Ser haciendo, hacer siendo

Reflexiones

Mi formación como jesuita ha sido particularmente larga y, durante estos años ha habido gente que me ha preguntado «¿cuántos años te quedan para ser jesuita?» o «¿hace falta estudiar tanto para hacer lo que hacen los curas?» Como si la vocación jesuítica solo fuera válida a partir del momento en el que nos ordenamos sacerdotes o empezamos a «hacer» cosas, cuando en realidad, uno se sabe y se siente jesuita desde su ingreso en la Compañía. Por otro lado, a lo largo de estos años tampoco han faltado los que me han preguntado por el porqué de mi vocación a la vida religiosa, cuando podría hacer prácticamente lo mismo siendo laico.

Todo esto nos lleva al eterno debate sobre el hacer y el ser. Es decir, a intentar delimitar si aquello que define a un religioso (u otra opción de vida) por aquello hace, y por tanto se ve, o por aquello que es, y por tanto no se ve y necesita de la palabra y de los signos para ser expresado. Personalmente, creo que centrarse únicamente en cualquiera de estos dos puntos es una trampa, puesto que, en mi opinión, es muy difícil hacer sin ser o ser sin hacer. En español tenemos un refrán que dice «el movimiento se demuestra andando». Y así, no hay más que pensar que, cuando los profesores explican a sus alumnos que el movimiento, normalmente se mueven por el aula.

Creo que con la vida religiosa pasa algo parecido, es decir, necesita del ser y del hacer para ser comprendida. Pero no es que las obras nos definan más que las palabras o viceversa, sino que los religiosos somos haciendo y hacemos siendo. Así, si estamos con los más pobres, es fruto de lo que somos. Si celebramos la eucaristía, es porque nuestro ser se entiende desde ella. Si trabajamos en una institución que no pertenece a la Iglesia, nuestra vida la lleva a ella. Y, al contrario, aquello que decimos o escribimos para explicar nuestra opción de vida, nuestra manera de vestir o de entendernos y ubicarnos en la sociedad, debería intentar expresar aquello que somos y hacemos.

En el fondo, no se trata de acentuar el «ser» o el «hacer», sino de hacer siendo o ser haciendo. Es decir, de hacer las cosas que hacemos porque somos religiosos y de entendernos a nosotros mismos, y dar a entender a los demás nuestra vocación desde aquello que hacemos. Si todo ello nos lleva a nosotros y a los demás al Dios de Jesús, será señal de que vamos por buen camino en lo que a la vocación se refiere.

Dani Cuesta, sj

Semana Brocheriana: “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”

El obispo de Cruz del Eje, monseñor Hugo Ricardo Araya, presidió el lunes 18 de enero la misa inaugural de la Semana Brocheriana 2021. La homilía estuvo a cargo del padre Ángel Rossi SJ, quien durante toda la semana predicó en las misas de las 11hs y de las 21hs.

Antes de finalizar la celebración inaugural, el obispo Araya recordó que la primera Semana Brocheriana fue celebrada en 1952, a los 75 años de la inauguración de la casa de ejercicios. “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”.

“Brochero, que dio catequesis, ejercicios espirituales, celebró sacramentos, fue con el tiempo construyendo capillas, la casa de retiros, el colegio, acueductos…. Fue también promotor del turismo”.

“Conocía a gente pudiente de Córdoba capital, y hacía propaganda del agua de Mina Clavero, enviaba damajuanas con agua, quesos y dulces. Les favorecía en el viaje, era hospitalario. Alguna vez recibió a una sobrina de Juárez Celman que necesitaba del aire de las sierras”.

Además, “integraba a los turistas a la comunidad y también ellos colaboraban en los trabajos, y le preocupaba la justicia y el trabajo de sus paisanos. Daba recomendaciones para hacer posible la solidaridad con los pobres que tenían gallinas para ofrecer”.

Al santo, destacó el obispo, “le preocupaba que algunos tuvieran tanto y otros tan poco”. “Hospitalario, buscaba que la gente descanse, aproveche el rio, el paisaje, y ayude a los serranos a vivir de su trabajo”, recordó.

Las misas se celebran en el salón parroquial “Mi Purísima”, debido al protocolo de distanciamiento por la pandemia de Covid-19, en tanto que en el santuario del Cura Brochero se atienden confesiones, se imparten bendiciones y se realiza la atención a peregrinos.

