Reflexión del Evangelio, Domingo 20 de Junio
Por Gustavo Monzón SJ
La vida implica tomar decisiones, lo cual tiene un costo. Esto, para una cultura como la nuestra es mala palabra. En el ambiente en el que vivimos, se llama a dejar de lado las grandes decisiones, los grandes proyectos pasan a no importar, a no tener valor. De ahí que se nos invita a hacer la plancha y no dejar huella. Ante este panorama, desolador, tal como nos lo presentan algunos pensadores contemporáneos, encontramos en el cristianismo una forma de vida que nos compromete y nos impulsa a vivir dando lo mejor de sí.
En el Evangelio de este domingo, vemos que Jesús al ir hacia Jerusalén y dejar Galilea va camino a entregarse generosamente, a dar la vida en el proyecto que viene del Padre y nos comparte con su Espíritu. En Él, Hijo de Hombre, Dios verdadero nos encontramos un modelo de alguien que toma decisiones, que es fiel a la Palabra dada y a la promesa recibida.
La forma de actuar del Señor, es encarnación del justo que se nos presenta en el libro de la Sabiduría (Sb. 2, 12.17-20). Es una vida con sentido, y eso es lo que asusta a los seguidores. Ellos experimentan miedo de la radicalidad que lleva del seguimiento.
En el evangelio, vemos que esta actitud no es entendida por sus discípulos. Ellos en el camino, piensan en su futuro más cercano, en su comodidad, en el lugar que van a ocupar en el nuevo “proyecto de Dios”. Los discípulos, son inteligentes, después de compartir tiempo con Jesús y ver el éxito que este tiene, se dan cuenta que tiene seguidores que se comprometen con el mensaje. Que las multitudes reconocen a este hijo de carpintero, como Mesías de Dios. En eso, se imaginan que van a fundar una secta, un grupo y para eso se entusiasman. Ya piensan como se van a organizar, que puestos ocupar. Les gana el “éxito” y hacer la plancha.
Jesús oye esto y les pregunta “¿qué discutían?”(Mc. 9,30-34). Tiene una pedagogía, entiende el corazón humano, sabe que detrás de nuestros deseos, anhelos, ambiciones, hay una verdad profunda, un sentido por el cual vivir. Jesús entiende el tironeo afectivo de los Apóstoles, sabe que al elegirlos cuenta con ellos tal como son, los acepta así. Humanos, contradictorios. El Señor es sabio, no los enfrenta ni contradice, les tiene paciencia. Les muestra que la forma de seguir al Señor no es buscando protagonismos y poder, sino sirviendo de corazón desinteresado y gratuito el gran proyecto de Dios.
Como bien nos muestra en su carta Santiago (St. 3,16-4,3), cuando actuamos desde las rivalidades, vienen toda clase de males y problemas. Así, nos vamos separando de Dios, vamos apagándonos en generosidad y en alegría de servirlo.
Mostrándonos su Sabiduría, Jesús nos muestra ¿qué significa actuar en cristiano?. Nos da un modo de proceder, una manera de actuar y de pararse ante el futuro que el Señor promete. Así entendemos a la Cruz que está anunciada aquí. Esta, no es algo en sí mismo, sino que representa una entrega fiel. Y esta Cruz es testimonio para el mundo. Ante un mundo que piensa en tener, valer, consumir, aparentar, como fin último. El Señor nos llama a la fidelidad de Dios abandonándonos como un niño al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros para que vivamos en libertad, verdad y sabiduría.
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