Charles de Foucauld, siete palabras para el hombre de hoy

El beato Carlos de Foucauld recibió el colosal encargo de recuperar la milenaria tradición de sabiduría de los padres del desierto y de actualizarla. En ocasión de su próxima canonización, compartimos este artículo de Pablo D’ors que escribiera al cumplirse el centenario de su muerte en 2016.

En esta tesis propone siete palabras que ilustran y reflejan más logradamente el aporte de aquel a quien hoy llamamos hermano universal.

Búsqueda

La vida de este hombre fue totalmente insólita. Foucauld no se parece a nadie. Decía de sí, según las épocas, que quería ser monje o ermitaño, pero lo cierto es que viajó muchísimo, que se asentó en distintos sitios, que fue un peregrino estructural. Este cambio de horizonte, geográfico pero sobre todo existencial, esta metamorfosis constante que le llevó a ser hoy explorador disfrazado de judío y mañana autor de un diccionario tuareg, hoy soldado del Ejército francés y mañana jardinero de unas monjas en Nazaret, pone a las claras su continua búsqueda. Foucauld, como Gandhi o Simone Weil en otros órdenes, hizo de su vida un auténtico y continuo experimento.

Conciencia

Se pasó la vida escrutando su conciencia, entrando en las motivaciones de sus actos, examinando cada detalle minuciosamente, como aprendió de san Ignacio, proyectando sueños con que dar cuerpo a una intuición, mirándose en el espejo de Jesucristo, su Bienamado, estudiando lo más conveniente, reprochándose sus faltas, agradeciendo los dones recibidos… Foucauld, que fue un soldado en su juventud, no dejó de serlo en el fondo en su madurez. No solo era un enamorado, sino un estratega: alguien que planifica su entrega: que refuerza los flancos más endebles, que diseña planes para dar fecundidad a su ingobernable amor. Pasó muchísimos días y horas en la más estricta soledad y en el más riguroso silencio. Y en ese caldo de cultivo, aprendió a escuchar. Y obedeció a la voz que escuchaba y, más que eso, hizo de esa escucha y de esa obediencia un estilo de vida: siempre escuchando y obedeciendo, siempre tras la aventura de ser uno mismo. Siempre entendiendo que él era la mejor palabra, acaso la única, que Dios le había concedido.

Desierto

Foucauld se convirtió en África del Norte, admirándose de la extraordinaria religiosidad de los musulmanes. Entendió el desierto primeramente en clave metafórica, de ahí que buscara ser monje al principio en Ardèche y luego en Akbés y hasta en Tierra Santa; pero pronto volvió al desierto del Sahara, el de su juventud, a su amado Marruecos y a su deseada Argelia. Y allí era donde el destino y la providencia le esperaban. Quizá porque pocos parajes de la tierra, al estar tan desolados, pueden evocar y remitir con tanta fuerza al mundo interior. Foucauld es un recordatorio permanente de cómo sin desierto y purificación no hay camino espiritual.

Adoración

En medio de ese desierto, Foucauld adora. Esta es una palabra que hoy nos resulta extraña, pero adoración significa, simple y llanamente, que el hombre no se realiza por la vía del ego, sino saliendo del propio micromundo y superando esa tendencia tan nefasta como generalizada a la apropiación y autoafirmación. Adoración quiere decir tan solo dejar de vivir desde el pequeño yo para dar paso al yo profundo, donde mora el huésped divino. Lo sepan o no, todos los que buscan al misterio por medio de la meditación, tienen –tenemos– en Charles de Foucauld a un maestro insigne. Amó mucho porque calló mucho. Hablamos de él porque se vació de sí.

Nombre

«Te quiero, te adoro, quiero darlo todo por ti, cuánto me amas, cuánto te amo, te doy las gracias, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, te alabo, mi Bienamado…». Pocos hombres en la historia como Foucauld han dejado un testimonio escrito tan elocuente de su apasionado amor por Jesús de Nazaret. El nombre de Jesús, como un incansable mantra, acompañó a Foucauld durante casi todos los minutos de su vida. Era un loco de amor, un apasionado de ese nombre, alguien que dejó que el nombre, y la persona a quien evoca, le poseyeran. Esto significa que la soledad en que Foucauld vivió era acompañada, por dura que en algunas ocasiones le pudiera resultar. Que su silencio era sonoro, por doloroso que se le pudiera hacer muchas veces. Solo hay una palabra que explica la increíble peripecia humana de Foucauld: Jesús.

