Una oportunidad para ejercer el discernimiento en el liderazgo

El P. Arturo Sosa SJ, dio un discurso de bienvenida en la apertura del curso «Discerning Leadership», desde la Curia General en Roma. Comenzó contextualizando el mundo actual a causa de la pandemia, subrayando las fragilidades que han quedado expuestas frente a la crisis; las características del liderazgo para este tiempo y el aporte de la espiritualidad ignaciana a partir de la vida de San Ignacio; finalmente destacó el aporte del programa de formación «Discerning Leadership» como camino a la sinodalidad. A continuación compartimos el texto íntegro:

Por Arturo Sosa, SJ – P. General de la Compañía de Jesús

Me alegro de estar aquí con ustedes hoy. Quiero agradecerles haber decidido participar en este curso. El año pasado hicimos la primera experiencia en inglés de ofrecer esta combinación de elementos para contribuir a encontrar el método propio de la Iglesia Católica de ejercer un liderazgo discernido. Nos fue bien y este años nos propusimos ofrecerlo español. A pesar de todas las dificultades aquí estamos para iniciar esta nueva experiencia.

Reciban mi agradecimiento las instituciones que lo están haciendo posible: la Pontificia Universidad Gregoriana aquí en Roma, Georgetown University y Le Moyne College en los EE.UU. y la escuela de negocios ESADE y la Universidad de Deusto en España. En especial al P. David McCallum por aceptar la misión de coordinar este programa y a su director de proyecto Pablo Bernal. A la Hna. Pat Murray de la Unión de Superioras Generales Internacionales (UISG), al Hno. Emili Turú de la Unión de Superiores Generales (USG) y al P. Michael Garanzini SJ de la Asociación de Colegios y Universidades Jesuitas en los EE.UU. por su vital apoyo a esta iniciativa. Sin su ayuda, no habría sido posible.

En esta experiencia nos aventuramos a integrar las mejores ideas sobre liderazgo del mundo de los negocios con nuestro fundamento de fe y el discernimiento que se deriva para tomar decisiones en sintonía con el Espíritu.

Contexto

Permítanme unas palabras sobre el contexto en el que nos encontramos. Estos son ciertamente tiempos extraordinarios. La pandemia de Covid-19 ha mostrado la fragilidad de nuestro sistema mundial, las fallas que han estado allí durante tanto tiempo y que no queríamos ver o a las que en realidad estábamos ciegos. Las fallas como:

– Una injusticia económica que está causando que tanta gente huya de los países pobres o en guerra para encontrar mejores condiciones de vida.
– El crecimiento de la desigualdad: los pobres son cada vez más pobres y los ricos más ricos.
– Una globalización de la indiferencia donde nuestros corazones se endurecen ante el sufrimiento.
– El debilitamiento de la democracia política amenazada tanto por el populismo y la antipolítica como por los personalismos, tiranías, dictaduras y las ideologías fundamentalistas.
– La desviación de los medios de comunicación social que ha visto reducido el papel vital de la televisión, la radio y la prensa en el seguimiento de la actividad política y se ha poblado de fake news.
– La parálisis de los Estados, Gobiernos y sociedades en tomar acciones efectivas para la recuperación del equilibrio ambiental, frenar el deterioro climático y hacer un uso razonable de los recursos limitados del planeta tierra.
– La amenaza a los pueblos originarios y sus culturas que pierden los espacios geográficos y sociales para desarrollarse.
– La fragilidad del liderazgo nacional y mundial ante las tendencias destructivas de los recursos de la tierra y las necesidades de los migrantes, minorías étnicas, pobres… incapaces de frenar la división, el conflicto y la inhumanidad de las guerras.

La pandemia del Covid-19 también ha demostrado cómo el liderazgo puede inspirar, motivar y curar. Quiero recordar la impactante imagen del Papa Francisco el 27 de marzo cuando se dirigió al mundo entero desde la plaza vacía de San Pedro. Francisco es de los pocos líderes capaz de movilizarse, de preocuparse, de mostrar compasión, de tocar los corazones y las mentes de la gente, de suplicar un cambio. En la audiencia general del 26 de agosto hizo la siguiente reflexión: Recordemos que después de una crisis una persona no es la misma. Salimos mejor o salimos peor. Esta es nuestra opción. Después de la crisis, ¿continuaremos con este sistema económico de injusticia social y de desprecio del medio ambiente, de la creación, de la Casa Común? Pensemos en esto.

Francisco nos está llamando a contribuir al cambio necesario desde cualquier posición en la que nos encontremos. Este curso se propone motivar en esa dirección y ofrecer herramientas para hacerlo desde el horizonte propuesto por el Santo Padre.

Características clave del liderazgo

El liderazgo ha debido adaptarse a nuevas circunstancias debido a los profundos cambios del cambio de época y las crisis que se han sucedido en lo que va del siglo XXI. Por eso se ha multiplicado los cursos de liderazgo, especialmente en el mundo de los negocios, que buscan ofrecer un nuevo modo de ejercerlo, un nuevo vocabulario adaptado a las circunstancias. Este no es uno de esos cursos, sobre todo porque se ubica en un contexto de fe que nos lleva a partir de la humildad, ser auténticos y aprender un estilo de liderazgo que, siguiendo al modelo que encontramos en Jesús de Nazaret, nos lleve a convertirnos en servidores.

