Un error, un aprendizaje

Por Antonio Carrón – Curia general Agustinos Recoletos

Unos cuantos siglos antes de que Descartes hiciera inmortal la frase “pienso luego existo”, san Agustín había escrito “me equivoco luego existo” (‘La Ciudad de Dios’ 11,26). Dejando a un lado las polémicas sobre la influencia de Agustín de Hipona en el autor del ‘Discurso del método’, lo cierto es que equivocarnos es una de las experiencias que nos une a todos. Siendo bebés, adolescentes, adultos o ancianos, el error forma parte de nuestras vidas. Y, seguramente, en la mayoría de los casos habremos experimentado que, fruto del error, es como más y mejor hemos aprendido algo. De este modo podríamos hablar de una pedagogía del error, no como algo negativo sino como parte del proceso.

El conocimiento tiene como punto de partida lo que se recibe de fuera y lo que se construye en nuestro interior, y en esta dinámica el error juega un papel fundamental. Los errores surgen del intento de dominar una situación nueva y desconocida con los medios disponibles en ese momento, y con la experiencia que todavía no se ha logrado. Cualquier avance científico, cualquier teoría, cualquier paso dado a lo largo de la historia, seguramente, ha dejado atrás múltiples intentos fallidos, errores cometidos sin los cuales no se podría haber llegado al éxito final.

Quizás la sociedad y la educación han insistido tanto en la necesidad de tener éxito que nos hemos olvidado de los pasos necesarios para llegar hasta él. Por lo general, a un objetivo no se llega de forma sencilla y rápida. Y si algo resulta sencillo y rápido mejor será preguntarnos si, verdaderamente, es tal y como creemos o esperamos.

La autonomía del aprendizaje

Aristóteles se refería al error con la palabra ‘hamartía’, traducida también como ‘fallo’ o ‘pecado’. En griego ‘hamartía’ hace alusión a errar el tiro o no dar en el blanco, como quedó reflejado en las gestas de los héroes de las tragedias. Y tantas veces en la vida nos sucede eso: que fijamos el punto de mira en un objetivo pero no conseguimos dar en el blanco. ¿Es eso algo negativo? ¿Por qué no tomarlo como un paso más en el proceso de aprendizaje que, en definitiva, es el proceso de la vida?

Desde hace años la pedagogía insiste en el aprendizaje mediante rúbricas y claves de corrección como instrumentos de evaluación activa que, partiendo de los errores, guían a los alumnos en su proceso. Conocer los errores cometidos por otros y nuestros propios errores nos ayuda a no repetirlos y a dar un paso más en la autonomía del aprendizaje. Es algo que, quizás, le sigue faltando a la educación de hoy, centrada mucho más en el aspecto de la enseñanza (perspectiva del educador) y no tanto en la del aprendizaje (perspectiva del alumno).

El error tiene otra importante perspectiva, que antes mencionábamos al referirnos a los clásicos griegos, y que fue asumida por la cultura cristiana: el pecado. Reconocer el pecado cometido también nos ayuda en nuestro proceso vital. Hablar de error y de pecado es hablar de algo que forma parte de nuestras vidas. De los pecados también se aprende y, reconociéndolos y superándolos logramos crecer, tal y como recordaran los clásicos: “Conócete, acéptate, supérate”.

San Agustín irá un paso más, reconociendo a Dios en su vida como parte del proceso del conocimiento de sí mismo: “¡Oh Dios, siempre el mismo!, conózcame a mí, conózcate a ti” (Soliloquios 2,1). “Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba” (Confesiones 7, 10. 18, 27). Fue ese el objetivo que se marcó el Obispo de Hipona con sus ‘Confesiones’: desde el reconocimiento del error, descubriendo a Dios en su vida, lograr un paso más en su proceso, en su misión, en su meta. No fue fácil y, casi al final de su vida, sintió, de nuevo, la necesidad de reconocer en sus ‘Retractaciones’ los errores cometidos. Quizás Agustín comprendió bien que errar es de humanos, rectificar es de sabios y para perdonar de verdad es necesaria la ayuda de Dios.

