Reflexión del Evangelio – Domingo 19 de julio

Evangelio según San Mateo 13,24-43

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo emérito de Medellín, a propósito de los conflictos y problemas que vivimos todos los días, y recordando el documento de Puebla, decía en una entrevista: “la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. No podemos decir: ustedes son los malos, nosotros los buenos”. Muy fácilmente, en medio de los conflictos humanos, tomamos posición y señalamos a los demás como los malos, sintiéndonos nosotros libres de toda culpa y como voceros de los ‘buenos’. Esto no sólo pasa en el ámbito sociopolítico, sino también en las relaciones cotidianas, corriendo el peligro de pensar que los problemas se solucionan desapareciendo al que piensa diferente. Desde luego, esta es una falacia de la que despertamos tan pronto eliminamos al primer ‘contrario’, porque más nos demoramos en hacerlo, que lo que demora la aparición de uno nuevo, en versión mejorada…

La contradicción está sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca. 540-480 a.C.), filósofo griego, solía decir: “Pólemos, la guerra, es el padre de todas las cosas”. Y también afirmaba: “El camino de subida y de bajada es uno solo y el mismo”, queriendo recoger la percepción que él tenía de la realidad, en la cual está siempre presente la contradicción… Nuestra vida no es muy distinta. También en nosotros viven enfrentados el bien y el mal, y querer negarlo o eliminar totalmente la raíz de lo negativo, es muy arriesgado, porque se puede dañar también lo bueno.

Esto es, precisamente, lo que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro de cada uno de nosotros habita la contradicción y vivimos, permanentemente, movidos por, lo que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo de natura humana. Por eso es muy importante discernir constantemente las mociones (los movimientos) interiores, que pueden manifestarse como pensamientos, sentimientos o sensaciones que tenemos frente a los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.

Podríamos decir que el Reino de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve a sus tres hijos un suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que tiene la característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer hijo opta por escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a las espinas. Deja casi todo el alimento en el plato. El segundo hijo, se come el pescado sin mucho cuidado y se atraganta con las espinas hasta que le tienen que dar un pedazo de yuca o de papa para que no se ahogue. Y el tercero, pacientemente, va masticando con cuidado cada bocado y va sacando a un lado las espinas, hasta que termina de comerse el delicioso bocachico que su mamá le ofreció.

En nuestra vida podemos tener una de estas tres actitudes. O esquivar siempre los obstáculos por miedo a las espinas; o comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos puede hacer daño; o, finalmente, saborear la vida y degustar con paciencia toda su riqueza, seleccionando bien cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con lo nutritivo, con lo que nos alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin tragarnos el veneno y la cizaña que nunca se pueden eliminar completamente.

 

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Domingo 12 de julio

Evangelio según San Mateo 13,1-23

Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.
Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.
Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar.
Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.
Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!».
Los discípulos se acercaron y le dijeron: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?».
El les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán,
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.»
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Padre amoroso y bueno,

sembrador incansable de los tiempos,

tu que desde el principio del mundo,

cuando todo era caos y oscuridad,

saliste a los caminos de la historia

con tu costal repleto de semillas generosas

y fuiste repartiendo con paciencia

los gérmenes fecundos de una vida nueva.

No nos dejes caer en la tentación

de hacernos caminos resbalosos

que no recogen en su seno

las maravillas infinitas

de tu exuberante creación.

Señor Jesús,

semilla primordial,

tu que sabes de siembras dadivosas,

de dar sin recibir,

de amor hasta el extremo,

enséñanos a estar dispuestos

para acoger tu vida

que explota hasta nosotros.

No nos dejes caer en la tentación

del crecimiento fácil y veloz

que brota sin raíces

y muere prematuro

sin ofrecer al mundo

su cosecha amanecida de belleza.

Espíritu de sabiduría,

luz que penetras las almas,

e iluminas sin descanso

nuestras oscuras tinieblas,

haz germinar en nosotros

la Palabra de la vida.

