Víctor Codina SJ: “Soñemos juntos”, un faro de luz en medio de la actual tormenta

«Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor», es un gran libro, que nos desvela claves del pensamiento y del proyecto de reforma eclesial de Francisco y de sus temas centrales: ir a la periferia, discernir, dialogar, desborde, sinodalidad, pueblo, Espíritu. Es una auténtica bendición urbi et orbi, para la Iglesia y el mundo. Es un faro de luz en medio de la actual tormenta.

El Dr. Austen Ivereigh, escritor y periodista británico, autor de dos biografías del papa Francisco (El gran reformador, 2015 y Wounded Shepherd, 2019) aprovechó el confinamiento papal para una serie de entrevistas y conversaciones que ahora se publican como libro de Francisco: SOÑEMOS JUNTOS. EL CAMINO A UN FUTURO MEJORConversaciones con Austen IvereighBarcelona, diciembre 2020.

Prólogo

Francisco ve este momento como la hora de la verdad, un momento en que se sacuden nuestras categorías y estilos de vida, una crisis ante la cual la pregunta es si saldremos mejores, donde hay peligro de replegarnos para mantener nuestro statu quo. Pero, como dice Hölderlin, “Donde hay peligro, crece también lo que nos salva”, es el momento para soñar en grande, para comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo, aceptar el desborde de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo fronteras tradicionales. Atrevámonos a soñar juntos.

El libro se articula bajo tres momentos: ver, elegir, actuar.

Tiempo para ver

En el Ver, Francisco acude a la periferia, convencido de que el mundo se ve más claro desde la periferia, desde los lugares de pecado y exclusión, desde el sufrimiento, la enfermedad y la soledad, y todo ello no en abstracto sino en concreto, pasando del adjetivo al sustantivo: desde los pobres rohinyás en Bangladesh, desde los uigures y los yazidíes, desde los refugiados de Lesbos, desde los niños sin educación de África, desde los que mueren de hambre en Yemen, desde los descartados, desde los médicos y sanitarios, sacerdotes y religiosas que murieron por ayudar a los enfermos del coronavirus.

La crisis ha puesto al descubierto la cultura del descarte, quienes no tenían vivienda ni agua para pasar el distanciamiento social obligatorio, los que viven hacinados en las ciudades, en centros de retención de migrantes, en campos de refugiados, donde la gente puede pasar años, sin higiene, alimentación y vida digna.

Hemos de buscar maneras para que estos descartados se conviertan en actores de un futuro nuevo. Pero este cambio tiene grandes obstáculos: el virus de la indiferencia que es peor que la pandemia, que nos hace mirar hacia otro lado, como la expresión italiana “che me ne frega”, la expresión argentina ¿y a mi qué?, es decir, ¿qué me importa?

Dios no es indiferente, esta indiferencia bloquea al Espíritu que nos impulsa a un desborde para discernir lo que Dios quiere de nosotros, para descartar la cultura del abuso, sea sexual, económico, racial o clerical y fomentar una cultura del cuidado.

Hay que trabajar por un mundo sano. Francisco comenta cómo fue creciendo su conciencia ecológica: en su trabajo en el comité de redacción de la conferencia de Aparecida, 2007, se sentía molesto por la insistencia de los brasileños en el tema de la Amazonía; más tarde le ayudó el influjo del patriarca Bartolomé de Constantinopla en el tema ecológico; luego convocó a científicos y teólogos sobre ecología lo que culminó en su encíclica Laudato sí y finalmente convocó el Sínodo de la Amazonía en 2019.

Al grito de los pobres se une al grito de la tierra, hemos de superar el paradigma tecnocrático que nos hace abusar de la naturaleza en beneficio propio, como si fuésemos sus dueños, con un individualismo que provoca la desertificación de la tierra y el cambio climático, olvidando que la creación y la tierra es un don de Dios para todos, que hemos de cuidarla y protegerla: necesitamos una conversión hacia una ecología integral que es cuidar de la creación y de todos nosotros como criaturas de un Dios que nos ama.

La situación Covid de la pandemia y la cuarentena, en medio de su dificultad y dolor, nos puede ayudar a una reflexión sobre nuestra vida, sobre nuestro pasado y futuro, nuestros ídolos y nuestros momentos de crisis. Hay que pararse, parate, revisar nuestra vida, vivir la pandemia en un clima de paciencia y humor.

  • Francisco narra tres situaciones Covid de su propia vida:

-la Covid de su enfermedad del pulmón a los 21 años, cuando siendo seminarista de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1957 le llevaron al hospital y le quitaron el lóbulo superior derecho de uno de sus pulmones; él creía que iba a morir, las enfermeras le cuidaron y salvaron; fue un tiempo de reflexión y allí maduró su decisión de entrar en la Compañía de Jesús.

– la Covid del destierro, en 1986, cuando fue a Alemania para una tesis doctoral sobre Guardini, que no acabó: se sentía como un sapo en un pozo. Iba de paseo cerca del aeropuerto de Frankfurt a ver volar aviones…

– la Covid de una transformación radical fue cuando de 1990 a 1992, después de haber sido Maestro de novicios, Provincial y Rector de los jesuitas, fue destinado a Córdoba. Se había instalado en ese modo de vivir, “me pasaron la boleta y tenían razón”. Fue un tiempo de purificación, oración y leyó la Historia de los Papas de Ludwig Pastor, que ahora le ha ayudado mucho.