Corazón

El nombre de Jesús fue arraigando en su conciencia y en su corazón, de modo que ambas, unidas al fin en lo que podríamos llamar el corazón consciente, eran el lugar en que esa Presencia moraba. Foucauld fue, desde luego, un sentimental. Aunque su llamada era a la oración contemplativa y silenciosa, nunca abandonó la oración afectiva, alimentada por palabras e imágenes que le inflamaban. Practicó lo que los hesicastas llaman la guardia del corazón: sentir la vida, oculta y frágil, en cada palpitación; sentir la Vida con mayúsculas en esa vida nuestra, tan limitada como intensa, tan humana y tan divina.

Fracaso

Al término de su vida, poco antes de ser asesinado, Foucauld se encuentra con las manos felizmente vacías. Podría decirse que a lo largo de su existencia cosechó un fracaso tras otro: fue el último de su promoción en el Ejército, del que estuvo a punto de ser expulsado repetidas veces por sus escándalos e indisciplina. Fracasó también como patriota y abortó su vocación de explorador, echando a perder una brillante carrera profesional. Monje fallido de la trapa de Heikh. Fallido también su quimérico proyecto de adquirir el monte de las Bienaventuranzas para instalarse allí como ermitaño. Ni una sola conversión tras años de apostolado. Ni un solo seguidor tras haber redactado tantos borradores de una regla para sus proyectados ermitaños. Ignorado por la administración civil y por la eclesiástica, ni un esclavo redimido, ni un compañero para su misión… Foucauld es uno de los mejores iconos del fracaso. Porque prefirió los últimos puestos a los primeros, la vida oculta a la pública, la humillación al encumbramiento. Por todo ello, Foucauld es esa imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia. Y por todo ello veo a menudo a las gentes del mundo caminando en una dirección y a Foucauld en la contraria. Pero no es el único; hay otros con él, solitarios todos, todos locos. Y el primero de esa fila es el propio Jesucristo, el más loco de todos.

Pablo d’Ors

Fuente: alfayomega.es

Corpus Christi: el Papa celebrará la misa en la Basílica de San Pedro

La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el papa Francisco celebrará la Misa por el Corpus Christi el domingo 14 de junio, a las 9.45 (hora de Roma) en la Basílica de San Pedro y a la que asistirán unos 50 fieles. Al final de la celebración, tendrá lugar la exposición del Santísimo Sacramento y la bendición eucarística.

El 18 de mayo se reabrieron las iglesias de Italia y del Vaticano para la celebración de la misa con presencia de fieles, luego de varias semanas en que las Eucaristías solo se podían celebrar de forma privada para evitar contagios. Sin embargo, aún se deben mantener medidas sanitarias como la reducción del aforo y el distanciamiento entre personas.

Fuente: www.aica.org

 

Reflexión del Evangelio – Solemnidad de la Santísima Trinidad

Evangelio según San Juan 3, 16-18

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Hace ya muchos años, viajé con algunos compañeros jesuitas a una zona rural del municipio de Marulanda, Caldas, para tener una misión entre los campesinos de la zona. Para los que no conocen, Caldas está en la región central del país, pero con una orografía muy cerrada. Hay muchos pueblos, pero la comunicación entre ellos no es fácil, porque las montañas son monumentales… Pasar de una cima a la otra, atravesando las hondas quebradas, es una proeza digna de titanes.

Llegamos a la escuelita de la vereda y nos encontramos con un grupo de niños que no tenían ninguna instrucción religiosa y que no conocían nada, más allá de lo que dejan ver estas colosales montañas que los rodean por todas partes. Nos tocaba prepararlos para la primera comunión, que tendríamos el último día de la misión. Cuando me senté con uno de mis compañeros a pensar sobre la mejor forma de llegar a los niños, nos pareció que debíamos comenzar por lo más sencillo: enseñarles a darse la bendición, pues ni siquiera esto sabían. Ustedes no alcanzan a imaginarse el enredo que se nos formó cuando tratamos de explicarles que Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo… Los niños nos miraban con una cara de admiración, como quien se asoma a un abismo insondable, como los que teníamos a nuestro alrededor.