No nos dejes caer en la tentación

de ahogar en nuestro surco

la semilla humilde y débil

que crece vacilante

en medio de las preocupaciones,

las riquezas y placeres de la vida.

 

Dios uno y trino,

que sigues repartiendo tus semillas

con paciencia sin fronteras

y la libertad del viento,

ayúdanos a ser tierra buena,

que se abre a tu Palabra

para recibir sin condiciones

tu semilla siempre nueva.

Hágase tu voluntad en nuestra tierra

y danos un corazón perseverante,

para ofrecer al mundo

los desbordantes gozos

de una cosecha centuplicada

que salte con la alegría

de la espiga agradecida.

 

Amén

Escribí esta oración para algún encuentro, intentando combinar las imágenes de la parábola del sembador con algunas peticiones del Padrenuestro… A través de esas cuatro imágenes que Jesús nos ofrece en su parábola, nos invita a revisar cómo nos disponemos para el “Encuentro con la Palabra”. Podemos ser resbalosos y duros como el camino que permite que las aves se coman lo que Dios quiere sembrar en nosotros; o producir resultados rápidos y superficiales que no soportan el castigo del sol, por falta de raíces y hondura en el corazón; podemos también dejar que los espinos nos ahoguen en medio de la preocupaciones y afanes de la vida. Por último, es posible que la Palabra encuentre en nosotros tierra buena, que acoge la semilla y la deja crecer, para ofrecer al mundo los desbordantes gozos de una cosecha centuplicada.

 

Fuente: jesuitas.lat

Semana Social: los Obispos llaman a «remar juntos» hacia la unidad

La Comisión Episcopal para la Pastoral Social (Cepas) inauguró este lunes 6 de julio la tradicional Semana Social, por primera vez en modalidad virtual, con la consigna «Nadie se salva solo. Es tiempo de actuar ahora para el futuro».

En el acto de apertura, que se transmitió por Youtube, participaron el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Vicente Ojea, y el obispo de Lomas de Zamora y presidente de la Cepas, monseñor Jorge Rubén Lugones SJ.

Monseñor Ojea se refirió a la nueva ética del sistema financiero que propugna el Papa Francisco. «He aquí que nos encontramos frente a esta pandemia, una suerte de noche, de tinieblas, todos en la misma barca”, afirmó en relación con la crisis que vive el mundo.

El prelado dijo que lo primero que le surge es que han quedado expuestas las falsas seguridades en las que habíamos construido nuestras agendas. El segundo mensaje, sostuvo, es animarse a ser creativos incubando la posibilidad de un mundo distinto. En tercer lugar, generar una nueva conversión para dejar de idolatrar el dinero y el consumo. “En cada crisis sale lo mejor y lo peor de cada uno”, señaló.

El presidente de la CEA planteó que la situación de los desocupados, del hambre, de la marginalidad requiere la unidad de pensamiento, por lo que consideró que el objetivo es trabajar juntos para lograr una unidad poliédrica, como define el Papa, una unidad con los que piensan distinto.

Agregó que el Estado, lógicamente, no puede estar ausente en una situación como la que padecemos, pero no todo puede venir del Estado. “Hay experiencias conmovedoras en nuestro pueblo que se brindan por el prójimo en la adversidad”, aseguró.

Para finalizar, monseñor Ojea manifestó que “es momento impostergable de repensar la economía y los valores culturales de nuestra sociedad”.

Por su parte, monseñor Lugones adviritió que “la pandemia ha puesto en evidencia la enorme cantidad de excluidos o descartados del sistema, como dice el papa Francisco, que hoy requieren de cuidados y atención, además de oportunidades para el futuro», por lo que pidió: «No caigamos en las mezquindades que nos han llevado a visualizar en esta pandemia las desigualdades que hemos generado”.

