Diez Puntos Clave sobre ‘Amoris Laetitia’
Aunque ya hace un tiempo que se publicó la exhortación Amoris Laetitia y no ocupe un lugar central en la agenda mediática y (quizás) en las discusiones de Iglesia, el mensaje que ella contiene está destinado a ser fuente de reflexión constante para la Iglesia. Por eso, compartimos este texto, que con gran claridad, da cuenta de 10 puntos claves contenidos en el texto y para tener en cuenta al pensar en cómo nos posicionamos frente a ciertas realidades cotidianas.
Por James Martin SJ
En el reciente e innovador documento del Papa Francisco “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”) le pide a la Iglesia que vaya al encuentro de la gente allí donde esté, que tenga en cuenta las complejidades de su vida y que respete la conciencia de cada uno cuando se trate de decisiones morales. Esta exhortación apostólica es, ante todo, un documento que pretende reflexionar sobre la vida familiar y que desea dar aliento a las familias. Pero incluye también la advertencia del Papa de que la Iglesia no puede limitarse a juzgar a la gente y a someterla a normas sin tener en cuenta sus dificultades.
A partir de las aportaciones del Sínodo de los Obispos sobre la Familia y de las conferencias episcopales de todo el mundo, el Papa expone la enseñanza de la Iglesia sobre la familia y el matrimonio, pero insiste mucho en el papel de la conciencia personal y el discernimiento pastoral. Y urge a la Iglesia a valorar el contexto en el que vive la gente a la hora de ayudarla a tomar buenas decisiones. El propósito es ayudar a las familias —a cada una de ellas— a experimentar el amor de Dios y a saber que son acogidas en la Iglesia. Todo esto requiere lo que el Papa llama “nuevos caminos pastorales” (p. 199).
Señalamos diez puntos clave en este innovador documento del Papa:
1. La Iglesia necesita entender a las familias y a las personas en toda su complejidad.
La Iglesia tiene que ir al encuentro de la gente, allí donde esté. Los pastores deberán “evitar los juicios que no tengan en cuenta la complejidad de las diversas situaciones” (296). “Las personas no pueden ser encasilladas en rígidos esquemas que no dejen espacio al discernimiento personal y pastoral” (298). En otras palabras, no existen tallas únicas. Hay que invitar a la gente a vivir el Evangelio, pero es preciso también acogerlas en una Iglesia que conoce sus dificultades y sabe tratarlas con misericordia, evitando “creer que todo es blanco o negro” (305). La Iglesia no puede aplicar leyes morales como si “estuviera lanzando piedras sobre la vida de las personas” (305). Por encima de todo, su voz tiene que ser una llamada a la cercanía y a la comprensión, a la compasión y al acompañamiento.
2. El papel de la conciencia es primordial en la toma de decisiones morales.
“La conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en aquellas situaciones que no encajan con nuestra comprensión del matrimonio” (303). Es decir, se olvida la tradicional convicción de que la conciencia individual es el árbitro definitivo de la vida moral. La Iglesia está “llamada a formar conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (37). Sí, es verdad que la conciencia tiene que ser formada por las enseñanzas de la Iglesia, nos dice el Papa. Pero la conciencia tiene que ir más allá de juzgar lo que está o no está de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. Tiene que reconocer con “una cierta seguridad moral” lo que Dios nos está pidiendo (303). Por eso los pastores tienen que ayudar a la gente no solo a seguir normas, sino a practicar el “discernimiento”, una palabra que implica la toma de decisiones en un clima de oración (304).
3. Los católicos divorciados y vueltos a casar deben ser reincorporados de manera más completa en la Iglesia.
¿Cómo? Teniendo en cuenta lo específico de su situación, valorando los atenuantes, aconsejándoles en el fuero interno (es decir, en conversación íntima entre el sacerdote y la persona o la pareja) y respetando siempre que la decisión última sobre su grado de participación en la Iglesia debe dejarse a la propia conciencia de la persona (305, 300). (No se menciona expresamente la posibilidad de recibir la Comunión, pero es evidente que es un aspecto tradicional de la ·participación” en la vida de la Iglesia.) A las parejas divorciadas y vueltas a casar hay que hacerlas sentirse parte de la Iglesia. “Ni están excomulgadas ni deben ser tratadas como tales, porque integran en todo momento la comunión eclesial” (243).
