Reflexión del Evangelio – Segundo Domingo de Adviento

Evangelio según San Marcos 1,1-8.

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos,
así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En el desierto de Atacama, al norte de Chile, sucede cada cierto tiempo un fenómeno único en el mundo. Esta región, una de las más áridas del planeta, después de varios años de paisaje lúgubre y seco, se transforma, por las lluvias, en lo que se conoce como el Desierto Florido. En las últimas dos décadas del siglo XX, este fenómeno se repitió en los años 1983, 1987, 1991 y finalmente con la histórica precipitación del 12 de julio de 1997, donde el agua caída registró la cifra récord de 96 mm en tan sólo 15 horas, algo totalmente inusual para el Desierto de Atacama. El paisaje árido se transforma en un espectáculo único y de sorprendente colorido. Inicialmente con un manto de color verde desde el mes de julio y agosto para alcanzar toda esa gama multicolor en el mes de septiembre, donde flores, insectos y otros animales tapizarán grandes extensiones de la Región de Atacama.

Las lluvias hacen que pequeñas semillas y bulbos, que se han mantenido por años enterrados en el desierto, germinen y crezcan dando vida a plantas de variadas características y hermosas flores multicolores. Asociadas a ellas surgen una gran cantidad de insectos, aves, generando un muy especial ecosistema, donde todos los elementos de la naturaleza conviven en armonía durante todo el tiempo que las condiciones climáticas lo permiten, volviendo con los meses a una situación de latencia hasta las próximas nuevas lluvias.

Contemplar este espectáculo, habiendo conocido la realidad del desierto que se adueña de esta región del mundo durante largos años, debe ser una experiencia inolvidable. Es ser testigo de la vida que no se da nunca por vencida. Siempre está esperando el momento propicio para renacer y explotar en destellos de luz y de color. Me vino a la memoria este fenómeno natural cuando leí en el comienzo del Evangelio según san Marcos la frase que encabeza el Encuentro con la Palabra del día de hoy: “Una voz grita en el desierto”. Eso es lo que Juan el Bautista significó para el pueblo de Israel. Lo que estaba anunciando era la llegada del Mesías: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”.

El profeta Juan anunció la vida, pero la vida estaba ya presente… Dentro de cada uno de nosotros está presente el Reino de Dios y está tratando de brotar y germinar para transformar el rostro del mundo. Hace algún tiempo la revista de Teología Pastoral, Sal Terrae, traía un título muy sugestivo que me parece que expresa muy bien lo que trato de decir: “El roble está latente en el fondo de la bellota”, haciendo referencia a la famosa poesía de Ira Progoff. En el fondo de toda realidad, está presente ya la vida de Dios que brota como una fuente inagotable.

La voz de Juan se escuchó en medio de la aridez de su pueblo para decirles: “que debían volverse a Dios”. Fue como la lluvia que anunció la llegada de la vida al desierto que llevaba muchos años dormido y oculto. Al interior de cada uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, están presentes siempre las semillas del Reino que necesitan ser regadas por las lluvias generosas para que despierten de su letargo prolongado y vuelvan a reverdecer llenando con su color, con su fragancia y su luz, los paisajes de nuestra vida y la vida de nuestros pueblos.

Fuente: jesuitas.lat

Orar con las Preferencias Apostólicas Universales en el Adviento

El Adviento señala el comienzo del año litúrgico de la Iglesia. El Adviento es un tiempo de expectación esperanzada. Aunque nuestra mirada se dirige naturalmente hacia la Navidad y el nacimiento de Cristo, la liturgia nos invita a alargar al mismo tiempo nuestra mitrada, los ojos de fe, hasta el fin de los tiempos, la esperada Parusía de Cristo.

El Adviento nos sitúa en varios niveles diferentes.

  • Nos introduce en el misterio de Dios que actúa en la historia, sin estar sometido a ella. Nos invita a contemplar a un Dios cuyas promesas están insertas en nuestro tiempo y en nuestra historia, dándole forma y llevándola lentamente a su culminación de maneras inesperadas y a través de las personas que menos esperamos. En Adviento encontramos a un Dios que nunca deja de sorprendernos.
  • La liturgia de Adviento es una escuela en la que aprendemos a escuchar y a esperar con expectación esperanzada.
  • Por medio de una escucha contemplativa de la Escritura, nuestra imaginación se ensancha: podemos advertir que Dios no nos abandona ni a abandona a nuestro mundo. Continúa con inagotable paciencia llamándonos a la vida nueva del Reino.
  • El tiempo de Adviento nos hace crecer. Nuestro corazón se agranda hasta abrazar el sufrimiento del mundo en el amor de Dios. Un amor que nos saca de la desesperación y la impotencia, porque sabemos que tenemos un salvador, ‘Emmanuel’.
  • Adviento es tiempo para abrirse al riesgo de la esperanza y a la fuerza que nos infunde, para ver nuevas posibilidades, para dejarnos renovar, para permitir que la vida del Espíritu Santo que hemos recibido se convierta en vida nuestra. El Señor ha venido ahora, en este tiempo nuestro, y para siempre.