Fuente: vidanuevadigital.com

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma

En su mensaje para la Cuaresma 2021, el Papa Francisco alienta a los cristianos a prepararse para la celebración de la Pascua, recorriendo un camino de conversión basado en tres puntos claves: La fe, la esperanza y la caridad, expresadas en tres gestos concretos que podemos aplicar en nuestra vida diaria: el ayuno, la oración y la limosna. 

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, el Santo Padre invita a los fieles a vivir plenamente este tiempo de conversión«renovando nuestra fe, saciando nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibiendo con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo».

Y en este camino de preparación para la noche de Pascua, en la que -recuerda Francisco- renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, «para renacer como hombres y mujeres nuevos»; resulta fundamental consolidar tres pilares que nos ayudan en nuestra conversión: El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18).

Asimismo, en su mensaje el Pontífice señala que la fe nos llama en este tiempo litúrgico, «a acoger la Verdad y a ser testigos», ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este sentido, Francisco subraya que el ayuno vivido como experiencia de privación (para quienes lo viven con sencillez de corazón), «lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento», porque ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que la abarrota, «incluso de la saturación de información -verdadera o falsa- y de productos de consumo», para permitir que Dios habite en nosotros.

Por otra parte, el Santo Padre destaca el elemento de la esperanza como «agua viva» que nos permite continuar nuestro camino de conversión.

«Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par», continúa Francisco: «Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor».

El Papa también hace hincapié en las grandes dificultades que atravesamos como humanidad, especialmente en este tiempo de pandemia, «en el que todo parece frágil e incierto» y donde «hablar de esperanza podría parecer una provocación».

Por tanto, para Francisco, vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, «somos testigos del tiempo nuevo» en el que Dios “hace nuevas todas las cosas”.

Pero… ¿Dónde encontrar esa esperanza? Precisamente «en el recogimiento y el silencio de la oración«, que es donde -dice el Papa- se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: «Por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura».

Como último punto de su mensaje, centrándose siempre en el proceso de conversión al que estamos llamados a vivir como cristianos en esta Cuaresma, el Papa destaca la caridad, «vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona»,  ya que se trata de  la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

«Y así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez», añade el Sucesor de Pedro indicando que vivir una Cuaresma de caridad «quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19».

Antes de finalizar, Francisco recuerda que cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar.

«Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre», concluye el Santo Padre pidiendo a la Virgen María, «que nos sostenga con su presencia solícita, y que nos acompañe en el camino hacia la luz pascual».

Podés leer el mensaje completo haciendo click aquí

Fuente: vaticannews.va

La vida religiosa en el S. XXI: La profecía de la fragilidad

El pasado 2 de febrero la Iglesia Católica celebró la fiesta de la vida religiosa. Para esa ocasión, el hermano marista Emili Turú, secretario general de la Unión de Superiores Generales (USG-Roma) invitó a reflexionar sobre el sentido de la vida religiosa en el mundo actual. En la introducción, la Secretaria Ejecutiva de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG – Congregaciones Femeninas), la Hermana Patricia Murray, hizo algunas valiosas preguntas.

Dimensión profética de la vida religiosa

Este tiempo de crisis global, en un mundo fracturado por la pandemia del Covid, el racismo, la violencia y la división, exige una respuesta profética de los religiosos y religiosas. El grito de “no puedo respirar” de George Floyd magnifica las luchas de millones de personas infectadas por el Covid o pisoteadas por estructuras opresivas, mientras que además muchas partes del planeta Tierra carecen del oxígeno necesario para que la vida florezca. ¿Cómo estamos llamadas/os a responder como religiosas y religiosos? ¿Qué puede ofrecer nuestra vida de votos, vivida en comunidad, en medio de este sufrimiento?

Patricia Murray, IBVM

El Covid-19 ha acentuado los rasgos del final de una era, un cambio de civilización. Y la historia nos dice que el período más o menos largo que precede al nacimiento de una nueva civilización es una etapa de decadencia: un tiempo caótico y lleno de incertidumbre, exactamente como este momento en el que nos encontramos.

