Somos nuestro cuerpo

Mucho antes y no por el coronavirus, el cuerpo fue sacralizado como un santuario que protege a un individuo-mónada dentro de una comunidad-cerrada: es en esta serie de matrioskas donde se preserva el simulacro de esa seguridad de identidad que barre la liquidez.

Esto es lo que, con previsión, Zygmunt Bauman entendió cuando afirmó que el cuerpo, en la modernidad líquida, sería “la única certeza que queda, la isla de la tranquilidad íntima y confortable en un mar de turbulencia e inhospitalidad… el cuerpo se ha convertido en el último refugio y santuario de continuidad y duración”.

Y si pensamos en el miedo más que comprensible de nuestra fragilidad física en el momento del coronavirus, sus palabras suenan siniestras “y así los orificios corporales (los puntos de entrada) y las superficies corporales (los puntos de contacto) son hoy los focos principales de terror y ansiedad generados por la conciencia de la mortalidad, y quizás los únicos”.

No podemos saber qué cambiará la percepción de nuestro cuerpo después de esta dura prueba. Hasta ahora, su cuidado, su bienestar nos había obsesionado, le dábamos placer, lo cubríamos con tatuajes, pero cada vez más a menudo como si fuera una realidad en sí misma, separada de otras partes de nosotros, de nosotros mismos, de nuestra mente y de nuestro corazón.

Y sin embargo nosotros somos nuestro cuerpo. El cuerpo no es autónomo de nosotros. Y en las mujeres esto es particularmente evidente.

No va por su cuenta

En la cultura judeocristiana que ha “superado” la greco platónica, el cuerpo no va por su cuenta, nunca es separado del alma y de la mente. Solo un espiritualismo agotado o un materialismo banal podrían afirmarlo. Cristo, que se encarna en una mujer, en su cuerpo, “nacido de una mujer” dirá San Pablo, resucitará en y con el cuerpo y su madre ascenderá al cielo con el cuerpo.La dignidad y la igualdad de las mujeres sancionadas en el Nuevo Testamento nacen y comienzan desde el cuerpo.

El cristianismo es la negación misma de cualquier posible espiritualización o idealización. Y además, la apuesta de su singularidad está ahí, nuestras raíces yacen allí, nuestra civilización descansa ahí.

En la posmodernidad, esta unidad de mente-cuerpo se evapora cada vez más, y que se basa más bien en la tecnología, la experimentación y la libertad hasta que alcanza un poder tecnocientífico que divide incluso el cuerpo femenino y su poder generativo. En una fragmentación de material genético, óvulos, ovocitos, esperma, hasta la división extrema de confiar el embarazo a un útero diferente al propio (el libro de Sylviane Agacinski, ‘El hombre desencarnado’. Del cuerpo carnal al cuerpo fabricado, del cual ‘Mujeres Iglesia Mundo’ habló en noviembre, ahora es traducido en Italia por Neri Pozza, con un prefacio de Francesca Izzo).

La mente y el cuerpo se separan y se absolutizan como si la ampliación de la subjetividad del individuo moderno, refundada en el inconsciente, en lugar de encontrar una creciente unidad de conciencia, incluso en su cuerpo físico, fuera por su cuenta. Y además, en los últimos años se han multiplicado los estudios que muestran cómo en esta creciente separación se oculta el origen de las diferentes formas de fragilidad individual “no centrado en una sintomatología específica… sino la prevalencia de la actuación sobre el pensamiento, el dominio del cuerpo… con la correspondiente desvinculación de impulsos destructivos”(del libro de Gabriella Mariotti y Nadia Fina, La incomodidad de la incivilidad. Psicoanálisis frente a nuevos escenarios sociales, Mimesis, 2019, p.23 ).