En la Contemplación de la Encarnación, Ignacio nos invita a mirar al mundo entero en todos sus tiempos, lugares, personas y circunstancias (EE.EE. 101 y ss.). Se nos pide que veamos este mundo como Dios lo ve, lo conoce y lo ama, en toda su belleza y su dolorosa verdad, “todas las naciones en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno”. Así llegamos a la profundidad de la misericordia amorosa de Dios. Dios viene a nosotros en nuestra miseria y necesidad, en la verdad y en el amor, ‘la segunda persona debe hacerse hombre para salvar a la raza humana’.

La contemplación llama también nuestra atención sobre la respuesta de una joven de Nazaret, pequeña e invisible. En este tiempo de Adviento Ella es nuestra maestra y nuestra guía. Es quien puede enseñarnos a escuchar con profundidad y en clima de contemplación, y mostrarnos cómo estar abiertos, cómo decir nuestro ‘fiat’ a Dios que realiza lo imposible.

Cuando entramos en el tiempo de Adviento y vivimos su liturgia, es bueno pedirle a Ella, la Madre del Señor, que ore con nosotros y por nosotros para que nos sintamos llenos de la gracia de estas “actitudes del Adviento”,

“Demandar la gracia que quiero; será aquí pedir gracia a nuestro Señor, para que no se sordo a su llamamiento, más presto y diligente para cumplir su sanctíssima voluntad” (EE.EE. 92).

Las PAU son formas de contemplar nuestra vida como jesuitas en el mundo ‘de hoy’, y también en el mundo ‘del hoy de Dios’ – el Kairos del Reino entre nosotros. Nuestro enfoque puede ser universal, o podemos hacerlo más local. Las PAU ofrecen la posibilidad de contemplar el misterio que nos revela el Adviento. Invitan a una ‘escucha contemplativa’. En los distintos campos sobre los que llaman nuestra atención es posible escuchar y seguir la llamada del Espíritu. Con frecuencia reconoceremos a los que nos han precedido en el camino y en él continúan; a aquellos que pueden ser para nosotros guía y enseñanza.

Entre las gracias del Adviento una es la de ser abiertos y humildes. Ambas cosas nos hacen libres para mejor servir ‘a nuestro Señor que por mí se ha hecho hombre’ (EE.EE. 104).

Podemos usar el tiempo de Adviento para dar respuesta a la invitación que se encierra en cada PAU, bien sea haciéndolas objeto de nuestra oración personal, tomándolas como tema de la oración comunitaria o la liturgia, o desarrollándolas para compartirlas con nuestros colaboradores. He aquí algunas gracias o actitudes que podemos pedir: Saber

dar a conocer,
caminar,
acompañar,
colaborar.

Todas hacen referencia a hábitos del corazón y a cómo queremos servir a la Iglesia y al mundo en sus carencias y necesidades.

Fuente: www.jesuits.global/es

Reflexión del Evangelio – Primer Domingo de adviento

Evangelio según San Marcos 13,33-37

En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento.
Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana.
No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Juanito le preguntó una vez a su abuela: ¿Qué significa el tiempo de Adviento? La abuela le contestó: Es un tiempo de espera durante el cual debemos tener los ojos más abiertos y los oídos más atentos, para saber en qué momento pasará lo que esperamos. Y, ¿qué es eso que esperamos?, preguntó Juanito, con una gran curiosidad. El paso de Jesús por nuestras vidas, respondió la abuela. Si no estamos muy atentos, nos puede pasar como le pasó a don Casimiro, un señor muy religioso, que se perdió la gran oportunidad de ver a Dios frente a frente. Y le contó esta historia:

«Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, había un hombre muy religioso, que se llamaba Casimiro; todos los días le pedía a Jesús que le dejara ver su rostro; el hombre creía, tenía fe, rezaba mucho, pero no quería morir sin haber visto a Jesús frente a frente. Un buen día, estando en la Iglesia, escuchó una voz que le decía en su interior: Ha llegado el tiempo en el que me podrás ver: Mañana iré a visitarte a tu casa. Espérame y me verás. No faltaré. Casimiro volvió a su casa, y se puso a preparar todo para su encuentro con Jesús. Barrió la casa, puso en la puerta una bella alfombra nueva, preparó unas galletas y una torta, para ofrecerle una buena merienda a Jesús.