Buscando inspiración para el momento actual, dirigí mi mirada a las primeras comunidades cristianas, que se desarrollaron y expandieron de manera inexplicable durante un período muy difícil para ellos, incluso más que el nuestro.

En este sentido, me sorprendió recientemente, al leer una profunda reflexión por parte de un pastor de la iglesia luterana, encontrarme con el neologismo “anti frágil”aplicado a la Iglesia. Hace una interpretación muy sugerente: los sistemas mecánicos son frágiles en su complejidad; los orgánicos, en cambio, son anti frágiles porque están diseñados para crecer bajo presión. Algunas partes de nuestro cuerpo, como los huesos o los músculos, por ejemplo, necesitan presión para mantenerse sanos y hacerse más fuertes. Demanera similar, la iglesia primitiva fue un sistema profundamente anti frágil, que crecía y se hacía más fuerte a medida que se aumentaba la presión sobre él.

Lo mismo lo podemos aplicar a nuestras comunidades o congregaciones. Nacimos en condiciones de estrés, de presión, y nos desarrollamos mejor bajo esas condiciones. En cambio, cuando no existe esa presión nos relajamos, y perdemos fuerza y enfermamos.

Si vivir bajo presión forma parte de las condiciones habituales de la comunidad cristiana para su desarrollo y consolidación, entonces es normal que los primeros cristianos apreciaran tanto la virtud de la paciencia que, según el diccionario, es la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”.

Hablan sobre ella Cipriano de Cartago, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano… considerándola una virtud peculiarmente cristiana, y la mayor y más alta de todas las virtudes.Saberse en las manos de Dios: sin querer controlar los acontecimientos, vivir sin ansias ni prisas, y sin usar jamás la fuerza para conseguir las metas que querían alcanzar. Justino la califica de extraña,y subraya que originó muchas conversiones de paganos.

Su testimonio fue como la levadura que se pone en la harina y la hace fermentar. Tanto los primeros cristianos como nuestros fundadores y fundadoras estuvieron activamente implicados en el nacimiento de lo nuevo en un mundo decadente.

Aunque los signos externos pudieran dar impresión de lo contrario, la Vida Religiosa tiene una gran actualidad. En la esencia de lo que estamos llamados/as a ser se encuentra exactamente lo que las mujeres y los hombres de hoy necesitamos. En el corazón de nuestra vida se encuentran una serie de no negociables que, vividos en autenticidad, tienen la enorme fuerza de lo germinal. El conjunto de una vida así ejerce de contraste profético ante las prácticas decadentes del momento actual y son paciente fermento de cambio.

Espero que “despertéis al mundo”, porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, “la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético”. Esta es la prioridad que ahora se nos pide: “Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra… Un religioso nunca debe renunciar a la profecía”. (Carta Apostólica del Papa Francisco a todos los Consagrados, II, 2)

No la radicalidad, sino la profecía. O quizás mejor todavía, la radicalidad de la profecía. Evidentemente, no se trata de la profecía de ponerse como modelos de nadie en la Iglesia, sino más bien de la profecía de la pequeñez y de la debilidad, que testimonia la misericordia de Dios. La profecía – dice el H.Michaeldavide Semeraro – es la capacidad de englobar la muerte, el fracaso, la no visibilidad, la marginalidad y hacerlo como opción permanente para toda la vida.

Emili Turú, FMS

Fuente: jesuits.global/es

La globalización y San Francisco Javier

¿Cómo, en el siglo XVI, uno de los primeros compañeros de San Ignacio, Francisco Javier, pudo abrir vías de comprensión de lo que estamos viviendo en el siglo XXI? Es que quería llegar a todo el mundo con el mensaje del Evangelio.

El periodista Luca Pirola sigue buscando respuestas a su curiosidad sobre los santos y beatos jesuitas. Le había intrigado una sala de la Curia General en Roma, allí hay una serie de retratos de jesuitas que la Iglesia católica ha reconocido como figuras inspiradoras para todos los cristianos.

