Jesuitas en las fronteras

La fe que inspira la ciencia. El Observatorio Vaticano

 

En la vasta extensión del cosmos, donde colisionan cuestiones de existencia y significado, existe una intersección única de fe y ciencia. Una convergencia encarnada por los astrónomos jesuitas.

 

En el observatorio del Vaticano, varios jesuitas se adentran a diario en las profundidades del universo. Sus viajes están marcados por su doble identidad de científicos y hombres de fe. Durante siglos, los jesuitas han tenido una presencia importante en el campo de la astronomía.

 

Varios jesuitas incluso han dado su nombre a cráteres lunares y asteroides en reconocimiento a su contribución.

 

Comentario al evangelio: «Sin mí no podéis hacer nada»

He querido muy intencionadamente centrar el comentario del evangelio de este domingo en esta frase de Jesús que nos suena, de entrada, a exageración: ¡hombre, nada de nada! ¡no hay para tanto!… Siempre digo que las frases aparentemente más extrañas o radicales del evangelio son las que tenemos que meditar con más detenimiento, y ésta es una de ellas. Otras traducciones dicen: “separados de mí, nada podéis hacer”.

 

El contexto de la frase es la alegoría de los sarmientos y la vid. Fuera del tronco de la vid, los sarmientos no dan fruto. O, dicho de otro modo, son inútiles, no sirven para nada; por eso, como dice el evangelio, “los tiran fuera y se secan, luego los recogen y los echan al fuego y arden”.  Ésta es la cuestión de fondo que plantea este evangelio: dar fruto. No se trata sólo de hacer, sino de que nuestro hacer dé fruto. Evangélicamente, se trata no de resultados o de éxito, sino de fecundidad. De un hacer que sea evangélicamente fecundo.

 

Entendida así, la palabra de Jesús es tan clara como tajante: separados de Él podremos hacer, obviamente, muchas cosas; pero la cuestión es que esas cosas den o sean frutos de evangelio. Podemos ser activos, e incluso hiperactivos, y podemos quedarnos muy satisfechos, y muy engañados, con eso. Pero todo, y lo mucho que hacemos, ¿da fruto? ¿es evangélicamente fecundo? Separados de Jesús, centrados en nosotros mismos, buscándonos a nosotros mismos (nuestra imagen, nuestro éxito, nuestro prestigio o nuestra satisfacción…) difícilmente daremos frutos de evangelio. A partir de aquí surgen muchas preguntas que es bueno que nos hagamos en un examen sincero. Por ejemplo…

 

Todo aquello que hago, y quizá con mucho esfuerzo y con la mejor intención, ¿construye fraternidad? ¿genera comunidad? Si mi centro es Cristo, y mi afectividad está centrada en Cristo y estoy “vacío” de mí mismo, seguramente sí… pero si soy yo mi centro, y mis carencias afectivas son mi motor y me busco a mí mismo, más que fraternidad crearé dependencias, malos rollos, rivalidades…

 

¿Me pregunto sinceramente cuál es el objetivo último de todo lo que hago? ¿es, de verdad, construir Reino, contribuir a un mundo más humano? ¿Y en función de ese objetivo replanteo los cómos y los modos de lo que hago, de tal modo que sean los de Jesús y no los míos? Unidos a Jesús actuamos desde la paciencia, la misericordia, el cariño prioritario por los pobres y los que sufren… y eso sí que da frutos y no mis impaciencias, mis juicios, mis favoritismos…

 

Unidos a Jesús no nos importan los éxitos ni nos hunden los fracasos: buscamos con limpieza el servicio. Un servicio que nos hace “dichosos”, que nos da el fruto evangélico de esa alegría interior que nada ni nadie nos puede quitar.