Al día siguiente, Casimiro se puso a la puerta de su casa con la torta, las galletas y las golosinas sobre una mesa. Pasaba el tiempo y no aparecía Jesús. De pronto, pasó por allí un niño jugando solo; se quedó mirando la torta y las golosinas y se fue acercando poco a poco, jugando cada vez más cerca. Estuvo allí un buen rato hasta que Casimiro lo regañó y le dijo: Vete a jugar lejos de mi casa, porque estoy esperando un visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú te comas lo que le he preparado para comer. El niño se fue muy triste a jugar en otra parte.

Un poco más tarde, vio venir a una viejita pobre que tenía la ropa y los zapatos muy sucios; era una viejita conocida en el vecindario; se acercó a la puerta de la casa de Casimiro para pedir una limosna, como acostumbraba, pero éste le prohibió que se acercara y pisara su alfombra nueva: Me la vas a manchar, le dijo. Vete, que estoy esperando un visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú me estropees la limpieza de mi casa. La viejita se fue muy triste a pedir una limosna en otra parte.

Pasaba el tiempo y Jesús no aparecía. Ya por la tarde, vino un vecino corriendo y le pidió a Casimiro que le ayudara a sacar su carro de un hueco en el que había caído por accidente; pero Casimiro dijo: No puedo dejar mi casa sola, porque estoy esperando un visitante muy ilustre, y no estoy dispuesto a que no me encuentre esperándolo. El vecino se fue muy triste a pedir ayuda en otra parte. Cayó la noche y Jesús no apareció. Al otro día, Casimiro se fue a la Iglesia a preguntarle a Dios por qué no había cumplido su promesa: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué no cumpliste tu promesa de ir a verme a mi casa? Hubo un Tiempo de silencio. Dios callaba. De pronto, Casimiro escuchó una voz que le decía en su interior: Fui y no me reconociste; yo era el niño que esperaba que me dieras un poco de torta y algunas golosinas para alegrarme la vida. Yo era la anciana pobre que pasó por delante de tu casa esperando recibir alguna ayuda para vivir. Yo era tu vecino que te pedía un favor. No quisiste verme. Las tres veces me fui muy triste a buscar en otra parte. Y Casimiro, salió fuera y lloró amargamente por no haber reconocido a Jesús”.

Por eso, tenemos que mantenernos despiertos, porque no sabemos cuándo va a llegar el señor de la casa, si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana. No sea que venga de repente y nos encuentre durmiendo, o pensando en otras cosas, como le pasó a Casimiro. Tenemos que estar siempre atentos para reconocer el paso de Dios por nuestras vidas.

Tomás Bradley SJ: «la pandemia nos está invitando a repensarnos a fondo»

El COVID nos está confrontando

Lo que vivimos no es una desgracia, es una oportunidad.

Es evidente que la pandemia nos está invitando a repensarnos a fondo. Podemos aprovechar este tiempo, en vez de quejarnos, soñando volver a lo de antes –cosa que no va a pasar. Porque no se vuelve al pasado.

La vida privada y pública tienen que cambiar. El modo de entretenernos. El modo de vincularnos con los vecinos: acercarnos cariñosamente, para ayudar, para saludar, para respetar. El modo de ahorrar. El modo de ser creativos para generar producciones sustentables y medios de vida ecológicos. Lo artesanal tiene que pasar a un primer plano. Las comunicaciones virtuales nos ayudan a acompañarnos en la distancia. Pero no tenemos que caer en ellas como en un pozo sin fondo. Hemos de usarlas tanto cuanto ayuden.

El límite contiene. Es como el abrazo delicado de la madre con su niño bebé. Hay mucho por abrazar, sobre todo en nuestro interior.

Les pido que cuidemos mucho los ámbitos de encuentro parroquiales: reuniones de oración, de ayuda pastoral, de catequesis, de celebraciones litúrgicas.

Esta navidad nos va a encontrar más íntimamente reunidos en pesebre. Y no tan distraídos en “fuegos artificiales que nos alejan de la realidad”. Nos entretienen un rato, pero sólo son ruido y espuma.

Ante la contundencia de lo que sucede, o intentamos huir hacia la nada en la desesperación, el miedo y la queja; o aprendemos a ahondar nuestra relación con Dios, con los demás y sobre todo con nosotros mismos.

Dios se nos acerca en su Hijo, el Niño Jesús. Estemos atentos para recibirlo.