“América latina no es el continente más pobre pero sí el más desigual. La Argentina no es una excepción, la pandemia ha manifestado todas las desigualdades, desigualdad educativa, desigualdad sanitaria, desigualdad de conectividad, desigualdad en la bancarización, etc.”, puntualizó.

El presidente de la Cepas consideró que “más que nunca es necesario repensar la economía con rostro humano para el escenario post pandemia”, y enfatizó: “Una economía que ponga el centro de la atención en las personas, en la dignidad del trabajo, en el diálogo como factor articulador de las diferencias políticas y sociales. En una economía de la producción y el consumo antes que en una economía de la especulación”.

Monseñor Lugones sostuvo que urge deponer “odios que nos despersonalizan, distanciamientos ideológicos y acusaciones constantes que no hacen más que generar enemistad, descalificación, mediocridad y culpabilizaciones sin solución”.

“Estamos en una coyuntura donde la creatividad de todos debe poder ayudarnos recíprocamente, será posible con la participación de todos los sectores, como podremos encontrar los mejores caminos de salida, ya que -como dice el papa Francisco- ‘estamos todos en la misma barca’ y sólo saldremos juntos”, concluyó.

Podés ver los encuentros de toda la semana en el canal de Youtube: Comisión Episcopal de Pastoral Social

Fuente: aica.org

Rezamos a un Padre que está en el cielo pero, ¿dónde está hoy el cielo?

Rezamos a un Padre que está en el cielo. Tal afirmación o nos salva y pone en camino, o bien nos lleva a un letargo insospechado. Así de radical. Lo segundo, porque podemos quedarnos sentados mirando al cielo y volvernos cristianos acomodados a la espera de un Dios romántico, que en algún momento decida escucharnos y tomar parte de nuestros deseos. El cielo ha sido siempre la imagen de un lugar en el cual hallamos salvación, pero ¿dónde está hoy el cielo? ¿dónde encontrar a nuestro Padre para experimentar esa sensación de sentirnos salvados, seguros, abrazados?

Es curioso oír diferentes canciones populares que conectan el ‘cielo’ con alguna persona a la que se ama profundamente. Eric Clapton, en su canción Tears in Heaven, canta con un amor paternal enorme a su hijo fallecido: «¿Me tomarías de la mano si te viese en el cielo?/ Más allá de la puerta, hay paz, estoy seguro». Acá la experiencia del cielo hace conectarse al ser humano con aquella persona que lo hace sentirse vivo, pleno, completo. Led Zeppelin en Stairway to Heaven, termina hablando del cielo en estas palabras: «y si escuchas muy atento,/ la melodía vendrá al fin a ti,/ cuando todos sean uno y uno sean todo». Sientes acá cómo el cielo se conecta con una experiencia universal, común a todo ser humano: nuestro hondo deseo de comunión. Esto hace al hablante de la canción, movilizarse e ir en busca de esa ‘escalera’ que le permita alcanzar tan profundo anhelo.

Y, así, muchas otras expresiones humanas en el arte invitan a mirar al cielo no como algo etéreo, separado de nuestra realidad, sino como algo que habita en cada uno de nosotros. El ‘cielo’ se halla en aquellas situaciones y relaciones que hacen a la mujer y al hombre apasionarse por la vida. Es bello ver cómo Dios se manifiesta en este deseo del ser humano, y pone algo tan trascendental y misterioso, al alcance de nuestra cultura y entendimiento. Quizás por esto cuando se nos narra en el libro de los Hechos de los Apostóles, la Ascensión de Jesús al cielo (cf. Hch 1, 6-11), y los discípulos se quedan mirando absortos hacia este, unos hombres vestidos de blanco los reprenden y dicen: «¿Qué hacéis mirando al cielo?» La pregunta los saca de su abstracción, los lleva al amor, de vuelta a Jerusalén; al lugar donde comenzarán a construir la Iglesia. La pregunta los ubica en el lugar donde encontrarán en esta vida el cielo que Dios quiere regalarles.

