Testimonio de la Misión San Francisco Javier

Luciana Rey, una de las jóvenes uruguayas que participó de la misión cuenta su experiencia y la de su grupo en Raigón, uno de los 9 pueblos de la diócesis de San José por los cuales se repartieron los misioneros.

Por Luciana Rey

El 18 de febrero se celebró en la catedral de San José la misa de envío que daba comienzo a un nuevo ciclo de la Misión San Francisco Javier en Uruguay. Cerca de 120 jóvenes uruguayos y argentinos, pertenecientes a la Red Juvenil Ignaciana, se encontraban en un mismo lugar para vivir una semana de fe intensa y compartida en una de las 9 comunidades que nos esperaban.

Raigón fue el lugar que nos tocó misionar durante toda la semana a los 12 que formábamos inicialmente el grupo. Ocho chicas de la diócesis de San José se sumaron al grupo misionero, con las mismas ganas de mostrar una iglesia joven y comprometida con aquel que nos invita a más amar y servir.

El hecho de que Raigón fuera una localidad chica, con pocos habitantes, nos regaló una misión particular y muy cercana con la gente del lugar. El salir a misionar no se acotaba únicamente a las visitas de las casas a la mañana, ni a los talleres de la tarde. Misionar en Raigón duraba la cantidad de horas del día que estuviéramos despiertos. Solo bastaba caminar unos pocos pasos para charlar con algún vecino, recibir alguna visita o encontrarte con caras conocidas. Caras que iban tomando nombre y nombres que iban contando historias. Así íbamos compartiendo la vida día a día, hasta en los ratos “libres”, con charlas de pasada que a veces solo duraban cinco minutos. Este lugar nos fue recibiendo cada vez más y con esto nos fue regalando la capacidad de conocer de un modo más profundo y desde adentro, su dinámica, su funcionamiento, sus familias, sus alegrías y sus tristezas. Nos permitió contemplarlo desde el silencio de la oración y también hizo arder nuestros corazones al celebrar con mucho lío, gritos y canciones tanto bien recibido.

Me volvió a recordar que lo lindo de compartir la vida es hacerlo de igual a igual y que de nada sirve tratar de comprender la realidad del otro sin compartir, frente a esa realidad, también la mía. Es básicamente la palabra COMPARTIR la que resume mi semana en Raigón y la actitud, frente a la misma, de seguir gozando y celebrando el regalo de la vida.

Innumerables son las vivencias y las caras por las cuales agradecer a Dios su presencia, en especial por las de mi grupo misionero que me acompaño en este hondo proceso y con quienes compartí tanta alegría durante la semana, pero por sobre todo, con quienes sigo cultivando las ganas de continuar nuestra misión en Raigón por dos años más.

 

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