La falsa sensación de comunidad

«Las relaciones se reducen a un corte superficial, en la capa más epidérmica.»

Por Igor Begler- La Biblia Perdida

«Cuanto más numerosas son las personas con que estás en contacto permanente, tanto peor; el aumento del número de conexiones baja de manera directamente proporcional al denominador común. Y todo el tejido de relaciones gira en torno a este denominador común de forma muy rudimentaria. No  es posible ninguna relación seria, no hay un intercambio de ideas ni ningún tipo de apego además de la dependencia de tener la sensación de que siempre tienes que estar cerca de alguien, de que estás conectado, al fin y al cabo. Aireas un número finito de ideas y expresiones rudimentarias. Las relaciones se reducen a un corte superficial, en la capa más epidérmica. Planas, carentes de profundidad. En este sentido, en realidad no llegas a conocer, de hecho, a nadie con quién estás en este tipo de contacto. Quizás sabes los nombres -o solo los apodos-, ves las fotos que ellos deciden compartir contigo y averiguas de ellos solo lo que quieren transmitir. Por lo general, lugares comunes: familia, juerga, entretenimiento excursiones como los turistas japoneses que se amontonan como ovejas, sin cesar, por el mismo camino, en la misma fila, con el mismo paso, con la misma ropa. Incluso el ángulo desde el cual toman las fotos a menudo es idéntico. Visitar los mismos lugares, el mismo tipo de diversión, las mismas cosas fáciles de comunicar. Cuanto más fáciles de comunicar, más superficiales serán. En la ausencia del pensamiento, todo es prefabricado. Una soledad profunda y ensordecedora».

Fuente: Pastoral SJ

Creer sí, pero ¿para qué?

¿Creo? ¿En qué? Y, sobre todo, ¿para qué?

Por: Pablo Martín Ibáñez

«Todo pasa por algo», «esto que me ha pasado es una señal», «voy a ver el horóscopo» o «es mi amuleto de la suerte». Frases con las que todos bromeamos, pero a las que también recurrimos sin ser muy conscientes. Como letanías que, de algún modo, expresan el deseo de que nuestra vida no pase flotando sobre la superficie en una época en la que, cada vez más, parece que la práctica de las creencias se abandona. Por falta de sentido, de reflexión, de profundidad o de incapacidad para mantenerse en las intuiciones que algún día tuviste.

Para una sociedad tan habituada a los hashtags, las campañas, las indignaciones y las modas frenéticas, este tipo de oraciones encaja como un guante. Llevar al cuello la medalla de la virgen del pueblo no necesariamente te exige ser más amable en la oficina. Leer tu horóscopo para saber qué tal tu semana no suele ser una llamada a mirar al hermano. Y así con un montón de cosas.

Y entonces la pregunta. Una que surge de lo más escondido de tu silencio. Una que nos hacemos muchos y que determina en gran medida el modo en que nos planteamos la cotidianidad del día a día y lo extraordinario de unas vacaciones en el mar: ¿Creo? ¿En qué? Y, sobre todo, ¿para qué? Acostumbrados a vivir de eslóganes o de gestos de poca hondura, el reto es enorme: vivir lo que crees sobre el terreno de lo concreto. El tiempo regalado, la ternura en la tormenta o la paciencia con la fragilidad (la propia y la ajena), con las manos de cristal y los pies desnudos. Porque creer es fácil, lo difícil es hacerlo tierra. Pero cuando se le encuentra el sentido, entonces empieza la aventura de creer.

Fuente: Pastoral SJ

Las palabras volátiles

‘En tiempos de sociedad líquida, ¿también nuestra palabra puede escurrirse y evaporarse?’

Por Elisa Orbañanos

Mucha gente prefiere Snapchat a WhastApp u otras redes sociales porque el contenido se evapora al cabo de un tiempo. ¿Cuanto tiempo necesitamos? ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Lo controlamos a voluntad? Men in Black. Un aparato moderno, un proceso tan sencillo como tocar un botón y ¡puf! El pasado está borrado.

En esta deriva en la que parece que las relaciones sociales pasan por filtros, que la felicidad se basa en elementos cuantitativos y que la filosofía cabe en 140 caracteres, el riesgo es que el próximo paso sea la volatilidad de la comunicación. El ser humano ha tardado miles de años en desarrollar un sistema de comunicación tan complejo como el escrito que manejamos hoy en día, muy probablemente, como parte de su búsqueda de trascendencia, de su interés por dejar huella, por sobrevivir a su memoria. Esa memoria escrita, personal y colectiva, es riqueza para seguir avanzando. Somos lo que somos por ciertos escritos. El actual sistema de valores tradicionales occidental se basa en una compilación de textos y cartas de hace más de 2000 años. Y sabemos de dónde venimos por restos de emoticon grabados en una cueva en Altamira, en un palo en Ishango o sobre unas paredes en Egipto.