 

(Juan 15, 1-8) Domingo 5º de Pascua – Ciclo B

 

Darío Mollá, SJ

@centroarrupevalencia

tomando el mundo en sus manos fondo oscuro

Guardar la vocación

Se nos invita, con insistencia y acierto, a cuidar nuestra vocación. A alimentar el don que cada uno hemos recibido. A nutrirnos y procurar aquello que más nos llena en nuestro viaje personal. Es decir, a hacer lo que tenemos que hacer para que nuestra vocación crezca. Y está bien, sin duda. Tiene que ser así.

Sin embargo, ¿no necesitamos también guardar nuestra vocación? Esto es, no hacer lo que no tenemos que hacer para que nuestra vocación no se enfríe. Porque todos sabemos –con mayor o menor nivel de acierto según el momento, claro– lo que no nos ayuda para vivir el camino que, delante de Dios, hemos elegido vivir. A veces lo disimulamos bastante bien, es verdad; y conseguimos hacer como que lo ignoramos. Pero en el fondo, si somos honestos, cada uno intuimos sobradamente por dónde anda eso que nos dificulta perseverar.

En otras palabras, que conocemos bien qué cosas no deberíamos hacer porque nos distraen; qué palabras sería mejor no pronunciar porque nos envenenan; qué pensamientos no deberíamos alimentar porque nos intoxican; en qué estímulos no conviene regodearse porque nos anegan; en qué sentimientos mejor no recrearse porque nos despistan; qué afectos no vale la pena mendigar porque nos seducen y nos colonizan.

Por decirlo aún más claro: sabemos qué no hacer –a qué renunciar– para guardar nuestra vocación (con la dosis de gracia y lucha que ello conlleva). Pero para guardarla no como quien la protege por miedo o la esconde por cobardía, sino como quien valora un don que no le pertenece y que entonces ha de custodiar.

Alberto Cano SJ

Símbolos religiosos e instrumentalización política. Una reflexión bíblica (fragm.)

En tiempos recientes, con una frecuencia cada vez mayor, los símbolos religiosos irrumpen en la arena política. A menudo, Dios es invocado de manera inapropiada, llamado como testimonio de una facción política o como una etiqueta para promover un partido. El tema es sin duda de actualidad, pero la problemática tiene raíces antiguas. Por eso mismo, las propias Escrituras judeocristianas contienen anticuerpos contra cualquier instrumentalización de lo divino.

 

Si, por un lado, el Señor es el Dios de un pueblo particular, Israel; por otro lado, el texto sagrado es consciente de que él es «Santo» (cfr. Ex 15,11; Is 6,3; Os 11,9), está «separado», es decir, es «distinto» del mundo. El Señor dice a través del profeta: «los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor» (Is 55,8). Ese Dios tan cercano a su pueblo, hasta el punto de intervenir para liberarlo de la esclavitud de Egipto y llevarlo a la Tierra Prometida, es también Otro en relación con Israel. Un signo elocuente de esto es el Tetragrámaton, el Nombre de Dios que no se puede pronunciar.

 

Esta prohibición protege la alteridad de Dios, porque no es posible aprehender el misterio del Señor llamándolo por su nombre. Esta trascendencia, y al mismo tiempo inmanencia, divina es recordada por el profeta Isaías: «¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!» (Is 12,6). El Dios Santo se hace presente en la historia de una comunidad particular, Israel, que él eligió entre todas las naciones de la tierra (cfr. Dt 14,2).

 

El arca de la alianza o del pacto es un signo de esta presencia concreta de Dios en medio de su pueblo, en una dinámica que prefigura la encarnación del Emmanuel, el Dios con nosotros (cfr. Is 7,14; Mt 1,23). ¿Cuál es la relación de Israel con el Dios que camina junto a ellos? ¿Podrán respetar su alteridad, o intentarán convertir a este Dios en un ídolo? ¿Qué sucede cuando el Señor de los ejércitos es llevado de manera inapropiada al campo de batalla?

 

En la historia bíblica, el poder confiado a los soberanos les otorga grandes responsabilidades, ya que sus acciones pueden conducir a muchos hacia la muerte o hacia la vida. ¿Qué sucede cuando aquel que está al frente del pueblo instrumentaliza a Dios para su propio beneficio? En este sentido, el caso de Jeroboam, rey de Israel, resulta emblemático.