En conclusión, para realizar esta conversión que nos brinda la Covid, para superar nuestra globalización de la indiferencia, la hiperinflación del individuo y aprender a contar con los demás, es necesario tomar decisiones, elegir.

Tiempo para elegir

El segundo paso, luego de haber visto la realidad, es discernir y elegir, pero para ello necesitamos, además de capacidad y reflexión, el tener un sólido conjunto de criterios que nos guíen para así poder leer los signos de los tiempos. Y en tiempos de prueba, como dicen los gauchos y los cowboys “no cambies el caballo en medio del río”, es decir hemos de ser fieles en lo que importa aun en tiempos de crisis: recuperar el valor de la vida, la naturaleza, la dignidad de la persona, el trabajo y los vínculos.

Hay que recuperar las bienaventuranzas que la Iglesia ha concretado y formulado en una serie de principios básicos: la opción por los pobres, el bien común, el destino universal de todos los bienes, la solidaridad y la subsidiaridad.

Estos principios los hemos de aplicar a la realidad en un ambiente de reflexión y oración, estar atentos al Espíritu y practicar el discernimiento de espíritus.

El Covid-19 ha acelerado un cambio de época que ya estaba en proceso, no podemos volver atrás, todo intento de restauración lleva a un callejón sin salida. Hemos de buscar la verdad, aun sabiendo que todo pensamiento es incompleto y está abierto a un desarrollo ulterior (Guardini). Hay que excluir tanto los moralismos que tienen recetas para todo, como el relativismo que duda de todo. Verdades que al principio nos parecen contradictorias, poco a poco se van abriendo a una verdad mayor (Newman). No poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee y nos atrae desde la belleza y la bondad.

El discernimiento es tan antiguo como la Iglesia, el Espíritu es el que nos guía a la verdad (Juan 16,13) y nos muestra cosas nuevas a través de los signos de los tiempos: hemos de preguntarnos por lo que nos humaniza y nos deshumaniza.

Signo de los tiempos es evitar el aislamiento y exclusión de los ancianos, fomentar el encuentro entre ancianos y jóvenes, para soñar juntos (Joel 2,28); signo de los tiempos es proteger y regenerar la tierra, no considerar como objetivo el crecimiento económico a cualquier precio; signo de los tiempos es sentirnos parte de la creación, no sentirnos sus dueños, buscar una economía que atienda las necesidades de todos y respete la tierra; signo de los tiempos es el protagonismo de las mujeres, siempre fieles y abiertas a una nueva posibilidad, muy sensibles al medio ambiente y al cuidado de las personas y de la economía; otro signo de los tiempos es elegir la fraternidad por encima  del individualismo, la unión de ánimos, como aparece en Fratelli tutti.

En este proceso de discernimiento, Dios no se impone, sino que nos propone, nos anima por dentro, nos consuela, nos da esperanzas, no despierta ilusiones deslumbrantes ni falsos mesianismos, no nos quita el miedo del futuro ni la tristeza del pasado, no nos aísla del cuerpo eclesial, ni nos hace creer ser los únicos poseedores de la verdad, ni conduce al autoritarismo y rigidez que terminan en escándalos. La Iglesia débil y pecadora, es instrumento de la misericordia porque ella misma necesita misericordia, no la condenemos, cuidémosla como a nuestra madre.

Aquí Francisco aborda un tema importante que es cómo actuar en contexto de polarización, social, política o eclesial, una situación que conduce a la parálisis, a la ausencia de diálogo, a la división y al desacuerdo.

Siguiendo a Guardini entiende que contradicciones aparentes pueden resolverse a través del discernimiento. Muchas veces vemos como contradicciones lo que en realidad son solo contraposiciones que, aunque sean contrarias, interactúan en una tensión creativa superior. Ante las contradicciones hay que elegir entre lo correcto y lo incorrecto, en cambio ante las contraposiciones hay que buscar en diálogo una verdad superior que englobe lo positivo de ambas partes.

Francisco lo llama desborde y lo reconoce como don de Dios y acción del Espíritu, como aparece en las Escrituras: es el amor de Dios que se desborda para perdonarnos, es el padre que abraza al hijo pródigo, es la pesca sobreabundante después de una noche infructuosa, es Jesús lavando los pies a sus discípulos antes de morir.

Este desborde sucede sobre todo en las encrucijadas de la vida, en momentos de humildad, de fragilidad y apertura, cuando el océano del amor de Dios desborda las puertas de nuestra autosuficiencia y permite una nueva imaginación posible.

La preocupación de Francisco como Papa ha sido promover este desborde dentro de la Iglesia, renovando la antigua práctica de la sinodalidad, como un servicio a la humanidad trabada a menudo en desacuerdos paralizantes.

Sinodalidad, viene de “sínodo” que significa caminar juntos, es reconocer y valorar las diferencias en un plano superior donde cada parte pueda mantener lo mejor de sí misma, crear una sinfonía que articule las particularidades de cada uno. La Iglesia desde el comienzo se abrió a la sinodalidad, se abrió a cristianos no judíos sin imponerles las prácticas judías (Hechos 15,28), se enriqueció con las culturas de los pueblos donde se arraigó.

Este enfoque sinodal es muy necesario para nuestro mundo de hoy, poder caminar juntos sin aniquilar a nadie, construir un pueblo no con armas sino con la tensión de caminar juntos, reconciliar las diferencias.

