hacer realidad el Reinado de Dios entre los hombres que tanto había esperado su pueblo. Se pone en acción para despejar los obstáculos que impedía a los ciegos ver la verdad de Dios. Se pone en acción para sanar a los enfermos de cerrazón y parálisis ante la vida. Se pone en acción para reorientar las decisiones erradas hacia el Dios de la misericordia. Se pone en acción para despistar a los sabios y prudentes y agradecer por los débiles y humildes. Se pone en acción para darles a todos el lugar en la mesa de los hijos. Se pone en acción para liberar la libertad del hombre y decirle que Dios lo ha pensado desde siempre pleno, vivo y feliz con todos sus hermanos.
Pero este mensaje y estas acciones de Jesús no fueron bien vistas por los ‘faraones’ de su momento, ni por los ‘líderes religiosos’, ni por los que estaban cómodos con las cosas así. Entonces decidieron desaparecerlo. Y así fue que lo condenaron a muerte junto a otros tantos ajusticiados del imperio romano.
El fracaso aparente de Dios
Jesús murió en Jerusalén después de haber padecido un sufrimiento que ni él ni su Padre querían. Este fracaso de Jesús en un principio le dio la victoria a sus detractores que habían logrado su objetivo. Jesús ya no estaba allí para poner a prueba la fe de nadie, ni para hacer ningún signo de la gloria de Dios, ni para desafiar a ninguna autoridad religiosa ni política. Jesús ya no estaba y sus discípulos se dispersaron cargando sus penas dentro del alma. Todo parecía muerto. Habían matado al hombre más justo y nadie pudo evitarlo.
La Pascua incesante de los discípulos
Pero resulta que una vez pasada la tristeza y el shock de la cruenta pasión, algunos de los discípulos comenzaron a juntarse para hablar de lo que les había sucedido. Y mientras compartían empezaron a sentir la alegría de saber que Jesús estaba más vivo que nunca. Que sus memorias eran un hervidero de recuerdos que los hacían llenarse de un gozo indescriptible. Sentían de nuevo sus palabras y lloraban de emoción porque aquello de que iba a resucitar era cierto y lo experimentaban cada vez que se juntaban a rezar, cada vez que compartían la mesa de la comunidad, cada vez que hacían una colecta para los más pobres, cada vez que asistían a los enfermos de la comunidad, cada vez que consolaban a los abatidos por la muerte de algún ser querido.
Y con el tiempo comenzaron a darse cuenta de que Jesús Resucitado les había transformado la vida de tal manera que se sentían repletos de gracia para salir a contarle a todo el mundo cómo es en verdad el Dios de Jesús. Estaban enamorados de la obra que Dios estaba haciendo en sus corazones porque eran habitados por el amor, la esperanza y la fe en la vida.
Contar la Buena Noticia
Los discípulos creyentes en Jesús cada vez que iban a la sinagoga a escuchar las Escrituras descubrían que aquella Alianza que Dios había hecho con el pueblo judío en el Sinaí donde Moisés recibió las tablas de la Ley, en Jesús, pues, había encontrado su significado pleno porque sabían que ahora Dios estaría para siempre con ellos; que la nueva ley era Cristo mismo que les había enseñado cómo vivir según el amor; que la infinita paciencia de Dios con su pueblo se había hecho carne para salvarlo desde adentro.
Y entonces comenzaron a narrar la vida de su Maestro y Salvador. Iniciaron a escribir en rollos de papiro un relato que cada vez que lo leían les hacía presente al Señor y se sentían, generación tras generación, invitados a compartir la mesa tal como les había enseñado Jesús. Y a ser hermanos, y a ensanchar el corazón.
… hasta nuestra Pascua de hoy
En que muchas veces nos pasa desapercibida. Para que nuestra Pascua se llene de sentido necesitamos sabernos también discípulos del Señor, y rastrear con nuestra memoria las situaciones en que Dios nos liberó, nos desató, nos invitó a la vida durante este último año.
Se hace evidente que no habrá Pascua en nuestra vida de discípulos si no nos abrimos al paso de Dios. ¿Y qué hace el Dios de Jesús cuando pasa? Hace Reino. Es decir, nos empascua, nos sana, nos levanta, nos consuela, nos desconcierta, nos corrige, nos alegra, nos resucita de nuestras muertes y nos promete que nunca nos dejará solos.
Y más, nos promete que resucitaremos con Él y con todos los que ya gozan de su presencia definitiva. Para que de una vez por todas compartamos el banquete de la alegría sin fin, donde todos nos reencontraremos después de las tristezas que la separación de la muerte nos provocó. Sólo siendo ‘sabuesos’ de la Pascua es que podremos dejar que Dios nos empascue la vida cotidiana.
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