Cuando reflexionamos sobre las muchas causas de la crisis de la Iglesia contemporánea y de la formación de su clero, creo que esta creciente desencarnación acentúa y exaspera todavía más su tradicional deformación espiritualista aumentando las fobias misóginas hacia el cuerpo y prevalentemente hacia el femenino. Al construir una separación blindada, en nombre de su demonización o idealización, temiendo exactamente esa poderosa unidad entre mente y cuerpo que está en el origen de la identidad femenina misma.

Sería simple distinguir solo en el crecimiento de estos antiguos temores las diversas formas de las relaciones cada vez más difíciles que los sacerdotes tienen con la corporalidad, cada vez menos fáciles de ensalzar. Pero ciertamente sería extremadamente útil comprender cómo el gran valor de una mayor integración entre las diferentes “partes” de la persona, aún más si están consagradas, es la clave para hacer que la elección y la formación de la vida sacerdotal sean más conscientes y maduras. Flanqueada y acompañada por la presencia femenina.

Por Emma Fattorini

 

*Artículo original publicado en el número de mayo de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva.

El laberinto de los miedos

El laberinto del miedo tiene muchos vericuetos. Es, como otros laberintos que vamos describiendo, un montón de caminos entreverados, un embrollo en el que es fácil perderse. Su particularidad es que este está poblado por monstruos. Monstruos que amenazan lo que uno valora. Temes que esos monstruos acaben con bienes que aprecias. Con aspectos de la vida que son importantes para ti, como puede ser la presencia de tus seres queridos, la salud, la seguridad, o un trabajo que te llena. Algunos de esos monstruos devoran la esperanza, cuando te impiden creer que vas a conseguir algo que de veras te importa. También es amenazador el miedo a que ocurra algo que no deseas: un accidente, un fracaso, un diagnóstico indeseado… El peor de esos monstruos, el más aterrador, es el miedo a perder a las personas que amas. Por distintos motivos: porque se tengan que ir, porque mueran, porque se acabe el amor y te abandonen… Qué agonía pensar que algo de eso ocurra.

Y así, uno pasea por un laberinto interior, tratando de no encontrar a esos incómodos compañeros de camino que, como una bruma densa, te impiden ver. Porque cuando se pegan a ti, se convierten en tu sombra y no te dejan vislumbrar a dónde vas. Entonces pierdes el hilo, eres incapaz de recordar la dirección, y en lugar de ir disfrutando el camino te pierdes, repitiendo una y otra vez los mismos pasos: miedo a perder, miedo a no valer, miedo a fracasar, miedo a equivocarte, miedo al abandono, miedo a sufrir, miedo…

Solo hay una salida a ese laberinto. No dejes que esos monstruos crezcan tanto que te impidan ver la salida y te paralicen. En realidad, no puedes hacer que desaparezcan. Tememos porque somos conscientes de que el tiempo avanza, de que muchas cosas cambian, no siempre en la dirección que queremos, y sobre todo, porque nos importan esas cosas. De algún modo se podría decir que tememos porque amamos. Y eso es bueno. Es bueno que no seamos indiferentes, que nos importe lo que vivimos. Que nos importen, especialmente, las personas. La trampa del miedo es hacernos huir de cosas que forman parte de la vida. Claro que alguna vez fracasarás. Es parte del camino. Claro que alguna vez perderás lo que tanto te ha costado conseguir. No pasa nada. Y, sobre todo, es posible que alguna vez pierdas –por el motivo que sea– a las personas que amas. Porque no podemos encadenarnos a ellas. Pero, ¿preferirías no haber amado?

El miedo es la señal de que algo nos preocupa, de que ponemos pasión en lo que vivimos, y de que somos conscientes de la fragilidad, del paso del tiempo, del valor inconmensurable de muchas vivencias y momentos. Eso no es malo. Pero hay que evitar que ese temor se convierta en un monstruo que paraliza o anula (porque ese es el que te atrapa en su laberinto). Creo que eso es lo que quería decir Jesús, cuando, una y otra vez, trató de decir a aquellos discípulos, que no terminaban de entender en qué consistía la vida a su modo: «No tengáis miedo».