La experiencia de la Iglesia en los tres últimos sínodos (de los jóvenes, de la familia y de la Amazonía) ha mostrado la importancia de la sinodalidad para superar conflictos. Para ello hay que escuchar al pueblo, que tiene la unción del Espíritu Santo y no puede equivocarse cuando cree, hay que aceptar que lo que afecta a todos ha de ser tratado por todos, no confundir la verdadera tradición eclesial con otras normas y prácticas eclesiales. Hay que escuchar al Espíritu, es necesaria una conversión de todos, sin imponer nuestras ideas a los demás, desenmascarar las agendas y las ideologías encubiertas, no caer en batallas políticas como en un parlamento, donde un grupo vence a otro.

Los MCS se han centrado en los dos últimos sínodos en puntos conflictivos secundarios, pero de gran impacto mediático (la comunión de los divorciados vueltos a casar, la ordenación de hombres casados), sin percibir la problemática general, sin captar los signos de los tiempos. Es necesario aprender de la antiquísima experiencia sinodal de la Iglesia:

– tener una escucha respetuosa mutua

-a veces la novedad será resolver las cuestiones polémicas por desborde, cambiando nuestra mirada y rigidez y buscar en lugares nuevos.

El tiempo pertenece al Señor, confiamos en él para descubrirlo mediante el discernimiento y así realizar el sueño de Dios para nosotros.

Tiempo para actuar

Este tiempo de acción nos permite recuperar el sentido de pertenencia a un pueblo. Francisco define el pueblo como una categoría mítica que implica una memoria histórica de costumbres, ritos y otros vínculos que trascienden lo transaccional o racional, en una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y lucha. Pueblo no es lo mismo que un país, una nación o un estado; el pueblo es fruto de una síntesis, de un encuentro, un todo superior a las partes que se forjó en la lucha y la adversidad compartidas. El pueblo tiene alma, conciencia, personalidad, sentido de solidaridad, justicia y trabajo.

Hablar de pueblo es un antídoto a la tentación constante de crear élites, sean intelectuales, morales, religiosas, políticas, económicas o culturales. Pueblo es unidad en la diversidad, que no se siente determinada por la exclusión o diferenciación, sino por la síntesis de virtualidades, por el desborde.

Pero el pueblo puede disolverse en una mera masa o dividirse en bandos. Los tiempos de tribulación pueden ayudarnos a comenzar un nuevo tiempo de libertad.

La actual pandemia, aunque nos desinstala, permite recuperar nuestra memoria y nuestra esperanza. Que en los próximos años no nos digan que frente a la crisis de la Covid 19 no pudimos recuperar la memoria y recordar nuestras raíces. Si ante el reto de esta pandemia actuamos como un solo pueblo, la vida y la sociedad cambiarán en mejor.

La dignidad de un pueblo nace de la cercanía de Dios, de su amor que le da un horizonte de esperanza. Arquetipo de este pueblo es el pueblo de Israel; la Iglesia se define en el Vaticano II como pueblo de Dios, ungido por el Espíritu y encarnado en todos los pueblos y culturas de la tierra, un pueblo con muchos rostros. Ser cristiano es saberse parte del pueblo de Dios, una comunidad dentro de la comunidad más amplia de la humanidad. El punto central del cristianismo es el anuncio del kerigma, o buena noticia que Dios me amó y se entregó a la muerte por mí; todos debemos reconocernos como hermanos y miembros de la gran familia humana. La Iglesia camina como parte del pueblo, sirviéndolo.

Para salir mejores de esta crisis hemos de recuperar el saber que tenemos un destino común como pueblo, que nadie puede salvarse solo, existe entre nosotros el lazo de la solidaridad, que la mesa sea un lugar para todos, abrazar la realidad unidos por la reciprocidad, sobre cuya base podemos construir un futuro mejor, más humano.

Lamentablemente la visión predominante en la política occidental promueve y ensalza al individuo atomizado, la economía se centra en el lucro, debilita las instituciones capaces de proteger al pueblo. En cambio, las convicciones religiosas son fuente de bien, valoran las personas; los desacuerdos de naturaleza filosófica o teológica entre grupos seculares y gente de fe no son obstáculos para unirse y trabajar por metas compartidas, la dignidad humana, el empleo y la regeneración ecológica.

El Papa retoma temas de Fratelli tutti sobre la fraternidad humana, la idolatría del dinero y del mercado, la rehabilitación de la política, la necesidad de reformas estructurales, la inspiración en la parábola del buen samaritano para no pasar de largo ante los tirados al borde del camino. En el mundo post-Covid, solo una política enraizada en el pueblo, abierta a la organización del propio pueblo, podrá cambiar nuestro futuro. El corazón del cristianismo es el amor de Dios por todos los pueblos y nuestro amor al prójimo, especialmente por los necesitados.

Francisco insiste en ir a las periferias, allí donde nació la Iglesia, donde se encuentran tantos crucificados. De nuevo retoma las tres T, “tierra, techo y trabajo”. Garantizar que la dignidad humana sea valorada por mediaciones muy concretas, no es sólo un sueño, sino un camino para un futuro mejor.

Epílogo

Francisco propone dos actitudes de cara al futuro, descentrarse y trascender, abrir puertas y ventanas e ir más allá, no quedar atrincherados en nuestras formas de pensar y actuar, ser peregrinos, no volver a la “normalidad” de antes, ir al encuentro de los demás, mirar los rostros, los ojos, las manos y las necesidades de los que nos rodean y así descubrir nuestros rostros y manos llenas de posibilidades. Y actuar.