Después de hablar con el postulador de las causas de los santos de la Compañía, el P. Pascual Cebollada y con el P. John Dardis sobre San Pedro Claver, y de Rutilio Grande con el P. Jesús Zaglul, Luca Pirola presenta a uno de los primeros compañeros de San Ignacio, patrón de las misiones.

Fuente: jesuits.global/es

La cuaresma perpetua de los abandonados

De nuevo nos acercamos a las enseñanzas del miércoles de ceniza, la cuaresma y la Semana Santa que cada año nos sirven para meditar desde lo más íntimo sobre el dolor de la pasión y muerte, las privaciones y el suplicio, que a los creyentes nos ayudan a valorar en nuestra propia carne la importancia cardinal de la Resurrección, de que Cristo venció la muerte y validó la esperanza de la vida plena más allá de nuestro paso por la vida terrenal. Pero esa reflexión estaría trunca si no la aplicamos a la defensa de la cultura de la vida, a la lucha contra la cultura de la muerte.

Cuando se nos dice “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás” encuentro la medida clara, definitiva, de la poca importancia que tienen las vanidades y estilos de vida del mundo. Pero el Reino de Dios no es de este mundo. Cristo no vino a hablar de la muerte. Vino a dar testimonio de la vida, de la que de verdad vale la pena, la vida que se gana cuando se entregan los egoísmos. Cristo vino a dar testimonio de la Verdad. Pero no se trata de una verdad a la que se accede encerrado en uno mismo de manera egoísta, sino a la que se llega por la Gracia de Dios, por el reconocimiento de que Cristo es el camino de la Luz y la Vida, por la entrega total del amor a los otros seres humanos, en especial los más necesitados de la tierra.

¿Cómo respondemos a ese amor?

Me llama la atención que las tentaciones que enfrentó Cristo durante los cuarenta días que estuvo en el desierto fueron principalmente de dimensión social: que se “envaneciera” con su poder, que hiciera “milagros” para beneficio propio, que se “sometiera al poderío” que reclamaba tener el demonio sobre todos los reinos del mundo. No, Cristo prefirió enfrentar la maldad de frente y entregar su vida por la humanidad. El salmista decía que, en comparación con la maravilla del universo, es sorprendente que Dios –que lo creó todo– se ocupe de nosotros, tan pequeños, tan irrelevantes. Pero Dios no solo nos ama de manera infinita, sino que nos perdona y nos salva. ¿Y nosotros qué hacemos? ¿Cómo respondemos a ese amor?

Entre nosotros hay miles de millones de seres humanos sometidos por designio de nuestras sociedades a una cuaresma perpetua. Les escamoteamos el amor, les tratamos de esconder la vida plena. Esto es así, porque puedo ver cómo las guerras convierten en cenizas miles de seres humanos para complacer el envanecimiento del poder y el afán de lucro de unos cuantos. Las armas nucleares llevan ese cuadro a su manifestación más terrorífica.

Hasta la medicina, que debería ser el trabajo sacralizado de curar y aliviar el dolor, se ha sometido a la maldad estructural que ha llegado al extremo de pretender que los países ricos acaparen los medicamentos, en lo que el querido Frei Betto describe como que en lugar de estar en medio de una “pandemia” lo que nos aqueja es una “sindemia”. De manera, que el mejor decir del teólogo, “el problema no es solo la Covid-19. Es el capitalismo sindémico que prioriza la lógica perversa de la acumulación privada de la riqueza”. Sobrada razón tiene el papa Francisco para convocar al mundo a un esfuerzo por la hermandad y por abrir el socorro de la medicina a todos los pobres del mundo, al tiempo que se promueve un verdadero análisis sobre los problemas estructurales de un sistema económico que nos asfixia.

Si de verdad queremos que nuestra fe impacte, superemos la visión individualista de la religión, impulsemos con nuestro testimonio una auténtica espiritualidad comunitaria y comencemos así  por aplicar las enseñanzas de Cristo. No sigamos condenando a los pobres y necesitados al abandono de una cuaresma perpetua. Hagamos que la verdad y la justicia sean los que anuncien nuestros pasos que lleven a los demás el consuelo y la alegría de que somos mensajeros de paz.