4. Todos los miembros de la familia están invitados a vivir una vida plenamente cristiana.
Gran parte de “Amoris Laetitia” son reflexiones sobre las enseñanzas que el Evangelio y la Iglesia hacen acerca del amor, la familia y los hijos. E incluye también una buena parte de consejos prácticos que el Papa ha ido desgranando en exhortaciones y homilías acerca de la familia. El Papa Francisco recuerda a las parejas casadas que un buen matrimonio es un “proceso dinámico” y que cada una de las partes tiene que tolerar las imperfecciones y fragilidadesde la otra y “no exigir que el amor sea de antemano perfecto para entonces apreciarlo” (122, 113). El Papa, hablando como pastor, anima no solo a las parejas casadas, sino también a las parejas prometidas, madres embarazadas, padres adoptivos, personas viudas, así como a tías, tíos y abuelos. Se muestra muy atento a todos, para que nadie se sienta minusvalorado o excluído del amor de Dios.
5. Dejemos de hablar de la gente que “vive en pecado”.
En una expresión que refleja un nuevo modo de ver las cosas, el Papa dice claramente: “No se puede decir que todas las personas que viven en una situación que denominamos “irregular” estén viviendo en pecado mortal” (301). Otras personas en “situaciones irregulares” o familias no tradicionales, como las madres solteras, necesitan que se les ofrezca comprensión, consuelo y aceptación” (49). En lo que respecta a estas personas, a cada una de ellas, la Iglesia debe dejar de aplicar leyes morales como si ─en la gráfica expresión del Papa─ “estuviésemos tirando piedras a la vida de esas personas” (305).
6. Lo que puede servir en unos lugares, puede no funcionar en otros.
El Papa no solo habla en términos de personas individuales, sino también en términos geográficos. “En cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, más atentas a las tradiciones y a los desafíos locales” (3). Lo que tiene sentido pastoralmente en un país podría parecer fuera de lugar en otro. Por estas y otras razones, como indica el Papa al principio del documento, el magisterium, es decir, la enseñanza oficial de la Iglesia, no puede dejar cada cuestión completamente fijada (3).
7. Se reafirman las enseñanzas tradicionales sobre el matrimonio, pero la Iglesia no debe sobrecargar a la gente con exigencias poco realistas.
El matrimonio es entre un hombre y una mujer y es indisoluble; los matrimonios entre personas del mismo sexo no pueden equipararse sin más al matrimonio. La Iglesia sigue manteniendo su invitación a los matrimonios sacramentales. Por otra parte, la Iglesia ha impuesto a menudo a la gente un “ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto”, alejado de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales (36). A veces estos ideales han sido un “tremendo peso” (122). Por último, seminaristas y sacerdotes necesitan estar más preparados para entender la complejidad que conlleva la vida de casados. “A los ministros ordenados les suele faltar la formación adecuada para tratar los complejos problemas que deben afrontar actualmente las familias” (202).
8. Los hijos deben recibir educación sobre sexo y sexualidad.
En una cultura que a menudo banaliza o empobrece la expresión sexual, los hijos necesitan entender el sexo “en el marco más amplio de una educación para el amor, para la entrega mutua” (280). Por desgracia, el cuerpo se ve con frecuencia como “un simple objeto para ser usado” (153). El sexo debe ser entendido principalmente como algo abierto a la comunicación de la vida.
9. Los hombres y mujeres homosexuales tienen que ser respetados.
Aunque el matrimonio entre personas del mismo sexo no esté admitido, dice el Papa que quiere dejar claro “ante todo” que las personas homosexuales tienen que ser “respetadas en su dignidad y tratadas con consideración y que hay que evitar cuidadosamente cualquier signo de discriminación, especialmente cualquier forma de agresión o violencia”. Las familias con miembros LGBT necesitan un “respetuoso acompañamiento pastoral” por parte de la Iglesia y de sus pastores, de modo que gays y lesbianas puedan realizar plenamente la voluntad de Dios en sus vidas (250).
10. Todos son bienvenidos.
La Iglesia puede ayudar a familias de toda condición, a personas de cualquier tipo de vida, sabiendo que, incluso a pesar de sus imperfecciones, son queridos por Dios y pueden ayudar a otros a experimentar ese amor. “Amoris Laetitia” nos muestra el rostro de una Iglesia pastoral y misericordiosa que anima a la gente a experimentar la “alegría del amor”. La familia es una parte absolutamente imprescindible de la Iglesia, porque, a fin de cuentas, la Iglesia no es más que una “familia de familias” (87).
Fuente: Teología Hoy
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