Víctor Codina sj

Fuente: vaticannews.va

Desolaciones y tristezas

Reflexiones

En nuestra vida se suceden contentos y tristezas, gozos y añoranzas. Nos gusta sentirnos alegres, pero a veces nos invade la desgana, la apatía o la amargura.

¿Es esto la desolación espiritual? ¿Es lo mismo desolación que tristeza?

Existe una tristeza natural. La produce la pérdida de una relación, un fracaso inesperado, la frustración de una expectativa o algún daño recibido. La tristeza apaga el afecto, debilita el ánimo y ralentiza el ordinario discurrir del pensamiento. Nos deja planos y grises. Y a veces con un poso de amargura que se expresa en ironía o mal humor. Además, no raramente hacemos daño a los que más queremos. Ni nos aguantamos ni nos aguantan.

Pero estas tristezas naturales no son desolación espiritual.

La desolación espiritual siempre tiene una referencia a Dios y a sus cosas. Se siente como oscuridad ante la verdad divina, insensibilidad ante la Palabra, pereza para el bien, lejanía del Señor. Puede tener una fuerza inesperada, y tambalea las buenas intenciones que teníamos sólo un día antes. Si se prolonga un tiempo resulta una prueba espiritual particularmente dura; por ejemplo Ignacio de Loyola tuvo tentaciones de quitarse la vida, atormentado por sus escrúpulos.

Entonces, ¿todo es tristeza natural o desolación espiritual? No.

Pues también existen muchas tristezas ambivalentes y mezcladas. Por ejemplo, cuando un matrimonio tiene dificultades, aunque un día se quisieron de verdad. O cuando un creyente comprometido con los pobres no es aceptado por esos mismos pobres. O cuando un catequista no es escuchado. O cuando una joven consagrada por amor a Dios siente, al cabo de un tiempo, la frustración de su ilusión primera.

Estas situaciones son ambivalentes: pues no sólo parece que Dios está lejos, sino que nuestro ego se siente frustrado (aunque sea de modo latente). Y nuestro ego frustrado explica muchas desolaciones que llamamos espirituales.

Luis María García Domínguez SJ

Fuente: espiritualidadignaciana.org

Cardenal Czerny: «Sólo la cultura que acoge tiene un futuro»

«La nueva Encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti, se dirige directamente a las alegrías y esperanzas, las penas y las angustias de los migrantes, los refugiados y todas las personas desplazadas y marginadas. El corazón de la Encíclica es un llamado a una mayor hermandad y amistad social entre todos los pueblos y naciones». Esto es lo que escribe el cardenal Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral, en el recién creado blog de la Comisión Católica Internacional de Migración (ICMC).

La reflexión del cardenal, titulada «Fratelli tutti  y la llaga de los desplazados», retoma los pasajes clave del documento, pidiendo «una fraternidad abierta, que permita reconocer, apreciar y amar a cada persona más allá de la proximidad física, más allá del lugar del mundo en el que nació o en el que vive».

Derecho a una vida digna

Según el cardenal Czerny, «toda persona tiene derecho a una vida digna y a un desarrollo integral en su país de origen».

«Esto pone en tela de juicio la responsabilidad de todo el mundo, ya que hay que ayudar a los estados más pobres a desarrollarse. La inversión que necesitan»,  y continúa, «no es sólo en el desarrollo económico sostenible, sino también y esencialmente en la lucha contra la pobreza, el hambre, las enfermedades, la degradación del medio ambiente y el cambio climático».

Acoger, proteger, promover e integrar

El Subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral indica entonces la «respuesta moral» adecuada a todos los que se ven obligados a huir: «se puede resumir en cuatro verbos activos: acoger, proteger, promover e integrar». Pero hay numerosos obstáculos que surgen en el camino de los migrantes y refugiados. Obstáculos nacidos de «una mentalidad xenófoba que no es compatible con el cristianismo».

Muchas formas de abrir puertas

Siguiendo las directrices de la encíclica, el cardenal Michael Czerny señala varias formas de abrir las puertas a aquellos que han huido de las crisis humanitarias y se han convertido en nuestros nuevos vecinos. Esto incluye aumentar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables y ofrecer una vivienda adecuada y decente. También es crucial «garantizar la seguridad personal, el acceso a los servicios esenciales y la justicia, a la vez que se les ofrece libertad de movimiento, la oportunidad de trabajar; proteger a los menores y asegurar su acceso regular a la educación».

Esfuerzo común

Fratelli tutti -destaca el cardenal- afirma claramente que los estados individuales, actuando por su cuenta, no pueden adoptar soluciones adecuadas. «Se necesita un esfuerzo concertado a nivel mundial, como el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, celebrado en 2018, porque las respuestas sólo pueden ser el resultado de un trabajo conjunto, que dé lugar a una legislación (gobernanza) mundial para la migración».

El regalo del encuentro entre culturas

Asimismo, señala en su reflexión que es el propio Papa Francisco quien define como «un regalo» el encuentro entre diferentes culturas, como el que surge de la migración.

«Un encuentro que puede llevar a un enriquecimiento mutuo, y como ejemplos concretos, el Papa menciona el enriquecimiento cultural provocado por la migración de latinos a los Estados Unidos y por la migración italiana a su país de origen, la Argentina».

