Mujeres y Espiritualidad Ignaciana

En ocasión del Día de la Mujer y desde una perspectiva ignaciana, un grupo de mujeres en Madrid reflexionar sobre la imagen de mujer que introyectamos desde la religión y qué consideraciones son necesarias para crecer en igualdad.

Por: Belén Brezmes Alonso

Con motivo del día de la mujer trabajadora, desde el Seminario de Espiritualidad Ignaciana Femenina en la Frontera queremos subrayar la trabajadora que aporta pensamiento teológico para comprender la realidad de La que Es desde otra perspectiva: la de la mujer. El pasado fin de semana, 4 y 5 de marzo, en Madrid continuamos nuestra reflexión sobre los Ejercicios Espirituales y la imagen de Dios que desarrollan. ¿Cuál es el imaginario que está en juego? ¿Qué discurso es liberador para la persona y ésta, mujer?

El despertar de las mujeres su dignidad humana es una experiencia de conversión fundante para una nueva comprensión de nosotras mismas y una posición ante la realidad que la transforme. Es decir, una nueva autointerpretación de la persona donde se dignifica: acoger lo que soy, colaborar con el Espíritu Santo, desplegarme desde el propio poder cocreador. Caer en la cuenta de la diferencia entre naturaleza (hembra) y lo cultural (mujer) y ser consciente de los esquemas, para romperlos si no es el lugar desde donde nos sentimos dignificadas.

La noción de culpa, pena, angustia está cargada de sospecha pues se nos puede lanzar al salirnos de los márgenes establecidos que pesan institucionalmente y tradicionalmente: se te da la culpa para mantenerte ahí, en un espacio que no es el tuyo, y es el discurso de las propias mujeres también. Nuestro cuerpo expresa la tensión que vivimos al sentirnos sostenidas por Dios y en la lucha en la que estás, Dios te acompaña desde la hondura.

Necesitamos encontrar la conversión en los Ejercicios Espirituales, más profética que ascética, introducirnos en la dinámica del Dios de Jesús con la sospecha de que se ha proyectado una conversión con tintes patriarcales, es decir, donde se proclama que lo que me salva se limita a: maternidad, hermana de, renuncia por el bien de los demás…

Somos imagen de Dios y este es un camino de conversión de cada mujer. Y somos imagen de Cristo. En la historia de la Iglesia encontramos dos lugares inclusivos. En primer lugar, el bautismo que nos hace ser profetisas, sacerdotisas y reinas, todos iguales ante Dios, discípulas desde la igualdad. Es decir, no es la circuncisión sino en el bautismo, lo que te hace formar parte de la Iglesia. Y en segundo lugar, las mártires donde se transparenta la imagen de Cristo para la comunidad. Así son reconocidas las mujeres mártires desde las primeras comunidades cristianas.

El pensamiento dualista introyectado nos lleva a los opuestos: esto o lo otro. Necesita ser desvelado con la dialéctica de una relación básicamente amistosa que hace posible reunir en una rica síntesis todos los elementos configurados de esto y de lo otro. Descubrimos una nueva autovaloración por parte de las mujeres que se enriquece por la estructura de relación mutua en reciprocidad, llamada mutualismo.

Los recortes en la identidad teológica de las mujeres distorsionan la bondad de Dios en el acto de crear a la mujer. El lenguaje sobre Dios ha de ser emancipador pues es el Misterio que no se agota en ninguna imagen y cuando se pretende agotar en este lenguaje, hay que sospechar de idolatría.

Necesitamos imágenes evocadoras donde vivamos la realidad de criaturas creadas por amor para alabar. Vivir la dignidad, la alegría del ser, hacer reverencia pues reconoces y acoges el Misterio en ti, en la otra, en la creación. Y servir, que está en relación con el discipulado de Jesús caracterizado por la circularidad, que acoge a la diferente, es gratuito, iguala porque no es asimétrico. La Fuente nos llega por todo lo que existe, a través de mi propia consistencia humana a la que Dios va acompañando en el proceso. La Fuente que se amolda a tu proceso y nos llega por la tradición y la Palabra revelada en Jesús de Nazaret.

 Fuente: Entre Paréntesis 

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