Un jesuita chileno, Pepe Aldunate, dijo una vez que: «la eternidad (=cielo) es importante, pero la eternidad se construye en el tiempo y, el tiempo es importante». Como vemos, el cielo nos moviliza e interpela, nos lleva a aquellos lugares, personas y situaciones en las cuales experimentamos el profundo deseo de unirnos con la humanidad; también la humanidad más frágil y necesitada de comunión. Y ahí, en ese deseo de construir el cielo en la tierra y de encontrarnos unos con otros, hallamos a Dios, ahí nuestro Padre, hablándonos con pasión, ternura y amor.

Max Echeverría Burgos, sj

Fuente: pastoral.sj

Reflexión del Evangelio – Domingo 5 de julio

Evangelio según San Mateo 11,25-30.

Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Conocí a Carlos Riesgo en Madrid, en una comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá, que significa: ¡Ábrete! Una comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de la construcción de la fraternidad, a niños y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a sus amigos. Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya más de treinta años y se han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia existe ya una comunidad de Fe y Luz que se llama ‘Camino de Betania’ y en muchos países estas comunidades han ido creciendo de modo lento y pausado, como debe ser el proceso de cualquier obra que de verdad quiera llegar a ser grande, como las ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del Evangelio.

Carlos sufre de una parálisis cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos, vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a expresar. Un buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de semana junto con otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo único que necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté el reto con mucho gusto.

Ese bendito fin de semana recibí una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba yo haciendo unos estudios de especialización en teología y contaba con un grupo de distinguidos profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor profesor que tuve durante esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. Él necesitaba apoyo y yo necesité paciencia… mucha paciencia, porque Carlos lo hace todo lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse en su silla, arreglarse por las mañanas… Y, dentro de lo que hace lentamente, lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar… Desacelerarse un fin de semana completo, para los que vamos por la vida como una moto, no resulta un trabajo fácil.

Cada vez que Carlos quería decirme algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de hacer una frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que quería decir, sin dejar que él terminara. Tan pronto yo lo interrumpía con una frase que no era la que él estaba tratando de armar, hacía un gesto con la mano y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse. De nuevo, el hábil sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía con otra frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas. Y vuelva a empezar… Hasta que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y esperaba a que Carlos terminara de decir lo que quería decir, a la velocidad que él iba, entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un vaso con agua o que le alcanzara fruta…

“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas personas que la sociedad desprecia o considera inútiles. Son ellos los depositarios de los secretos del Reino de Dios. Por eso, gracias a Carlos, el Señor me gritó: ¡Ephetá! para enseñarme a escuchar a los demás sin interrumpirlos; para aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos… No se si he logrado vivir todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar con Jesús la ocurrencia de Dios de revelarle los misterios del Reino a los más pequeños, ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir todos los días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes y dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre, porque así lo has querido”.

Fuente: jesuitas.lat

Los Centros Ignacianos de Espiritualidad de América Latina comparten sus experiencias con la virtualidad

El pasado jueves 18 de junio, miembros de los Centros Ignacianos de Espiritualidad (CIEs) de América Latina y el Caribe se reunieron vía online para compartir las nuevas experiencias vividas durante los meses de la pandemia del Covid-19. Un encuentro que estuvo liderado por el P. Jorge Ochoa, S.J, Coordinador de la Confederación Latinoamericana de Centros Ignacianos de Espiritualidad – CLACIES, con el propósito de compartir ideas, materiales y nuevas formas de realizar su misión.

Un total de 31 personas participaron del encuentro (1 religiosa, 1 dominico, 12 jesuitas y 17 laicos). Cada uno tuvo una intervención de cinco minutos para presentar las actividades organizadas por sus CIEs a través de las redes sociales y los medios virtuales, durante el periodo de marzo y mayo de este año.