Generosidad y gratuidad

«Pero tal reciprocidad de beneficios», resume Czerny, «no representa la totalidad de la realidad, y mucho menos la fundamental. Debemos esforzarnos por abrirnos a los demás con un espíritu de gratuidad y generosidad, que el Papa Francisco define como la capacidad de hacer algunas cosas por el mero hecho de ser buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado de ellas, sin esperar nada inmediatamente a cambio».

Una cultura que tiene un futuro

«Sólo una cultura que acoge a los demás libremente tiene un futuro», concluye el cardenal Czerny. «Este es nuestro futuro y debe ser compartido con los necesitados, incluyendo los migrantes y refugiados. Escuchemos el llamado del Papa Francisco por un mundo más justo, humano y fraterno, fundado en el amor y el enriquecimiento mutuo, en lugar de la sospecha y la fría indiferencia».

*Podes leer el texto completo haciendo click aquí.

Fuente: www.vaticannews.va

Ser haciendo, hacer siendo

Reflexiones

Mi formación como jesuita ha sido particularmente larga y, durante estos años ha habido gente que me ha preguntado «¿cuántos años te quedan para ser jesuita?» o «¿hace falta estudiar tanto para hacer lo que hacen los curas?» Como si la vocación jesuítica solo fuera válida a partir del momento en el que nos ordenamos sacerdotes o empezamos a «hacer» cosas, cuando en realidad, uno se sabe y se siente jesuita desde su ingreso en la Compañía. Por otro lado, a lo largo de estos años tampoco han faltado los que me han preguntado por el porqué de mi vocación a la vida religiosa, cuando podría hacer prácticamente lo mismo siendo laico.

Todo esto nos lleva al eterno debate sobre el hacer y el ser. Es decir, a intentar delimitar si aquello que define a un religioso (u otra opción de vida) por aquello hace, y por tanto se ve, o por aquello que es, y por tanto no se ve y necesita de la palabra y de los signos para ser expresado. Personalmente, creo que centrarse únicamente en cualquiera de estos dos puntos es una trampa, puesto que, en mi opinión, es muy difícil hacer sin ser o ser sin hacer. En español tenemos un refrán que dice «el movimiento se demuestra andando». Y así, no hay más que pensar que, cuando los profesores explican a sus alumnos que el movimiento, normalmente se mueven por el aula.

Creo que con la vida religiosa pasa algo parecido, es decir, necesita del ser y del hacer para ser comprendida. Pero no es que las obras nos definan más que las palabras o viceversa, sino que los religiosos somos haciendo y hacemos siendo. Así, si estamos con los más pobres, es fruto de lo que somos. Si celebramos la eucaristía, es porque nuestro ser se entiende desde ella. Si trabajamos en una institución que no pertenece a la Iglesia, nuestra vida la lleva a ella. Y, al contrario, aquello que decimos o escribimos para explicar nuestra opción de vida, nuestra manera de vestir o de entendernos y ubicarnos en la sociedad, debería intentar expresar aquello que somos y hacemos.

En el fondo, no se trata de acentuar el «ser» o el «hacer», sino de hacer siendo o ser haciendo. Es decir, de hacer las cosas que hacemos porque somos religiosos y de entendernos a nosotros mismos, y dar a entender a los demás nuestra vocación desde aquello que hacemos. Si todo ello nos lleva a nosotros y a los demás al Dios de Jesús, será señal de que vamos por buen camino en lo que a la vocación se refiere.

Dani Cuesta, sj

Semana Brocheriana: “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”

El obispo de Cruz del Eje, monseñor Hugo Ricardo Araya, presidió el lunes 18 de enero la misa inaugural de la Semana Brocheriana 2021. La homilía estuvo a cargo del padre Ángel Rossi SJ, quien durante toda la semana predicó en las misas de las 11hs y de las 21hs.

Antes de finalizar la celebración inaugural, el obispo Araya recordó que la primera Semana Brocheriana fue celebrada en 1952, a los 75 años de la inauguración de la casa de ejercicios. “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”.

“Brochero, que dio catequesis, ejercicios espirituales, celebró sacramentos, fue con el tiempo construyendo capillas, la casa de retiros, el colegio, acueductos…. Fue también promotor del turismo”.

“Conocía a gente pudiente de Córdoba capital, y hacía propaganda del agua de Mina Clavero, enviaba damajuanas con agua, quesos y dulces. Les favorecía en el viaje, era hospitalario. Alguna vez recibió a una sobrina de Juárez Celman que necesitaba del aire de las sierras”.

Además, “integraba a los turistas a la comunidad y también ellos colaboraban en los trabajos, y le preocupaba la justicia y el trabajo de sus paisanos. Daba recomendaciones para hacer posible la solidaridad con los pobres que tenían gallinas para ofrecer”.

Al santo, destacó el obispo, “le preocupaba que algunos tuvieran tanto y otros tan poco”. “Hospitalario, buscaba que la gente descanse, aproveche el rio, el paisaje, y ayude a los serranos a vivir de su trabajo”, recordó.

Las misas se celebran en el salón parroquial “Mi Purísima”, debido al protocolo de distanciamiento por la pandemia de Covid-19, en tanto que en el santuario del Cura Brochero se atienden confesiones, se imparten bendiciones y se realiza la atención a peregrinos.