Reflexión del Evangelio – Domingo 17 de agosto

Evangelio según San Mateo 15, 21 -28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»

Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»

Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.

Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J

El jesuita brasileño João Batista Libânio, fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos…

Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería republicano”.

Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.

Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor, ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a nadie le dicen perro como piropo… Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.

Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.

Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.

Fuente: jesuitas.lat

Tras la estela de Pedro Casaldáliga

Ha muerto Pedro Casaldáliga. Para muchos solo un nombre desconocido. Para otros muchos (muchísimos) un referente del Evangelio. Tenía 92 años y el corazón repleto de nombres.

Casaldáliga ha sido poeta, sacerdote, obispo, misionero, pero, sobre todo, pastor. Su trabajo en la región amazónica del Araguaia ha sido enorme, siempre del lado de los que más lo han necesitado en cada momento.

Con Casaldáliga va muriendo también una muy importante parte de la Iglesia del siglo XX en la que el compromiso por los pobres y su identificación genuina con el Reino son las máximas del trabajo de los cristianos. Antes que él ya fueron Rutilio Grande, Monseñor Romero, los mártires jesuitas de El Salvador, Isa Solá… El Evangelio es de todos y para todos, pero el paso preferente lo tienen unos muy concretos: aquellos en quienes la injusticia, la miseria y la indiferencia del mundo se ceban, víctimas de una estructura de la que no es fácil desprenderse. En el siglo XXI muchos son los que tendrán (tendremos) que recoger ese testigo.

La poesía, otro de los grandes rasgos del obispo que nació español y murió brasileño, ha llenado de enorme esperanza a mucha más gente de la que él haya podido imaginar. Sus textos, cada verso hablando de la Pascua y del Reino han sido siempre camino transitado por muchos. Verdaderas oraciones que han unido el corazón de tantos.

El sueño de Casaldáliga y de muchos otros compañeros que a lo largo y ancho del mundo han trabajado del lado de los necesitados, era el de una Iglesia más pobre, con menos poder terrenal; pero también con mucha más ternura y valentía. Hoy este sueño lo heredan tantos y tantos que trabajan en las cunetas del mundo. Allí donde la injusticia es costumbre y el dolor se incrusta trabajan a destajo muchos que, en el nombre del Dios-Hombre, acercan la Palabra, pero también la Paz del cuerpo.

El camino está marcado y la estela es clara. El Reino se construye sobre los cimientos que van colocando los hombres y mujeres que, a base de hacerse pequeños, hoy son los más grandes de entre nosotros. A base de servir, han enseñado el sentido del servicio. Siendo grano de trigo y fermento, han aprendido y enseñado a otros a establecer la ciudad de Dios.

Pedro Casaldáliga peleó mucho y llegó al final del combate con los guantes desgastados. Que descanse en la paz de Dios quien a Dios entregó todo.

Pablo Martín Ibáñez

 

Fuente: pastoralsj.org

Reflexión del Evangelio – Domingo 9 de agosto

Evangelio según San Mateo 14,22-33.

Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame».
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».

Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Es frecuente que sólo nos acordemos de Dios en tiempos de crisis y dificultad. Cuando navegamos por aguas tranquilas y nuestra vida transcurre sin particulares sobresaltos, podemos ir perdiendo la referencia fundamental al Señor. Podríamos decir, utilizando el lenguaje de san Ignacio de Loyola para referirse a los estados del alma, que en tiempos de desolación buscamos con más insistencia a Dios; y que en tiempos de consolación nos olvidamos de él, como la fuente de toda gracia.