Lo escrito tiene un peso, porque queda. ¿O es que en tiempos de obsolescencia programada, también nuestra palabra tiene un tiempo de amortización? En tiempos de sociedad líquida, ¿también nuestra palabra puede escurrirse y evaporarse? ¿Dos minutos es el plazo que le damos a la expresión de lo que guardamos dentro? ¿Dos minutos para hacer desaparecer un lo siento o un te quiero, sin dejar huella?

El riesgo es pensar que, efectivamente, lo que eliminamos de una pantalla, ya no existe. Pero no todo tiene vuelta atrás. Y lo que borramos, no lo vemos, pero no desaparece.

Fuente: Pastoral SJ

Conscientes de nuestra ‘nada’

Me postré consciente de mi nada, y me levanté sacerdote para siempre. Juan Bautista María Vianney (Santo Cura de Ars).

Por Javier Rojas SJ

La conciencia de la «nada» que somos nos la da el amor incondicional de Dios. De la sorpresa y el asombro de ser amados por lo que somos nace nuestra experiencia de pequeñez, nuestra nada, ante Él. También nuestras miserias y pecados, esos que nos humillan y avergüenzan, nos revelan el amor inmenso de Dios, porque cuando nosotros somos incapaces de amarlo, Él sí lo hace. Él nos ama aún con nuestro pecado. Su amor y la conciencia de nuestra nada, porque no estamos libres de pecado para arrojar la primera piedra, es lo que nos vuelve compasivos y misericordiosos con los demás. Cuando creemos que Dios debe amarnos porque somos buenos su amor deja de ser gratuito y se convierte en algo debido. Cuando perdemos nuestra conciencia de «nada» ante Él, su amor deja de ser incondicional y se convierte en premio de los buenos. Quien piense así difícilmente será misericordioso con los demás porque se pondrá como medida de todas las cosas y juzgará a los demás. Ya lo dijo Jesús al contar aquella parábola a Simón el fariseo; «a una persona a quien se le perdona poco demuestra poco amor» (Lc 7, 47). El cura de Ars fue un hombre consiente de sus miserias y del amor de Dios, por eso hoy es ejemplo de misericordia y compasión.

Fuente: nsdelosmilagros.com.ar

Conversando con Javier Melloni SJ

En medio de su paso por Chile, este jesuita español, antropólogo, teólogo y escritor regaló, al equipo de Vocaciones Jesuitas Chile, una mañana para conversar sobre la vocación, la espiritualidad ignaciana y muchos temas más.

Te dejamos aquí transcrita una parte de la entrevista. Si quieres verla entera, haz click en este link 

Nosotros acá en Chile estamos en un momento en el que parece que se nos ‘perdió Jesús’. E intuitivamente decimos ‘no, está ahí’, ciertamente. ¿Cuáles crees tú que son las claves para poder recuperarlo, para poder descubrirlo en un contexto tan complejo como el que estamos viviendo? A lo mejor son nuevos lentes, de alguna manera. 

Totalmente, yo creo que estamos llamados a una conversión radical. Conversión significa ‘un giro de la mente y del corazón’. Es un giro afectivo y un giro cognitivo. Una manera de abrirse y de reconocerle bajo nombres nuevos, incluso. Si en Filipenses dice que Jesús, siendo de condición divina se vació de sí mismo, se hizo uno de tantos, llegó hasta la muerte en la cruz y ahí en el abajamiento total, es el Nombre sobre todo nombre, significa que Jesús está en el interior de todos los hombres. Y por lo tanto, a través de los distintos nombres con los que los jóvenes e incluso los que están en contra de la Iglesia, nombran lo que para ellos es verdadero, ahí está Jesús escondido. Entonces nuestro esfuerzo, yo creo, que consiste en ir hacia los demás. Porque el Nombre de Jesús posibilita los demás nombres, no los secuestra, no los abduce. Al contrario, los ilumina. 

