Reflexión del Evangelio – Domingo 17 de agosto
Evangelio según San Mateo 15, 21 -28
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.
Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J
El jesuita brasileño João Batista Libânio, fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos…
Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería republicano”.
Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.
Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor, ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a nadie le dicen perro como piropo… Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.
Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.
Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.
Fuente: jesuitas.lat
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