Reflexión del Evangelio, Domingo 23 de Noviembre
Por Matías Yunes SJ
El domingo de Cristo Rey nos encuentra en un fin de semana cargado por el debate sobre el poder. Es tiempo de decisión electoral en Argentina, y gracias a nuestro voto podemos otorgar el poder a un candidato para que (¡esperamos!) gobierne al país con honestidad y responsabilidad. Por otro lado, los recientes episodios de ataques terroristas en Europa han hecho poner sobre el tapete de las redes sociales un conflicto de intereses de diversas índoles, donde se hace difícil y complejo sostener cuál es el legítimo poder sobre la vida de otros, y a veces llegando a caer en la solución simplista de “buenos” contra “malos”. La crisis migratoria nos hace detener la mirada sobre las decisiones de aquellos que pueden ejercer el poder sobre políticas internacionales, pero que a su vez, mediante ellas lo ejercen sobre el destino de personas. ¿Quién tiene el verdadero poder? ¿Quién lo ejerce con mayor firmeza? Preguntas que siempre han acompañado a la humanidad y que hasta hoy son difíciles de responder sin una cuota de ambición, resentimiento o extremismo.
Hoy las lecturas nos muestran a Jesucristo revestido de gloria y de poder. Hoy celebramos que hay un Rey que nos gobierna cubierto de majestad. Tanto la primera como la segunda lectura nos hablan desde la apocalíptica, es decir desde la revelación. Daniel en su visión, es testigo de que a un “Hijo de hombre” le es otorgado el dominio, la gloria y el reino y que su reino será eterno. El Apocalipsis dice que ese “Hijo de hombre” es Jesucristo, el Resucitado, el Todopoderoso, Alfa y Omega, dueño del tiempo y de la eternidad, que gracias a su entrega en la Cruz nos ha hecho partícipes de su Reino.
Quizás estas lecturas contrastan con la imagen que nos presenta el Evangelio. Jesús ante Pilato es el cara a cara de dos reyes, pero que desde una primera mirada, podemos decir que uno está en clara situación de desventaja. Jesús no hace alarde de nada de lo que las lecturas anteriores nos decían. No ha hecho nada para merecer una realeza temporal. Al contrario, lo que hace que Cristo sea rey es algo que no se juzga desde los ojos terrenales. Su realeza proviene del don de su Resurrección. Una resurrección que no se da a sí mismo, sino que su Padre se la otorgó. A Jesús le fue dado el poder. No es algo que se apropió para sí como una virtud que tuviese que demostrar o hacer valer ante otros, sino que gracias a su entrega, su completa donación de vida en la cruz, se arriesgó y esperó. Al tercer día el Padre lo resucitó por la acción del Espíritu Santo.
Por eso reconocemos en Cristo el rey de la humildad, la coherencia de vida, la libertad y la verdad. Cuánto nos ayudaría hoy comprender que el poder es algo que recibimos como don. Un don que proviene de una vida entregada y desgastada por los demás. Comprender que ser “rey” es una dignidad que otros depositan sobre nuestros hombros, y que en nuestro tiempo se encuentra por el camino de la pobreza, la sencillez, la humildad y la paz.
Ante nuestro tiempo tenemos la capacidad de responder como verdaderos “reyes” dignos de nuestro ser cristiano. Sacerdotes, profetas y reyes fuimos ungidos en nuestro Bautismo. No pretendamos mostrar al mundo (o a nuestro Facebook) quién tiene el poder hoy en día, sino que vivamos coherentemente con la dignidad que nos ha sido otorgada. La de que en nuestra entrega cotidiana, en la búsqueda de la justicia, la verdad y la paz con humildad, esperamos ser resucitados por el Padre y compartir la realeza de Cristo para siempre.
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