El 26 de enero, aniversario de la pascua del Santo Cura Brochero, habrá siete misas a lo largo del día, la última presidida por monseñor Araya.

Fuente: aica.org

Entrelazados

Reflexiones

Uno de los principios de la Mecánica Cuántica es el entrelazamiento. Este viene a decir que «los objetos cuánticos pueden afectarse mutuamente de manera instantánea a través de distancias enormes». Esto significa que, si yo altero alguna característica de un electrón aquí, automáticamente otro electrón situado a una distancia considerable se verá afectado por esta alteración, alterándose (valga la redundancia) a sí mismo. Algo así como eso que llamamos «efecto mariposa».

Nos puede parecer más ciencia-ficción que otra cosa, pero ciertamente es así y está demostrado científicamente. De todas maneras, no creo que resulte difícil de creer, pues a otros niveles no científicos eso ocurre. ¿O acaso no has notado que, si tú cambias tu percepción de las cosas a una postura más amable, todo a tu alrededor se torna más bonito, más esperanzador? ¿No notas que, cuando piensas en positivo, lo positivo te rodea? Y también, al contrario: si uno va con el nubarrón del mal rollo encima (como en los dibujos animados), realmente todo lo que percibe, vive y procesa en su interior va en consonancia con el dolor o el enfado que lleva a cuestas.

Para mí esto del entrelazamiento tiene mucho que ver con el poder de la oración. Rezar no es solo hablar con Quien sabemos que está ahí, esperándonos y escuchándonos (¡y eso ya es mucho!). Rezar también es un acto de parar y hacer silencio, ahondar en uno mismo y en el misterio de la vida, sabiéndonos acompañado y guiados por Aquel que nos ha tendido la mano para ello. Rezar es una manera de extender nuestras raíces a todo aquello que acontece a nuestro alrededor, sentir el mundo, hacernos conscientes de ello y confrontarlo con nosotros mismos. Cuando uno reza, siente una expansión de la mente y el corazón, abriéndose a un misterio que está presente pero que requiere de nuestra disposición, silencio y apertura para percibirlo. Es entonces cuando ocurre la conexión: nos sentimos parte activa y viva de un todo mucho más grande que nosotros, del que tenemos la responsabilidad de cuidar.

Creo firmemente que quien reza, no reza solo para sí. Algo ocurre en sí mismo que trasciende, que altera para bien el entorno de una manera sutil pero efectiva, en el silencio de la rutina y el ronroneo de las horas al pasar. No se trata de algo espectacular, tipo apertura del Mar Rojo (como muchos esperamos que ocurra cuando rezamos o, mejor dicho, cuando pedimos en la oración). Es algo más progresivo, más sereno, más suave, porque ocurre gracias a la confianza en Dios, que sabe qué hacer con lo que le hablamos y pensamos junto a Él, sin dejar de contar con nuestra colaboración y nuestra humanidad.

Recuerdo unas palabras de Fernando Savater acerca del placer de la lectura que terminaban diciendo: «Salir de la angustia leyendo, volver a ella por la misma puerta. En cosas así consiste la perdición de la lectura. Quien la probó, lo sabe». Aplíquese esto también a la oración.

Almudena Colorado

Fuente: pastoralsj.org

Nuestra justicia limitada

Reflexiones

Hace unos domingos, al escuchar el Evangelio de los «jornaleros de la hora undécima» (Mt, 20), volví a disfrutar de las cientos de lecturas que uno puede hacer sobre ella. Dado lo impreciso de cada personaje, sabemos apenas nada de ellos, cada uno de nosotros podemos imaginar su contexto y darle una explicación a la benevolencia del dueño de la vid, buscando algo que nos justifique en nuestros comportamiento de «justicia limitada». Aunque al final debemos reconocer que la justicia y la bondad de Dios no son las nuestras.
En un siglo XXI, donde muchos cristianos elevan la queja cotidiana de la secularización de la sociedad occidental, sobre todo la europea, lecturas como estas demuestran que si bien el cristianismo no es «religión oficial», ni falta que hace, muchos de los valores que el Evangelio ha inculcado por siglos en nuestra sociedad siguen vigentes en muchas de las políticas públicas. ¿No es ese concepto de equidad de nuestro estado del bienestar sino una aproximación al Dios de una bondad y justicia contraculturales descrito en Mateo 20?

Esta semana una vecina, al saber que en un piso de acogida a personas en situación de vulnerabilidad social tenían una trabajadora contratada para preparar la comida y limpiar la vivienda, me decía: «¡Y encima les dan todo hecho!». Me recordó a ese repetido cuento que circula en redes sociales de que «los inmigrantes» (sustituido a veces por «los gitanos») se quedan con todas las subvenciones y consumen los recursos del estado del bienestar que otros (casualmente los de los nuestros) generan con sus impuestos. Más allá de la falsedad de tal afirmación (hay estudios económicos que lo desmienten), lo que esta actitud xenófoba denota es que el mensaje del Dios de bondad y justicia descrito en Mateo 20 no ha calado en muchos de los que nos consideramos cristianos.

Las personas desfavorecidas, las que están en riego social o sufren exclusión, las que han cruzado las fronteras de su país en busca de un hogar o simplemente de vida, incluso quienes han perdido un empleo asalariado, o un trabajo como autónomo, son sin duda esas personas de la hora sexta o undécima, que puede que no estuvieran a la mañana temprano disponibles (quién sabe las causas, ajenas o propias a su voluntad) pero que buscan en la calle un mano que les ayude a vivir más dignamente.