El 26 de enero, aniversario de la pascua del Santo Cura Brochero, habrá siete misas a lo largo del día, la última presidida por monseñor Araya.

Fuente: aica.org

Entrelazados

Reflexiones

Uno de los principios de la Mecánica Cuántica es el entrelazamiento. Este viene a decir que «los objetos cuánticos pueden afectarse mutuamente de manera instantánea a través de distancias enormes». Esto significa que, si yo altero alguna característica de un electrón aquí, automáticamente otro electrón situado a una distancia considerable se verá afectado por esta alteración, alterándose (valga la redundancia) a sí mismo. Algo así como eso que llamamos «efecto mariposa».

Nos puede parecer más ciencia-ficción que otra cosa, pero ciertamente es así y está demostrado científicamente. De todas maneras, no creo que resulte difícil de creer, pues a otros niveles no científicos eso ocurre. ¿O acaso no has notado que, si tú cambias tu percepción de las cosas a una postura más amable, todo a tu alrededor se torna más bonito, más esperanzador? ¿No notas que, cuando piensas en positivo, lo positivo te rodea? Y también, al contrario: si uno va con el nubarrón del mal rollo encima (como en los dibujos animados), realmente todo lo que percibe, vive y procesa en su interior va en consonancia con el dolor o el enfado que lleva a cuestas.

Para mí esto del entrelazamiento tiene mucho que ver con el poder de la oración. Rezar no es solo hablar con Quien sabemos que está ahí, esperándonos y escuchándonos (¡y eso ya es mucho!). Rezar también es un acto de parar y hacer silencio, ahondar en uno mismo y en el misterio de la vida, sabiéndonos acompañado y guiados por Aquel que nos ha tendido la mano para ello. Rezar es una manera de extender nuestras raíces a todo aquello que acontece a nuestro alrededor, sentir el mundo, hacernos conscientes de ello y confrontarlo con nosotros mismos. Cuando uno reza, siente una expansión de la mente y el corazón, abriéndose a un misterio que está presente pero que requiere de nuestra disposición, silencio y apertura para percibirlo. Es entonces cuando ocurre la conexión: nos sentimos parte activa y viva de un todo mucho más grande que nosotros, del que tenemos la responsabilidad de cuidar.

Creo firmemente que quien reza, no reza solo para sí. Algo ocurre en sí mismo que trasciende, que altera para bien el entorno de una manera sutil pero efectiva, en el silencio de la rutina y el ronroneo de las horas al pasar. No se trata de algo espectacular, tipo apertura del Mar Rojo (como muchos esperamos que ocurra cuando rezamos o, mejor dicho, cuando pedimos en la oración). Es algo más progresivo, más sereno, más suave, porque ocurre gracias a la confianza en Dios, que sabe qué hacer con lo que le hablamos y pensamos junto a Él, sin dejar de contar con nuestra colaboración y nuestra humanidad.

Recuerdo unas palabras de Fernando Savater acerca del placer de la lectura que terminaban diciendo: «Salir de la angustia leyendo, volver a ella por la misma puerta. En cosas así consiste la perdición de la lectura. Quien la probó, lo sabe». Aplíquese esto también a la oración.

Almudena Colorado

Fuente: pastoralsj.org

Nuestra justicia limitada

Reflexiones

Hace unos domingos, al escuchar el Evangelio de los «jornaleros de la hora undécima» (Mt, 20), volví a disfrutar de las cientos de lecturas que uno puede hacer sobre ella. Dado lo impreciso de cada personaje, sabemos apenas nada de ellos, cada uno de nosotros podemos imaginar su contexto y darle una explicación a la benevolencia del dueño de la vid, buscando algo que nos justifique en nuestros comportamiento de «justicia limitada». Aunque al final debemos reconocer que la justicia y la bondad de Dios no son las nuestras.
En un siglo XXI, donde muchos cristianos elevan la queja cotidiana de la secularización de la sociedad occidental, sobre todo la europea, lecturas como estas demuestran que si bien el cristianismo no es «religión oficial», ni falta que hace, muchos de los valores que el Evangelio ha inculcado por siglos en nuestra sociedad siguen vigentes en muchas de las políticas públicas. ¿No es ese concepto de equidad de nuestro estado del bienestar sino una aproximación al Dios de una bondad y justicia contraculturales descrito en Mateo 20?