Fuente: vidanuevadigital.com

Pascual Cebollada SJ sobre la causa de beatificación del P. Arrupe

Una publicación del P. Pascual Cebollada SJ, postulador general de la Compañía de Jesús, en conmemoración del 30º aniversario del fallecimiento del P. Pedro Arrupe.

El P. Pedro Arrupe es considerado “Siervo de Dios” desde el momento en que se inició su causa de beatificación, cuya sesión de apertura tuvo lugar en el Vicariato de Roma el 5 de febrero de 2019. El 5 de febrero es el aniversario de su fallecimiento en 1991, hace 30 años hoy. Desde entonces, nosotros, el equipo del Postulador de las Causas de los Santos de la Compañía de Jesús, hemos estado trabajando por la causa del padre Arrupe en conexión con las diferentes secciones del Vicariato.

El tribunal ha entrevistado a más de 50 testigos en Roma y Madrid. A causa de la pandemia, dos veces ha suspendido su viaje a Japón para recoger otros 20 testimonios. Por el mismo motivo, varios jesuitas de procedencias lejanas tuvieron que cancelar su viaje a Roma. En total se deberá llegar a unas 80 declaraciones de personas que, habiendo tratado directamente o no al P. Arrupe, aporten información desde diversas perspectivas.

Varios “Censores Teólogos” siguen leyendo sus cientos de obras publicadas para dar fe de la ortodoxia de estos escritos. Uno de estos grupos se encarga de varias suyas que solo se encuentran en japonés. Los cinco componentes de la Comisión Histórica se concentran ahora en el archivo de la curia general, examinando los miles de cartas que escribió como Superior General de la Compañía durante 18 años. Otros archivos vaticanos ya han sido consultados, y su labor se completará cuando den cuenta de lo que contienen los de los lugares en los que vivió el padre Arrupe. También revisarán otros documentos que se refieran al contexto sociológico e histórico de esos años. A partir de este inmenso material elaborarán una densa relación sobre la personalidad del Siervo de Dios, tal como resulta de los textos consultados, que acompañarán el informe que se entrega al tribunal.

Confiamos que la pandemia no retrase más el proceso y podamos depender de nosotros mismos. Si no hubiera contratiempos notables, dentro de un año deberíamos estar muy cerca de la conclusión de esta fase diocesana, de celebrar la sesión de clausura y que todas estas pruebas recogidas fueran enviadas a la Congregación de las Causas de los Santos para su estudio y juicio. Mientras tanto, seguimos rezando por su intercesión:

“Dios, Padre bueno, que en el bautismo has revestido de Cristo a tu siervo Pedro Arrupe y lo llamaste a su seguimiento en suma pobreza espiritual en la Compañía de Jesús, escucha benigno nuestra oración.
Él se entregó a ti plenamente, como misionero y guía de sus hermanos, tanto en la salud como en la enfermedad.
Movido por el Espíritu Santo, lo has puesto al servicio de la fe convirtiéndolo en maestro de discernimiento y dócil servidor de la justicia del Reino.
Con confianza te rogamos que, a imitación de Jesucristo pobre y humilde, a quien amó entrañablemente, el Padre Arrupe pueda ser reconocido como modelo de vida evangélica y testigo de cómo ser profetas en el mundo, animándonos a ser, en toda cultura, ‘hombres y mujeres para los demás’.
Por su intercesión, y para tu mayor gloria, te pido ahora esta gracia particular […] que desees concederme para tu servicio y alabanza.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén”.

Fuente: jesuits.globlal/es

«Para alcanzar el amor» – Pedro Miguel Lamet

Pedro Miguel Lamet SJ, periodista y escritor español, repasa la vida de San Ignacio de Loyola desde una nueva óptica en el V Centenario de su herida y conversión.

No es la primera vez que Pedro Miguel Lamet se adentra en la historia de la Compañía de Jesús. Ya lo hizo en 2011 con El último jesuita, donde abordaba la persecución contra la institución en tiempos de Carlos III. Ahora, en el V Centenario de la herida y conversión que transformaron al gentilhombre Íñigo de Loyola, el autor regresa con Para alcanzar amor, novela histórica protagonizada por uno de los personajes más fascinantes e influyentes de la Historia de España.