Es un lugar común decir que es muy difícil predicar sobre la Santísima Trinidad; pero yo creo que la dificultad no está sólo en el que predica, sino también en el feligrés que se sienta en la banca a escuchar un acertijo que no acaba de entender nunca… “Tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, decían nuestros abuelos… La mejor explicación de este misterio de la Santísima Trinidad la leí en san Agustín, que solía decir: «Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor»; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu Amor.

En último término, de lo que se trata es del misterio del amor en el cual estamos insertos: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. El amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 231).

Tal vez a los niños de aquella lejana vereda de Marulanda lo único que les quedó claro fue que Dios nos había enviado hasta allí para acompañarlos en su crecimiento en la fe y para expresarles su amor hacia ellos. Y esto mismo los pudo impulsar a amar un poco más a este Dios misterioso y a sus hermanos y hermanas, en quienes se quedó viviendo para siempre.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexiones en tiempo de pandemia: «Pensar en los demás; dar gracias por lo bueno»

Las comunicaciones han supuesto un desafío durante la pandemia del Covid, especialmente a nivel interpersonal.  La gente esta viviendo en pequeños departamentos o en espacios reducidos, algo a lo que no están acostumbrados. El virus puede provocar tensiones y provocar malentendidos, pero encontrar otra mirada sobre nuestra realidad puede ayudar a profundizar nuestras relaciones y transformarnos.

Para acompañarnos, Jesuits.global nos propone una serie de vídeos con temas y reflexiones que pueden iluminar este tiempo de confinamiento: la búsqueda de nuevas capacidades para esta época de cambios, la importancia de la gratitud, la reducción de la tensión, cultivar la curiosidad y el asombro.

Aquí compartimos el segundo vídeo, a cargo de Diego Losada, estudiante jesuita español. En este vídeo nos propone contemplar la presencia del otro y ejercitar la mirada agradecida. Para eso, nos brinda una serie de pautas que nos pueden ayudar a pensar y acompañar la reflexión.

Con Diego Losada: Pensar en los demás; dar gracias por lo bueno.

Para ver la serie de videos completa podes acceder aquí: jesuitas.global

 

 

 

Pentecostés: el Espíritu Santo nos guía hacia a una nueva “normalidad”

Durante tantos años pensábamos ser autosuficientes. Nos sentíamos capaces de tantas cosas y la tecnología nos parecía ofrecer la cura a todo tipo de dolencias. Internet hacía que todo ocurriera a una velocidad increíble. Nuestras vidas se hicieron más y más rápidas. Cuando alguien envíaba un correo electrónico, se esperaba que respondiéramos en el día o, a más tardar al día siguiente. Las camisetas afirmaban: “Sin límites”. Las canciones pop decían: “Vuela más alto”.

Ahora el Covid-19 ha cambiado todo eso. Nos ha hecho tomar conciencia que, en realidad, no podemos hacerlo todo; que no somos autosuficientes; que la humanidad es apenas una brizna. El salmista dice: “Danos a conocer la brevedad de la vida para que podamos obtener la sabiduría del corazón”. Ésa ha sido una gracia – una gracia difícil – del confinamiento del Covid. Vemos que los seres humanos somos finitos, frágiles pero hermosos, que estamos aquí para amar y servir a los demás, para ser cada vez más verdaderamente nosotros mismos creciendo a imagen y semejanza de Dios. Hay un “mapa de ruta” para ese crecimiento y lleva por nombre Jesús. Él envía su Espíritu para guiarnos por el camino recto, para despertar nuestros deseos profundos, para alejarnos de la superficialidad, para que nuestros pies no tropiecen.

Necesitamos esa guía y esa inspiración. Hay tantas cosas que no sabemos hacer “como deberíamos” o como nos gustaría. San Pablo dice, “Cuando no podemos orar como deberíamos, el Espíritu viene en auxilio a nuestra flaqueza”. En esta época de Covid nos damos cuenta de nuestras debilidades y limitaciones. Necesitamos que la delicada voz del Espíritu, respetándonos, nos guíe con suavidad. Nos hace falta escucharla en este tiempo de Pentecostés. Necesitamos esas lenguas de fuego para quemar el cinismo y reavivar el entusiasmo en un mundo cansado.