Algunas de las iniciativas más significativas fueron las siguientes:

  • Ejercicios Espirituales de ocho y quince días a través de la Web, haciendo uso de diversas plataformas y redes: Youtube, Zoom, Whatsapp, Facebook, entre otros.
  • Diplomados de formación de acompañantes espirituales y de EE.
  • Distribución de Materiales (documentos, oraciones, conferencias…) a través de las redes sociales.
  • Acompañamiento espiritual a través de distintos medios: Whatsapp, Zoom, Meet, teléfono…).
  • Oraciones grabadas en video y distribuídas a través de Youtube.
  • Encuentros virtuales semanales de oración.
  • Actualizaciones de páginas web, boletines y plataformas digitales.

Este encuentro ayudó a los Centros Ignacianos de Espiritualidad a tomar conciencia de la necesidad de adaptarse a las herramientas tecnológicas digitales para continuar con el trabajo programado. También sirvió hacerse conscientes de que esta nueva modalidad ha dejado de lado el acompañamiento a las personas que carecen de internet. Esta dificultad, se ha convertido en un reto para encontrar la manera de llegar a la población más vulnerable.

El P. Hermann Rodríguez, Delegado de Espiritualidad de la CPAL también participó en este encuentro y dejó algunas preguntas abiertas como reflexión: ¿Cómo garantizar el acompañamiento en estas propuestas de servicio virtual? ¿Cómo ampliar este grupo con otras muchas experiencias que se han suscitado por causa de la pademia? ¿Cómo dar seguimiento a los acompañantes que se han formado?

Fuente: jesuitas.lat

 

La devoción al Corazón de Jesús, una larga historia y muchos jesuitas

La devoción al Corazón de Jesús tiene una larga historia, desde el “corazón traspasado de Jesús” en el Evangelio de San Juan, interpretado en la mística medieval como herida que manifiesta la profundidad de su amor, pasando por las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII y el culto posterior al Sagrado Corazón en el siglo XIX, con su inscripción en una dinámica apostólica con el Apostolado de la Oración, hasta la Divina Misericordia con santa Faustina Kowalska a principios del siglo XX. Incluso el Papa Pío XII llegó a escribir una Encíclica sobre el Sagrado Corazón, Haurietes aquas (1956). A lo largo de la historia ha habido diversas inculturaciones de esta devoción, con diversas formas y lenguajes, pero siempre para que el Padre nos revelara en toda su profundidad el misterio de su Amor a través de un símbolo privilegiado: el corazón vivo de su Hijo resucitado. Pues “el Corazón de Cristo, es el centro de la misericordia”, dice Francisco.

Celebramos este año el centenario de Margarita María de Alacoque, canonizada el 13 de mayo 1920 por el Papa Benedicto XV. Es con la ayuda del Padre Claude de la Colombière, un jesuita, que dará a conocer el mensaje que el Resucitado le reveló sobre la profundidad de su misericordia. En 1688, seis años después de la muerte del padre Claude, la Hermana Margarita tuvo una visión final en la que, a través de María, el Señor confiaba a las Hermanas de la Visitación y a los Padres de la Compañía de Jesús la tarea de transmitir a todos la experiencia y la comprensión del misterio del Sagrado Corazón. Doscientos años más tarde, la Compañía de Jesús aceptó oficialmente esta “misión agradable» (munus suavissimum), por el Decreto 46 de la 23ª Congregación General (1883), y la confió al Apostolado de la Oración.

Desde 1861, el P. Henri Ramière SJ, director del Apostolado de la Oración, había iniciado la publicación del “Mensajero del Corazón de Jesús” y animaba una red de más de 13 millones de miembros. Este Apostolado, iniciado por los jesuitas, hoy conocido como Red Mundial de Oración del Papa, inscribe su misión en la dinámica del Corazón de Jesús, en una perspectiva de disponibilidad apostólica.