Narrada desde la óptica del teólogo e historiador Pedro de Ribadeneira, quien recibió el encargo de escribir la biografía de Loyola, la elección de este personaje no es, por supuesto, fruto del azar. “Fue la persona que entró siendo más joven en la Compañía”, prosigue Lamet. “Con su estrecha amistad, hace posible que llegue a escribir su primera biografía. Me parecía que era un testigo excepcional. Eso me ha permitido no solo contar todo desde su perspectiva sino, además, hacer una autocrítica de su propia biografía después del tiempo”.

Pese a la imponente labor de documentación que se palpa en estas páginas, Lamet recuerda que lo primordial es siempre hacerse con la atención del lector. “A menudo, este tipo de biografías se pueden caer de las manos. Mi esfuerzo aquí ha sido hacerlo lo más ameno posible. La novela histórica tiene la ventaja de que investiga y pone en escena todo lo que rodea a los hechos. Eso hace que sea ilustrativa y, al mismo tiempo, amena. Y eso es lo que intento en este libro».

A través de la mirada de su amigo Pedro de Ribadeneira —uno de los hombres que más trató y mejor conoció al fundador de los jesuitas y su primer biógrafo—, se va desgranando la peripecia vital de Ignacio, a punto de ser canonizado en la España de Felipe II: sus raíces, su época airada de caballero, su conversión, los tiempos de peregrinaje, de estudios, de fundación junto a sus compañeros y los años de oculto gobernante de la orden que ya extendía su influjo por todo el mundo conocido.

Pedro Miguel Lamet nos introduce en los apasionantes hechos que enmarcan el nacimiento de la Compañía de Jesús, dentro del complejo ambiente político y social del Siglo de Oro, con su habitual amenidad y rigor histórico. Contrasta la personalidad de Ribadeneira, escritor sensible y algo quejumbroso, con la de Ignacio, provisto de honda armonía interior, amor apasionado a Jesucristo e insólita capacidad de sintetizar la mística y el sentido práctico, cualidades que supo imprimir en la orden religiosa más eficaz y polémica de la Historia.

Sobre el autor

Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) ha publicado medio centenar de libros de muy diversos géneros. Además de director del semanario Vida Nueva y conocido columnista de periódicos, emisoras y revistas (Radio Vaticano, cadena Cope, Radio Nacional, Pueblo, El País, El Globo, El Mundo y, sobre todo, Diario 16), fue profesor de Estética y Cinematografía en varias universidades y ha obtenido ocho premios periodísticos y literarios.

De su extensa obra destacan ocho poemarios, entre ellos Génesis de la ternura y Como el mar a la mar, recogidos en sus antologías El mar de dentro y La luz recién nacida; los ensayos La seducción de Dios, Cartas a Marian y La santa de Galdós; su estudio sobre los confesores reales Yo te absuelvo, majestad; las biografías Pedro Arrupe, Juan Pablo II: hombre y papa, Díez Alegría, un jesuita sin papeles y Azul y rojo: José María de Llanos; las prosas poéticas Desde mi ventana y Fotos con alma; los relatos Las palabras calladas y Las palabras vivas; la novela Deja que el mar te lleve, y las novelas históricas El caballero de las dos banderas, El esclavo blanco, Duque y jesuita: Francisco de Borja, No sé cómo amarte: María Magdalena, El aventurero de Dios: Francisco de Javier, El retrato. Jesús de Nazaret, El místico. Juan de la Cruz, El último jesuita, El resplandor de Damasco y El tercer rey. Cardenal Cisneros, las seis últimas publicadas en esta editorial.

Fuente: todoliteratura.es

El centro y la periferia

Reflexiones

Desde los orígenes de la civilización, los asentamientos humanos han gravitado en torno a un lugar sagrado, el axis mundi o eje del mundo en torno al cual se organizaba la actividad religiosa, social, económica y política. La geografía urbana refleja en muchos lugares del mundo una disposición en la que el templo principal ocupa un lugar privilegiado, normalmente cerca de la plaza mayor, el mercado y el ayuntamiento.