Este peculiar Pentecostés del Covid es uno en el que debemos clamar al Espíritu pidiendo ayuda. Suplicamos que Él inspire y energice a líderes y políticos, a los cabeza de familia y a nosotros mismos. Pedimos que el Espíritu trabaje poderosamente en nuestros corazones y mentes y almas, atrayendo a la conversión – ayudándonos a ver que nuestro mundo tiene que cambiar: que volver a “lo de siempre” ya no servirá. Solicitamos su ayuda para ver que la “nueva normalidad” tiene que ser diferente de la “antigua normalidad”, para creer que puede ser una normalidad del Reino, una “normalidad” en la que los pobres son elevados y los corruptos echados fuera. Necesitamos ese Espíritu si el mundo ha de cambiar, si nuestros corazones han de enternecerse, si hemos de dar un paso más hacia un mundo diferente, renovado, transformado.

Fuente: jesuits.global

Reflexión del Evangelio – Domingo de Pentecostés

Evangelio según San Juan 20,19-23

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Fray Timothy Radcliffe, antiguo Maestro General de la Orden de Predicadores, comentaba hace algún tiempo el texto bíblico que nos propone la liturgia del domingo de Pentecostés. En su libro, El oso y la monja (Salamanca, San Esteban, 2000, 89-92), llamaba la atención sobre el abismo que existe entre la paz que buscamos nosotros, y la paz que el Señor nos regala. Cuando los once discípulos estaban encerrados en una casa por miedo a los que habían matado al Profeta de Galilea, el Resucitado vino hasta ellos y les dijo: “¡La paz sea con ustedes!” y ellos “se alegraron de ver al Señor”. Pero la paz que les traía los iba a sacar de la paz del encierro y la soledad… En seguida les dijo: “Como el Padre me envió, también yo los envío”. El Resucitado los desinstala, los saca de su escondite, de su búsqueda egoísta de seguridad. La paz que el Señor nos trae, no siempre se parece a la nuestra…

Casi siempre buscamos la paz encerrándonos en nosotros mismos y evitando todos los riesgos de la construcción colectiva de nuestras comunidades y de nuestra sociedad. En esto nos parecemos a los discípulos. Tenemos miedo a ser heridos y salir lastimados… Hay que reconocer que este miedo no es puro invento. Efectivamente, tenemos experiencia de haber sido heridos muchas veces en nuestras relaciones con los demás y procuramos evitar el dolor y el sufrimiento que produce este choque. Pero también sabemos que cuando nos encerramos y nos aislamos de los demás y del mundo, gozamos apenas de una paz a medias; es una paz frágil que en cualquier momento se desvanece en nuestras manos.

Nos encerramos en una paz frágil porque tenemos miedo al cambio, miedo a los demás, miedo a ser sacados de nuestro nido. El miedo nos paraliza, nos bloquea, nos confunde. Hemos desarrollado una serie de tácticas para cerrar nuestras vidas a ese Dios que quiere sacarnos de nuestro encierro. Echamos llave, literalmente, a nuestros conventos, a nuestras casas, a nuestra habitación, de modo que nadie pueda acercarse a perturbar nuestras vidas con sus insistencias, con sus invitaciones, con sus interpelaciones. Podemos encerrarnos también en el exceso de trabajo… Paradójicamente, llegamos incluso a utilizar la oración para mantener a Dios fuera. Podemos dedicar horas y horas a la oración, recitando palabras y repitiendo frases, sin ofrecer a Dios un momento de silencio porque cabe la posibilidad de que nos diga algo que altere nuestra aparente paz y nuestra tranquilidad acomodada.

Pero el Señor se las arregla para irrumpir en nuestro interior con el soplo de su Espíritu y, aún teniendo las puertas cerradas, como los discípulos en el cenáculo, viene a inquietarnos y a salvarnos de nuestra aparente paz. Esa es la Buena nueva de hoy. Que el Señor no se cansa de entrar en nuestras vidas para ofrecernos SU paz. Una paz que nos abre a los demás con el riesgo de ser heridos. Las heridas de las manos y el costado es lo primero que les enseña el Resucitado a los discípulos cuando les anuncia su paz… Se trata, entonces, de una paz conflictiva, ‘agónica’, como diría don Miguel de Unamuno… Es una paz que abre desde fuera nuestros sepulcros para que no sigamos viviendo como muertos, sino para que vivamos una vida plena y auténtica, es decir, llena de preguntas y de problemas, pero iluminada por Dios que es el que nos ofrece la auténtica vida en abundancia.