El P. Adolfo Nicolás SJ impulsó el proceso de recreación de este servicio eclesial en 2009, que condujo a una profundización de la tradición espiritual del Apostolado de la Oración y a una actualización de la devoción al Corazón de Jesús para hoy. La Red Mundial de Oración del Papa tiene una manera propia de entrar en la dinámica del Corazón de Jesús que llama “El Camino del Corazón”. Como dijo el Papa Francisco en ocasión del 175 aniversario del movimiento, es el fundamento de su misión, una misión de compasión por el mundo.

El discípulo a quien Jesús más amaba, el que mejor conocía el Corazón de Jesús, recostado junto a él (Jn 13,23) fue también el primero en reconocer a Jesús Resucitado a la orilla del lago de Galilea (Jn 21, 7). Cuanto más cerca uno está del Corazón de Jesús, más percibe sus alegrías y sus sufrimientos por los hombres, mujeres y niños de este mundo; y reconoce su presencia hoy como ayer, obrando en el mundo. Cuanto más cercanos somos al Corazón de Cristo, menos indiferentes somos a lo que nos rodea, deseando comprometernos con Jesucristo en este mundo, al servicio de su misión de compasión. El P. Pedro Arrupe veía la esencia de la devoción al Corazón de Cristo en la unidad del amor a Dios y al prójimo, y es lo que deseaba vivir: “nuestro modo de proceder es el modo de proceder tuyo.”

Fuente: jesuits.global

Reflexión del Evangelio – Domingo 28 de junio

Evangelio según San Mateo 10,37-42

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Alguna vez mi maestro de novicios me contó la historia de uno de los Padres del desierto al que acudían muchos discípulos en busca de una guía para recorrer el camino de la santidad. Uno de los jóvenes buscadores estaba particularmente preocupado por el secreto de la perseverancia; veía que eran muchos los llamados y pocos los que, efectivamente, se mantenían firmes hasta el final de sus días en el camino comenzado. El Abba, como se les solía llamar a estos Padres durante los primeros siglos de la Iglesia, le dijo al joven novicio:

Cuando un hombre sale con su jauría de perros a cazar, va buscando un venado o una liebre entre los montes y los valles. En un momento determinado uno de los perros reconoce con su olfato la presencia de la presa a lo lejos. Sin perder un instante, comienza a correr y a ladrar, señalando el rumbo a los demás perros y al cazador. Los demás perros también corren y ladran, pero no saben, propiamente hablando, detrás de qué van… por eso, cuando aparecen los obstáculos en el camino, los matorrales cerrados, las quebradas profundas, las cimas infranqueables, se llenan de miedo y dejan de correr. No tienen la culpa, porque, sencillamente, no saben a dónde van, ni qué buscan. Pero el perro que logró olfatear la presa, no tiene inconveniente en superar todas las dificultades que se le puedan presentar en su camino, hasta que llega a atrapar a su presa en compañía de su Señor.

Algo parecido nos pasa en la vida a todos los cristianos. Si no tenemos claro detrás de quién vamos, si nos enredamos haciendo relativo lo absoluto y absoluto lo relativo, terminamos perdiendo el rumbo y olvidando para dónde vamos y qué es lo que buscamos. Esto mismo es lo que pretende San Ignacio de Loyola al proponerle a la persona que quiere hacer los Ejercicios Espirituales, una reflexión que se conoce como el ‘Principio y Fundamento’. Les recuerda que el fin último del ser humano es Dios mismo y que “todas las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado” (Ejercicios Espirituales 23).

La conclusión a la que llega San Ignacio de Loyola es que debemos hacernos “indiferentes a todas las cosas creadas (…) en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados” (Ibíd.). La palabra indiferentes no significa aquí que no nos importen las cosas, sino que no queramos escoger sino aquello que nos conduce al fin para el que hemos sido creados. Todo está coloreado por este amor absoluto y último de nuestra vida.

