El problema del aborto como símbolo de lo que nos pasa
Por Emmanuel Sicre, SJ.
“Es cierto que hay que amar al prójimo, pero en el ejemplo que da Cristo como ilustración de este mandamiento, el prójimo es un ser desnudo, ensangrentado, desvanecido en medio de un camino y del que nada se sabe. Se trata de un amor completamente anónimo y por eso mismo completamente universal.”
Simone Weil, A la espera de Dios. (1942)
No se trata de un debate menor. Aborto sí, aborto no. Argumentos de toda índole que llenan nuestro tiempo, nuestros oídos y pantallas, desde los más serios y equilibrados, a la desfachatez típica de los comentarios de una nota periodística o de un tweet. Marchas y contramarchas a favor y en contra, hasta en una misma marcha. Unos escandalizados de otros. Algunos enemigos irreconciliables ahora se los ve aliándose bajo la bandera del sí, otros bajo la bandera del no. Los hay también indiferentes que miran pasar el tema como una pelota de tenis de un lado al otro sin saber bien qué pensar ya frente a tantas imágenes desagradables.
Lo cierto es que el debate se nos instaló entre Pilatos y cantos de gallo, y ahora estamos en el baile de decidir qué paso dar. Siempre al ritmo de legalizar, penalizar, condenar. Intento pensar el tema tratando de comprender qué hay en la cabeza y en el corazón de unos y otros. Está difícil. Con este tema, ponerse en el lugar del otro, no resulta una cuestión tan evidente. Hay que hacer un esfuerzo bien grande. No sé si sea posible. Hay abismos de comprensiones del mundo, de la vida, del hombre que nos ponen los zapatos del otro muy lejos, casi invisibles. Y pensar mal del otro se ha convertido casi en un deporte.
Sin embargo, suponiendo la buena voluntad de quienes reclaman una u otra decisión, me planteo un problema de fondo: nos es posible desechar, deshacer, descartar, borrar, eliminar. Tal como me pasa al escribir estas líneas en las que puedo suprimir palabras o expresiones que me salieron mal, que preferiría de otra manera. Nos vamos acostumbrando a quitar de nuestra vida lo que nos estorba, a vivir una reversibilidad omnipotente, a eliminar todo tipo de negatividad, a suspender el esfuerzo de entender más allá de mí, a correr de adelante todas las consecuencias de las acciones que no nos gustan. En efecto, cada vez es más común mandar a la papelera de reciclaje, vaciarla, borrar el historial, someterse a un “lifting moral” que permita hacer desaparecer los pliegues éticos del paso por la historia.
Legalizar el aborto podría ser el símbolo de una sociedad que está dispuesta a darse el lujo de negarle entidad a todo lo que no está dispuesta a asumir. Entonces, es preferible eliminar al concebido que apuntar todos los esfuerzos en desarticular las estructuras de injusticia social que llevan a un embarazo no deseado. ¿Se imaginan a todos los que marchan por sí o por no luchando a diario, dentro y fuera de su ámbito laboral, por ese sólo objetivo que pareciera deseable para todos? Pero no, surge de nuevo el abismo que separa los zapatos que marchan en direcciones contrarias.
Lo triste es que nos vamos habituando a hacer desaparecer lo que nos estorba, lo que nos complica, lo que nos ata. Resulta que vamos deseando suprimir a los viejos que joden, a los pibes que “nacen chorros”, a los brutos de las escuelas, a los extranjeros que buscan sobrevivir, a los que viven en la calle, a los que toman mate en la Bristol… Algunas formas de expresar las ideas en torno a la legalización del aborto o no, llevan el aliento cargado de un anhelo, incluso, de desaparecer a quien pretende lo contrario a mí.
Yo me pregunto: cuando hayamos terminado de eliminar todo lo que nos molesta, ¿qué quedará?
Fuente: emmanuelsicre.blogspot.com
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