 

Vincenzo Anselmo

@laciviltacattolica

 

Revista MANRESA 379: Diálogo entre la Teología y la Espiritualidad

¿Qué diálogo es posible y necesario establecer entre la Teología que se presenta como una ciencia y por lo tanto, se apoya en fundamentos lógico-racionales, y la Espiritualidad sostenida ampliamente por la afectividad y la experiencia concreta de la fe en una realidad eclesial, cultural e histórica determinada?

Siempre la fe se vive de un modo concreto. En este caso, el elemento de concreción, viene determinado no solamente por la realidad sociocultural y eclesial que vivimos, sino por una manera específica de entender la espiritualidad: nuestra clave hermenéutica es la espiritualidad ignaciana. Una reflexión teológica sin espiritualidad fácilmente se convierte en una ideología religiosa. Y una espiritualidad sin teología, con frecuencia, se ve arrastrada a espiritualismos intimistas y desencarnados. En los grandes maestros de la espiritualidad, teología y espiritualidad aparecen sólida y profundamente unidas, como en nuestro caso es Ignacio de Loyola.

Hace tiempo que la revista MANRESA quería dedicar un número a la relación entre Teología y Espiritualidad Ignaciana en concreto. En el año 2018, dentro de la colección Manresa se publicaba Dogmática ignaciana “Buscar y hallar la voluntad divina” [Ej 1], editado por Gabino Uribarri Bilbao, lo cual, supuso un avance decisivo y cualitativamente importante en esta dirección. Desde ese momento, todos los que trabajamos en Manresa empezamos a pensar en hacer una aportación, quizá más modesta, pero con una clara vocación de ser a la vez práctica y fecunda para todos aquellos que se dedican al ámbito de los Ejercicios Espirituales y de la espiritualidad nacida de Ignacio de Loyola. La praxis, el dar y acompañar Ejercicios ha sido nuestro punto de partida, pero hemos dado un paso más: relacionar propuestas, dinámicas, contemplaciones, “modo y orden”, etc., que encontramos en los Ejercicios Espirituales con cuestiones, conceptos o temas relevantes de la Teología.

Comenzamos con un artículo de Josep Giménez Meliá, miembro del Consejo de Redacción de la revista que desde la consideración de las Tres Maneras de Humildad [164-168], hace una reelaboración del significado de la palabra humildad para el creyente actual. María Dolores López Guzmán, con su artículo, traza el rostro de Jesucristo que se puede descubrir en la espiritualidad ignaciana. Continua María José Schultz, exegeta y profesora de la facultad de Teología de Deusto, que se estrena en nuestra revista, dando pistas para el uso y la contemplación de la Escritura en los Ejercicios espirituales. Eduard López Hortelano desarrolla el tema de la gracia en los Ejercicios desde una comprensión de la gracia y la libertad como una unidad dialéctica.

Continúan dos artículos que relacionan la Teología Moral con propuestas de los Ejercicios: José Ramón Busto se centra en la relación entre la Primera Semana y la concepción del pecado que subyace; y Julio Martínez establece un diálogo entre Moral y espiritualidad ignaciana en torno a los conceptos de libertad y autoridad. Rogelio García Mateo buceará en las “raíces paulinas” en Ignacio de Loyola y Francisco Javier, dos de los fundadores de la Compañía de Jesús.

El número concluye con las tres secciones fijas de la revista: Semblanzas dedicada a un “grande” de la Iglesia y de la Espiritualidad Ignaciana en los últimos tiempos: Carlo María Martini que escribe el jesuita italiano Carlo Casalone. En Ayudas para Ejercicios, David Guendulain escribe sobre el sentido y la relevancia de los sacramentos y la liturgia en los Ejercicios y Javier Cía aborda el tema de las adiciones para la oración. El número no agota el tema, es un humilde primer paso. Probablemente aparezcan, más adelante, otros números que sigan acercándose a esta cuestión desde otros aspectos y perspectivas, que hagan fecundo y rico este necesario diálogo entre Teología y Espiritualidad Ignaciana.+

@infosj

Papa Francisco entre japoneses recuerdo hiroshima

El rostro de la iglesia católica japonesa (fragm.)