Para mí esa es la experiencia cristiana que cada vez estoy entendiendo más: Jesús abre, no cierra. Porque Él mismo es vaciamiento. Jesús es el encuentro del vaciamiento de Dios en el ser humano y del ser humano en Dios. En ese vaciamiento mutuo aparece Jesús. Ahí donde el ser humano se vacía a sí mismo por amor a los demás, hacia una causa justa, una causa verdadera, ahí está Jesús, aunque no tenga el nombre que nosotros sabríamos identificar en primer lugar.

Laudato Si’ recitada en décimas

 La Red Mundial de Oración del Papa en Chile ha elaborado una serie de videos en los que la Encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’ recitada a ritmo de décimas.

La décima es una forma poética de origen español, que varios países de América Latina tienen en común, inscribiéndola en una larga historia de improvisación literaria traída de Europa y de África. Ha sido y sigue siendo en muchos lugares del mundo, una valiosa práctica popular utilizada para comunicar, enseñar y transmitir la cultura de los pueblos por tradición oral.

La décima se compone de diez versos octosilábicos, cuyas rimas se organizan bajo el esquema «abbaaccddc». Tal como informan los expertos, hay muchas variantes de este «complejo ejercicio», que varía según el país, aunque la mayoría son recitadas o cantadas en el modelo de «pie forzado».

Esta nueva forma es un modo de descubrir los problemas urgentes que afectan a la Madre Tierra, con el fin de acabar con esta peligrosa indiferencia social, lamentablemente tan extendida en nuestro tiempo.

Te dejamos aquí los links de los videos grabados hasta ahora.

Mirar con fe

La fe nos permite reconocer una realidad que a simple vista no sería posible. 

Cuando miramos con fe un acontecimiento, a una persona o un hecho concreto, apreciamos lo que de lo contrario permanecería culto a nuestros ojos. La fe nos hace traspasar la realidad para descubrir a Dios. La fe nos hace percibir la vida con más sencillez y transparencia. Con fe podemos apreciar la presencia de Dios, su accionar, su poder, su belleza. 

Tener fe no es solamente creer que Dios existe, sino que actúa, que está presente y vive en todo lo que nosotros vivimos. “Señor mío y Dios mío” es la expresión de fe más preciosa que decimos cuando vemos elevarse la hostia en las manos del sacerdote. En ese pedacito de pan la fe nos hace reconocer a Jesús

Fuente: Nuestra Señora de los Milagros

Basta que creas

Llega ese momento, siempre llega, en que comenzamos a creer en nosotros mismos.

Ese instante en que comenzamos a dar credibilidad a la voz de nuestro interior que nos dice “puedes hacerlo”, “puedes lograrlo”, “no te rindas”, “no te desanimes”. Y mientras en nuestra mente desfilan los pensamientos que dicen no podrás, no lo lograrás, no es posible, y hacen alianzas con nuestros miedos y cobardías, esa voz interior, con una sola palabra, tiene la fuerza para abrir nuestro corazón de par en par y dar rienda suelta a nuestra creatividad. 

«No temas», dirá susurrando a nuestro espíritu tembloroso.

 «Basta que creas» y sentiremos cómo explota dentro de nosotros una fuerza y convicción que ahuyentará nuestras dudas. 

¿Puedes oír esa voz? Pero no te engañes. Esa voz interior que te dará valor, fuerza y convicción no te inyectará adrenalina haciéndote creer que eres invencible. No, no es así como funciona.

Esa fuerza interior que brotará de tu interior no estará al servicio de tus fantasías infantiles, de tus deseos de omnipotencia ni de aparentar o disfrazarte de quien no eres, sino que te ayudará reencontrarte con tu verdad más profunda y creer en ti aun en medio de las dificultades. 

Esa voz te dirá que a pesar de los problemas por los que atraviesas, y aun cuando sientas que ya no tienes motivos ni razones para luchar, siempre podrás confiar en Él. Siempre tendrás en su abrazo tu hogar. 

Entenderás que con amor siempre podrás abrir un camino. No te rindas en las dificultades, no te abandones en tus fracasos, no pierdas la fe ante tus errores. Confía, confía en Él y ponte de pie. Aún queda camino por recorrer.

Fuente: Santuario Nuestra Señora de los Milagros

Cómo San Ignacio está dando a los adolescentes las herramientas para los desafíos de hoy

Casi todos los estudiantes descubren que tienen una voz interior, que los llama a hacer el bien y evitar el mal. La mayoría de los estudiantes encuentra esta práctica inmensamente útil. Escriben sobre cómo aprendieron a escuchar sus voces internas, a discernir el bien del mal y a ganar confianza para seguir el bien.

