Tomar Conciencia de Nuestros Límites
Reflexión del jesuita Ignacio Rey Nores SJ para el multimedio de la Iglesia Católica de Montevideo en el que habla de la aceptación de la propia fragilidad y lo que esto puede enseñarnos para la vida.
Somos conscientes de que no somos creaturas cerradas ni perfectas, siempre hay algo en nosotros que falta, algo que sobra… Hay límites que tienen que ver con cuestiones físicas, psicológicas, existenciales, vitales, cosas que no he llegado a alcanzar y puede que me frustren…
¿De qué me sirve tomar conciencia de estos límites?
En este mundo en que vivimos, donde todo tiene que ser exitoso, resonante, la invitación hoy es a acoger la realidad de lo propios límites; acoger la realidad de que hay algo en uno que no es perfecto ni tiene por qué serlo. Aceptar esta realidad nos ayuda a esquivar la neurosis que genera querer estar a la altura de una vara que quizás no queda demasiado alta. Tan alta que nunca la alcanzamos y acabamos viviendo frustrados.
Algunos aprendizajes que me ha ayudado a mí a aceptar la propia fragilidad:
El primero, es que nos abre a la fragilidad del otro desde el respeto.
Si yo soy consciente de mis fragilidades, de lo que no me sale bien, de lo que me duele, también voy a tomar especial cuidado con los límites que percibo en el otro. Voy a tratar de generar conversaciones que ayuden a un acercamiento y no a provocar un rechazo, una tensión… cuando yo tomo conciencia de mi propio límite me animo incluso a mirar el límite del otro con un deseo casi como de acariciarlo, de sanarlo, de curarlo… Porque he tomado conciencia de que Dios se ha acercado a mí por mis límites, no por mi perfección. “No he venido por los sanos sino por los enfermos” dice Jesús más de una vez.
El segundo aprendizaje, ligado a este anterior, tiene que ver con la capacidad de perdonar.
Si yo descubro en mis límites, en mis pecados, que Dios viene a mí; y que mi pecado es también ocasión de que Él muestre su fuerza salvadora, su capacidad de misericordia, es una experiencia que me va moviendo desde dentro a acercarme al límite y el pecado del otro con afán de perdonarlo. Y de entender que el otro no siempre va a obrar correctamente para conmigo: que puede haber situaciones que lo hayan llevado a equivocarse en su manera de decir las cosas… Si yo siento también que Dios toma en serio mi fragilidad, mi límite, nace como gesto humano, el perdonar con mayor facilidad.
Y el tercer aprendizaje es que el límite nos va haciendo más sabios, más prudentes.
Hay cosas que ya se que no puedo hacer, que no estoy para eso. En el deporte, una lesión hace que uno después no intente meterse en una cancha a hacer tal o cual jugada. Asume que está para jugar de una determinada manera, porque es consciente de su límite. También puede pasar cuando nos toca enfrentar a un adversario. El adversario siempre va a querer enfrentando buscando cuál es tu límite… Son tácticas. Quizás no las más sanas. Pero sí es cierto que vamos aprendiendo a jugar en la vida tomando consciencia de que hay límites que nos llevan a ser más cautos. En la medida en que nos vamos conociendo más a nosotros mismos, podemos poner todo lo que somos en juego, y con ello nuestros límites. En favor nuestro, y también en favor de otros.
Ojalá que esa consciencia del límite nos ayude a ir a Dios con humildad, pidiendo: “Señor, seguí obrando en mí, seguí sanando, seguí curándome”. Y sobre todo, que te haga más humilde, más sencillo para con las fragilidades y debilidades de tus hermanos.
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