Reflexión del Evangelio: Domingo 5 de Junio
Lectura del Evangelio: Lc 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Reflexión – Por Alfredo Acevedo, sj
Varios elementos pueden extraerse de este texto del Evangelio de Lucas. A simple vista, nos encontramos con un relato de revivificación. Jesús devuelve la vida a una persona. Pero no se trata de una persona cualquiera. El texto es claro. Se trata de un hijo único de una mujer viuda. No olvidemos que, en el AT, las viudas, los huérfanos y los forasteros tienen cierta preferencia delante de Dios(Ex 22,21-22; Dt 10,18). El pueblo hebreo está llamado a cuidar de ellos de manera especial. El sector más débil, por decirlo de alguna manera, de la sociedad es el que debe ser atendido de primera mano. Y Jesús lo sabe.
Pero reparemos en la escena global. Son dos cortejos que se encuentran. El de Jesús, que iba con “mucho gentío”, y el fúnebre, que acompañaba el dolor de la madre. Como si dos fuerzas se enfrentaran. La de la vida y la de la muerte.
Jesús, que es llamado por primera vez en Lucas, Señor, título perteneciente a Dios, se acerca a esa realidad de dolor y sufrimiento. “Tuvo compasión de ella”, dice el texto. A Jesús, el dolor de las personas le revuelven las entrañas, lo conmueven desde dentro. Y por eso actúa. Lo curioso es que, en el texto, la madre no dice nada, pero recibe todo. No emite sonido, pero acoge la Palabra.
La acción de Dios se da a través de su Palabra. Una Palabra que es acción, que es obra, que transforma. No olvidemos que en la Biblia, la Palabra de Dios no es para ser oída simplemente sino vivida. Por eso, es la Palabra que logra transformar las lágrimas en sonrisas, el dolor en alegría, la injustica en posibilidad.
Jesús calma el dolor de la madre y del gentío que estaba con ella. A diferencia del profeta Elías, a Jesús le basta su Palabra. Su Palabra y su presencia son las que rompen la tristeza y el dolor. Porque es Dios mismo el que visita a su Pueblo, dice el texto. Por eso, la revivificación no es tanto del hijo de la viuda sino del pueblo entero, comenzando por la madre hasta alcanzar lo más escondido de la comarca.
Así es Dios. Cuando toca la vida, la “empascua” de punta a punta. Sólo basta que nos animemos a acoger esa Vida que el Señor nos trae.
Que el Señor nos de esta gracia de dejar que nuestro mundo de sufrimiento y de dolor se enfrente con esta fuerza de vida y de alegría que el Señor quiere regalarnos.
Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe
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