Por Molleen Dupree-Domínguez

En este otoño, todos los estudiantes de la escuela secundaria donde enseño habrán nacido después del 11 de septiembre de 2001.

Han sido 18 años de flagelos para muchos de nosotros: de Bush a Obama, de Obama a Trump; de teléfonos celulares a teléfonos inteligentes y a celulares completamente inteligentes; de guerras a tiroteos en las escuelas y a la brutalidad policial publicitada.

En resumen, estos jóvenes viven en una época de gran crisis existencial – y sólo han vivido en esta época de gran crisis existencial.

Las herramientas espirituales ignacianas son esenciales para mis estudiantes. La seducción de la violencia, el cinismo y la desesperanza suele ser convincente. A su alrededor, los adultos expresan su disconformidad contra los líderes públicos, el miedo a la violencia armada en todas sus formas y el pánico por el cambio climático.

La práctica de la oración ignaciana ayuda a mis estudiantes a cruzar el ruido de los mensajes mediáticos sobre estos grandes temas, así como las preocupaciones más típicas de la adolescencia como las primeras relaciones, su apariencia y sus logros. Las herramientas ignacianas sientan la base de la esperanza eterna de que Dios está verdaderamente con nosotros, incluso y especialmente en los tiempos de lucha.

Discernimiento de los espíritus

Ignacio sabía cómo proceder en estos tiempos inciertos — debemos estar atentos a los espíritus que se disputan nuestra energía. El Espíritu Santo rivaliza con muchos otros espíritus, la mayoría de los cuales desean alimentar nuestras ansiedades y despertar nuestras dudas.

Es bueno que mis alumnos sepan esto: existen fuerzas espirituales en competencia en el mundo, y dejarse llevar por el espíritu negativo no es la única opción. Las voces de ansiedad, duda y miedo son reales, pero no son necesariamente la voz de Dios.

Aunque suene un poco extraño, esto tiene que ver con sus propias experiencias de vida. Saben que hay muchas voces en sus cabezas, y para la mayoría de los estudiantes es un alivio descubrir que tienen el permiso de ignorar a la mayoría de éstas.

Diario de un examen de conciencia

En primer lugar, enseño el discernimiento en el plano de la conciencia, definiéndolo desde el punto de vista secular y católico. Luego hablamos de cómo todos tenemos diferentes voces en nuestras cabezas, y el discernimiento es un estado armónico de nuestra atención con la voz de nuestra conciencia que, en la tradición católica, es la voz de Dios.

Para rastrear la voz de sus conciencias, durante una semana los estudiantes escriben todos los días en su diario preguntándose: ¿Hasta qué punto hoy honré uno de mis principales valores? ¿En qué medida informé a mi conciencia? ¿Hasta dónde escuché mi «voz interior» hoy?

En estos diarios casi todos los estudiantes descubren que tienen una voz interior, que los llama a hacer el bien y evitar el mal. La mayoría de los estudiantes encuentra esta práctica inmensamente útil. Escriben sobre cómo aprendieron a escuchar sus voces internas, a discernir el bien del mal y a ganar confianza para seguir el bien.

Mientras ellos ven flujos constantes de imágenes y videos, de titulares y comentarios en sus teléfonos, la habilidad para sosegar la mente y sintonizar la voz del amor es indispensable.

Examen

Después de observar de cerca la conciencia, en clase practicamos el examen durante varios días. Los estudiantes recuerdan el día anterior y le piden a Dios que les muestre dónde estaba presente el Espíritu o dónde necesitan hacer un cambio. Es durante este tiempo que le presento herramientas de oración en línea, tales como la aplicación Hallow (en inglés, Santo) y Pray as You Go (en inglés, Voy rezando). Muchos estudiantes las aman y las encuentran útiles para orar por su cuenta.

Lleve el examen diario con usted dondequiera que vaya agregándolo como fondo de pantalla de bloqueo de su teléfono.

Cultivando las virtudes

Ahora estamos listos para poner en práctica las buenas acciones.

Ignacio ha escrito:

“Es cierto que los perezosos nunca tendrán paz mental o la posesión perfecta de la virtud, ya que éstas no se conquistan a sí mismas; mientras que los diligentes obtienen fácilmente ambas en pocos días”.

Cada estudiante elige una virtud cardinal o teológica para practicarla durante cinco días. Ellos documentan sus esfuerzos con fotos y textos, intercambian ideas sobre asuntos a experimentar y se comunican periódicamente con un mentor para hablar sobre su práctica.