Si queremos que nuestra sociedad sea más evangélica, gobierne quien gobierne, deberíamos valorar en su justa medida aquellas decisiones políticas que nos recuerden que la justicia y la bondad no deben basarse en criterios cuantitativos, sino dar a cada uno lo imprescindible para vivir, haya aportado a la sociedad desde el amanecer, al medio día o al caer la tarde. Nunca sabremos por qué el amo los contrató antes o después, pero lo evangélico siempre será darles los suficiente para salir adelante. La propia Agenda 2030 de las Naciones Unidas se impregna de esos valores cuando parte de la premisa de «No dejar a nadie atrás», sean quienes sean y vengan de donde vengan.

Frente a nuestra justicia limitada por ese «no se lo merece» o «es lo que le corresponde» cabe la de un Dios de bondad que se revela y dice: «Toma lo tuyo y vete, yo quiero pagar a este lo mismo que a ti». Por eso me atrevería a responder a mi vecina: «¡Qué bueno que se lo den todo hecho, yo de momento no lo necesito!». Que la generosidad no provoque más envidias.

Ignacio Sánchez Monroy

Fuente: pastoralsj.org

Jornada Mundial del Enfermo: «Dar al que sufre el bálsamo de la cercanía»

En el marco de la 29° Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero, el Papa Francisco ha publicado un mensaje en el que recuerda la importancia de apoyar a quienes sufren una enfermedad «con el bálsamo de la cercanía», respetando su dignidad como Hijos de Dios y evitando caer en el «mal de la hipocresía».

En su escrito, afirma que esta Jornada «es un momento propicio para brindar una atención especial a las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, ya sea en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades» y dedica un pensamiento especial a «quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus», particularmente «a los más pobres y marginados».

Nadie es inmune al mal de la hipocresía

«La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune al mal de la hipocresía», explica Francisco subrayando que se trata de un mal muy grave que nos impide vivir la fraternidad universal a la que estamos llamados como Hijos de Dios.

En este sentido, el Pontífice puntualiza que ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía: «Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio».

Por otra parte, el Papa hace hincapié en que la experiencia de la enfermedad «hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad» y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro: «Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios».

La enfermedad siempre tiene un rostro

Asimismo, en su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021 marcada por la pandemia, el Santo Padre recuerda que la enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: «Tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22)».

Francisco expresa que, por un lado, la pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas: «Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa».

La pandemia desata crisis y también generosidad

Y por otro, esta crisis sanitaria «ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares»: «Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana», escribe el Papa.

El bálsamo de la cercanía

Y en este punto, el Pontífice destaca que la cercanía humana, «es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad».

En este contexto, Francisco recuerda la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo: «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo».

En este compromiso -continúa el Papa- cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles y buscar la promoción del hermano».

La importancia de la buena terapia y la relación de confianza

Otro de los aspectos que profundiza el Santo Padre en su mensaje es la importancia de que haya una buena terapia para el paciente enfermo. El Papa afirma que es decisivo el aspecto relacional, «mediante el que se puede adoptar un enfoque holístico hacia la persona enferma».

Francisco finaliza su mensaje enfatizando que el mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos: «Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado», exhorta Francisco y concluye encomendando a «María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos», a todas las «personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren».

Podes leer el mensaje completo haciendo click aquí

Fuente: vaticannews.va

Monocultivo espiritual

Reflexiones

Aunque el monocultivo, la concentración de tierras y la agricultura industrial han hecho posible que millones de personas coman cada día, presentan también graves inconvenientes señalados por los propios expertos en agronomía. Por un lado, el monocultivo reduce la diversidad biológica y conduce inevitablemente a un empobrecimiento del suelo que debe ser compensando con abonos. El ejemplo contemporáneo más dramático de esta problemática es la sustitución de bosques primarios tropicales –los más ricos en especies del planeta– por plantaciones de palma de aceite, campos de soja o pastos para la ganadería extensiva.

Se podría hablar también de un empobrecimiento estético, al transformarse el paisaje en un inmenso y monótono «mundo unidimensional». La diversidad de matices, sonidos, olores y colores desaparece engullida por la homogeneidad de la única especie cultivada. Al contemplar estas enormes extensiones «antropizadas», homogeneizadas, intensificadas y empobrecidas biológicamente, podemos preguntarnos: ¿no refleja este modo de producir alimentos algo sobre el funcionamiento de nuestra sociedad?, ¿no se simplifica también nuestro paisaje interior cuando reducimos en exceso la diversidad de nuestras fuentes y cultivos interiores?, ¿y no nos empobrecemos acaso cuando optamos por un único punto de vista político, cultural o espiritual?

En la Biblia se intuyen ya los riesgos del monocultivo y la concentración parcelaria que lleva asociada esta práctica agrícola: «¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país!», advierte el profeta Isaías. Frente a esta tendencia, los profetas proponen el reparto, la rotación de cultivos y el barbecho como alternativas. Proponen una visión alternativa, más rica, más diversa, más justa, alejada de los grandes latifundios. El Sabbath y el Jubileo representan la liberación de la cultura del trabajo esclavo de Egipto. La intensificación que caracteriza el monocultivo y la concentración de tierras busca racionalizar la productividad, reducir los costes y maximizar el beneficio. Pero choca con la visión bíblica del trabajo artesano y el reparto equitativo de la tierra.