Esta semana una vecina, al saber que en un piso de acogida a personas en situación de vulnerabilidad social tenían una trabajadora contratada para preparar la comida y limpiar la vivienda, me decía: «¡Y encima les dan todo hecho!». Me recordó a ese repetido cuento que circula en redes sociales de que «los inmigrantes» (sustituido a veces por «los gitanos») se quedan con todas las subvenciones y consumen los recursos del estado del bienestar que otros (casualmente los de los nuestros) generan con sus impuestos. Más allá de la falsedad de tal afirmación (hay estudios económicos que lo desmienten), lo que esta actitud xenófoba denota es que el mensaje del Dios de bondad y justicia descrito en Mateo 20 no ha calado en muchos de los que nos consideramos cristianos.

Las personas desfavorecidas, las que están en riego social o sufren exclusión, las que han cruzado las fronteras de su país en busca de un hogar o simplemente de vida, incluso quienes han perdido un empleo asalariado, o un trabajo como autónomo, son sin duda esas personas de la hora sexta o undécima, que puede que no estuvieran a la mañana temprano disponibles (quién sabe las causas, ajenas o propias a su voluntad) pero que buscan en la calle un mano que les ayude a vivir más dignamente.

Si queremos que nuestra sociedad sea más evangélica, gobierne quien gobierne, deberíamos valorar en su justa medida aquellas decisiones políticas que nos recuerden que la justicia y la bondad no deben basarse en criterios cuantitativos, sino dar a cada uno lo imprescindible para vivir, haya aportado a la sociedad desde el amanecer, al medio día o al caer la tarde. Nunca sabremos por qué el amo los contrató antes o después, pero lo evangélico siempre será darles los suficiente para salir adelante. La propia Agenda 2030 de las Naciones Unidas se impregna de esos valores cuando parte de la premisa de «No dejar a nadie atrás», sean quienes sean y vengan de donde vengan.

Frente a nuestra justicia limitada por ese «no se lo merece» o «es lo que le corresponde» cabe la de un Dios de bondad que se revela y dice: «Toma lo tuyo y vete, yo quiero pagar a este lo mismo que a ti». Por eso me atrevería a responder a mi vecina: «¡Qué bueno que se lo den todo hecho, yo de momento no lo necesito!». Que la generosidad no provoque más envidias.

Ignacio Sánchez Monroy

Fuente: pastoralsj.org

Jornada Mundial del Enfermo: «Dar al que sufre el bálsamo de la cercanía»

En el marco de la 29° Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero, el Papa Francisco ha publicado un mensaje en el que recuerda la importancia de apoyar a quienes sufren una enfermedad «con el bálsamo de la cercanía», respetando su dignidad como Hijos de Dios y evitando caer en el «mal de la hipocresía».

En su escrito, afirma que esta Jornada «es un momento propicio para brindar una atención especial a las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, ya sea en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades» y dedica un pensamiento especial a «quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus», particularmente «a los más pobres y marginados».

Nadie es inmune al mal de la hipocresía

«La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune al mal de la hipocresía», explica Francisco subrayando que se trata de un mal muy grave que nos impide vivir la fraternidad universal a la que estamos llamados como Hijos de Dios.

En este sentido, el Pontífice puntualiza que ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía: «Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio».

Por otra parte, el Papa hace hincapié en que la experiencia de la enfermedad «hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad» y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro: «Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios».

La enfermedad siempre tiene un rostro

Asimismo, en su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021 marcada por la pandemia, el Santo Padre recuerda que la enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: «Tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22)».

Francisco expresa que, por un lado, la pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas: «Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa».

La pandemia desata crisis y también generosidad

Y por otro, esta crisis sanitaria «ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares»: «Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana», escribe el Papa.

El bálsamo de la cercanía

Y en este punto, el Pontífice destaca que la cercanía humana, «es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad».

En este contexto, Francisco recuerda la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo: «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo».

En este compromiso -continúa el Papa- cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles y buscar la promoción del hermano».

