Reflexión del Evangelio – IV Domingo de Adviento
Evangelio según San Lucas 1,39-45.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
Reflexión por Pablo Lamarthée sj
Las visitas de Dios
Este domingo la liturgia nos ofrece el episodio de la visitación, cuando María, embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel. Es Dios mismo quien visita esa casa provocando efectos de alegría: Juan salta de gozo en el vientre de Isabel y ésta irrumpe admirada con alabanzas. La visita llenó y desbordó los corazones de aquellos que habitaban esa casa.
Las visitas de Dios no son raras en la historia bíblica, sabemos que a Dios le gusta hacer visitas, por ejemplo, los profetas en el Antiguo Testamento narran como el Señor visitaba con frecuencia a su pueblo, para confirmarle su amor y exigirle a la vez un cambio de conducta. En el Nuevo Testamento, Zacarías alaba a Dios porque con el nacimiento de Jesús Dios “ha visitado y redimido a su pueblo”.
Este episodio de la visita de María embarazada a su prima Isabel sintetiza muy bien la fiesta que estamos preparando, porque el Adviento y la Navidad nos permiten caer en la cuenta de que Dios, con el nacimiento del Hijo, visita a la humanidad. Aquel Dios Trinidad un tanto abstracto, etéreo y lejano, a partir de su encarnación, nos visita en forma concreta, en modos cercanos y palpables. Dios se hizo hombre, vino al mundo, acampó entre nosotros. Dios visitó la humanidad para tocarla, bendecirla, para traerle sentido, alegría y gozo desbordante.
Este episodio de la Escritura nos invita a dejarnos visitar por Dios, y dejarnos bendecir por él. Lo que más quiere Dios es tocar el alma humana, poseerla, penetrarla, llenarla de su presencia, alegrarla… ¿estamos dispuestos a abrirle la puerta de nuestra casa a esta visita? ¿nos estamos disponiendo para ello? ¿somos plenamente conscientes de que Dios viene y quiere acercarse a nuestro corazón? Isabel recibe a María embarazada en su casa, acoge la novedad de esa nueva vida en su hogar, siéntete igualmente visitado en este Adviento: ¿qué parte de tu casa está más necesitada de la visita de Jesús? Ábrele las puertas y deja que te traiga vida, te bendiga y te renueve. Toda visita nos trae novedad e incluso nos desacomoda un poco, ¿estás dispuesto a dejarte sorprender con la visita y la llegada de Jesús?
La idea de “visita” tal vez nos deje sabor a poco, porque supondría que Jesús vino pero se fue. Y Dios no se fue, sino que acampó entre nosotros, tomó posesión de nuestra alma, nos habitó para siempre. Aunque igualmente sabemos que Jesús tocó físicamente la historia solamente treinta y tres años y luego permaneció en ella por medio de su Espíritu. Por lo general, nosotros experimentamos internamente su venida de la misma manera: como una visita. En algunos momentos puntuales de la vida lo experimentamos cerca, lo poseemos, lo vemos, lo palpamos; pero en la mayoría del tiempo su presencia nos parece demasiada ligera, sutil, como que nos cuesta conservarla. ¿Acaso no nos sentimos como si Dios se nos escapara, como si se nos fuera? Sus visitas son, apenas, pequeños “toques delicados” muy efímeros, como decía San Juan de la Cruz, que pasan rápido, aunque siempre dejan el alma consolada y encendida. Parecería que Dios entrase y saliese, viniese y se fuera, así lo vivimos nosotros, como una alternancia de presencias y ausencias. Por lo general vivimos a Dios a través de pequeñas visitas.
En preparación a la Navidad es importante hacer memoria y recordar estas visitas de Dios, trayendo a nuestro corazón aquellos momentos en que Dios se te acercó, te visitó y te alegró el corazón. Porque los recuerdos de las visitas de Dios nos ayudarán a estar más abiertos a su próxima venida, tomaremos más conciencia de su modo de llegar, estaremos más atentos y más alertas, y conoceremos mejor su manera de visitarnos. ¿Te has descubierto alguna vez visitado por Dios? ¿cómo ha sido su llegada? ¿cómo ha ocurrido?
San Ignacio era muy consciente de las visitas de Dios, estas visitas podían ser muy gozosas y llenas de consuelo, pero también podían ser dolorosas, permitiendo así a la persona visitada aprender y fortalecerse con ese dolor. Ignacio encabezaba muchas de sus cartas así: “el amor eterno de Jesucristo los salude y visite”. A una Señor por la muerte de su hijo le escribe: “Dios de toda consolación, que en tal visitación ha mostrado cuánto le ama”. Al Rey de Portugal, también por la muerte de su hijo: “parece ha querido Dios probarlo en esta tan notable visitación”. A Teresa Rajadell, religiosa, les escribía: “veo cómo Dios la visita con trabajos, dando no poca ocasión de ejercitar las virtudes”.
El Señor visita el alma humana para bendecirla con el don de la paz, pero también para educarla mediante dolorosas correcciones y encaminarla así, nuevamente, hacia la salvación. Podemos seguir reflexionando y preguntarnos: ¿hemos sido visitados por Dios en medio de momentos difíciles y dolorosos? ¿qué hemos aprendido de estas visitas trabajosas? ¿cuál ha sido el estilo empleado por Jesús a la hora de visitarnos? Recuérdalo, regístralo, agradécelo… Es bueno ir descubriendo el hilo de las visitas de Dios.
Pero tal vez en este próximo tiempo navideño seamos nosotros los que tengamos que hacer una visita a otra persona, llevarle la paz de Dios, acompañarla, anunciarle algo bonito, agradable y amable, bendecirla y animarla. Podemos, quizás, ser nosotros mismos los mediadores de la visitación de Dios, colaboradores suyos. ¿A quién tendrías que visitar en esta Navidad? ¿quién estaría necesitando de la cercanía de Jesús?
Cuando Dios hace una visita nos quiere indicar que para él todos somos importantes y viene a mostrarnos el camino de nuestra salvación. Siempre nos trae buenas noticias y en este tiempo de Adviento y Navidad nos visita especialmente con su fragilidad, pequeñez, su misericordia, su amor. Nos preparamos, entonces, para revivir esa visita del Señor a la tierra. En Navidad, Dios nos demuestra que, para él, tú y todos somos dignos de recibir su presencia.
¡Abramos la puerta de nuestra casa a esta llegada tan especial!
¡Vayamos también nosotros a la casa de quien esté necesitando de esa visita!
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