En la espiritualidad hay un riesgo parecido de homogeneización y empobrecimiento de la experiencia religiosa, el monocultivo espiritual. Echar raíces en una sola tradición casi siempre empobrece el suelo de la experiencia, simplifica el paisaje interior y reduce la diversidad de encuentros con el Misterio. En el peor de los casos, nos puede llevar a la miopía, la cerrazón y el extremismo religioso.

De ahí que una cierta rotación espiritual –la exploración de diversas tradiciones y prácticas de oración y meditación– resulte tan enriquecedora. Igual que, al cruzar distintas variedades de una especie, la biología habla del «vigor híbrido»”, también en la experiencia espiritual cristiana la fecundación entre diversas escuelas o tradiciones –carmelita, franciscana, teresiana, ignaciana, etc.– conduce habitualmente a un fortalecimiento de la fe y la devoción.

De igual modo, un cierto barbecho espiritual puede resultar beneficioso. Si dejamos durante un tiempo una devoción particular con el fin de cultivar otros modos de orar, no solo nos abriremos a la riqueza de la encarnación de la Palabra; también, al regresar a nuestra tradición espiritual original, descubrimos matices nuevos.

Deberíamos escuchar tanto a los antiguos profetas de Israel como a los modernos agrónomos para no caer en la tentación del monocultivo.

Jaime Tatay, sj

Adoración Eucarística

Reflexiones

Tuve la gran suerte de que mis padres decidieran escolarizarme en un colegio en el que las religiosas que lo llevaban me proporcionaron un buen puñado de regalos por los que siempre estaré agradecida. De entre ellos, destaco el enorme privilegio que supuso para mí encontrarme con la Adoración Eucarística y una forma de vida muy concreta que surge cuando uno la convierte en el centro de su existencia.

Hoy en día cuesta imaginar que alguien adore a nadie que no sea él mismo. La sociedad del siglo XXI se encanta y se basta a sí misma. No necesita a Dios. Creen en un ser superior solo los cobardes que no se atreven a cuestionar la tradición; los ingenuos que se tragan respuestas comodín para los grandes interrogantes de la existencia humana; o los tontos que no se plantean nada. Pero las personas con espíritu crítico que pretenden tomarse la vida con un poco de seriedad es impensable que crean Dios. Mucho menos, que lo adoren. Y muchísimo menos aún, que lo adoren en un trozo de pan. Resulta casi indignante que con lo lejos que ha llegado el ser humano, con la de avances científicos y premios nobel que ha conseguido, hinque su rodilla ante un mísero trozo de pan.

Jesús podría haber decidido quedarse entre nosotros de muchas maneras. Pero decidió hacerlo en un simple trozo de pan. Redondo, pequeño, frágil. Un trozo de pan que no se reserva sino que se expone indefenso, tal cual es. Que no se esconde porque ha decidido instalarse en la intemperie. Que es universal y accesible a todos porque quién no tiene un poco de agua y un poco de harina. Que permanece, que calla, que no se mueve, que no ofrece ningún espectáculo…

La Adoración Eucarística no resulta atractiva la primera vez que uno se enfrenta a ella. Acostumbrados a oraciones guiadas, participativas y compartidas, el silencio de la Adoración puede resultar desde inquietante hasta aburrido. Tampoco creo que fuera especialmente atractivo llegar al mundo un 25 de diciembre en un pesebre; ni abandonarlo colgado en una cruz entre dos ladrones 33 años después. Pero es que una vida vivida desde Dios no promete un camino de rosas. Promete un camino real, recorrido en plenitud, atravesado hasta el final. Con sus luces y sombras. Pero con sentido. Un sentido que se lo otorga el hecho de ser un camino que Dios ha soñado antes para cada uno de nosotros porque nos ama incondicionalmente.

No se descubre la hondura y belleza de la Adoración de la noche a la mañana. Pero sí llega un momento en que uno percibe una cierta sintonía entre ese Dios expuesto en un trozo de pan y la persona que se sienta a adorarle.

De la Adoración atrae la armonía perfecta en la que conviven la complejidad y la simplicidad. Impone pensar que quien tenemos delante es todo un Dios capaz de crear el mundo en el que vivimos. Es complejo entender que esté ahí, en un espacio tan pequeñito, esperándonos. Pero al mismo tiempo resulta tremendamente desarmador y simple porque no nos exige nada y nos lo da todo.

Bueno, sí. Sí que nos pide algo. Cuando somos capaces de ponernos con honestidad delante de Dios, nos damos cuenta de que Él sólo desea que seamos. Que seamos en autenticidad. Ser en autenticidad asusta porque implica vivir una vida sin un patrón al que aferrarse. Supone asumir un papel tirando a pasivo en el que más que hacer, se nos invita a dejamos hacer. Significa dejar el timón de la propia vida en manos de otro. Eso no nos gusta a nadie. Todos queremos adorarnos y bastarnos a nosotros mismos.

La buena noticia es que el timón no lo dejamos en manos de cualquiera. Lo dejamos en manos de Aquél que es el Amor. Y si logramos apartar por un momento todos nuestros deseos superficiales y efímeros, si nos quedamos ante la desnudez de lo esencial que tanto nos sugiere la Adoración Eucarística, ¿no es amar y sentirnos amados lo que, en lo más profundo de nuestro corazón, todos anhelamos?.

Isabel Ferrando

Fuente: pastoralsj.org