La importancia de la buena terapia y la relación de confianza

Otro de los aspectos que profundiza el Santo Padre en su mensaje es la importancia de que haya una buena terapia para el paciente enfermo. El Papa afirma que es decisivo el aspecto relacional, «mediante el que se puede adoptar un enfoque holístico hacia la persona enferma».

Francisco finaliza su mensaje enfatizando que el mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos: «Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado», exhorta Francisco y concluye encomendando a «María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos», a todas las «personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren».

Podes leer el mensaje completo haciendo click aquí

Fuente: vaticannews.va

Monocultivo espiritual

Reflexiones

Aunque el monocultivo, la concentración de tierras y la agricultura industrial han hecho posible que millones de personas coman cada día, presentan también graves inconvenientes señalados por los propios expertos en agronomía. Por un lado, el monocultivo reduce la diversidad biológica y conduce inevitablemente a un empobrecimiento del suelo que debe ser compensando con abonos. El ejemplo contemporáneo más dramático de esta problemática es la sustitución de bosques primarios tropicales –los más ricos en especies del planeta– por plantaciones de palma de aceite, campos de soja o pastos para la ganadería extensiva.

Se podría hablar también de un empobrecimiento estético, al transformarse el paisaje en un inmenso y monótono «mundo unidimensional». La diversidad de matices, sonidos, olores y colores desaparece engullida por la homogeneidad de la única especie cultivada. Al contemplar estas enormes extensiones «antropizadas», homogeneizadas, intensificadas y empobrecidas biológicamente, podemos preguntarnos: ¿no refleja este modo de producir alimentos algo sobre el funcionamiento de nuestra sociedad?, ¿no se simplifica también nuestro paisaje interior cuando reducimos en exceso la diversidad de nuestras fuentes y cultivos interiores?, ¿y no nos empobrecemos acaso cuando optamos por un único punto de vista político, cultural o espiritual?

En la Biblia se intuyen ya los riesgos del monocultivo y la concentración parcelaria que lleva asociada esta práctica agrícola: «¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país!», advierte el profeta Isaías. Frente a esta tendencia, los profetas proponen el reparto, la rotación de cultivos y el barbecho como alternativas. Proponen una visión alternativa, más rica, más diversa, más justa, alejada de los grandes latifundios. El Sabbath y el Jubileo representan la liberación de la cultura del trabajo esclavo de Egipto. La intensificación que caracteriza el monocultivo y la concentración de tierras busca racionalizar la productividad, reducir los costes y maximizar el beneficio. Pero choca con la visión bíblica del trabajo artesano y el reparto equitativo de la tierra.

En la espiritualidad hay un riesgo parecido de homogeneización y empobrecimiento de la experiencia religiosa, el monocultivo espiritual. Echar raíces en una sola tradición casi siempre empobrece el suelo de la experiencia, simplifica el paisaje interior y reduce la diversidad de encuentros con el Misterio. En el peor de los casos, nos puede llevar a la miopía, la cerrazón y el extremismo religioso.

De ahí que una cierta rotación espiritual –la exploración de diversas tradiciones y prácticas de oración y meditación– resulte tan enriquecedora. Igual que, al cruzar distintas variedades de una especie, la biología habla del «vigor híbrido»”, también en la experiencia espiritual cristiana la fecundación entre diversas escuelas o tradiciones –carmelita, franciscana, teresiana, ignaciana, etc.– conduce habitualmente a un fortalecimiento de la fe y la devoción.

De igual modo, un cierto barbecho espiritual puede resultar beneficioso. Si dejamos durante un tiempo una devoción particular con el fin de cultivar otros modos de orar, no solo nos abriremos a la riqueza de la encarnación de la Palabra; también, al regresar a nuestra tradición espiritual original, descubrimos matices nuevos.

Deberíamos escuchar tanto a los antiguos profetas de Israel como a los modernos agrónomos para no caer en la tentación del monocultivo.

Jaime Tatay, sj

Adoración Eucarística

Reflexiones

Tuve la gran suerte de que mis padres decidieran escolarizarme en un colegio en el que las religiosas que lo llevaban me proporcionaron un buen puñado de regalos por los que siempre estaré agradecida. De entre ellos, destaco el enorme privilegio que supuso para mí encontrarme con la Adoración Eucarística y una forma de vida muy concreta que surge cuando uno la convierte en el centro de su existencia.