Tomás Bradley SJ

Reflexión del Evangelio – Solemnidad de Cristo Rey

Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’.
Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’.
Y el Rey les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.
Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’.
Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’.
Y él les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo’.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

 Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que entregó su vida en el servicio a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, SJ, canonizado en el año 2005 por Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias de Bogotá. El P. Joss falleció hace pocos meses.

Al hablar de su vocación siempre recordaba que siendo joven prestó servicio militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo… pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos… tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.

Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel… Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron, o lo que no hicieron, por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron, o no lo hicieron.

Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:

CRISTO, no tienes manos, tienes sólo nuestras manos

Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

CRISTO, no tienes pies,

Tienes sólo nuestros pies

Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.

CRISTO, no tienes labios,

Tienes sólo nuestros labios

Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Domingo 15 de noviembre

Evangelio según San Mateo 25,14-30.

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.
A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida,
el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.
De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos,
pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.
El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. ‘Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado’.
‘Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor’.
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: ‘Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado’.
‘Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor’.
Llegó luego el que había recibido un solo talento. ‘Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.
Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!’.
Pero el señor le respondió: ‘Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido,
tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez,
porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes’.
Por P. Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si… ¡El inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: «Te amo». Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.

Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.

Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno… antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: «Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname».

Muchas veces nos quedamos mirando a los que recibieron más, o a los que recibieron menos… Las monedas que hemos recibido, no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Domingo 8 de noviembre

Evangelio según San Mateo 25,1-13.

Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite,
mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.
Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’.
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’.
Pero estas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’.
Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’,
pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’.
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de Zipaquirá (Colombia). Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche… se la sacan…

Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas se cuartean y esto impide su ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.

No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.

Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo, esta es una más de las características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a esperar al novio, en medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para las lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite para llenar las lámparas por segunda vez. Por eso, a medianoche, cuando llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta. Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada… Por eso, tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.

Fuente: jesuitas.lat

Vivir en el Espíritu – Pistas para los ocho días de Ejercicios

Hace años, el jesuita y teólogo Ferran Manresa, en un acompañamiento espiritual en Bolivia, hizo una propuesta personalizada del mes de Ejercicios a una religiosa en Cochabamba. Ahora, seis meses después de su muerte, EIDES ha recuperado este texto y lo publica en su último cuaderno de la colección «Ayudar», con el título Vivir en el Espíritu. El también jesuita Carlos Marcet ha sido el encargado de adaptar este material, reconvirtiéndolo en un proceso de ocho días de Ejercicios, y lo ha hecho «como homenaje a quien fue maestro y amigo».

Ferran Manresa, nacido en Barcelona en 1934, fue jesuita y doctor en Teología. Profesor durante muchos años en la Facultad de Teología de Cataluña, estuvo muy vinculado a la formación y el acompañamiento espiritual tanto en Cataluña como en Bolivia, país donde pasaba largas temporadas.

Pero a pesar de su extensa actividad docente y pastoral, casi no publicó: solía romper sus escritos una vez utilizados por sus clases, ya que consideraba que Dios y la teología eran algo vivo, que no podía quedar atrapado en ningún manual. Esta vez, sin embargo, el texto fue mecanografiado y acabó en manos del jesuita boliviano Edil Calero, que lo hizo llegar a Carlos Marcet: «he adaptado este material inmenso y lo he reconvertido en un proceso de ocho días de ejercicios respetando la integridad del texto original».

Se puede descargar el cuaderno aquí:  Vivir en el Espíritu – Fernando Manresa

Fuente: infosj.es

Reflexión del Evangelio – Domingo 1 de noviembre

Evangelio según San Mateo 5,1-12a.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Suena el timbre de la puerta y sale el niño a ver quién es. Pregunta un señor por su mamá. Viene ofreciendo repuestos para ollas a presión. Va el niño hasta la cocina donde la mamá está atareada por las labores domésticas y le dice: “Mamá, te busca un señor en la puerta”. La mamá, un poco desesperada porque llega la hora del almuerzo y todavía no está todo listo, le dice: “Ve y dile que no estoy; que venga después”. El niño, en su inocencia, regresa a la puerta y le dice al señor: “Manda decir mi mamá que no está; que por favor vuelva más tarde”. El señor, evidentemente, como los personajes de Condorito, se cae para atrás… Esta escena, con variables muy diversas, se suele repetir en medio de nuestras familias con mucha frecuencia… Luego, cuando el niño le dice a la mamá que estaba haciendo tareas en la casa de un vecino, pero llega sudando y con los zapatos raspados de tanto jugar fútbol en el parque, recibe una fuerte reprimenda por mentiroso.