Todos los días, durante una semana, recibo reflexiones bellas: cómo los estudiantes decidieron decirle a sus madres que las amaban; cómo decidieron apagar sus celulares mientras hacían sus deberes para practicar la ponderación; cómo decidieron intervenir cuando uno de sus amigos hizo una broma a expensas de otro. Ellos quieren practicar estas virtudes. Tienen apetencia por una dirección que los convierta en el tipo de persona que realmente quieren ser — como, creo, somos todos.

También tienen ansias por ser auténticos y, tras una semana de práctica, pueden estar de acuerdo con Ignacio en que las acciones hablan más persuasivamente que las palabras:

«(Las personas) de gran virtud, aunque su saber para ayudar al prójimo sea exiguo, predican con más elocuencia y persuaden a su gente hacia la bondad más poderosamente por su apariencia que por su habilidad retórica, por más instruidas que estén».

Los adolescentes de hoy digieren mucha información preocupante. Aunque las generaciones anteriores han enfrentado desafíos, es difícil hacer comparaciones debido a la gran cantidad de información disponible ahora para los adolescentes las 24 horas del día. Con ese bombardeo constante nunca habían sido más importantes el discernimiento y la virtud. Tengo que agradecer a Ignacio por estas herramientas y prácticas que puedo compartir con mis estudiantes, porque les ayudan a sortear los desafíos de esta época.

Fuente: es.jesuit

Compartir lo que somos

“Existe una tendencia en nosotros de quererlo “todo para mí”. Compartir es lo que viene después del egoísmo.”

Por Javier Rojas SJ

Encontrar

«Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Porque si solamente aman a los que los aman, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos se comportan así! Y si solamente se portan bien con quienes se portan bien con ustedes, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡Eso también lo hacen los malos! Y si solamente prestan a aquellos de quienes esperan recibir algo a cambio, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos prestan a los malos con la esperanza de recibir de ellos otro tanto! Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos. Sean compasivos, como también el Padre de ustedes es compasivo». (Lc 6, 31-36)

El éxodo del yo

Una de las primeras cosas que aprendemos a pronunciar de niños, junto con decir papá y mamá, es la palabra «mío»: ¡Esto es mío!

La palabra “mío” se graba tan fuertemente en nuestra mente y corazón, que resulta difícil incorporar la expresión “es de los dos” o “es de todos”. Cuando de niños nos compraban algo y nos decían “es para los dos” o “es para todos” era igual a decir “ya pueden pelear con una razón”. ¿Por qué? Porque existe una tendencia en nosotros de quererlo “todo para mí”. Compartir es lo que viene después del egoísmo. Es la instancia de superación personal, es un signo de progreso y crecimiento humano.

Desde niños nos hacemos conscientes de quienes somos, de lo que ocurre a nuestro alrededor, nos sentimos queridos por las personas que tienen un amor “preferencial” hacia nosotros, y nos damos cuenta de lo importante y necesarias que nos resultan esas personas. Ésta es la primera etapa de nuestra vida.

La siguiente etapa está marcada por la necesidad de aprender a compartir con los demás lo que somos, lo que es nuestro, pero nos damos cuenta que no es un paso sencillo de dar. Es un cambio total de perspectiva y nos exige ponernos en el lugar del otro. Sólo podremos ubicarnos en este nuevo paradigma, si hemos transitado bien la primera etapa y estamos dispuestos a cruzar el mar del egoísmo para entrar en la vida de los demás: entrar en nuevo mundo.

Traspasar las propias fronteras del «yo» para entrar a percibir la vida desde el «tu» es un paso que requiere de valentía y coraje. Hay que estar dispuestos a dejar las propias seguridades y comodidades, e incluso, a luchar contra uno mismo, contra esa tendencia interna de girar sobre uno mismo. Atravesar la primera etapa de nuestra vida es dar un salto cualitativo, significa realizar un éxodo interior que muchos no se atreven a dar.

¿Qué implica la segunda etapa? Aprender a pronunciar y conjugar, con la propia vida, la palabra compartir. Si lo primero que aprendemos es a valorar lo que somos, es decir, el “yo”, el siguiente paso es empatizar con el “tu”.