Hoy en día cuesta imaginar que alguien adore a nadie que no sea él mismo. La sociedad del siglo XXI se encanta y se basta a sí misma. No necesita a Dios. Creen en un ser superior solo los cobardes que no se atreven a cuestionar la tradición; los ingenuos que se tragan respuestas comodín para los grandes interrogantes de la existencia humana; o los tontos que no se plantean nada. Pero las personas con espíritu crítico que pretenden tomarse la vida con un poco de seriedad es impensable que crean Dios. Mucho menos, que lo adoren. Y muchísimo menos aún, que lo adoren en un trozo de pan. Resulta casi indignante que con lo lejos que ha llegado el ser humano, con la de avances científicos y premios nobel que ha conseguido, hinque su rodilla ante un mísero trozo de pan.

Jesús podría haber decidido quedarse entre nosotros de muchas maneras. Pero decidió hacerlo en un simple trozo de pan. Redondo, pequeño, frágil. Un trozo de pan que no se reserva sino que se expone indefenso, tal cual es. Que no se esconde porque ha decidido instalarse en la intemperie. Que es universal y accesible a todos porque quién no tiene un poco de agua y un poco de harina. Que permanece, que calla, que no se mueve, que no ofrece ningún espectáculo…

La Adoración Eucarística no resulta atractiva la primera vez que uno se enfrenta a ella. Acostumbrados a oraciones guiadas, participativas y compartidas, el silencio de la Adoración puede resultar desde inquietante hasta aburrido. Tampoco creo que fuera especialmente atractivo llegar al mundo un 25 de diciembre en un pesebre; ni abandonarlo colgado en una cruz entre dos ladrones 33 años después. Pero es que una vida vivida desde Dios no promete un camino de rosas. Promete un camino real, recorrido en plenitud, atravesado hasta el final. Con sus luces y sombras. Pero con sentido. Un sentido que se lo otorga el hecho de ser un camino que Dios ha soñado antes para cada uno de nosotros porque nos ama incondicionalmente.

No se descubre la hondura y belleza de la Adoración de la noche a la mañana. Pero sí llega un momento en que uno percibe una cierta sintonía entre ese Dios expuesto en un trozo de pan y la persona que se sienta a adorarle.

De la Adoración atrae la armonía perfecta en la que conviven la complejidad y la simplicidad. Impone pensar que quien tenemos delante es todo un Dios capaz de crear el mundo en el que vivimos. Es complejo entender que esté ahí, en un espacio tan pequeñito, esperándonos. Pero al mismo tiempo resulta tremendamente desarmador y simple porque no nos exige nada y nos lo da todo.

Bueno, sí. Sí que nos pide algo. Cuando somos capaces de ponernos con honestidad delante de Dios, nos damos cuenta de que Él sólo desea que seamos. Que seamos en autenticidad. Ser en autenticidad asusta porque implica vivir una vida sin un patrón al que aferrarse. Supone asumir un papel tirando a pasivo en el que más que hacer, se nos invita a dejamos hacer. Significa dejar el timón de la propia vida en manos de otro. Eso no nos gusta a nadie. Todos queremos adorarnos y bastarnos a nosotros mismos.

La buena noticia es que el timón no lo dejamos en manos de cualquiera. Lo dejamos en manos de Aquél que es el Amor. Y si logramos apartar por un momento todos nuestros deseos superficiales y efímeros, si nos quedamos ante la desnudez de lo esencial que tanto nos sugiere la Adoración Eucarística, ¿no es amar y sentirnos amados lo que, en lo más profundo de nuestro corazón, todos anhelamos?.

Isabel Ferrando

Fuente: pastoralsj.org

Anacronismos y herejías

Reflexiones

Hace cinco siglos que sabemos que el sol no gira alrededor de la Tierra, sino justo al revés. Es nuestro planeta quien rota y orbita –siguiendo una trayectoria elíptica– en torno a la estrella que da nombre al sistema solar. Sin embargo, el lenguaje se resiste a reflejar lo que Copérnico, Kepler y Galileo demostraron. Por eso seguimos afirmando que el sol se levanta al amanecer y se pone al atardecer. ¿A qué se debe este anacronismo lingüístico? ¿A un mecanismo sicológico que se aferra a la intuición? ¿A un residuo histórico heredero del primer rechazo que la idea provocó? ¿A la simple pereza que resiste cualquier tipo de cambio?

