«Sálvate A Tí Mismo y Baja de la Cruz»
Jesús en la cruz. Agonizando. Viendo que muchos amigos se iban. Unos curiosos mirando en silencio, otros gritando: “ha salvado a otros, ahora que se salve a sí mismo”. Algo difícil de entender. ¿Por qué Jesús no se bajó de la Cruz?, ¿por qué no se salvó a sí mismo? ¿Por qué no eligió el camino fácil?, ¿por qué se dejó matar? Seguramente porque “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). Porque su dolor no estaba centrado en sí mismo sino que miraba a los otros, miraba a su Padre (“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, Lc 23,34… “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”, Lc 23,43). Salvarse a sí mismo hubiese sido defraudar a la verdad, defraudar su misión. A Jesús lo mataron cruelmente porque amó y dijo la verdad. Una verdad que incomodaba y que privilegiaba a los desechados y excluidos, una verdad que perdonaba y hablaba de misericordia.
“Sálvate a ti mismo y baja de la cruz”, era el eslogan de los que mandaron a matar a Jesús. Ese era el motor de su vida. Poco importaba vivir para el otro, y menos hacerse cargo del dolor del que sufre. Pero, ¡ojo! Nadie está libre de vivir con este eslogan. El mismo discípulo al que Jesús había designado “piedra” sobre la cual construiría su Iglesia, lo negó y “se bajó de la cruz”. “Mejor me salvo a mí mismo”, habrá pensado Pedro. “En esta no me meto”, “hasta acá llego yo”.
La muerte de Jesús nos debe poner de cara a la pregunta del por qué o por quiénes estaría yo dispuesto a jugarme la vida. Qué verdad tengo que anunciar y qué mentira denunciar.
Para ello, “es necesario no amarse tanto así mismo que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige…” diría el mártir Monseñor Romero minutos antes de que lo mataran.
En este viernes del Amor, no hay mucha receta. Hay que jugársela. Para Jesús lo importante era el Reino, el corazón de las personas, el dolor del que sufría, el llanto del papá o la mamá por sus hijos casi muertos. Jesús entregó su vida salvando a otros y cargando con la Cruz. Algo diametralmente opuesto al mensaje de aquellos que lo mataron.
Este es un día para mirar a Jesús y pedir a Dios la gracia de la confianza y la valentía de meternos sin miedo en los riesgos que la vida exige, sobre todo donde no hay perdón, donde no hay justicia, donde se excluye al homosexual o al migrante, donde hay violencia familiar, donde los niños tienen hambre o no tienen una escuela. En esto no estamos solos. Jesús va con nosotros. ¡Necesita de nosotros! Y más aún, Dios Padre nos confirma su presencia prometiendo Vida como lo hizo con su hijo en la resurrección. Él confía en nosotros y nos desafía.
Muchas veces sentiremos en nuestros oídos: “sálvate a ti mismo y baja de la cruz”, “no te metas en esto o aquello”, pero es la oportunidad para volver la mirada a Jesús de Nazaret y dejarse enamorar por Él. Hasta el último minuto de su vida Jesús amó, sobre todo a los que nadie quería amar. ¡No tengamos miedo! Cuando uno tiene a Jesús adentro, entre “ceja y ceja”, nuestra vida se transforma en pura misericordia.
Marcos Muiño SJ
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