Hay quien habla de una topografía religiosa para referirse a la distribución espacial de los lugares sagrados y su relación con el resto de las instituciones de la sociedad. En las sociedades primitivas esta disposición se ha interpretado mediante el modelo centro-periferia: el templo se ubica en el centro, el km 0, y el resto en la periferia. Con el paso del tiempo, el centro se ha desplazado fuera del casco antiguo de las ciudades, donde ahora se ubican los nuevos hubs financieros, comerciales y de comunicación.

El modelo también sirve para analizar el modo como se distribuye el poder. Los estudios coloniales aplican esta herramienta conceptual para mostrar la manera como las antiguas metrópolis (el centro) extraían recursos de las colonias (las periferias).

En las últimas décadas, la ecología política ha vuelto a utilizar el esquema, esta vez para explicar los mecanismos que hacen posible que una élite financiera global (el centro) explote los ecosistemas naturales (la periferia), ya sea deforestando, extrayendo recursos o contaminando de modo irreversible aquellos territorios alejados del centro. En la sociología de la religión se utiliza también el modelo; esta vez para explicar el proceso de secularización: el desplazamiento de la religión del centro a los márgenes de la sociedad.

El papa Francisco ha usado este modelo también, aunque en un sentido distinto de los anteriores. Ya desde el inicio de su pontificado, dejó claro que su misión y su sueño para la Iglesia consistía en ir, precisamente, a las periferias, lugar de misión y de encuentro con el pueblo de Dios. Ahora bien, Francisco invierte el orden de la relación (que pasa a ser periferia-centro) y amplia el significado del concepto periferia al incluir una dimensión existencial, personal.

La intuición no es nueva; resuena con muchos relatos de los evangelios. Por ejemplo, cuando Jesús narra la parábola de la oveja perdida, termina con una pregunta: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas ¿no dejará en los montes a las noventa y nueve, para ir en busca de la errante?» (Mt 18, 13) ¿No es esta acaso una invitación explícita a ir a las periferias?

Al mismo tiempo, Francisco insiste en que no solo hay periferias económicas, políticas y geográficas; también hay periferias existenciales, en nuestro interior, cada vez que marginamos la presencia de Dios y lo empujamos a las orillas de nuestra vida. La secularización no es únicamente un fenómeno externo, cultural. Es también un proceso interno, espiritual.

Pensar en el centro y la periferia puede ser un excelente ejercicio intelectual y espiritual. Puede ayudarnos a interpretar mejor el mundo en el que vivimos y a mirarnos interiormente para descubrir dónde está nuestro corazón. Es decir, qué ponemos en el centro y qué dejamos al margen.

Jaime Tatay, sj

Nuevas fronteras

Reflexiones

A lo largo de la historia, la Iglesia, ha tratado de llevar el mensaje de Jesús a los límites del mundo. Siguiendo aquello que aparece en el final del evangelio de Marcos [«Id al mundo entero y proclamad el evangelio» (Mc 16, 15)] religiosos, religiosas y laicos, han escalado montañas, atravesado mares y cruzado desiertos para anunciar la Buena Noticia que trae el Señor.

En nuestras mentes está la fortaleza de san Francisco Javier atravesando Asia con el deseo de llegar a China; el franciscano Francisco Solano que cruzó el Atlántico para llegar a Perú; el padre Damián cuidando a leprosos en la isla de Molokai, allá por las islas de Hawai; o la madre Teresa que llegó a Calcuta para entregar su vida a los pobres y moribundos de los que no se ocupaba nadie.

La historia, como siempre, nos vuelve a sorprender, y, además de esos campos de acción evangélica, surgen nuevos campos donde proclamar la Buena Noticia del Evangelio que no están lejos, no hay que buscarlos «detrás» de desiertos, mares o montañas. Las nuevas tecnologías se han convertido en los espacios de reunión, ocio o conversación. Jóvenes y mayores pasan horas delante de su ordenador y/o móvil y no necesariamente perdiendo el tiempo. ¡Hasta eventos tan significativos como las campanadas de fin de año tuvieron más repercusión en la plataforma Twitch (de la mano del joven Ibai Llanos y su equipo) que las tradicionales cadenas de televisión!

