7 Puntos sobre la Posverdad en Redes Sociales

Para reflexionar sobre la importancia de la opinión pública y las mediciones mediáticas en la producción de contenidos y reproducción de modos de pensamiento, al tiempo que son reflejo de una creciente fragmentación de públicos y aislamiento de los grupos por gustos y opiniones.

Por José Fernando Juan

Cuando hablamos de posverdad nos referimos a un discurso público, generalizado sobremanera en los últimos debates, en los que se va más allá de la verdad. El primer objetivo, al modo de los antiguos sofistas, es conectar con las emociones y sentimientos del auditorio, alcanzar su situación vital. Y una vez hecho este esfuerzo, ganando su credibilidad (o credulidad), construir un relato que explique, sin culpa alguna ni responsabilidad de su parte, el origen de sus circunstancias.

Sobre esta cuestión, y de aquí el título, tiene mucho que decir el contexto digital en el que nos movemos y el modo como hoy llega y se transmite la información. Un fenómeno esencial a nuestros tiempos es que el receptor se convierte en difusor a su vez, en elemento de la cadena de masas. Siempre fue así, de algún modo, pero nunca antes de forma tan potente y con semejante alcance.

Cómo se muestra la posverdad en redes sociales

Los lenguajes comprimidos. A pesar de la valía de Twitter en muchos sentidos, hay que reconocer que infinidad de cosas no se pueden concentrar en 140 caracteres. Se presta a muchas confusiones, a malentendidos o visiones parciales. Pero mucho menos en un #hahstag. Sin embargo, son estos últimos los que crean tendencias de opinión y corrientes que se van polarizando.

Los lenguajes visuales. Hoy como nunca sabemos transmitir con imágenes. Cualquiera puede hacerlo, con o sin texto. Y según qué perfil de edad, es su mensaje preferido, aquel que acogerá con mayor agrado. Estos lenguajes, como ya sabemos, son fácilmente manipulables y sólo destacan una parte. Pero se convierten en virales, pasan de mano en mano a través de teléfonos móviles inteligentes de última generación. Su potencial es inmenso.

Estudiamos las tendencias de masas. A diferencia de los datos que podían en otros tiempos reflejar las encuestas, hoy existen millones de datos en la red dispuestos a ser analizados. El oficio de “caza tendencias” ya no es un ojeador que pasea por la calle, sino que mira de forma general en internet descubriendo talentos. Y de igual modo los analistas de big-data ponen todo su conocimiento al servicio del estudio preciso de aquello que “el común”, “la inmensa mayoría” quiere escuchar, o de lo que se siente parte, o de sus frustraciones y necesidades.

Aumenta el ruido social. Otro aspecto a considerar es la profusión ideológica, constante y continua. Determinadas redes sociales, con que tengan dos usuarios muy activos en una dirección, te obligan al menos a pasar los ojos por contenidos del todo escandalosos o exagerados, sin oportunidad de réplica. Se producen miles de tweets en torno a un #TT, y hay #TT diariamente en diferentes ámbitos o regiones del mundo. Lo cual significa que se habla mucho de lo mismo, con etiquetas por sí mismas ya tendentes, cuando no directamente ideologizadas. Cada comunidad busca demostrar que es “más” influyente que las otras, como si el número fuera lo que realmente da significado a lo que se defiende. La verdad se mide en cantidad, en los tiempos de la posverdad, no de la cualidad o competencia de quien la propone o la busca..

En encierro en “lo propio”. Las comunidades digitales cerradas, que como he dicho en otras ocasiones tienen a formarse en estos aparentes espacios abiertos y plurales, se retroalimentan a sí mismas. La radicalización en los medios digitales y redes sociales es un hecho comprobado en todos los ámbitos de la vida. Nos volvemos “más” de la pata de la que cojeamos con anterioridad a fuerza de leer contenidos en la misma dirección y ver cómo otros muchos la apoyan, de modo que se pierde el interés por el diálogo con el otro, que piensa diferente.

Conformismo de sofá. Pasamos rápidamente de un tema a otro, creyendo haber hecho algo. Firmamos peticiones, que aunque sea una denuncia valiosa no puede ser el último paso que se dé. Como tampoco compartir el hartazgo con la corrupción o la violencia resulta determinante en el contexto social sin una acción ulterior. La acción suele ser nuestra palabra más seria en un asunto, porque hemos dejado de tomar en serio nuestras palabras.

Emotividad, a flor de piel. La cultura visual impulsada por redes sociales como YouTube tienen también mucho que ver en esto. Vídeos fragmentados, discursos que cautivan al auditorio. Vende la conferencia breve y vacía de contenidos, cuyo objetivo es decir lo estupendo que es quien escucha.

Fuente: Entre Paréntesis

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