La Constitución garantiza a los ciudadanos japoneses la libertad de profesar cualquier religión, pero no siempre fue así…

La evangelización de Japón tiene una fecha de inicio precisa: el 15 de agosto de 1549, día en que san Francisco Javier desembarcó en el archipiélago procedente de la península de Malaca. La primera comunidad cristiana se fundó en la isla de Kyushu, la más meridional de las cuatro grandes islas que componen el archipiélago. Después de que San Francisco Javier se marchara de Japón, llegó al archipiélago el jesuita italiano Alessandro Valignano (1539-1606).

 

A los jesuitas les siguieron los frailes franciscanos, principalmente italianos. A los extranjeros que llegaban a Japón desde el sur en aquella época, a bordo de sus barcos de color oscuro (para distinguirlos de los japoneses, que eran de bambú y generalmente de color más claro), se les llamaba Nan Ban (‘bárbaros del sur’), ya que se les consideraba gente tosca e inculta, simplemente porque no practicaban las costumbres y tradiciones del país.

 

Durante el siglo XVI, la comunidad católica creció hasta superar los 300.000 fieles y en 1588 se estableció la diócesis de Funay. La ciudad costera de Nagasaki era su principal centro. Los misioneros italianos, en su labor de evangelización, seguían las normas elaboradas por Valignano, autor del Ceremonial fundamental para los misioneros en Japón.

 

En 1582, los jesuitas japoneses organizaron un viaje a Europa para ser testigos de la apertura a la fe cristiana del pueblo del Sol Naciente. El viaje duró ocho años. La delegación, compuesta por cuatro prelados, visitó primero Venecia, luego fue a Lisboa y finalmente regresó a Italia, donde terminó su viaje en Roma. Los jesuitas japoneses fueron recibidos por el Papa Gregorio XIII y también conocieron a su sucesor, Sixto V. En 1590 regresaron a su patria.

 

El Shogunato Tokugawa pronto se dio cuenta de que los jesuitas, a través de su labor evangelizadora, influían en la dinastía imperial, relegada de hecho a una función meramente simbólica. Por ello, interpretó la presencia de los cristianos en su conjunto, y de los Nan Ban en general, como una amenaza para la estabilidad de su poder.

 

En 1587, el kampaku (líder político y militar) Hideyoshi, «Mariscal de la Corona» en Nagasaki, promulgó un edicto que ordenaba a los misioneros extranjeros abandonar el país. Sin embargo, siguieron operando en la clandestinidad. Diez años después, comenzaron las primeras persecuciones. El 5 de febrero de 1597, veintiséis cristianos (6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 japoneses) fueron crucificados.

 

En 1614, el shogun Tokugawa Ieyasu, gobernante de Japón, prohibió el cristianismo en otro edicto y vetó a los cristianos japoneses la práctica de dicha religión. El 14 de mayo de ese año se celebró la última procesión por las calles de Nagasaki, que tocó siete de las once iglesias existentes en la ciudad; todas fueron demolidas posteriormente.

 

La política del régimen se hizo cada vez más represiva. Entre 1637 y 1638 estalló una revuelta popular en Shimabara, cerca de Nagasaki. Animada principalmente por campesinos, y dirigida por el samurái cristiano Amakusa Shiro, la revuelta fue reprimida con sangre, y siguieron varias ejecuciones sumarias de los que la apoyaban. Se calcula que unos 40.000 conversos fueron masacrados.

