Una Espiritualidad Solidaria que Brota del Misterio de la Trinidad
Recuperando la encíclica Laudato Si’, podemos reflexionar sobre cuánto nos habla sobre el misterio de la Santísima Trinidad, la estructura de muchas de las cosas que nos rodean.
José Eizaguirre SJ
Es sabido que una de las fuentes de la que bebe la encíclica Laudato si’ es la reflexión que sobre la ecología viene haciendo desde hace años el teólogo Leonardo Boff. En algunos puntos es incluso posible seguir la pista literalmente, como cuando el papa Francisco señala que “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49), en clara alusión al título del libro de Leonardo Boff, Ecología. Grito de la Tierra, grito de los pobres, publicado en 1996.
Hay otras resonancias más o menos explícitas entre el papa Francisco y Leonardo Boff. Me permito poner en paralelo dos citas. Hace veinte años Boff escribía:
“Si todo en el Universo constituye una trama de relaciones, si todo está en comunión con todo, si, por consiguiente, las imágenes de Dios se presentan estructuradas en la forma de una comunión, entonces eso es indicio de que ese supremo Prototipo es fundamental y esencialmente comunión, vida en relación, energía en expansión y amor supremo. Pues bien, esta reflexión se ve atestiguada por las intuiciones místicas y por las tradiciones espirituales de la humanidad. La esencia de la experiencia judeo-cristiana, por ejemplo, se organiza sobre ese eje de un Dios en comunión con su creación, en alianza con todos los seres, especialmente con los seres humanos, de un Dios cósmico, social, personal, de la profundidad humana, de una vida que se manifiesta en tres vivientes, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es la Trinidad cristiana, el modo cristiano de nombrar a Dios.” (Op. Cit., Trotta, Madrid 1996. Pág. 185)
Y en 2015, el papa Francisco:
“Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente.
Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.” (Papa Francisco. Laudato si’, 240)
Hay que añadir que Leonardo Boff no fue el primero en formular esta preciosa intuición. El papa Francisco recuerda que san Buenaventura en el siglo XIII ya acertó a expresar que “toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria” (LS 239). Lo que nos interesa no es indagar la “propiedad intelectual” de esta comprensión sino descubrir lo que hoy nos está aportando.
Y hoy lo que estamos descubriendo de forma cada vez más incontrovertible es que todo está relacionado, todo está conectado, todo es una trama de relaciones, algo que venían constatando tanto las intuiciones místicas como las tradiciones espirituales, entre otras, la cristiana. Los cristianos podemos confesar que el Universo es una asombrosa trama de relaciones porque el Creador es una amorosa trama de relaciones. Y esto no son teologías abstractas, a modo de incomprensibles rompecabezas intelectuales como se ha considerado a veces el misterio de la Trinidad, sino que tiene profundas resonancias e implicaciones tanto en la espiritualidad como en el comportamiento. Si realmente nos sentimos conectados con todo y con todos, si nos experimentamos como parte de una maravillosa Creación entrelazada, entonces nada nos resulta ajeno, pues lo que sucede a otras criaturas hermanas nos afecta como si nos sucediera a nosotros mismos. No es una cuestión de razonamiento –aunque éste pueda ayudar– sino de experiencia vital.
Los cristianos tenemos aquí una invitación a “madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”, y a ofrecer al mundo esta maravillosa comprensión de nuestra identidad humana entrelazada con toda la Creación.
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