Fuente: jesuitas.lat

Carlos Saráchaga: «El diácono en la Iglesia hoy, es llamado a ser presencia y signo de Jesús Servidor»

En el mes de oración universal por los diáconos, compartimos el testimonio de Carlos Saráchaga, diácono permanente que actualmente acompaña el trabajo en la Parroquia del Sagrado Corazón, en Montevideo, Uruguay.

¿Cómo vive su compromiso cristiano (bautismal) un diácono permanente?

Para comenzar es bueno tener presente que fue el Concilio Vaticano II, que restituyó el Ministerio del Diaconado Permanente y nos plantea “una nueva eclesiología”, una visión nueva de Iglesia, traducido en IGLESIA PUEBLO DE DIOS, donde “todos los bautizados” formamos parte de ese pueblo, por lo que “todos somos Iglesia”.

Por lo que, los diáconos somos, ministros al servicio de este proyecto de iglesia renovada. El diácono en la Iglesia hoy, es llamado a ser presencia y signo de Jesús Servidor, “el cual no vino a ser servido, sino a servir”.

La espiritualidad específica que encarna el diácono permanente, se vincula directamente con el gesto del lavatorio de los pies, que Jesús realiza en la “última cena” que celebramos el jueves Santo.

El lavatorio de los pies es un gesto donde el Maestro sirve al discípulo. Este “gesto” es una invitación de Jesús a todos los cristianos, y en particular a los diáconos, que nos invita a vivir el servicio al hermano. Jesús lava los pies a los discípulos en la última cena, como signo de lo que debe ser nuestra vida cristiana, servir al hermano.

Este gesto también nos recuerda que Dios nos sirvió y amó primero. Es común pensar que nosotros servimos primero a Dios, pero es El, el que siempre nos precede. Su amor es gratuito. Jesús nos recuerda– “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con los más pequeños de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40).

¿Cuáles son las gracias y los desafíos en la vocación? ¿Qué ministerios y tareas desempeña dentro de su comunidad?

Los diáconos tenemos el don y la tarea de ser “servidores del pueblo de Dios” en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.

La Lumen Gentium expresa: “Es oficio propio del diácono, administrar el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, bendecir el matrimonio, llevar la comunión a los enfermos, proclamar la Palabra de Dios y predicar, presidir el culto, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepulturas”.(LG 29)

Por el Ministerio recibido, estamos insertos en la DIACONÍA DE CRISTO, y estamos llamados para ser intérpretes de las necesidades y deseos de las comunidades cristianas, en definitiva “animadores del servicio, de la diaconía de toda la Iglesia”.

Por nuestra vocación de casados y clérigos, no somos laicos, estamos llamados a ser “ministros de frontera”, con un pie en la Iglesia y el otro en el mundo en que vivimos, comprometidos con las necesidades de la gente, dentro y fuera de la Iglesia, tratando de vivir nuestra vocación en atender a los más necesitados.

Es misión propia, trabajar en la formación y animación de las pequeñas comunidades, en el acompañamiento de los agentes pastorales y la promoción de la vocación laical.

En definitiva, es trabajar por la Iglesia que fundó Jesús. Una Iglesia pobre, sencilla, cercana a las necesidades de la gente, cimentada en la oración, la fraternidad y la comunión. Es lo que hoy nos pide el Papa Francisco, ser “una iglesia en salida” de cercanía, que acoge todas las fragilidades de todos los que la necesitan.

¿Se sorprenden los fieles por su ministerio siendo casado?

Aunque la restauración del diaconado lleva más de 50 años, todavía no se tiene claro la diferencia con el presbítero. Los diáconos tenemos esposa, hijos, nietos, vivimos de nuestro trabajo, y nuestro ministerio se basa en tres patas: la familia, el trabajo y el ministerio. Por lo general nos llaman “padre”, cuando bautizamos, casamos y celebramos, y debemos explicar que somos ministros casados. Hemos recibido la gracia que nos confiere el Sacramento del Orden Sagrado en orden al Diaconado, pero que antes de ser ordenados hemos recibido el Sacramento del Matrimonio, y que dicho sacramento junto con nuestra vida de familia, son lo que mantienen vivo nuestro “ser diaconal”.

¿Cómo lo vive la esposa y los hijos?

En esta vocación juega un rol fundamental la esposa, porque sin su consentimiento y su acompañamiento (el día de la ordenación el obispo le consulta, si esta de acuerdo y si está dispuesta a acompañarlo), no es posible realizar el camino.