Se propone un estilo de liderazgo compasivo capaz discernir el deseo de la Trinidad para este mundo en busca de justicia y reconciliación. Un liderazgo capaz de enfrentar opciones complejas con ecuanimidad y atento al grito de los pobres y los abandonados. Líderes conscientes de tener una misión más grande que ellos, que no pueden cumplir solos y se disponen a colaborar con otros para realizarla en el mejor modo posible.

Esa es la clase de líderes en la que todos queremos convertirnos. Sabemos que este viaje hacia una mayor humildad y autenticidad en el servicio no termina nunca. Jamás llegamos a la meta pues siempre estamos descubriendo nuevos horizontes a través del encuentro con otros en medio de una realidad cambiante.

La misión de la Iglesia ofrece un lugar al mismo tiempo desafiante y alentador. A diferencia del mundo de las ganancias y las pérdidas, el «balance final» para nosotros nunca es limpio, ordenado ni definitivo. El progreso de la misión en la que colaboramos no es fácil de cuantificar pues busca la conversión del corazón humano a la solidaridad, al amor, a la compasión, al bien común. Son procesos que podemos considerar intangibles e imposibles de medir. Sin embargo, podemos sentir su presencia en nuestro mundo… y, sobre todo sentimos su ausencia.

Tenemos algunos puntos de referencia y algunas herramientas valiosas que se han desarrollado a lo largo de los dos milenios de historia de la Iglesia:
– Su rica tradición de oración y contemplación
– La espiritualidad que lleva al discernimiento
– La enseñanza social católica

Hemos heredado una rica tradición que estamos llamados a aprovechar para re-crear el estilo de liderazgo que puede llevarnos a prestar un mejor servicio al mundo de hoy desde la misión de la Iglesia.

Conversión a la pasión

A finales de mayo de 2021, se cumplirán quinientos años de la herida sufrida por Ignacio de Loyola en la batalla de Pamplona, inicio de su particular proceso de conversión. Obligado a prolongado tiempo de recuperación de la herida sufrida se abrió para Ignacio un período de introspección y de oración que lo llevó a tomar conciencia de cómo Dios estaba trabajando en él. Lo llevó a tomar a Dios en serio. Lo llevó a darse cuenta de que Dios quería comunicarse con él en cada momento de cada día. De ahí nació la singular capacidad de Ignacio de Loyola para discernir los espíritus que actúan, tanto dentro de él como en el mundo en el que vivía. Allí nació también el deseo de colaborar con el “buen espíritu” para que el Reino de Dios, el reino del amor, la justicia, la paz y la misericordia pudiera avanzar. El estilo de liderazgo que buscamos compartir en este curso busca responder a la llamada a desarrollar el sentido del discernimiento y así poder seguir a Jesús y mejorando nuestro servicio a la Iglesia, poder contribuir a expandir el reino en el mundo de hoy como ministros de la reconciliación y de la esperanza.

La pasión que movió a Ignacio durante toda su vida pasó de centrarse en el “honor mundano” entregarse de lleno a perseguir la mayor gloria de Dios. La pasión es necesaria en esta época en la que el cinismo ha ganado tanto terreno. Necesitamos líderes apasionados capaces de mostrar a Dios en la realidad y su acción permanente en la historia.

Somos hombres y mujeres invitados a encarnar ese estilo de liderazgo que nace de estar apasionadamente enamorados de Jesús, capaces de dar testimonio de ello en cualquier circunstancia en la que la vida nos coloque. Los tiempos dedicados a la oración y la celebración de la Eucaristía en el programa de este curso no son para llenar el tiempo son tiempos fundamentales para cultivar el amor que nos une al Señor y entrar en comunión con él y el mundo por que dio la vida para redimirlo.

Sinodalidad

En este grupo están bien representadas la variedad de vocaciones que forman la Iglesia: la vocación laica, la vocación religiosa, la vocación del clero diocesano y la de los obispos. Hoy, más claramente que nunca, siguiendo la inspiración del Concilio Vaticano II a toda la Iglesia, el Papa Francisco nos llama a hacer realidad la riqueza de la sinodalidad que nace de compartir nuestros talentos, nuestros sueños, nuestras esperanzas e incluso nuestros miedos y nuestras diferencias.

El Pueblo de Dios en marcha de forma sinodal crea ocasiones de ese diálogo sincero que pone al centro la misión y la búsqueda de las formas mejores, más eficaces de colaborar en ella, evitando cualquier tipo de competencia o celos. El avance del Reino es lo que debe preocuparnos y ocuparnos, no el progreso de nuestras diócesis, congregaciones religiosas o movimientos laicales particulares, olvidándonos también de la propia carrera. Jesús, en el Evangelio, denuncia toda clase de ambiciones y nos llama a sólo desear servir y amar en todas las cosas, lavar los pies de los heridos, levantarnos y curar a los que luchan y necesitan consuelo.

Este programa de liderazgo quiere ser una pequeña planta, una pequeña iniciativa de sinodalidad, que necesitará ser cuidada. Si lo hacemos puede tener un impacto importante no sólo en la Iglesia sino en nuestras sociedades. El futuro siempre es incierto. Pero caminamos hacia él llenos de esperanza. La carta a los hebreos (6,18) habla de tender la mano para «apoderarse de la esperanza puesta delante de nosotros» afirmando que esta esperanza es «un ancla para el alma, firme y segura».

Cuenten con mi oración para que durante estos días puedan echar mano juntos a esta ancla y ser confirmados en la fe, la esperanza y el amor.

Una vez más, gracias por estar aquí. Espero recibir comentarios y sugerencias sobre cómo podemos ir más allá. Mientras tanto, nos mantenemos mutuamente en nuestras oraciones.

Fuente: jesuits.global/es

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