Una fiesta que no es obvia – Testimonio de la beatificación de los Mártires Riojanos
El día 27 de Abril, fueron beatificados Monseñor Angelelli, Fray Carlos de Dios Murias, Wenceslao Pedernera y Gabriel Longueville, en La Rioja. Unos 30 jesuitas estuvieron acompañando la celebración. Uno de ellos, Juan Luis Panizza nos comparte su recorrido a través de este evento.
Por Juan Luis Panizza SJ
Llegamos a La Rioja la mañana del sábado. Antes de salir nos habían advertido: -“No vayan por la ruta que pasa por Punta de Llanos, va a estar ‘tapadaza’ de autos”. Pero casi no hubo autos durante el viaje. Cuando llegamos tampoco había carteles ni música.
Antes de ir a la misa desayunamos en casa de la familia de una religiosa de la Virgen Niña. Cuando les preguntamos cómo era el ambiente respecto a la beatificación nos contestaron: “Angelelli es más valorado por la gente de afuera que por los propios riojanos. Está muy metida la cuestión política. No tenemos dimensión de quien fue”.
Salimos para el Parque de la Ciudad, donde se iba a celebrar la misa. Menos autos todavía que en el ingreso a la ciudad. Y nada de música. En el lugar un policía nos indicó dónde podíamos estacionar: ahí nomás, al ladito de donde estábamos.
Lo que veníamos comentando de la falta de movimiento se hacía cada vez más patente, más pesado. La fiesta de la beatificación no era la fiesta que yo me esperaba, no era la fiesta que hubo con las beatificaciones del Cura Brochero y de Catalina de María. Decirle sí al martirio de Angelelli y sus compañeros, a la Iglesia que ellos buscaban, no es la obviedad que yo pensaba que era. Estar ahí con mis compañeros, decirle sí a esta celebración, tomó una nueva hondura y un nuevo matiz.
Nos fuimos acercando al predio. En la búsqueda de un lugarcito, tuve el gusto de saludar a amigos religiosos de diversas congregaciones (mercedarias, frailes menores, religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, religiosas de Jesús María, salesianos). Faltando 10 minutos para que empezara la misa conseguimos sillas, y muy bien ubicadas. En las fotos sacadas por los drones aparece mucha gente. Pero si hubiese sido un evento verdaderamente multitudinario no habríamos conseguido lugar así.
La misa se vivió con mucha devoción y mucho entusiasmo. Los aplausos cortaron constantemente la homilía y las demás intervenciones. El más aplaudido de los cuatro mártires, al menos en el sector en que nos encontrábamos, era Wenceslao Pedernera. Tal vez por la cantidad de militantes de la Acción Católica presentes, tal vez porque su vida de laico padre de familia resultaba más interpelante para la mayoría de los que nos rodeaban. Se vivía con intensidad y alegría (e incluso con lágrimas) el festejo por la vida de estos cuatro hombres que, como canta el himno compuesto para la ocasión, “con su lucha y con su ofrenda traen la Buena Noticia”.
En la Homilía, el cardenal Amato expresó que los mártires “fueron asesinados debido a su diligente actividad de promoción de la justicia cristiana” en un tiempo en que la dictadura “intentaba instrumentalizarla (a la religión católica), pretendiendo una actitud servil por parte del clero y pasiva por parte de los fieles, invitados por la fuerza a externalizar su fe solo en manifestaciones litúrgicas y de culto”. Enrique Angelelli ejerció un ministerio cuya clave fue “la acción social en favor de los más necesitados y explotados”. Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville fueron sacerdotes “cercanos a las franjas más desfavorecidas de la población”. Wenceslao Pedernera “se dedicó apasionadamente a una generosa actividad social”.
Esta beatificación es un regalo de la Iglesia, que propone a estos hombres y su lucha para “la admiración e imitación de todos los fieles”. Sin duda, su consagración interpela mi consagración.
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