Allí es donde está señalando Jesús cuando dice: “El quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío”. Jesús no nos dice que no queramos a nuestros padres o hijos; no faltaba más. Lo que dice es que no se puede querer nada ni a nadie, más que a él. El absoluto es él. Es más, ni siquiera es posible quererse a sí mismo más que a él. Para ser discípulos de Jesús tenemos que estar dispuestos a tomar nuestra cruz y seguirlo cada día… tomar nuestra cruz, no la suya, porque la suya ya la llevó él, como bien recuerda don Miguel de Unamuno. Como el perro cazador, debemos tener claro detrás de qué vamos en nuestra vida, para llegar a alcanzar el fin último para el que fuimos creados. Haber experimentado el amor absoluto que le da sentido a todos nuestros amores, sea en el sacerdocio, en la vida religiosa o en la vida matrimonial, es lo único que garantiza que llevemos a feliz término el plan de Dios en nosotros.

 

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del evangelio – Domingo 21 de junio

Evangelio según San Mateo 10,26-33.

No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.»

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

San Hilario de Poitiers vivió en el Siglo IV, en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino. La Iglesia atravesaba una etapa de expansión y estrenaba legitimidad, habiendo sido declarada, ya no sólo religión permitida, sino Religión oficial del Imperio. Aparentemente, se trataba de un momento bueno y deseable; sin embargo, después tantas persecuciones y martirios, durante los primeros siglos, los cristianos habían comenzado a tener un estilo de vida mediocre y cada vez más instalado, en una Iglesia que se iba haciendo rica y poderosa. En estas circunstancias, San Hilario escribe unas palabras que me vinieron a la memoria al leer el texto del Evangelio de Mateo que nos propone la liturgia para el domingo XII del tiempo ordinario, en este ciclo A:

«¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir en los tiempos de Nerón o de Decio…! Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, yo no habría tenido miedo a los tormentos (…). Me habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos declarados, ya que en tales casos no habría duda alguna respecto a quienes incitarían a renegar… Pero ahora tenemos que luchar contra un perseguidor insidioso, contra un enemigo engañoso, contra el anticristo Constancio. Este nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el vientre. No confisca nuestros bienes, dándonos así la vida, pero nos enriquece para la muerte. No nos mete en la cárcel, pero nos honra en su palacio para esclavizarnos. No desgarra nuestras carnes, pero destroza nuestra alma con su oro. No nos amenaza públicamente con la hoguera, pero nos prepara sutilmente para el fuego del infierno. No lucha, pues tiene miedo de ser vencido. Al contrario, adula para poder reinar. Confiesa a Cristo para negarlo. Trabaja por la unidad para sabotear la paz. Reprime las herejías para destruir a los cristianos. Honra a los sacerdotes para que no haya Obispos. Construye iglesias para demoler la fe. Por todas partes lleva tu nombre a flor de labios y en sus discursos, pero hace absolutamente todo lo que puede para que nadie crea que Tú eres Dios. (…) Tu genio sobrepasa al del diablo, con un triunfo nuevo e inaudito: Consigues ser perseguidor sin hacer mártires” (Jesús Álvarez Gómez, Historia de la Vida Religiosa, Publicaciones Claretianas, Madrid, Volumen I, 1987, 170).

Afortunadamente, hoy contamos con el testimonio de auténticos mártires que no han querido someterse dócilmente a los embates de una sociedad que niega, en la práctica, los principios más fundamentales del Evangelio del Señor. Hay quienes han denunciado un orden injusto que aplastaba a las mayorías, como San Oscar Arnulfo Romero, asesinado hace cuarenta años en El Salvador, mientras celebraba la eucaristía; otros, como Monseñor Isaías Duarte Cancino, tuvieron el valor de señalar el influjo de los dineros del narcotráfico en la elección de congresistas en Colombia; y junto a ellos, muchos hombres y mujeres, fieles al Evangelio, han estado dispuestos a morir antes que ceder frente a una sociedad que nos quiere postrados por el silencio y la pasividad.