Juan Casiano (ca. 360-435), uno de los padres de la Iglesia, cuyos escritos marcaron definitivamente el monaquismo de Occidente, nos presenta, en una de sus obras, algunas causas por las cuales las personas vivimos momentos de desolación. En primer lugar, dice Casiano, «de nuestro descuido procede, cuando andando nosotros indiferentes, tibios y empleados en pensamientos inútiles y vanos, nos dejamos llevar de la pereza, y con esto somos ocasión de que la tierra de nuestro corazón produzca abrojos y espinas, y creciendo éstas, claro está que habemos de hallarnos estériles, indevotos, sin oración y sin frutos espirituales» (Conlationes IV,3).

La segunda causa por la cual Dios permite que tengamos estas experiencias de abandono, según Casiano, es “para que desamparados un poco de la mano del Señor (…) comprendamos que aquello fue don de Dios, y que la quietud, que puestos en esta tribulación le pedimos, únicamente la podemos esperar de su divina gracia, por cuyo medio habíamos alcanzado aquel primer estado de paz, de que ahora nos sentimos privados” (Conlationes IV,4).

Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, explicará esto mismo diciendo que Dios permite que vivamos momentos de desolación “por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE, 322).

Pedro, junto con los demás discípulos, vive un momento de crisis profunda, cuando en medio de la noche, y sintiendo que “las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra”, ve a Jesús caminando sobre las aguas; dice san Mateo que los discípulos “se asustaron, y gritaron llenos de miedo: – ¡Es un fantasma!”. La respuesta de Jesús los tranquilizó: “– ¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!” Pedro, entonces, con la seguridad que le daban estas palabras, dice: “– Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua”. A lo que Jesús, ni corto ni perezoso, le respondió: “­– Ven”. Entonces, “Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: – ¡Sálvame, Señor! Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: – ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?”

Como Pedro, cuando caminamos sobre aguas tranquilas guiados y conducidos por el Señor, tenemos la tentación de sentirnos dueños de lo que hacemos y nos olvidamos de aquel que hace posible nuestra existencia. De manera que, “para que en cosa ajena no pongamos nido”, es precisamente en las crisis y en los momentos de turbulencia, cuando reconocemos la verdadera fuente de nuestra seguridad y, como los discípulos, después de la tormenta, nos postramos en tierra para decirle al Señor: “–¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!”

 

Fuente: jesuitas.lat

CVX: La espiritualidad ignaciana en la vida de los laicos

En ocasión de la fiesta de San Ignacio, Manuel Martínez, laico uruguayo y secretario ejecutivo de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX), cuenta cómo se vive el carisma y la espiritualidad de San Ignacio de Loyola en las comunidades de laicos presentes en todo el mundo.

CVX: ¿Qué es?

«La Comunidad de Vida Cristiana (CVX) es una asociación internacional de cristianos laicos reconocida por la Iglesia Católica. Esto significa que quienes pertenecemos a la CVX nos reunimos en pequeños grupos para compartir la fe, la vida, la misión, discernir, acompañarnos y celebrar juntos. Estamos presente en cerca de 80 países de los 5 continentes. Cada comunidad nacional presente en un país es parte de un solo Cuerpo Apostólico, de una sola Comunidad Mundial.

Nuestro propósito es llegar a ser cristianos comprometidos, dando testimonio en la Iglesia y en la sociedad de los valores humanos y evangélicos esenciales para la dignidad de la persona, el bienestar de la familia y la integridad de la creación.»

Los pilares que identifican a la comunidad

«La pertenencia a un solo cuerpo, que es quien tiene la identidad y que está formado por personas muy diversas, con modos de entender y compartir muy distintos. Pero hay tres pilares, tres dimensiones que forman parte de nuestro tronco común: la espiritualidad ignaciana; la vida comunitaria; y la misión: una misión que reconocemos es la de Cristo encomendada a la Iglesia y que, desde CVX, junto con otros nos encontramos en el camino de la colaboración.»