En cuanto a mis hijos cada uno desde su lugar me han acompañado en este proceso y misión. Siempre se nos recuerda que no podemos descuidar a nuestra familia, ya que nuestro ministerio, supone tiempo y dedicación.

Toda la familia acompaña en forma generosa, en la medida que dona “tiempos de familia” a este servicio. Nuestra casa se abre a acompañamiento y tiempos de formación.

 ¿Cómo has vivido el proceso hasta llegar a la ordenación?

Como toda decisión, supone una etapa de discernimiento, con mi familia, en el proceso de formación y con mi comunidad CVX, a la que pertenezco.

Convencido que el Espíritu se nos regala en comunidad, fue fundamental en mi discernimiento, el haber sido acompañado por ella.

No todo fue seguridad. Hicimos el proceso juntos con mi señora, preguntas, dudas, para que luego el Señor confirmara mi vocación.

Hoy renuevo mi compromiso de servicio a nuestra comunidad parroquial, intentando discernir en estos tiempos tan especiales, donde el Señor me necesita.

Sábado 30 de Mayo: oración del Rosario con el Papa Francisco

El sábado 30 de mayo, a las 17:30 (hora de Roma), el Papa Francisco presidirá el rezo del Santo Rosario desde la Gruta de Lourdes en los Jardines del Vaticano. La intención del Rosario mundial será: «Unidos en la oración para invocar la intervención de la Virgen por el fin de la pandemia y para confiar toda la humanidad al Señor”. Este momento de oración universal será transmitido por el canal oficial del vaticano.

En el gesto de unirnos en oración a los pies de María, “mujer de escucha, de decisión, de acción”, ofreceremos la difícil situación que hoy afecta al mundo. El Papa invitará a todos a no perder la esperanza, porque María resplandece “siempre en nuestro camino como signo de salvación”.

Los santuarios del mundo se unirán en la oración, será «un momento de oración mundial para aquellos que deseen unirse al Papa Francisco en la víspera del Domingo de Pentecostés».

 

Para más información podes acceder a: vaticannews.va

 

 

José Luis Lazzarini sj

Nuestra misión espiritual en tiempos de pandemia – Por Pablo Lamarthée SJ

«Aunque las Iglesias y las Instituciones estén cerradas, los corazones están abiertos.» Así empieza su relato Pablo Lamarthée SJ, Delegado del Sector Espiritualidad de nuestra Provincia. Nos cuenta sobre la principal actividad del sector durante este tiempo de cuarentena y las prioridades que hoy marcan el cronograma y las propuestas: «estamos buscando nuevas formas de llevar a Dios a la gente y acompañarlos espiritualmente.»

Nuestra misión espiritual en tiempos de pandemia

Estos tiempos están siendo bastante propicios para desarrollar la dimensión espiritual. Aunque las Iglesias y las Instituciones estén cerradas, los corazones están abiertos. Desde sus casas, la gente escucha audios con comentarios bíblicos, realiza cursos en línea, vive virtualmente las Eucaristía, se acompaña espiritualmente a la distancia. La vida con menos actividades nos enfrenta a nuestra interioridad y nos obliga a mirar el fondo de nuestra alma. La incerteza, el miedo y la soledad nos hacen buscar más a Dios y querer conectar con su presencia amorosa, pacífica y consoladora.

Por tal motivo, podría decir que nuestra misión espiritual no se detiene, incluso, aumenta. Eso sí, si es que estamos lo suficientemente abiertos como para readaptarnos a las nuevas formas posibles que la realidad nos impone, si es que somos capaces de asumir esta novedad sin prejuicios ni sospechas. Los sacerdotes y muchos agentes pastorales laicos han salido al mundo con mayor visibilidad virtual y la Iglesia ha entrado, de otra manera, en la intimidad de las casas. Incluso podríamos decir que el alcance de nuestras propuestas espirituales está siendo mayor que antes.

El sector espiritual de ARU no está ajeno a esta nueva realidad. Diariamente observamos en las redes sociales cómo nuestros compañeros jesuitas salen de sus comunidades y obras al mundo: con sus homilías, reflexiones, cursos y oraciones. Los Centros de Espiritualidad han tenido también que reinventarse y trabajar con otro modelo: virtual, más dinámico, ligero…; incluso están trabajando conjuntamente sin restricciones de lugares y fronteras. 