Nuevas fronteras donde el mensaje del Reino va apareciendo. Se abre paso poco a poco. Nuevos lugares en donde también se busca sentido, horizonte, esperanza y fundamento vital. Twitter, Instagram, Tik ok, Facebook, YouTube, Twitch… se han convertido en el nuevo Aerópago donde la palabra de Jesús cala y anima a miles de jóvenes a seguir su camino y su misión.

Si algo destacó siempre en la Iglesia fue la lucidez para acceder rápidamente a los lugares donde se congregaba la gente. Quizás ahora, las redes sociales y los nuevos medios de comunicación son el lugar de misión para todos aquellos que se sientan llamados a llevar la Esperanza de una vida nueva que nos trae el seguimiento de Jesús de Nazaret.

Javier Bailén, sj

La vida no es un camino recto

Reflexiones

Estoy segura de que alguna vez has escuchado la expresión del «sueño de Dios para cada uno». Honestamente, a mí siempre me ha costado un poco desgranar qué puede significar en mi vida, es decir, descubrir cuál es.

En el Evangelio se habla de personas que lo dejaron todo para seguir a Jesús. Y yo te pregunto: ¿Cuál es ese sueño por el que dejarías todo lo demás, todos los sucedáneos? ¿Cómo conocerlo? ¿Cuánto tiempo dedicas a descubrirlo? ¿El rato de la mañana, de la tarde, de la noche? ¿El rato que te sobra al final del día? Como ves, es una pregunta que entraña más preguntas.

A medida que he ido creciendo me he ido dando cuenta de que la respuesta siempre ha estado en mis anhelos y deseos más profundos. Y es que, la vida tiene diversas dimensiones que no son compartimentos estancos. A todas ellas las une una misma pregunta, que mueve a cada uno hacia delante. Esa pregunta cambia de persona a persona y reside en el fondo de nuestro ser. Algunos la conocen desde que son pequeños y otros tardan una vida entera en conocerla. Es una pregunta que es, al mismo tiempo, una invitación, un misterio que encierra más misterio y un salto al vacío. Ser valientes para descubrir cuál es esa pregunta y, a la vez, ir respondiéndola a lo largo de la vida es lo más temible y, a la vez, lo mejor que hay.

La mía empezó siendo «¿y tú, Señor, qué sueñas para mí?». Hoy ha cambiado, o más bien, he ido avanzando hacia la respuesta y han ido apareciendo otras que me rondan a día de hoy. Lo que no ha cambiado (ni deseo que cambie) es que es el Señor quien define mis deseos, mis dudas, mis miedos, mis búsquedas y todos mis cómos. Esa fue la respuesta a esa primera pregunta.

Un buen maestro no es el que te da todas las respuestas, sino el que te enseña a descubrirlas. Si no fuera así, nos perderíamos todo el camino: la incertidumbre y las dudas por supuesto, pero también, la esperanza, la confianza en que nos encontraremos y toda la alegría que conlleva saber que estás avanzando, igual no por un camino recto, pero sí por el tuyo. Cada giro, cada recoveco, me ha ido acercando más a Él.

Y yo, de nuevo, te pregunto: ¿De qué serviría que el camino fuera recto? ¿Qué aprenderíamos si no arriesgáramos, si no nos equivocáramos, si no empezásemos de nuevo?

Tengo claro que cometeré errores, me iré por el camino que no es y sólo me daré cuenta cuando no vea a Dios al final, aunque recorrerlo me haya llevado años. Si no le veo, no le siento, ahí no es. Al final, sólo espero haberle visto en cada giro del camino.

No se trata de hacer este camino a tontas y a locas. Se trata de ir diciendo síes pequeñitos en cada paso, sabiendo que, lo que creíamos que era una línea recta, era un renglón torcido que nos acabará llevando a lo que realmente deseábamos.

Ana Rueda Legorburo

Fuente: pastoralsj.org