 

En 1641, el shogun Tokugawa Iemitsu promulgó un decreto, que más tarde se conocería como sakoku («país blindado»), por el que prohibía cualquier forma de contacto entre la población japonesa y los extranjeros. A partir de entonces, los cristianos crearon una simbología, una ritualidad e incluso una lengua propias, incomprensibles fuera de sus propias comunidades. En 1644, el último sacerdote cristiano que quedaba fue condenado a muerte.

 

La Iglesia católica en Japón cuenta hoy con 419.414 católicos sobre una población de 125 millones de habitantes (alrededor del 0,34%)

El personal misionero está formado por 459 sacerdotes diocesanos, 761 sacerdotes religiosos, 135 religiosos, 4.282 religiosas y 35 seminaristas mayores, en un territorio con tres provincias eclesiásticas, en las que se agrupan las 15 diócesis

Aunque pequeña en número, gestiona numerosas instituciones educativas (828 según datos del Anuario Pontificio 2023) y de beneficencia (653)

 

@religiondigital

 

 

J.M. Rodríguez Olaizola SJ. Carta abierta a los ‘haters’ católicos

Normalmente paso. Normalmente evito contestar en público a la variedad de chorradas que de vez en cuando ves publicadas. Normalmente evito entrar al trapo de la provocación de aquellos que de católicos solo tienen el nombre, porque son lo menos universal que te puedes imaginar.

Pero hay ocasiones en que el silencio no basta. Es verdad que a veces callar es lo más sensato. Porque hay gente que solo quiere ruido. Y bronca, para poder continuar discutiendo hasta la extenuación, para poder seguir vertiendo bilis, para poder eternizarse en sus reproches y obsesiones. Pero cuando callas demasiado, termina pareciendo que otorgas, y terminas haciendo que gente que quizás tiene buena intención -pero no mucho acierto-, se sume al coro de los petardos, convencidos de que insultando son fieles y que repitiendo eslóganes defienden la verdad.

Solo puedo deciros una cosa. La Iglesia es muy amplia. En ella cabemos muchos más de los que vosotros habéis decidido que cabemos. Muchas más personas, y muchas más formas de hacer las cosas. Estáis encantados con fantasear con un pasado que idealizáis, aunque también tuvo luces y sombras, olvidando que lo que ha cambiado es la sociedad entera. Culpáis a los católicos distintos de vosotros del paso del tiempo. Sin querer ver que lo que ha cambiado es el mundo entero, y es en este mundo de hoy en el que hay que anunciar el evangelio. Culpáis a las parroquias, a las órdenes religiosas, a los obispos que os disgustan, al mismo Papa… Pero si os paraseis a pensar, veríais que hasta en vuestras propias familias las cosas ya no son como antes… y no es culpa vuestra (ni mía). Es que el mundo es diferente. Y es en este mundo de hoy (no en otro inexistente) en el que tenemos que seguir dando a conocer a Jesucristo, y su buena noticia. Con aciertos y errores, sin duda, pero sin la soberbia de quien se cree que solo su modo es válido y que además eso le autoriza para insultar y faltar constantemente a los otros.

Tenéis tres eslóganes que utilizáis, sirva o no. Os encantan las etiquetas con las que simplificáis lo complejo. Presumís con vuestras palabras de una profundidad que no demostráis con vuestra actitud. Exigís fidelidad a Cristo, mientras lo seguís crucificando en vuestras palabras y desprecios. Mentís, quizás sin ser conscientes de ello, al etiquetar, denigrar y expender certificados de ortodoxia. Cuestionáis la fe de quien ama a Cristo, porque no os habéis parado a escuchar ni medio minuto de lo que dicen. Vomitáis desprecio sin pensar en el daño que hacéis a las personas.

Ojalá, un día, abráis los ojos, el corazón y la entraña, al Resucitado, que sigue apareciendo e invitando a vivir en paz. ¡Feliz Pascua!

 

t.ly/2xMSj

 

Evangelio del Domingo. YO DOY MI VIDA

En apenas ocho versículos que contiene el evangelio de hoy se repite por tres veces la expresión “dar la vida”.