Hace unos días leía una frase de algún famoso pensador que decía: «El ejemplo no es la mejor manera de enseñar. Es la única». Lo que vemos hacer a las personas importantes en nuestra vida, es lo que aprendemos. Lo que nos dicen y enseñan, no acaba de consolidarse en nuestro interior si no está corroborado y respaldado por el testimonio de vida de aquellos que nos forman desde nuestra infancia.

Jesús le dice a la gente y a sus discípulos que obedezcan y hagan todo lo que los maestros de la ley y los fariseos les enseñan. Pero les advierte que no deben seguir su ejemplo, “porque ellos dicen una cosa y hacen otra”. Más coloquialmente, entre nosotros, esto se ha traducido con la famosa frase: “El cura predica, pero no aplica”, cosa que no sólo se acomoda a lo curas, evidentemente… Cada uno tiene que preguntarse, con mucha sinceridad, por su coherencia personal entre lo que enseña en su casa, en su trabajo, en las relaciones con los demás, y lo que hace.

El P. Arrupe, cuando era Superior General de los jesuitas, fue un hombre que siempre respaldó su palabra con su vida; el P. Luis González cuenta una anécdota que me parece que confirma esto: Dice Luis González que Arrupe acostumbraba ir a orar largos ratos al piso bajo de la casa del Gesù, en Roma, donde hay varias capillas que guardan los recuerdos de los años romanos de san Ignacio de Loyola. Una vez, mientras estaba haciendo oración en una de esas pequeñas capillas, un jesuita norteamericano se presentó para celebrar la eucaristía en una de esas capillas. El P. Arrupe se ofreció a ayudarle. Él mismo comentaba, no sin malicia, que el jesuita celebró la eucaristía con ciertas licencias litúrgicas… Cuando terminó la celebración, ya en la sacristía, el Padre norteamericano le preguntó amablemente a su ayudante:

  • Y ¿cómo se llama, hermano?
  • “Arrupe”, le contestó el gentil sacristán…

El jesuita norteamericano por poco se cae del susto, como el señor que golpeó a la puerta de la casa que comenzaba esta página.

Fuente: jesuitas.lat

Emmanuel Sicre, SJ: ¿De qué egoísmo hablamos cuando decimos “egoísmo”?

Muchas veces he escuchado a algunas personas decir que cuando piensan en sí mismas van a ser “un poco egoístas por un ratito”. Siempre me ha hecho pensar esa expresión en qué entendemos por egoísmo entonces.

Creo que hay un egoísmo bueno y uno malo. Sí, así de simple. Lo que sucede es que tendríamos que ponerle un nombre mejor al “egoísmo bueno” porque resulta una contradicción.

El “buen egoísmo” creo que se trata de una realidad de contacto con uno mismo, de autorreconocimiento y amor por lo que uno va siendo. Algo que implica la reconciliación con lo que somos y con la propia existencia. El hablarse a uno mismo sobre lo que le está pasando en su mundo de relaciones, en su intimidad y comprender nuestro “yo” muchas veces cuesta, sobre todo si las voces negativas o de la autoexigencia nos llevan a gritarnos, insultarnos o maltratarnos interiormente. Un egoísmo sano nos propone tratarnos bien, con ternura, con esperanza, y sobre todo, con paciencia.

Por el contrario, el mal egoísmo sería el encerrarse en el ego. Una especia de solipsismo. Supone la autoconmiseración, o autocompasión victimista que me pone en el centro de todo el universo. El ego inflado que todo lo demanda, todo lo quiere para sí y no se ve más que a sí mismo, provoca muchas veces insensibilidad o un sentimiento de ser víctima porque nadie me comprende. Este egoísmo es el que mata al yo poniéndolo por encima de los demás (soberbia, vanagloria, arrogancia) o por debajo (autodesprecio, rebajarse, autoagresión), pero nunca al lado de otro ser humano. Es como si el ego se comiera lo que realmente somos -el yo-, y lo convierte en una caricatura de lo que somos destacando por lo general nuestra peor versión.

Es necesario amarnos a nosotros mismos. Lo decía Jesús: ama a tu prójimo como a ti mismo. Quien se ama a sí mismo puede, sin contradicción, preocuparse por lo que es justo, lo prudente y actuar de acuerdo con la virtud del amor por los demás, por la Creación, por la sociedad. Pero claro, amarse a uno mismo con un amor que nos libere, que nos abra, que nos reconcilie y nos ayude a vivir desde lo que está sembrado en lo hondo de nuestro ser: el amor originario del Dios de la vida.

Fuente: emmanuelsicre.blogspot.com