Resonancias de una Pascua en Misión

Un joven de la Red Juvenil Ignaciana Santa Fe comparte los pensamientos y sensaciones que le ha generado la experiencia de Misión en el barrio de Alto Verde durante la Semana Santa pasada.

Por Mauro Torres

Cuando uno cuenta a amigos, o hasta a su propia familia; “Me voy a misionar” te cuestionan diciendo… “¿vas a dejar tu familia, tiempo, amigos, tu novia, celular, fiestas y todo lo relacionado con las ‘vacaciones’ de Semana Santa para irte de misión y compartir momentos con personas que no conoces?»

Para mí, misionar ha sido, es y será una experiencia única e irrepetible. En ella, uno se descubre a sí mismo, sus cualidades, se sorprende de lo maravilloso que tiene al darse a lo demás, de cómo Dios habla a través de amigos, de compañeros de misión, de las personas que se visitan en las casas.

Podría dividir a la misión de dos maneras:

El shock con la realidad

Primero porque para llegar a Alto Verde, hay salir de la ciudad de Santa Fe y cruzar sólo una laguna. Siempre me llama la atención como, en cuestión de minutos, la realidad cambia.

Conocer estas realidades es la prueba de que, como sociedad, no hacemos nada por los demás.

Pero me pregunto si realmente las personas no saben lo que pasa en Alto Verde. ¿Será que vivimos en burbujas tan cerradas? O, ¿será que la televisión nos ha vendido otra imagen? O, ¿será que de ver tantas escenas o noticias ya estamos anestesiados? Y así catalogamos a mucha gente de ahí.

Después de vivir, convivir, compartir momento y charlas con la gente de ahí uno se da cuenta como los medios agrandan las cosas.

El encuentro con Dios

Al encontrarse con Dios, uno se da cuenta de los dones que Él te regala: inteligencia, alimentación, confort, los mejores médicos y hospitales, automóvil, computadora, trabajo, salud, amigos sanos, familia y la Fe. Darse cuenta que debo compartir todo eso con los demás, que debo dejar algunas cosas para ayudar a los otros. ¡La felicidad está en dar!

La gente no tenía nada, y aun así te ofrecían un mate, un vaso de agua, una torta asada o nos invitaban a comer… ¡Son personas sencillas pero que tienen postgrado, maestría y doctorado en generosidad!

Debemos aprender de la sabiduría de esta gente ¿Qué saben ellos? ¿Por qué no tienen nada y son felices? ¿Por qué son tan generosos en su pobreza?

Concluir que mi misión fue, no en uno, sino en dos lugares abandonados: Uno se llamaba Alto Verde y el otro… mi propio corazón.

Descubrí que mi corazón es a veces más desierto, más seco, más pobre de lo que me imagino. Descubrir que todas mis pertenencias materiales no llenan mi corazón sino al revés, corren el riesgo de estancarlo. Sólo Dios tiene el poder de inundar con la satisfacción, la felicidad y el Amor. Él es el único que nos puede enseñar a ser como esa gente: desapegados, sencillos, alegres, verdaderamente generosos y felices. Él es el único camino

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

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