La Dimensión Comunitaria y Ascética del Compromiso Ecológico Cristiano

¿Qué sentido tiene que las religiones entren en el debate acerca de problemáticas relacionadas con la sostenibilidad? ¿Qué contribución pueden hacer?

Por Jaime Tatay Nieto, SJ – Extracto

La dimensión comunitaria

 En el caso de la Iglesia, la insistencia en la dimensión comunitaria es una de las contribuciones principales que realiza a este debate. Junto a las propuestas que buscan empoderar al consumidor, educar al ciudadano y transformar el orden político mediante el voto personal, no podemos obviar la dimensión comunitaria a la hora de articular respuestas operativas a los retos contemporáneos. Esto se debe a varias razones.

 En primer lugar, “no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual.” (Laudato si’ 219) El individuo moderno está desbordado por la complejidad y el número de decisiones que debe tomar y, por muy informado que esté, necesita apoyarse y sostener su compromiso en redes comunitarias.

 A esta razón, de orden práctico, se suma una segunda, de carácter espiritual: la convicción de conformar, junto al resto de formas de vida que habitan el planeta, una comunidad: “creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión.” (LS 89) La experiencia ser parte de una comunión cósmica no es patrimonio exclusivo de los místicos, sino invitación y tarea para todos. Es una actitud espiritual que se puede cultivar.

 En tercer lugar, la centralidad de la dimensión comunitaria de la sostenibilidad resuena también con la tradición del bien común. Se trata de una visión económica y socio-política de carácter comunitarita que, a la luz del desgobierno y de la acelerada degradación de los “bienes comunes globales” (LS 174), resulta relevante.

La dimensión ascética

Pero la espiritualidad cristiana realiza también una contribución que otros actores no son capaces de proponer. Se trata de las prácticas ascéticas que articulan la praxis histórica de la Iglesia; prácticas – como el ayuno, la abstinencia o la limosna – orientadas a purificar la relación con Dios y con el prójimo. En ellas, la sobriedad, el desprendimiento y la simplicidad articulan una vida espiritual integrada. Estas prácticas adquieren un nuevo sentido en el contexto de un planeta sobre-explotado, con recursos finitos y con una gran desigualdad socio-económica.

La pulsión consumista de las sociedades más opulentas no solo contrasta escandalosamente con la pobreza persistente de una parte significativa de la humanidad, es también el principal vector cultural de degradación ambiental: “tenemos un supe desarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora.” (LS 109)

 Frente a esta situación, la Iglesia dispone de recursos espirituales que resuenan con una tradición que valora la sencillez y la solidaridad. La necesaria transformación sociopolítica y la imprescindible acción comunitaria, en el caso de la ecología, deben unirse a una espiritualidad de la ascesis y de la simplicidad voluntaria. Esta unión otorga una profundidad religiosa a la búsqueda de la sostenibilidad: “la pobreza y la austeridad de San Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.” (LS 11)

 Con Laudato si, Francisco ha entrado en un ámbito relativamente nuevo para el pensamiento social católico – el de la sostenibilidad – entablando un diálogo fecundo con la sociedad civil, la comunidad científica y el mundo empresarial. Un diálogo, de carácter ecuménico e interconfesional, en el que la contribución religiosa está siendo recibida con sorprendente interés.

Fuente: Ecojesuit

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