Lo que une a la CVX con la espiritualidad ignaciana

«El vínculo de la CVX con la espiritualidad ignaciana viene desde los primeros tiempos de Ignacio de Loyola. Él, junto con sus primeros compañeros, fueron creando grupos de laicos, en donde se ponía la persona de Jesús en el centro y reflejaban un claro sentido apostólico. Esas primeras fueron el antecedente de lo que se conocía como Congregaciones Marianas, que, a su vez, en 1967, dan paso al nacimiento de la CVX porque se entendió que así se podría responder más fielmente a los desafíos de nuestra Iglesia en el mundo, después del Concilio Vaticano II.

Es decir, entonces, los Ejercicios Espirituales, que son reconocidos como la fuente específica e instrumento característico de nuestra espiritualidad son parte esencial en la vida de la CVX. De esta experiencia de encuentro con el Señor, por medio de los Ejercicios nace todo y sostiene la dimensión comunitaria y la misión.»

Caminar con San Ignacio 

«San Ignacio es un santo que encarna una experiencia de vida, que es muy humana, que es muy de todos nosotros. El camino recorrido por Ignacio yo creo que interiormente podemos vivirlo todos nosotros de alguna manera u otra, con distintos acentos, pero podemos reflejarnos en su vida. ¿Quién no tuvo experiencia de fracaso o de sueños frustrados? Como fue la herida que sufrió san Ignacio en Pamplona y que tuvo dos efectos: derrumbó los planes que como militar tenía para su vida, y por otra parte, le abrió nuevos caminos que permitieron el encuentro con Dios.

Podemos pensar en este tiempo del Covid-19 y ver cuántos planes previstos al inicio del 2020 han quedado frustrados, han quedado truncados. Y bueno, de alguna manera es volver a preguntarnos “Señor, ¿qué quieres? ¿A dónde quieres llevarnos? Que muchas veces no es un lugar físico, sino algo más interior ir a lo profundo.

Y lo que hacemos en CVX es esto, que esta dimensión espiritual, que es personal, nosotros la compartimos en comunidad, y la compartimos porque estamos convencidos de que es un espacio de crecimiento, que es un espacio de confrontación, un espacio para la corrección fraterna, y porque cuando lo hacemos, aunque muchas veces es trabajoso esto de construir una comunidad, la vida que se comparte se ensancha. Hay una frase muy linda que dice: “comunidad es pensar en el otro, es pensar en lo mejor para el otro, y es pensar juntos en lo mejor de nosotros, para todos los otros”. Un juego de palabras ahí, pero lo que hace también estos conectarnos con nuestra tercera dimensión, que es la misión.»

Una misión sin limites

«Podemos explicar nuestra vida en clave de misión y de servicio. En nuestros documentos se dice que el campo de misionero de la CVX no tiene límites, lo que quiere decir que para los laicos presentes en el mundo nuestra vida es misión ahí donde estemos: con nuestra familia, nuestro trabajo, en la parroquia que estemos. Allí donde estemos, de alguna manera, tenemos que hacer presente a Cristo. Queremos llevar la presencia de Cristo.

La unión con Cristo nos lleva a la unión con la Iglesia, en la que Cristo continúa aquí y ahora su misión salvadora. Haciéndonos sensi­bles a los signos de los tiempos y a las mo­ciones del Espíritu Santo, seremos más capaces de encon­trar a Cristo en todos los hombres y en todas las situacio­nes.»

El discernimiento espiritual en la Asamblea General de 2018

«En 2018 nosotros tuvimos nuestra última asamblea general y ahí renovamos esto, y volvimos a poner en el centro el tema del discernimiento en común, como algo que está en el centro de nuestra misión, que le da unidad al propósito, que alguna manera unifica identidad y Misión. Y eso es básicamente preguntarnos cómo contribuir, del mejor modo posible, a construir un mundo más humano, más digno, más justo.

