10 ideas clave de Laudate Deum
Por José Ignacio García SJ, Coordinador de Cuidado de la Casa Común (Provincia de España)
En mayo de 2015 el Papa Francisco publicó la encíclica Laudato si’ en la que marcó el horizonte de la visión católica de la cuestión medioambiental de nuestro tiempo a través de la «ecología integral» en la que lo medioambiental y lo social están intrínsecamente implicados. Pocos meses después, en diciembre de 2015, se reunió la 21 Conferencia de las Partes de la Convención del Cambio Climático, también conocida como COP 21. Es la reunión de los estados que han firmado la Convención para combatir el cambio climático. En aquel encuentro de Paris el mensaje de Laudato si’ resonó en muchas de las intervenciones de los líderes políticos.
Ocho años después, la ciencia continúa proporcionando evidencia del deterioro climático de nuestro planeta. Los efectos se van sintiendo con más fuerza y el impacto lo sufren, especialmente, las poblaciones más vulnerables y pobres. En diciembre de este año, 2023, se vuelve a reunir la conferencia, esta vez en Dubai (COP 28). El Papa Francisco quiere apoyar este encuentro, reconociendo la gravedad de la situación y cómo la respuesta hasta ahora ha sido totalmente insuficiente. El Papa desea que esta vez se logre un acuerdo que sea «drástico, intenso y que consiga el acuerdo de todos». Pero Laudate Deum, Alabar a Dios, que así se llama esta exhortación, además de querer impulsar un nuevo multilateralismo internacional que nos coloque en una senda de transformación económica y social, también se dirige a nosotros los católicos. El Papa nos invita a superar escepticismos y prejuicios y tomar conciencia de la gravedad de la crisis climática.
10 ideas clave de Laudate Deum
La motivación de este texto es que la situación sigue deteriorándose y los efectos son soportados por las personas más vulnerables.
Por esta razón, y porque la situación se vuelve más imperiosa todavía, he querido compartir con ustedes estas páginas. (4)
Ya no se puede dudar del origen humano –antrópico– del cambio climático.
Me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia católica. Pero ya no podemos dudar de que la razón de la inusual velocidad de estos peligrosos cambios es un hecho inocultable (14)
Estamos a tiempo para evitar daños todavía más dramáticos.
Urge una mirada más amplia que nos permita no sólo admirarnos por las maravillas del progreso, sino también es apremiante prestar atención a otros efectos que probablemente ni siquiera podían imaginarse un siglo atrás (18)
El paradigma tecnocrático consiste en pensar «como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico».[1]
Provoca escalofríos advertir que las capacidades ampliadas por la tecnología «dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo […]. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad».[2] (23)
La matriz de pensamiento propia del paradigma tecnocrático nos ciega y no nos permite ver que el aumento de poder no ha supuesto progreso para la humanidad.
En contra de este paradigma tecnocrático decimos que el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero “marco” donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque «estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados»,[3] de manera que «el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro».[4] (25)
Esta crisis no tiene sólo que ver con la físico o la biología, sino también con la economía y nuestro modo de concebirla.
La lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad. En los últimos años podemos advertir que, aturdidos y extasiados frente a las promesas de tantos falsos profetas, a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos. (31)
Necesitamos reconfigurar, incluso, recrear el multilateralismo.
A medio plazo, la globalización favorece intercambios culturales espontáneos, mayor conocimiento mutuo y caminos de integración de las poblaciones que terminen provocando un multilateralismo “desde abajo” y no simplemente decidido por las élites del poder. Las exigencias que brotan desde abajo en todo el mundo, donde luchadores de los más diversos países se ayudan y se acompañan, pueden terminar presionando a los factores de poder. Es de esperar que esto ocurra con respecto a la crisis climática. Por eso reitero que «si los ciudadanos no controlan al poder político —nacional, regional y municipal—, tampoco es posible un control de los daños ambientales».[5] (38)
Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales.
Si hay un interés sincero en lograr que la COP28 (Dubai) sea histórica, que nos honre y ennoblezca como seres humanos, entonces sólo cabe esperar formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente. Esto para lograr que se inicie un nuevo proceso destacado por tres aspectos: que sea drástico, que sea intenso y que cuente con el compromiso de todos. No es lo que ocurrió en el camino recorrido hasta ahora, y sólo con ese proceso se podría recuperar la credibilidad de la política internacional, porque únicamente de esa manera concreta será posible reducir notablemente el dióxido de carbono y evitar a tiempo los peores males.(59)
La fe auténtica transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado.
Al mismo tiempo, «las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa».[6] Si «el universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo, entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre».[7] El mundo canta un Amor infinito, ¿cómo no cuidarlo? (65)
No hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas.
«Alaben a Dios» es el nombre de esta carta. Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo.
[1] LS (Laudato si’), 105
[2] LS, 104.
[3] LS, 139.
[4] LS, 220.
[5] LS, 179.
[6] LS, 100.
[7] LS, 223.
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