Las escuelas de Acompañamiento y las escuelas de Ejercicios Espirituales de nuestros Centros continúan virtualmente, y los Ejercicios en la Vida, que duran todo el año lectivo, siguen siendo la propuesta espiritual estrella. Muchos cursos y talleres han crecido en sus números de inscriptos gracias a la virtualidad de los mismos, lo presencial ha dejado de ser ya un límite. El programa “no estás solo” reunió muchísimos voluntarios para escuchar a las personas que necesitan acompañamiento, y las plataformas digitales a través de internet han pasado a ser nuestras nuevas herramientas para la misión.

Nos sabemos cómo resultará todo esto, tampoco los frutos que traerá, pero lo que viene importando hasta ahora, es que estamos buscando nuevas formas de llevar a Dios a la gente y acompañarlos espiritualmente. De esta manera, los cristianos están dando una vuelta hacia la Iglesia doméstica, redescubriendo la belleza de rezar en casa y “adorar al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23). Esta pandemia nos está enfrentando con el límite de la vida, y a su vez, nos deja solamente con lo esencial, con lo imprescindible. Nuestra misión permite que nuestra gente encuentre su principio y fundamento, se arraigue en Dios y se sienta acompañada por su misteriosa presencia.

Al igual que San Ignacio, que convirtió su vida gracias al aislamiento forzado de su convalecencia en Loyola, tal vez nosotros también, sin perder la fidelidad al carisma, debamos transformar y repensar nuestra misión espiritual en esta cuarentena. El Espíritu nos dirá por dónde caminar, cómo servir y de qué manera llegar, está en nosotros buscar creativamente esa novedad. 

Pablo Lamarthée

Reflexión del Evangelio – Séptimo Domingo de Pascua

Evangelio según San Mateo 28,16-20.

En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hay personas a las que les cuestan, particularmente, las despedidas. Son momentos muy intensos, en los que se expresan muchos sentimientos que duermen en el fondo del corazón y tienen miedo de salir a la luz y expresarse de una manera directa. Pero, en estos momentos, saltan inesperadamente y sorprenden a unos y a otros… Despedirse es decirse todo y dejar que el otro se diga todo en un abrazo que contiene la promesa de seguir presente a pesar de la ausencia.

Salta a mi memoria, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, la poesía que Gloria Inés Arias de Sánchez escribió para sus hijos, y que lleva por título: «No les dejo mi libertad, sino mis alas». Como ella, el Señor se despide de sus discípulos, ofreciéndoles un abrazo en el que se dice todo y nos regala la promesa de su presencia misteriosa, en medio de la ausencia:

 

“Les dejo a mis hijos no cien cosechas de trigo

sino un rincón en la montaña, con tierra negra y fértil,

un puñado de semillas y unas manos fuertes

labradas en el barro y en el viento.

No les dejo el fuego ya prendido

sino señalado el camino que lleva al bosque

y el atajo a la mina de carbón.

No les dejo el agua servida en los cántaros,

sino un pozo de ladrillo, una laguna cercana,

y unas nubes que a veces llueven.

No les dejo el refugio del domingo en la Iglesia,

sino el vuelo de mil palomas, y el derecho a buscar en el cielo,

en los montes y en los ríos abiertos.

No les dejo la luz azulosa de una lámpara de metal,

sino un sol inmenso y una noche llena de mil luciérnagas.

No les dejo un mapa del mundo, ni siquiera un mapa del pueblo,

sino el firmamento habitado por estrellas,

y unas palmas verdes que miran a occidente.

No les dejo un fusil con doce balas,

sino un corazón, que además del beso sabe gritar.

No les dejo lo que pude encontrar,

sino la ilusión de lo que siempre quise alcanzar.

No les dejo escritas las protestas, sino inscritas las heridas.

No les dejo el amor entre las manos,

sino una luna amarilla, que presencia cómo se hunde

la piel sobre la piel, sobre un campo, sobre un alma clara.

No les dejo mi libertad sino mis alas.

No les dejo mis voces ni mis canciones,

sino una voz viva y fuerte, que nadie nunca puede callar.

Y que ellos escriban, ellos sus versos,

Como los escribe la madrugada cuando se acaba la noche.

Que escriban ellos sus versos; // por algo, no les dejo mi libertad sino mis alas…”

 

“Los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó y les dijo: – Dios me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

 

Fuente: jesuitas.lat