 

En la primera de ellas Jesús habla de un “buen pastor” que es bueno porque “da su vida” por las ovejas. En la segunda y tercera, Jesús se identifica a sí mismo como ese buen pastor y el sujeto de las afirmaciones es “yo”: “yo doy mi vida”, “yo entrego mi vida”.  El cuidado del buen pastor por las ovejas es un cuidado que nace del amor por ellas, y porque nace del amor es un cuidado que puede llegar a dar la vida. Porque ese dar la vida nace del amor Jesús puede decir con verdad “nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”. Con la libertad plena que sólo da y que sólo explica el amor.

 

El evangelio de hoy puede ser leído y aplicado, y quizá también argüido, a los que llamamos “pastores” de la Iglesia. No es inadecuada ni incorrecta esa lectura y aplicación y, obviamente, es una primera lectura que podemos hacer de este texto. Parece confirmar esa línea de interpretación el hecho de que este domingo de Pascua sea dedicado a la Jornada por las Vocaciones. Es verdad que los “pastores” de la Iglesia debemos confrontarnos día a día con este Buen Pastor, porque como, por desgracia, nos enseña la historia pasada y reciente no siempre el comportamiento de los pastores ha sido el que pide el amor.

 

Pero el evangelio todo, y éste también, se dirige a toda la comunidad cristiana y no sólo a sus pastores. Quiero en este comentario ampliar esa lectura a todo el pueblo de Dios, a toda la comunidad de los seguidores de Jesús, porque todos somos llamados a seguir al Buen Pastor. Sí: todos estamos llamados a cuidar con amor de nuestros hermanos. El evangelio de hoy es una llamada universal a todo el pueblo de Dios.

 

El cuidado es la delicadeza en el amor, el amor llevado a sus límites más entrañables, más humanos. Un cuidado que debe ser especialmente exquisito con los hermanos más débiles y pobres. Y con aquellos que, por las causas que sean, se encuentran en situación más delicada, más amenazada, menos protegidos. Lo que Jesús dice en el evangelio de hoy es que no hay amor sin entrega, sin donación. No hay amor barato, no hay amor a coste cero. El amor extremo de Jesús por nosotros le llevó a darse por entero. Y si nuestro amor nos compromete en serio con los demás, ese amor nos va a pedir, inevitablemente, renuncias y sacrificios: de nuestro ego, de nuestro modo de pensar y de vivir, de nuestro tiempo y comodidades, de nuestros proyectos personales.

 

La experiencia de sentirnos amados por el Buen Pastor será la que nos dé la fuerza para también nosotros amar y cuidar a nuestros hermanos.

 

Darío Mollá, SJ

t.ly/2tEMq

J. Dardis SJ: Un nuevo modelo para una nueva época

 

Planificación apostólica transformativa (fragm.)

En la Iglesia, y hasta cierto punto en la sociedad en general, el término «planificación» se ha convertido en una especie de palabra de moda, pero esta palabra y su aplicación también han causado controversia y división. De ahí que surjan algunas cuestiones fundamentales, entre ellas: ¿qué sentido tiene planificar en un contexto en el que confiamos en el Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn. 3,8)? ¿Hasta qué punto podemos dejarnos guiar por la razón humana, dados nuestros defectos y nuestra inclinación al pecado? Y si nos fijamos en cómo está el mundo ahora mismo, el llamado «entorno VUCA» [acrónimo de Volatile, Uncertain, Complex, Ambiguous (en español: volátil, incierto, complejo y ambiguo)], ¿podemos realmente ponernos a planificar?

 

Otra cuestión se refiere a las características particulares de la era tecnocrática, que tiene poco en cuenta la dimensión afectiva, la sabiduría y la intuición interior. A este respecto, Christina Kheng, profesora de Liderazgo Pastoral en el East Asian Pastoral Institute de Manila, comenta: «La práctica actual de la planificación estratégica gravita a menudo hacia lo que es cuantificable, estereotipado, inequívoco y controlable. A veces el proceso emprendido tiene connotaciones mecánicas, burocráticas y superficiales, carece de verdadero diálogo, reflexión crítica o pensamiento estratégico […]. En el contexto de la era digital, existe el riesgo de que estas tendencias aumenten aún más».

