Simplemente, gracias

¿Cómo vivimos el agradecimiento? ¿Sabemos dar y recibir un ‘gracias’?

Por Pino Trejo

El dicho “es de bien nacidos ser agradecido” tiene poco predicamento en nuestra sociedad. Dar las gracias no suele ser una de nuestras acciones más cotidianas, ni una expresión que usemos tanto ni con tanta gente; si acaso, formalmente cuando alguien nos ha ayudado a recoger algo que se nos ha caído, cuando nos ceden un asiento en la guagua, o cuando hemos estado a punto de estamparnos contra el suelo y en el último momento, una mano nos sujetó y evitó la colisión.

En estos casos suele estar hasta justificado decir “gracias”, como si de un pacto conductual se tratara: ante la inesperada y altruista acción de un, una desconocida se establece que la persona beneficiaria de esa gracia debe, como mínimo, dirigirle un gracias.

El significado y uso de este vocablo es bien conocido por todos y todas. Desde pequeñitas se nos enseña la palabra mágica, en qué contexto y situaciones deberemos utilizarla; a quién debemos dirigirla. Así con el tiempo y la rutina se va des-magiando lo que en su momento formó parte de nuestro vocabulario cotidiano.

Ya de adultas somos más selectivas. No regalamos palabras amables a troche y moche, ni consideramos que sea tan necesario ir dando las gracias a toda hora y a cualquier persona. Y mucho menos si es por algo que el otro tiene que hacer, por lo que le pagan al prestar ese servicio a la sociedad, vamos que es su trabajo.

Aquí la cosa cambia considerablemente. Ya por el solo hecho de que perciba un salario por esas tareas de las cuales todos y todas nos beneficiamos, resulta suficiente motivo para no deleitarle con una palabra amable.

En la vorágine de sociedad en la que sobrevivimos, se nos ha olvidado lo fundamental: reconocer al otro, a la otra como un ser humano. Claro que el problema puede que radique en que ya ni nosotros, ni nosotras mismas nos veamos como tales. Hemos asumido tanto esta cultura del “sálvese quien pueda”, que nos hemos ido perdiendo en alguno de los pasillos del hipermercado en el que hemos convertido este mundo.

Dar las gracias cuando el funcionario te recoge el impreso en registro, cuando el fontanero te arregla la avería, cuando el joven te trae la telecomida que has pedido, cuando el médico te receta las medicinas para curarte ese catarro, cuando la cajera del super te devuelve el cambio por la compra que has realizado…significa que reconoces el trabajo de la otra persona y, por lo tanto, a la otra persona.

Porque trabajo y persona no se pueden separar. No nos vendemos cuando trabajamos, sino que nos damos. Una parte de mí se desprende para darse…a la otra persona, a los demás. En cada acción que emprendo en mi puesto de trabajo me lleva a la relación con otras personas; a implicarme, de alguna forma, en sus vidas; a colarme en medio de sus preocupaciones y alegrías.

Yo, receptora de esa dación, no puedo por menos que apreciar lo que recibo, pronunciando un simple gracias, y con ello seguro que ese día habré hecho un poco más feliz a alguien que simplemente hacía su trabajo.

Fuente: EntreParéntesis

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *