Testimonio: Mi experiencia de Misión

por Luis Horacio Larrea

Escribir sobre lo vivido en la misión en esos días no es muy fácil, porque poner en palabras lo que el corazón vivió con intensidad.

La llegada a esta misión fue para mí fue un poco extraña, le contaba a mis desconocidos compañeros de comunidad, que no estaba acostumbrado a este estilo o forma de misionar en la cual no tenía idea del material que se iba a trabajar, ni quiénes serían las personas con las que compartiría estos días. No terminaba de dimensionar los días previos todo lo que podía llegar a suceder y me costó un poco el no haber sido parte de las instancias de preparación, o conocer materiales, actividades, etc.

Quizás me había olvidado de que Dios hace nueva todas las cosas, y que cada día es una novedad en nuestra vida. Y lo viví de ese modo especialmente en cada actividad a lo largo de esa semana: desde la primera oración del a mañana, la salida a las casas, el compartir en los encuentros con los niños, celebrar la eucaristía hasta terminar compartiendo a la noche con mis ya no tan desconocidos compañeros de comunidad, me empezó a embarcar en esta “Misión Joven”.

Ahí empezó la misión. Ahí empecé a intentar a mirar un poco con la mirada de Cristo: cada entrada a una casa era motivo de alegría y de agradecimiento de que se me permita palpar con la escucha, con las charlas, con las sonrisas, con las lagrimas del tesoro más preciado de Jesús que es el corazón de cada uno de esos rostros con los que nos fuimos encontrando. Los encuentros con los más chicos fueron el motor de cada día, un momento para olvidarse de las preocupaciones, las estructuras, las “cosa de los grandes” para entrar en ese mundo sencillo y tierno de jugar y reír sin importar tiempo ni lugar, simplemente hacerse como niños.

No puedo olvidarme de la Eucaristía y de la oración, elementos fundamentales para no desfallecer o caer en la tentación de creernos “centros de la misión” , cuando el único centro de todos estos días era el mismo Dios queriendo estar más cerca de su pueblo.

No quiero terminar esta pequeña historia de cómo viví, sin recordar a mi comunidad, a los misioneros con los que me toco compartir estos días, cada uno diferente, lleno de dones y repleto de un amor ardiente por el evangelio, que no dejaron que por ser “nuevo” me quede aislado o me sienta incómodo. Desde el primer día con pequeñas charlas, con pequeños gestos, con preguntas interesándose sobre mi vida, me hicieron sentir como que nos conociéramos de toda la vida, y esas cosas solamente suceden si está Cristo de por medio. Estoy completamente agradecido por mi comunidad.

Mis palabras de conclusión son simplemente de agradecimiento, para los coordinadores, encargados, intendentes, misioneros, sacerdotes, religiosas y religiosas y para todo Cardona-Florencio Sánchez. Mi felicidad no tiene palabras, el reencontrarme con la misión me llena el corazón y me desafía a poder hacer que en el difícil día a día de mi vida pueda intentar “Ir sin miedo para servir” confiando en que no estoy solo, que Él me ama hasta el extremo, y que sale a mi encuentro y en mi búsqueda cada día. Con esta frase espero que quede plasmado lo que me llevo de esta misión: «Jesús no necesita que seamos perfectos para hacer cosas buenas, con nuestros defectos y limitaciones podemos hacer muchas cosas buenas con los demás».

 

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