Hoy estamos llamados a profundizar y compartir esto con otros. Animar a preguntarnos allí donde estamos (en nuestra familia, apostolado, trabajo, comunidad) como contribuir del mejor modo posible a construir un mundo más humano, más digno, más justo. Y mucho más, la experiencia del discernimiento en común es importante, luego del Covid.19. Ahí, la CVX siente que tenemos una responsabilidad. La práctica del discernimiento personal y en común para construir algo nuevo.

Terminaría con esto: vivimos en un tiempo de sobreabundancia de información, de muchísima noticia, bombardeados por muchos lados. Yo creo que, para mí, en este tiempo es bastante significativa la frase de Ignacio “No el mucho saber arte satisface el alma sino el sentir y gustar de las cosas internamente”, es decir, ser profundos allí donde estamos, no querer abarcar todo, si no poder llevar profundidad ahí donde nos toca estar.»

 

Fuente: www.vaticannews.va

Reflexión del Evangelio – Domingo 2 de agosto

Evangelio según San Mateo 14,13-21.

Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
«Tráiganmelos aquí», les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Anthony de Mello, cuenta en su libro, El Canto del Pájaro, la historia de un hombre que paseando por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas; el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir el pobre zorro mutilado. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. De modo que el hombre quedó maravillado de la inmensa bondad de Dios y se dijo: «Voy a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito». Así lo hizo durante varios días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado».

Es frecuente que, cuando nos encontramos con situaciones dolorosas, reaccionemos ante Dios pidiéndole que haga algo por nosotros, que nos ayude a solucionar nuestros problemas. Y, ciertamente, Dios hace algo, pero nos invita a colaborar con él en su obra. Cuánta gente, cuando constata las miserias y sufrimientos de nuestros pueblos, no le reclama de Dios una respuesta frente a tanto dolor. La pregunta que muchas veces asoma a nuestros labios es: “¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada?” La respuesta que nos da Dios es: “Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti”.

El texto evangélico de este domingo nos presenta la reacción de Jesús ante el asesinato de Juan el Bautista. “Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban”. Jesús no se deja aplastar por su dolor ante el crimen que había acabado de cometer Herodes contra su amigo, el profeta Juan. Siente compasión y no pude cerrar los ojos ante el sufrimiento de aquellos que lo siguen hasta ese lugar apartado.

Los discípulos, viendo que se hacía tarde, y que la gente no tenía dónde encontrar comida, le sugieren a Jesús que los despida para que vayan a las aldeas a comprar comida. Pero Jesús les dice: “No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer”. La reacción de sorpresa no se deja esperar: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”. Esto no alcanzará para alimentar a tantos. Jesús, entonces, toma los pocos panes y peces, manda que la multitud se siente sobre la hierba y “mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente”. Jesús parte y los discípulos re-parten lo poco que tenían con una multitud. Y “todos comieron hasta quedar satisfechos”.

No podemos seguir imitando al zorro mutilado. Tenemos que imitar más bien al tigre, que alimenta todos los días al que no puede buscar su alimento. Sólo así seremos discípulos de Aquel que no evadía el hambre de su pueblo, sino que partía y repartía con ellos todo lo que tenía.

Fuente: jesuitas.lat

Lo que San Ignacio nos enseñó

Él nos enseñó que a veces es necesario que se fracture la pierna, el alma, los planes, la vida misma, para hallar la voluntad de Dios.

Él nos enseñó a ser buenos soldados sin empuñar fusiles.

Él nos mostró la forma de grandes peregrinos haciendo Santa la propia Tierra.

Él nos enseñó a sentir y custodiar la consolación del corazón.

Él nos enseñó a diferenciar la alegría efervescente del gozo que perdura.

Él nos enseñó a creer que si Dios pudo con los grandes santos de antaño, podrá también conmigo.

Él nos enseñó que el sentido de la vida se encuentra alabando, haciendo reverencia y sirviendo a Dios nuestro Señor.

Él nos llevó a Jerusalén para mostrarnos la bandera de Cristo.