Sea por la razón que sea, lo cierto es que desde el siglo XVI, cuando se formuló el modelo heliocéntrico como la forma más razonable y precisa de explicar lo que vemos en los cielos, el lenguaje –al contrario que la Tierra– no se ha movido. Otro ámbito en el que la inercia lingüística resulta llamativa es el de la religión. A pesar de lo mucho reflexionado, discutido y escrito, hemos heredado muchas expresiones que se resisten a desaparecer del imaginario y del lenguaje de los creyentes: «Dios te ha castigado»; «Aquel sí que es un auténtico creyente»; «Ese se va a condenar»; «En el mundo hay gente buena y mala».

Estas expresiones bien merecen el nombre de herejías, porque entran en conflicto o contradicen elementos centrales de la fe cristiana. Como sucede con la herejía científica del geocentrismo, se resisten a desaparecer.  En particular, hay dos sobre la que teólogos y pastores han llamado la atención: el gnosticismo y el maniqueísmo. Estas herejías son anteriores al nacimiento de Jesús, pero recorren la historia de la Iglesia, llegando hasta nuestros días.

Los gnósticos, como ha recordado Francisco, creen que con sus explicaciones «pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. Absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan» (Gaudete et exultate, 39). Es la tentación del teólogo y del intelectual. Frente a ella, es bueno recodar que toda palabra y todo lenguaje –y no ya una simple expresión– se vuelve anacrónico y tramposo, resulta limitado para poder hablar de Dios. «Si lo entiendes, no es Dios», advertía san Agustín. «Nosotros llegamos a comprender muy pobremente la verdad que recibimos del Señor. Con mayor dificultad todavía logramos expresarla» (GE 43), alerta Francisco.

El problema del gnosticismo es que nos hace creernos mejores: más sabios, más capacitados, más lúcidos. Y eso nos conduce a la otra herejía, la del maniqueísmo: a dividir el mundo en dos. Buenos y malos, puros e impuros, creyentes e infieles, santos y pecadores.

Copérnico, Kepler y Galileo denunciaron el geocentrismo, aunque su contribución no se refleja todavía en el lenguaje. Los anacronismos lingüísticos ponen en evidencia que los cambios en el modo de pensar y hablar tardan siglos para surtir efecto. Ojalá algún día podamos dejarlos atrás y adoptemos, de una vez por todas, el heliocentrismo y el teocentrismo. Ojalá dejemos que sea Dios el centro y su luz –y no nuestras percepciones– la que ilumine nuestras vidas.

Jaime Tatay, sj

Fuente: pastoralsj.org

Dios no cambia de opinión

Reflexiones

A veces pensamos en la vocación como algo provisional. Como algo que hoy es ‘A’ y mañana puede ser ‘B’. Pero, ¿no será que intentamos traer a Dios a nuestra situación, como el agua a nuestro molino?

Yo creo en que la vocación es para siempre. Dios no juega con nosotros. Cuando decimos «para siempre», en unos votos religiosos, o en el matrimonio, estamos apostando de verdad la vida a una intuición. La garantía no es mágica. Es, más bien, un compromiso. El compromiso de intentarlo, de celebrar y disfrutar cuando el tiempo acompañe, cuando el humor sea radiante y los motivos resplandezcan; pero también seguir adelante cuando haya brumas, cuando toques fondo, cuando el frío te envuelva. Cuando el corazón empuje en otra dirección.

Ningún «para siempre» se sustenta solo en el deseo. A veces deseas lo contrario de lo que un día prometiste. Pero somos mucho más fuertes que nuestro deseo. Somos también capaces de luchar por aquello en lo que creemos. Somos nuestras convicciones, nuestras promesas, nuestras alianzas. Ningún matrimonio duraría para siempre solo sostenido sobre los días fáciles. Y ninguna consagración religiosa puede durar exigiendo a Dios la convicción de los días buenos. Hay momentos en que olvidas los motivos. En que pierdes la firmeza. En que te muerde la nostalgia. En que piensas en los caminos no elegidos. Eso no es ser débil. Es ser humano.

