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“TOMAD, ESTO ES MI CUERPO”

Quiero comenzar mi comentario de hoy citando unas palabras del Papa Benedicto XVI en su exhortación apostólica “El sacramento de la caridad”: “La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera (77) …  Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno… La vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo (88)”.

No haría falta añadir nada más a estas palabras para nuestro comentario de este domingo. Sólo recomendar la relectura de esta densa y profunda exhortación de casi cien números, escrita por Benedicto XVI en el año 2007. Me limitaré a subrayar tres aspectos de ese “hacernos pan partido para la vida del mundo” que concreta en la vida cotidiana nuestra adoración del Cuerpo de Cristo, del “Corpus Christi”.

El Cuerpo de Cristo es el cuerpo de Alguien que entregó la vida por nosotros, es cuerpo “entregado” hasta el extremo, y entregado por amor. Por amor hasta la última gota de sangre, como destacan las tres lecturas de este domingo. La adoración del Cuerpo de Cristo es, en primer lugar, agradecimiento. Un agradecimiento profundo y cotidiano porque por su entrega se nos han abierto a nosotros, pecadores, las puertas y la posibilidad de una vida nueva. Nueva, infinitamente más allá de nuestras posibilidades y de nuestros méritos.

“Comulgar” el Cuerpo de Cristo sólo adquiere toda su verdad cuando comulgamos con su entrega, cuando estamos dispuestos a que también nuestro cuerpo sea “pan partido”. No va mucho eso de ser pan partido con la lógica de nuestro mundo, más preocupada, de hecho, por el “culto a nuestro propio cuerpo”, al que se dedica tiempo, dinero y preocupaciones… para aparentar más, para presumir más, para ser más admirados. Eso de “partirse”, de dejarse la piel por los demás, de cuidar más de otros y menos de nosotros mismos… no es lo que prima. Comulgar con Cristo, adorar su Cuerpo entregado, nos tendría que impulsar a ello.

Venerar el Cuerpo de Cristo es un doble amor a dos realidades en las que ese Cuerpo se visibiliza de un modo especial: el amor a los pobres y el amor a la Iglesia. “A mí me lo hicisteis” recuerda el Señor en el evangelio cuando se identifica con los pequeños y los pobres. La Iglesia que es también, con todos sus defectos, un Corpus Christi, hoy lleno de llagas, pero destinado a resucitar con el Resucitado.

Darío Mollá, SJ

@centroarrupevalencia

t.ly/AiG72

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