Él nos enseñó a elegir entre binarios.

Él nos enseñó a pasar por la vida sólo deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para el que fuimos hechos.

Él nos enseñó a orar a Dios creyendo que sólo su amor y su gracia nos basta.

Él nos enseñó a tener paciencia y no hacer mudanza en la desolación.

El nos enseñó que es mejor no poner nido en cosa ajena.

Él nos enseñó la importancia de la santa indiferencia y la docta ignorancia.

Él nos dijo que es mejor no prometer en la consolación.

Él nos enseñó a ver la pluralidad humana con los ojos del Dios encarnado.

Él nos enseñó a examinar el alma y a sentir sus movimientos.

Finalmente, como un legado, él nos dijo que el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras.

¡Feliz día de San Ignacio!

Reflexión del Evangelio – Domingo 26 de Julio

Evangelio según San Mateo 13,44-52.

Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».
Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hugo Canavan, teólogo carmelita norteamericano, especializado en estudios bíblicos y en la animación de pequeñas comunidades de base entre los campesinos de Colombia, ya fallecido, estaba dando un curso de Biblia en un barrio popular de Bogotá. Yo colaboraba en esa época en las pequeñas y frágiles Asambleas familiares que iban creciendo en medio de las luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo y la falta de oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo fue explicando, en la casa de don Carlos y doña Isabel, la importancia de la Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas treinta y 35, contando a las mujeres y los niños, se quitó las gafas y comenzó a contar:

«Había una vez un señor que pertenecía a una comunidad de base. Su nombre era Marcos. Todas las semanas participaba de la reunión en la que hablaban de los problemas del barrio, leían la Biblia y rezaban juntos pidiendo a Dios o dándole gracias por lo que iba realizando en medio de ellos. Un buen día don Marcos, que ya tenía setenta y siete años, comenzó a saludar a la gente con otro nombre; a doña Belén la saludó como si fuera Ángela; a Ángela la confundió con Mariela; a Saulo lo confundió con Benjamín; a don José lo saludó como si fuera la señora Josefina. Mientras Hugo contaba la historia, iba haciendo la representación de lo que iba diciendo con los miembros de la comunidad a los que daba el curso confundiendo los nombres.

Los que estaban presentes no corrigieron a don Marcos. Lo saludaban naturalmente, aunque sabían que estaba equivocándose. Algunos, después de la reunión, comentaron lo sucedido. Don Marcos estaba perdiendo la vista… por eso, decidieron recoger una platica para llevarlo al médico, para que le formularan unas gafas. Así se hizo. La señora Mercedes se encargó de recoger la colaboración de todos y de llevar a don Marcos al médico. A los quince días llegó don Marcos otra vez a la reunión con las gafas en las manos y mostrándole a todo el mundo el regalo que le habían hecho. Evidentemente, como llevaba las gafas en las manos, volvió a confundir a todo el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire don Saulo las gafas tan bonitas que me regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto les agradezco doña Josefina por estas gafas tan buenas que me han regalado entre todos! ¡Dios se lo ha de pagar!». Hugo iba representando a don Marcos con las gafas en sus manos y mostrándoselas a la gente, confundiéndoles el nombre».

Después de contar la historia y representarla, Hugo lanzó la pregunta, «¿Entienden ustedes lo que esto significa?» Y fue recogiendo las conclusiones que la gente iba sacando: Por ejemplo, decían: «Así pasa con la Biblia; la gente la recibe y está muy orgullosa de tenerla, pero no la utilizan para lo que es». «La Biblia no es para mostrarla a los demás, sino para poder ver a los hermanos que tenemos al lado; es para reconocer a los que sufren junto a nosotros». «La Biblia es como unas gafas que nos sirven para ver la realidad con los ojos de Dios; no es para quedarnos viéndola a ella sola y mostrándola orgullosamente a los demás». «Tener gafas y no colocárselas es como los que compran la Biblia y luego la colocan en un lugar bien bonito de la casa, pero nunca la leen en grupo, ni personalmente. Es como un adorno más en la casa». Y así, sucesivamente…