 

Partiendo de estas premisas, sin duda podemos afirmar que el tipo de planificación que hacemos en la Iglesia debe ser radicalmente diferente de la que se practica en los entornos corporativos, especialmente en aquellos dominados por un modelo tecnocrático. El Papa Francisco lo señaló y se mostró muy escéptico con la planificación dominada por ciertas ideologías: «Hemos caído, en estos casos, en la dictadura del funcionalismo. Es una nueva colonización ideológica que intenta convencernos de que el Evangelio es una sabiduría, es una doctrina, pero no es un anuncio, no es un kerygma».

 

Nuestro guía es el Espíritu Santo, y es ese Espíritu, dice el Papa Francisco, el que desbarata nuestros planes y los reorienta: «Hace falta el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo voltea la mesa, la tira y vuelve a empezar». Francisco afirma que para escuchar de verdad el grito de la gente de la diócesis, no basta «habitar con ideas, con planes pastorales, con soluciones preestablecidas», sino que «hay que habitar con el corazón». Por otra parte, el Papa no está en contra de la planificación per se. De hecho, como señaló Robert Mickens, en la misma ocasión Francisco se refirió a la Evangelii gaudium (EG) y al discurso que él mismo pronunció en Florencia en 2015, en la V Convención Nacional de la Iglesia Italiana, y llamó a estos dos textos «el plan para la Iglesia en Italia y el plan para esta Iglesia en Roma».

[…]

@laciviltacattolica

Para leer el artículo completo t.ly/Ie9RZ 

Jóvenes en grupo en torno a un fuego en la playa al atardecer

¿Pocos e insignificantes?

El que la Iglesia va poco a poco reduciendo sus números es algo innegable. Basta con echar un ojo a las estadísticas con las que de tanto en tanto nos bombardean para advertir que los bautizos decrecen y los funerales aumentan, mientras el abandono de la misa de los domingos en particular y los sacramentos en general parece ser algo innegable.

Todo ello nos hace ver que, en el futuro, no es que vayamos a ser menos, sino que, además, los cristianos seremos pocos. Una minoría que tendrá que hacer frente a una reorganización que exigirá no poca generosidad y dolor de los cristianos, al tener que dejar lugares e instituciones importantes para su vida de fe.

Ahora bien, creo que, a este hecho indiscutible se asocia otro que no es necesariamente cierto y que, de hecho, está en nuestras manos cambiar. Es el de pensar que por el hecho de ser pocos vayamos a ser, necesariamente insignificantes para la sociedad. Como si el cristianismo estuviera condenado a convertirse en una realidad marginal, cuando no a extinguir, que no interesa ni dice nada a las personas del siglo XXI.

Personalmente, creo que en esta percepción hay un error de base. Puesto que, conocemos a otras instituciones y grupos de personas que, pese a ser minoritarias, cuentan con un influjo, muchas veces no menor, en nuestra sociedad. Se trata de asociaciones que hacen pensar a los demás, sea por su modo de reflexionar, o por su modo de actuar. Instituciones que permean la vida de los otros, convirtiéndose en no pocas ocasiones en referentes o, al menos, punto de contraste o inspiración.

Creo que los cristianos estamos llamados precisamente a eso. A ser significativos en medio de un mundo que está tantas veces desnortado. A ofrecer una palabra de esperanza y una acción que cuestione, humanice y corresponsabilice. Todo ello, sin olvidar ni esconder nunca quién es el que nos moviliza. Y confiando en que, si ponemos nuestros pocos y pobres panes y peces en sus manos, Él sabrá como hacer para alimentar con ellos a multitudes.

 

Dani Cuesta, sj

t.ly/BGkjL