Entonces, ¿por qué seguir, cuando no sientes la misma convicción de otros momentos? ¿Es puro voluntarismo? ¿Es miedo al cambio? ¿Es obcecación? ¡No! Seguimos porque creemos que Dios no juega con nosotros. Dios no nos quiere hoy de un modo y mañana de otros. Dios cree en nuestra pasión, en nuestra capacidad para elegir y luego pelear por aquello que hemos elegido. Dios nos ofrece un camino, y nos acompaña en ese camino. El amor, para ser historia, tiene que ser capaz de templarse en el calor y sostenerse en el frío. Y hay proyectos que salen de las crisis más fuertes, más serenos y más plenos a la vez.

Evidentemente Dios es Dios, y si nosotros cambiamos de opinión, si lo que un día creímos para siempre se nos escurre entre los dedos, si la vida se complica y no encontramos las fuerzas, si en un cierto momento entendemos que tenemos que cambiar de camino, si fracasa aquello por lo que un día quisimos luchar, si por los motivos que sean, elegimos cambiar y cambiamos… no nos dejará solos. Y seguirá saliendo a buscarnos, allá donde vayamos. Él, que es fiel a sus promesas.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Papa Francisco: «Dejemos que la luz de Cristo nos guíe»

En el día de la solemnidad de la Epifanía del Señor, y tras la celebración eucarística en la basílica de San Pedro, el papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico.

En sus palabras previas al rezo, Francisco señaló que la salvación realizada por Cristo no conoce confines: “La Epifanía no es un misterio más, es siempre el mismo acontecimiento de la Natividad, pero visto en su dimensión de luz: luz que ilumina a cada hombre, luz que hay que acoger en la fe y luz que hay que llevar a los demás en la caridad, en el testimonio, en el anuncio del Evangelio”.

En este contexto, el pontífice subrayó que la visión de Isaías, que presenta la liturgia de hoy, resuena en nuestro tiempo más actual que nunca: «La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos».

“En este horizonte -dijo el Papa- el profeta anuncia la luz: la luz dada por Dios a Jerusalén y destinada a iluminar el camino de todos los pueblos. Esta luz tiene la fuerza de atraer a todos, cercanos y lejanos, todos se ponen en camino para alcanzarla (cf. v. 3). Es una visión que abre el corazón, infunde aliento, invita a la esperanza”.

El evangelista Mateo, por su parte, al relatar el episodio de los Magos “muestra que esta luz es el Niño de Belén, es Jesús, aunque no todos acepten su realeza”:

“Él es la estrella que apareció en el horizonte, el Mesías esperado, Aquel a través del cual Dios realiza su reino de amor, justicia y paz. Nació no solo para algunos, sino para todos los hombres, para todos los pueblos.”

Francisco planteó al respecto dos cuestiones: «¿Y cómo tiene lugar esta “irradiación”? ¿Cómo se difunde la luz de Cristo en todo lugar y en todo momento?».

Sin duda, «no a través de los poderosos medios de los imperios de este mundo, que siempre están buscando dominarlo -aseguró el Santo Padre- sino a través del anuncio del Evangelio y con el mismo “método” elegido por Dios para venir entre nosotros: la encarnación, es decir, hacerse prójimo del otro, encontrarlo, asumir su realidad».

“Sólo así la luz de Dios, que es Amor, puede brillar en quienes lo acogen y atraer a los demás”, argumentó el Papa haciendo hincapié en que la estrella es Cristo, “pero también nosotros podemos y debemos ser la estrella, para nuestros hermanos y hermanas, como testigos de los tesoros de infinita bondad y misericordia que el Redentor ofrece gratuitamente a todos”.

Por tanto, Francisco enfatizó que la condición es “recibir esta luz en uno mismo, acogerla cada vez más”.

«¡Ay de nosotros si pensáramos que la poseemos, que sólo tenemos que “administrarla”! También nosotros, como los Magos, estamos llamados a dejarnos siempre fascinar, atraer, guiar, iluminar y convertir por Cristo: es el camino de la fe, a través de la oración y la contemplación de las obras de Dios, que continuamente nos llenan de alegría y de asombro siempre nuevo», añadió.

El Papa concluyó invitando a los fieles a pedir la protección de María sobre la Iglesia universal, “para que ella difunda en todo el mundo el Evangelio de Cristo, Lumen gentium, luz de todos los pueblos”.

Fuente: aica.org