Las parábolas, que fue la forma como Jesús comunicó los secretos del Reino a los hombres y mujeres de su época, siguen teniendo hoy un valor incalculable. Implican a los que las escuchamos en el aprendizaje. No nos deja por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos toca interiormente. Más que comentar el contenido de la predicación de Jesús, deberíamos hacer como Hugo Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los que tenemos alrededor… copiarnos su estilo…

 

Fuente: jesuitas.lat

Nuevo video de Jesuitas Acústico

Jesuitas Acústico ha preparado su nuevo vídeo con una canción compuesta por el P. Enric Puiggrós que sigue el poema de Lluis Espinal SJ (1932-1980) «Gastar la vida». El estreno fue el pasado domingo 19 de julio por las redes sociales.

El grupo está formado por Enric Puiggrós (España), Cristóbal Fones (Chile), David Pantaleón (Antillas- Superior de Cuba) y Jorge Ochoa (México). En diálogo con el equipo de jesuitas.lat, Enric comparte sobre el nuevo lanzamiento:

El recorrido de Jesuitas Acústico

«El inicio de este proyecto es del año 2016, en el que se reunieron David, Jorge y Cristóbal en Bogotá. El proyecto nace en primer lugar para dar respuesta al deseo de encontrarnos entre compañeros que tenemos en la música una pasión que cultivamos y usamos para transmitir nuestra vida y nuestra fe. Lo hacemos con cariño y empeño, como un complemento a la misión encomendada por la Compañía. En el 2017 yo ya me añadí para ir a México y en los dos años siguientes nos adentramos en el Caribe yendo a Cuba (2018) y a República Dominicana (2019).»

Los proyectos para el año

«Nuestra pretensión era ir a Bolivia. De hecho, ya estábamos preparando algunos detalles de la organización, pero el estallido del COVID hizo inviable el viaje para Mayo» cuenta Enric. «En primer lugar, queríamos unirnos al 40º aniversario del martirio de Lluís Espinal, jesuita de una localidad cerca de Manresa (..) La segunda razón era aprovechar el contacto con la zona de las reducciones para aprovechar el reciente Sínodo de la Amazonía y colaborar con la preferencia apostólica del cuidado de la casa común.», explica.

El poema

«El mensaje es muy sencillo pero muy potente: a pesar de que tengamos miedo, la vida nos ha sido regalada por Dios y no la podemos conservar artificialmente. Dios nos la ha dado para gastarla. Espinal, en otro momento del texto (parte no musicada) habla de que somos antorchas, que tienen sentido en la medida en que ardemos para dar luz. Es esa paradoja tan propia de nuestra vida de vivir desde el servicio.»

La canción

«La canción tiene ya unos 24/25 años, porque fue compuesta por Oriol, un antiguo compañero jesuita, con quien formamos, junto con otros jesuitas, un grupo llamado Arass (..) Esta canción fue compuesta en catalán y tuvo una aceptación muy buena. Varias generaciones la han asumido como su propio himno. Y faltaba hacer una buena traducción y adaptación para acercar esta canción a los hispanohablantes.»

El vídeo

Marta Romay, Núria y Sol Quiñónez se encargaron de la imagen, «han expresado en imágenes lo que la canción no llega a comunicar», cuenta Edgar. Además, la producción de audio y video ha sido coordinada por Óscar Santos, el responsable del proyecto MUNDOSÍ, una iniciativa de la Compañía de Jesús en España que pretende apoyar la música para comunicar la espiritualidad ignaciana. «A todos ellos no podemos más que agradecerles la generosidad que han puesto en un momento del curso en el que estábamos ya muy cansados después del confinamiento».

 

 

Fuente: jesuitas.lat