No se trata de buscar el martirio por el martirio; Luis Espinal, jesuita catalán, asesinado en Bolivia por denunciar las injusticias de un régimen totalitario, escribió poco antes de morir una oración que tituló: No queremos mártires. Tampoco hoy queremos mártires. Pero tampoco queremos una Iglesia que le tenga miedo a los que matan el cuerpo… Como bien lo afirma Jesús, hay que tenerle miedo, “más bien al que puede darles muerte y también puede destruirlos para siempre en el infierno”.

En lugar de dejarnos cooptar por los halagos de una sociedad cada vez más opulenta y suficiente, tenemos que ser testimonio vivo de una propuesta que, efectivamente, contraste con lo que nos invita a vivir el orden establecido. De lo contrario, como en la época de San Hilario, terminaremos siendo apuñalados por la espalda, mientras nos acarician, delicadamente, el vientre.

Fuente:jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Solemnidad del Corpus Christi

Evangelio según San Juan 6, 51-58.

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Había una vez un pan malo que, tan pronto salió del horno, fue colocado, contra su voluntad, en la vitrina de la panadería junto a otros muchos panes. Poco a poco los clientes se fueron llevando todos los panes y sólo quedó el pan malo que siempre que trataban de agarrarlo, gritaba y protestaba para que no lo tocaran. De pronto, llegó una señora a comprar pan y, como no encontró más, se llevó el pan malo que refunfuñó disgustado: – “¿A dónde cree que me lleva?” La señora le dijo: –“Pues te llevo a mi casa, donde hay cuatro niños que te esperan para poder ir a la escuela a estudiar todo el día”. El pan malo no tuvo más remedio que dejarse llevar, pero siguió refunfuñando para sus adentros… Tan pronto estuvo en medio de la mesa del comedor de la familia y se sintió amenazado por los cuatro niños, comenzó a gritar: –“¡No tienen derecho a hacerme daño! ¡Yo no quiero que me partan, ni estoy dispuesto a que me coman! ¡No lo voy a aceptar de ninguna manera!”.

Los niños, estupefactos, se contentaron esa mañana con el café con leche y algunas galletas que había del día anterior… Dejaron el pan malo sobre la mesa y se fueron a la escuela sin discutir más con el… Pasaron los días y la señora terminó tirando el pan malo a la basura, porque se puso tieso y nadie se lo quería comer…

Había, en cambio, otro pan bueno que tan pronto salió del horno, crujiente y tierno, se sintió feliz de que se lo llevaran de primero para la casa de una familia numerosa. Cuando lo colocaron sobre la mesa, sabiendo que lo iban a partir y que se lo iban a comer, agradeció a Dios porque podía darle vida a los niños que iban a estudiar a la escuela. Tuvo miedo y le dolió cada uno de los embates del cuchillo que lo fue rebanando poco a poco; luego, cuando sentía cada mordisco, sufría, pero sabía que los niños lo necesitaban para jugar, para estudiar, para reír toda la mañana. Así que se ofreció con generosidad hasta el final, sin dejar sentir el dolor que lo embargaba.

Esta historia la suelo contar a los niños y niñas cuando hacen su primera comunión; a partir de este sencillo cuento, converso con ellos sobre el valor de la entrega, del sacrificio por los demás, de la entrega generosa de Dios a través de su Hijo en la Eucaristía. Los niños, como los que escuchaban al Señor, se preguntan aterrados: ¿cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?

Leyendo a santo Tomás de Aquino, podemos entender un poco mejor el sentido de la fiesta de hoy y de los textos bíblicos que nos propone la Iglesia para la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (…) Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión (…)”.

Participar de la vida del Señor, por haber comido su carne y haber bebido su sangre, es participar de su vida divina, que no es otra cosa que una vida entregada, por amor, hasta la muerte. Por eso, “el que come de este pan, vivirá para siempre”, porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para el mundo, como el pan generoso que se hizo risa y alegría en los niños del cuento.

Fuente: jesuitas.lat