Aunque pueda parecernos extraño, la madurez del ser humano se configura a medida que se desarrolla y se adquiere la actitud de compartir. En pocas palabras, la madurez de una persona se mide por su capacidad de entrega. Quien atraviesa el umbral de la primera etapa, superado el “yoismo”, emprende un camino de madurez humana que lo conduce al encuentro con el «tú». Desarrollar la actitud de compartir significa romper y salir, poco a poco, del «cascarón» del egoísmo y descubrir la belleza de la vida a través de los ojos de los demás. Cuando contemplamos el mundo a través de los ojos de los demás, nos ubicamos en una nueva perspectiva de la realidad que nos hace descubrir nuevas cosas.

No crean que es fácil compartir. Puede que resulte sencillo dar algo, una porción de algo que es de nuestra propiedad, pero darnos a nosotros mismos, es una realidad que nos hace templar. Dar lo que somos es una tarea difícil porque toca las fibras más íntimas del egoísmo que lo referencia todo a sí mismo. No siempre estamos dispuesto o preparados para romper la inercia de girar sobre nuestro propio ombligo.

Compartir es una batalla interior que tiene como objetivo liberar el amor y su potencial: la generosidad. Debemos aprender a vivir «todo» lo que somos y lo que tenemos, haciéndonos «parte» en el otro. Compartir es una actitud que nos obliga a enfrentarnos al desprendimiento y el desapego.

Sólo si transitamos bien esta segunda etapa estaremos preparados para valorar el «nosotros».  Sin este proceso de la conciencia humana y desarrollo afectivo no comprenderemos acabadamente lo que significa dar-nos, ofrecer-nos, compartir-nos con los demás.

Distinto es dar limosna

Sin desmerecer bajo ningún aspecto esta acción, es fundamental que comprendamos que dar de lo que sobra a los demás, no es lo mismo que dar de lo que tenemos. (Cfr. Mc 12, 41-44) Cuando hablamos de compartir-nos referimos a entregar una «parte» del «todo» que somos y tenemos, sabiendo que el vacío que deja lo que se entrega tal vez no sea colmado con lo que recibe de la otra parte, en su totalidad. Al entregarnos, al darnos u ofrecernos al otro, nos enfrentamos al vacío, al desprendimiento y el desapego. ¿Estamos preparados para ser parte cuando queremos ser el todo? ¿Estamos dispuestos a sentirnos “incompletos” cuando no recibimos de los demás la “misma cantidad” que damos?

Por ejemplo. Cuando nos enamoramos de alguien, o sentimos una amistad con alguien nos damos cuenta que esa persona comienza a ser importante para nosotros. Nos percatamos de cuán valiosa es, y a veces surgen los celos y las envidias, aunque no lo confesemos del todo, porque anhelamos que sea «todo» para nosotros.

En el amor y en la amistad una «parte» de lo que somos entregamos a la otra persona. Aceptamos vaciarnos de nosotros para darnos al otro. Al igual que la persona amada o el amigo se ofrenda, se entrega a sí mismo, para hacerse parte de nuestra vida.

Ésta dinámica mantiene su equilibrio mientras ninguno comience a comparar entre lo que da y lo que recibe. Cuando esto sucede, dejamos de alegrarnos por lo que podemos dar a los demás y comenzamos estar pendiente de lo que recibimos. Cuando mi «yo» deja de salir al encuentro del «tu», volvemos a la etapa anterior de referirlo todo a mi «yo». La expresión que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos deja claro cuál es el cambio de perspectiva y mentalidad que trae la novedad del evangelio: «Hay mayor alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).

La renuncia o desapego a lo «mío» para compartir-me a los demás produce un cierto vacío interior que no debemos buscar rellenar con la ofrenda que el otro nos hace de sí mismo. Si pretendemos cubrir las propias expectativas de felicidad con la parte que la otra persona entrega, significa que no hemos comprendido el sentido de la actitud de compartir. Compartir es celebrar juntos lo que cada uno entrega sin lamentarse por el vacío que se produce en nosotros al entregarnos.

Compartir es sinónimo de vínculo, de relación, de estrechar lazos. Nos habla de justicia, de generosidad, de mirada atenta a los demás, de acciones solidarias. Cuando atravesamos el límite del «yo» se ingresa al ámbito del «tu» y si juntos damos un paso más habitamos en el mundo de lo «nuestro». Lo mío y lo tuyo, al convertirse en lo «nuestro» nos enriquece, nos complementa y surge una nueva conciencia de la humanidad.  Salir del «yo», nos enriquece. Abrirnos al «tu» nos llena de novedad, pero ingresar al «nosotros» nos vuelve uno en todos.

Fuente: Nuestra Señora de los Milagros